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30 mar 2023

Largo domingo de noviazgo: la novela de Sébastien Japrisot y la película de Jean-Pierre Jeunet (A pares XXXIV)

20 comentarios:

«Y Klébert me contó: “Mientras estábamos en Artois, Benjamin perdió su valor viendo cadáveres, heridas espantosas, y la carnicería de Notre-Dame-de-Lorette y de Vimy, por el lado de Lens. Pobres franceses, pobres marroquíes, pobres boches. Los amontonaban en carretas, un cuerpo sobre otro, como si nada hubiera pasado. Una vez, un hombre gordo estaba recibiendo los cuerpos sobre la carreta, los ordenaba para que ocuparan el menor sitio posible, y andaba por encima de ellos”[…]»


La novela de Sébastien Japrisot

La novela me ha gustado mucho. Es de 1991 y es un alegato antibelicista de los mejores que han pasado por mis manos. Una mujer enamorada de un soldado enviado a la guerra en 1915 conoce en enero de 1917 la noticia de su muerte junto a otros cuatro compañeros más que, por autolesionarse, fueron condenados a la pena máxima en severo consejo de guerra. No se conforma Matilde, que así se llama la joven, con esta comunicación y en su interior alberga la esperanza de que Manech, su enamorado, no haya perecido. Comienza a investigar y a recopilar testimonios e informaciones en una cajita de caoba que en su día le regaló su novio; todo lo que esta caja contiene es lo que nos está ofreciendo el narrador, un narrador en tercera persona, innominado, pero muy cercano sin duda a la protagonista principal. Quien sea este narrador es un interrogante que asalta al lector durante la lectura, si bien en un momento dado todo queda debidamente aclarado cuando la mismísima Matilde, dirigiéndose a su gato, dice:
«Con el busto inclinado, agarrada con una mano a su silla y con la otra acariciando el cofre de caoba de Manech, Matilde baja la voz para atraer más su atención: "En esta caja  se encuentra la historia de una de mis vidas". Y, sabéis, la cuento en tercera persona, como si yo fuera otra. ¿Sabéis por qué? Porque tengo miedo y vergüenza de ser únicamente yo y no poder llegar hasta el final.»
La narración no avanza de manera lineal sino que, en función de quien habla o de lo que se informa, avanza o retrocede en el tiempo. Como por las propias fechas se puede inferir la mayor parte de las comunicaciones las recibe Matilde en forma de cartas enviadas o recibidas por ella. Es una novela, pues, claramente epistolar. A través de estas cartas vamos conociendo lo sucedido durante la noche que va del sábado 6 de enero de 1917 al domingo día 7 cuando la trinchera francesa, la Bingo Crepúsculo, a donde fueron conducidos los cinco reos de muerte fue abandonada y bombardeada por los alemanes. Dada la diferente perspectiva de cada comunicante, el relato real se nos va dando a conocer de manera fragmentaria, pero poco a poco se van viendo las líneas maestras del mismo y las aristas del marco se van suavizando debidamente. 

La protagonista visitará personalmente y/o se carteará con todos los familiares de los cinco reos de muerte: Eskimo, carpintero Bastoche en su vida civil; el cabo Six-Sous, soldador antes de su alistamiento; Benoît, hospiciano como su mujer Mariette; Ange, proxeneta marsellés que ha redimido su condena de delincuente para estar en el ejército; y Jean (Manech para su madre y para Matilde), llamado Pipiolo en el ejército por su extremada juventud. 

Además de estos cinco principales personajes en la novela aparecen otros que tienen capital importancia para el desarrollo de la trama: el sargento Daniel Esperanza, encargado de conducir a estos cinco soldados a Bingo Crepúsculo, en la primera línea del frente; el teniente Estrangin y el capitán Favourier ('Mal hablado' para sus soldados, dado el obsceno vocabulario que acostumbra utilizar), el cabo Gordes, el soldado Battiste, el soldado Celestin Poux... Dentro del ámbito propio de la investigación aparecen otros personajes que ayudan o acompañan a Matilde en sus pesquisas: el matrimonio formado por los tíos de ésta que quedó huérfana tempranamente al fallecer sus padres en accidente automovilístico. Sus tíos son Benedicte y Sylvain y acompañan y ayudan en todo a Matilde dado que Mati padece parálisis en las piernas desde que a los tres años cayera al suelo desde una altura considerable; luego también están: el investigador privado Germain Pires; el abogado Pierre Marie Rouviére... Es, como se ve un abanico grande, inmenso, de personajes. Y todo esto dejando en el tintero a otros muchos esenciales en la vida de cada uno de los otros personajes: Tina Lombardi, la mujer de Ange; Therese Gaignard, la mujer de Six-Sous; Veronique, la novia de Eskimo; el militar alemán ('feldwebel') que mandaba la sección que estaba en la trinchera frente a la francesa de Bingo Crepúsculo; la alemana Weiss que desde Alemania le da noticia de lo que este feldwebel (oficial alemán) le ha contado sobre lo ocurrido esa madrugada del domingo 7 de enero de 1917; el soldado Chardolot, etc., etc.

Es una novela claramente antibelicista. Los cinco soldados condenados a muerte lo son por haberse autolesionado para evitar el servicio militar y escapar así de la guerra, una actividad que sólo produce muerte a su alrededor, un servicio que los convierte en asesinos de otros hombres obligados a matar y a morir igual que ellos. Las frases de condena de la guerra, de cualquier guerra, aunque la novela se centra en la de 1914 son abundantes:
  • «Me importa un rábano la victoria. Todos han hecho que muera demasiada gente» (dice Sylvain a propósito de una clasificación de buenos o malos generales franceses).
  • «Esperaré todavía. Esperaré lo necesario hasta que en todas las mentes esta guerra sea lo que siempre ha sido: la más inmunda, la más cruel, la más inútil de todas las estupideces. Esperaré a que ya no se icen las banderas en noviembre delante del monumento a los muertos, y a que los pobres tontos del frente dejen de reunirse, con sus jodidas boinas en la cabeza, y un brazo o una pierna de  menos, ¿para festejar qué?»
  • «Después llegó la mañana, blanquecina, una hora más tarde quizá. Six-Sous iba y venía, cayéndose y volviéndose a caer delante de la trinchera alemana, predicando que había que deponer las armas y volver a casa, y que la guerra era asquerosa y cosas por el estilo.»
Pese a la enorme dureza del asunto que se toca, en la novela hay algún que otro atisbo de humor. Lo practica especialmente el narrador. Un narrador que, como ya he dicho, está fuera del relato pero muy próximo a los personajes, especialmente, claro, a Matilde, la protagonista. Así al hablar del personaje Celestin Poux que se caracteriza por utilizar reiteradamente el cliché de «mataría a mi madre y a mi padre si [...]» lo que fuera, en un momento dado este narrador tira de vena humorística cuando dice: «La granja de los Rouquier, que Célestin encuentra rápidamente sin necesidad de ser huérfano, es una [...]». Es un narrador que interviene en el relato desde fuera claramente de la narración, como cuando en un momento dado tras presentarnos a Matilde que vive añorando a su novio perdido o muerto en la guerra -este extremo no se sabe a esa altura del relato-  dice:
«Bueno, ya basta. Matilde se ha presentado. Podría continuar así durante horas, seguro que sería igual de apasionante, pero no está aquí para contar  sus vidas»
Pero como sabremos al poco, este estar afuera del narrador no es más que un artificio utilizado por la narradora para estar afuera y adentro del propio relato que está narrando y mantener de esta manera mejor la verosimilitud del mismo pretendiendo involucrarse afectivamente en el mismo lo mínimo posible. Naturalmente esta implicación afectiva, emotiva, es el motor que provoca la propia investigación que en la novela se desarrolla. Una novela que por ello es detectivesca al estilo de las escritas por Agatha Christie, y un drama amoroso en toda regla. 

No quisiera finalizar la reseña de la novela sin destacar, junto a lo ya expresado, la belleza del lenguaje utilizado en muchos momentos de la narración. Por ejemplo es hermoso leer la confesión de Tina Lombardi, una confesión que contrasta en su belleza con la fea y dura vida que la mujer del proxeneta Ange ha llevado. Ella ha sido una mujer entregada al amor que sentía por él a pesar de la explotación a la que estaba sometida. La carta que envía a Matilde la escribe en la cárcel donde se encuentra condenada a muerte por una serie de asesinatos que ha cometido. Tras leerla emocionada, Matilde decide quemarla «hoja por hoja en un frutero de loza blanca que nunca sirvió para nada, salvo para eso. El humo se demora, a pesar de las ventanas abiertas, y le parece que su olor impregnará todas las habitaciones de su vida.»

También es bello el capítulo titulado «Las mimosas de Hossegor» en el que la narradora cuenta cómo se conocieron de niños Matilde y Manech con tan sólo diez años y cómo fueron novios hasta que a los 17 años él tuvo que incorporarse al ejército. Es junio de 1910. La hermosura abarca tanto la situación del enamoramiento infantil como la manera de expresarlo y presentarlo:
«Matilde tiene diez años y medio. Es un viernes o un sábado, ya no lo recuerda. Manech tiene trece años desde el día 4. Vuelve de la escuela en pantalones cortos y jersey de color azul marino, con su cartera a la espalda. Se detiene delante de la verja que rodea el jardín de Villa Poema. Por primera vez ve a Matilde, al otro lado, sentada en su silla de ruedas.
[...]
Sí, fue durante aquel segundo verano con Manech, el de 1911 y la gran ola de calor. [...] Matilde no tiene ni sombra de un pezón, ni traje de baño. La primera vez se mete en el agua con su braguita y el pecho desnudo. Su braguita es de algodón blanco y abierta por debajo para hacer pipí, imagínense qué náyade.»
Una novela hermosa y dura a la vez; una novela emotiva, la mar de interesante, que me ha llegado muy hondo. Una novela inolvidable que me alegro mucho de haber leído.




La película de Jean-Pierre Jeunet

Fue finalizar la lectura de la novela de Japrisot y desear ver la película que, 
con la guapa actriz Audrey Tautou como protagonista, -me informé debidamente- dirigió en 2004 el francés Jean-Pierre Jeunet, el director de la exitosa Amelie (año 2001). Contrariamente a lo sentido por muchas personas a mí Amelie, la película que elevó a los altares a la actriz francesa, no me gustó. Quizás fue por ello que cuando Largo domingo de noviazgo pasó por las salas no fui a verla: no quería encontrarme de nuevo con la melosa, dulce y hermosa Audrey Tautou, que también era, como digo, la protagonista de la película de 2004. Sin embargo, ahora, casi veinte años después, el deseo de verla me invadió.

Comencé a buscarla por diversas plataformas y en ninguna la encontré; sólo cabía adquirirla y eso no me apetecía. Quizás esté en bibliotecas públicas, pensé. Indagué por internet en las de mi ciudad, Madrid, y a pesar de tener esta capital un tamaño grande, sólo en una biblioteca se encontraba. Decidí ir a buscarla y sacarla para poderla ver tranquilamente en casa. Así lo hice y ayer mismo la vi. Y he de decir que sí, me agradó, me entretuvo, me tuvo las dos horas que dura pendiente de la pantalla de mi televisor al que había conectado mi portátil.

Sí, me gustó, acabo de decir. Pero en mi opinión queda algo por debajo de la novela en la que se inspira. La belleza del lenguaje que he comentado antes la sustituye Jeunet por un filtro que da a todo el film una coloración dorada que recuerda al technicolor de los años 50 del siglo XX. Bien, está bien eso, sirve para el propósito, pero me llega más la hermosura lingüística. Aunque, ahora que lo pienso, este color cálido y amable contrasta fuertemente con los grises y verdioscuros que el director aplica a las escenas en el campo de batalla. Sí, por aquí es por donde la película quiere destacar el tremendo choque entre la vida (color, alegría, flores...) y la guerra (muerte, enfermedad, sufrimiento, locura...).

Luego, como en cualquier adaptación de una novela al cine, hay cambios y modificaciones que llamaron bastante mi atención. El primero es que en la película el director pone el acento más sobre la historia de amor de la pareja Matilde-Manech y sobre las relaciones sentimentales entre los otros cuatro condenados y sus parejas, que sobre la denuncia directa de la guerra; o sea el filme me pareció más amoroso que antibélico, mientras que en la novela vi más antibelicismo que canto al amor, que también lo hay, y mucho, claro. También hay algunos saltos que por su rapidez no quedan en la película debidamente explicados. Estoy pensando en el encuentro de Pipiolo con su nueva madre y cómo ésta, en la novela de Sébastien Japrisot, acoge a Matilde en su casa al entender lo muy unida que desde la niñez estaba la pareja; algo que en la película se despacha con rapidez y se elimina a la madre de un rápido plumazo, cuando esta figura femenina, creo que es muy importante al mostrar a una madre que sabedora de la muerte de su hijo 'adopta' al que ha usurpado la identidad del fallecido. ¿Existe mejor muestra de amor y deseo de ejercicio de la maternidad que éste? 

También quisiera señalar que en la cinta, Jean-Pierre Jeunet hace uso de un cierto lenguaje visual cercano en ocasiones al del cómic provocando, pese a lo profundo y duro del asunto de la guerra, un cierto tono humorístico o histriónico que, bueno, no va mal a la historia como remedo del humor que en ocasiones aflora en la novela. Contribuye a este histrionismo la figura y expresión de la propia Audrey Tautou (Matilde), también de Marion Cotillard (Tina Lombardi) la segunda actriz importante del elenco, e indudablemente de Gaspard Ulliel (Manech) que representa a las mil maravillas el papel de joven algo ido y enamorado perdidamente de su novia de siempre. El resto de personajes adoptan asimismo una gestualidad que los acerca mucho al mundo del cómic: el comandante, culpable último de la muerte de los cinco condenados; Germain Pires, el detective privado, cuya figura y comportamiento me recordaban durante la visión de la película a Hércules Poirot o algo así; los tíos de Matilde, Sylvain y Benecdite, figuras que mueven a la risa, especialmente ella, Benedicte; hasta los derrapes en la grava del cartero, que lleva las cartas a la casa de Cap Breton donde vive Matilde con sus tíos, hacen aflorar en los labios una sonrisa.

Como gran mérito de la película quisiera destacar lo bien que funcionan en el lenguaje cinematográfico los avances y retrocesos en la línea temporal, algo que muchas veces literariamente es más difícil de hacer llegar al lector y, sobre todo, que éste sepa ubicarlos debidamente en el lugar temporal que corresponde. También me gustó mucho en el film la manera como Jeunet presenta los sueños de los personajes, cómo muestra en una misma imagen los momentos evocados a través de la lectura de alguna de las cartas que la protagonista está leyendo; etc.

En fin, una buena película que enriqueció, con algún que otro detalle que había pasado desapercibido por mi parte, la lectura de la novela que tanto me satisfizo. No es cuestión -aunque ya he caído en ello nada más iniciar la reseña de la cinta- de elegir entre una u otra -la película o la novela-;  sería algo así como preguntar a quién quieres más, si a papá o a mamá. Pues no, igual que papá y mamá son dos seres distintos, también aquí hay dos productos diferentes que utiliza cada uno un lenguaje propio a veces nada equiparables. Así que mi conclusión es que los dos Largo domingo de noviazgo me han gustado. Y recomiendo a cualquiera que no los conozca a que lo haga. 


Nota:
La novela participa en el reto Autores de la A la Z y me sirve para rellenar la letra J.

24 mar 2023

Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo

12 comentarios:

«Con el tiempo me he dado cuenta de que todos los esfuerzos de las criaturas de ficción van encaminados a convertirse en seres de carne y hueso. Los escritores, en cambio, seres de carne y hueso, hacen todo lo posible para convertirse en criaturas de ficción algún día: en estatuas, en billetes de banco, en sellos o en temas de libros escolares.»

Fabulosas narraciones por historias, Antonio Orejudo
Acabo de finalizar Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo, novela publicada en 1996 ganadora del Premio Tigre Juan. Es una novela histórica de corte paródico en la que los personajes más reconocidos del momento -los años 20 y 30 del siglo pasado- son puestos en solfa a través de una ficcionalización imaginativa (historias fantásticas) tomando la base nominativa y algunos textos reales de unos y de otros (José Ortega y Gasset, José Moreno Villa, Alberto Jiménez Frau, Juan Ramón Jiménez...) pero de manera histriónica. Los grandes personajes de la historia literaria agrupados en torno a la Residencia de Estudiantes son presentados con nombres populares o coloquiales que bajan a tierra a los seres míticos: Juan Ramón es Juancho; Ortega y Gasset, Pepe Ortega; Moreno Villa, Pepe Moreno o simplemente el Moreno; Ramón Gómez de la Serna es Moncho; etc., etc.

Junto a estos seres reales, pero ficcionalizados de modo muy imaginativo, se mueven los tres grandes protagonistas de la novela (Martiniano, Santos Bueno y Patricio Cordero) que actúan como reventadores de lo considerado más serio de la denominada Edad de Plata literaria y cultural española. El centro de su actividad es la Residencia de Estudiantes que consideran máquina creada por Ortega para instaurar una nueva estética que se lleve por delante el gusto popular por, por ejemplo, la novela realista tipo Galdós. Además de intentar reventar esta valorada institución, este comando de activistas contraculturales centran sus acciones en las tertulias que tanto predicamento tuvieron en España en ese período.

Toda la diversidad sociocultural y política que existía en la España que va de 1923 a 1939 fundamentalmente, si bien en las últimas páginas y en algunos de los fragmentos que sucesivamente vienen a componer la novela las fechas se aproximan a nuestro momento vital (1977, 1986 e incluso 1994), aparece reproducida en la composición de los estudiantes de la Residencia (los Republicanos, los de la Oposición, los Ultraístas, el grupo del Sindicato, los Saharauis...) y en los grupos de intelectuales que acuden a las dos tertulias que compiten entre sí en el Café Jute. Estas tertulias, la del veterinario Maximiliano Quintana y la del editor Carlos Hernando, representan lo viejo, lo antiguo; es por ello que para revitalizarse quieren llevar a ellas a alguna personalidad de las que agitan el panorama intelectual.

La novela histórica, según la mayoría de sus adeptos refleja la vida real más fidedignamente de lo que jamás puede hacer la Historia. En los libros y tratados históricos el Pueblo, los hacedores de la Historia no aparecen o a lo sumo son sombras formando parte de colectivos como la Nación, la Sociedad, el Ejército, e incluso, en extensísimo sustantivo, la Gente. Por contra es en la novela histórica en la que quienes conforman estas colectividades adquieren consistencia de individuos. Diríase que la Historia (así, con mayúscula) se hace más creíble, mas verdad, en las pequeñas historias personales de los seres particulares. Pero, ¿ocurre tal cosa en la novela de Antonio Orejudo?

Leyendo Fabulosas narraciones por historias topamos con la sorpresa y la incredulidad debidamente trabajadas por el autor. Los personajes históricos que aparecen, la mayoría de ellos literatos y científicos reales de la España de los años 20 y treinta principalmente, nos sorprenden pues, aunque son descritos -¡y con reiteración!- con las frases hechas que estamos acostumbrados a escuchar desde siempre y cuya veracidad jamás hemos cuestionado, sin embargo su comportamiento dista mucho de la dignidad que emana de dichas frases:
«Asistirán a la suso cena: el ilustrísimo catedrático don Miguel de Unamuno, la más fuerte personalidad de la generación del 98; don José Ortega y Gasset, el incansable luchador por la europeización cultural de España; don Santiago Ramón y Cajal, el ilustre neurólogo de fama mundial; don Grehorio Marañón, que junto a una ingente labor científica cultiva los estudios históricos; don Eugenio D'Ors, célebre por su seudónimo "Xenius"; el ingenioso escritor don Ramón Gómez de la Serna; y don Ramón Pérez de Ayala, nacido y educado en Oviedo. Tras los postres, Federico, el mejor intérprete del alma de Andalucía, nos obsequiará con una lectura pública de sus últimos poemas y con un recital de su música.»
Lo más impactante de todo el enunciado anterior es que, además, quien repetitivamente lo escribe y fija en la convocatoria de actos de la Residencia de Estudiantes es el conserje bedel de la misma, el señor Iglesias, representante cualificado del español de a pie que quiere elevarse a través de la cultura. ¿Impactante que un bedel construya textos tan relamidos que parecen epitafios de futuro? Algo sí, desde luego; pero mucho más impactante es comprobar que los grandes cerebros que así son presentados, para algunos estudiantes residentes y narradores anónimos o conocidos de alguna de las partes en que se distribuye la novela no son más que Juancho (Juan Ramón Jiménez),  Pepe Ortega (Ortega y Gasset),  Pepe Moreno o simplemente el Moreno (José Moreno Villa), etc. En ocasiones incluso, en un claro anacronismo que nos acerca a nuestro hoy, estos prohombres se reducen a siglas RGDLS (Ramón Gómez de la Serna, JR (Juan Ramón), JOYG (José Ortega y Gasset), JMV (José Moreno Villa), y así otros más.

Por si lo anterior no fuera suficiente, las descripciones y acciones que acompañan a estos seres que, pensamos, profesan el amor al arte, se afanan por el desarrollo del país y cultivan constantemente el intelecto, nos los muestran:
  • rebajados a su condición de humanos mezquinos y avaros en algunos casos (JRJ está en la Residencia porque se la dan gratis o acude a la tertulia del Jute porque le pagan por ir)
«Dos años atrás, la última vez que Juan Ramón Jiménez se había alojado gratis en la Residencia, ésta debía de estar atravesando también un momento de crisis.» 
  • se mueven por instintos nacidos en su bajo vientre (Ortega y Gasset se ha acostado con todas las mujeres posibles, incluso con las que son tenidas por muy respetables)
«Yo no creo que un incansable luchador por la europeización cultural de España como don José ni que una dama tan respetable, como la baronesa María Luisa Babenberg, cometan adulterio»
  • son sexualmente acosadores (Moreno Villa, jefe de estudios de la Residencia aprovecha su cargo para abusar de algunos colegiales)
«—Dicen que el Cantos y don José Moreno han llegado a un acuerdo —anunció el Guanchi.
—No sólo han llegado a un acuerdo, sino que me parece que están saliendo —respondió sin inmutrase el Amancio.
—¿Qué me dices? ¿Saliendo? ¿Pero no estaba don José tan quedado con el Migue?
»
  • manipulan las corrientes y/o tendencias artísticas exclusivamente por razones dinerarias (el arte puro, la deshumanización del arte defendida por Ortega y discípulos sólo busca hacerse con el imperio de la industria editorial en España)
«Se ve a la legua que Babenberg es un mecenas; pero en realidad es un comerciante que ha encargado a Ortega la creación de una generación literaria rentable a medio plazo, que dé dinero, lo único que le interesa.»
«La Generación del 27 fue una buena idea de Pepe Ortega y de Leo, un negocio redondo.»
  • Etc.
Pero ¿es verdad todo lo que vamos leyendo? Esta es la pregunta que según avanzamos en la lectura nos corroe. Estructuralmente  el libro es fragmentario y, aunque lineal, el resultado de la unión de fragmentos variopintos reales y ficticios, un auténtico collage [Aviso: los epígrafes de los apartados que forman dicha estructura los tomo del estudio que la profesora Pilar Lozano Mijares dedica a esta novela en su libro de 2007, La novela española posmoderna]
  1. La historia ficticia de los tres amigos: Martiniano, Patricio y Santos. Su peripecia al discurrir junto a seres históricos constituye el meollo de la Novela histórica que puede considerarse Fabulosas narraciones por historias.
  2. Cartas que van apareciendo según discurre el relato anterior y que con firma ilegible se datan desde 1986, las primeras, hasta 1994, la última. Precisamente esta última, ya muy próxima la fecha al momento de escritura de la novela, es la que en cierto modo revela muchos de los extremos que el lector ha tenido en suspenso durante el proceso de lectura. Otras cartas son del personaje Santos a su familia.
  3. Artículos periodísticos reales. Especialmente los tomados del diario El Sol donde publicaba Ortega y Gasset ensayos filosóficos que luego conformarían volúmenes como La España invertebrada o La deshumanización del arte.
  4. Artículos periodísticos seguramente ficticios procedentes de una publicación pornográfica, La Pasión; de una revista femenina, Mujer de hoy; y de un diario, La libertad. Están firmados por seres ficticios. Junto a estos artículos, al estilo de lo que el norteamericano John Dos Passos comenzase a hacer en su novela Manhattan Transfer, se introducen anuncios publicitarios de la época.
  5. Por último y ya hacia el final una serie de actas de una supuesta sociedad secreta.
  Visto lo anterior es comprensible que la mezcolanza de ficción, realidad y realidad caricaturizada provoque descreimiento. Un descreimiento natural porque choca, como ya he dicho antes, con el conocimiento asentado sobre la literatura de este período. Antonio Orejudo tira de vena humorística para mostrarnos un momento de la historia de España, especialmente en su vertiente literaria aunque no sólo, forzándonos a replantearnos todo dado que en la muestra que hace de lo real, por muy hiperbólico o deformado que se presente, algo habrá sin duda alguna de realidad: Ortega, un mujeriego; Juan Ramón un tacaño y andaluz cerrado en su hablar; Azorín, tío de Martini, un bárbaro que de un golpe deja tuerto a su sobrino; García Lorca, un presumido ocurrente que disfruta tocando el piano, imitando a políticos o leyendo sus poemas porque así recibe el aplauso de sus admiradores... ¿Verdad, mentira?

¿Miente el novelista cuando escribe tales cosas sobre estos mitos de nuestra cultura? No completamente, porque cierto es que Juan Ramón era un onubense que hablaba de modo muy cerrado, que Ortega disfrutaba recibiendo el afecto femenino, García Lorca actuando... y así todo. Lo que ocurre es que como en toda caricaturización estos rasgos de manera de ser o comportamiento el novelista los exagera, los lleva a un extremo que hace dudar de si estamos en el terreno de la verdad o en el de la pura invención.

Según leía esta novela muchas otras obras escritas por autores de ese período o de otros llegaban hasta mí evocados desde las líneas del relato. Así, por ejemplo, cuando Santos, decidido a tener relaciones sexuales con su tía Carmen, echa mano de la literatura que maneja, la de las revistas pornográficas, y el narrador nos dice: «La evocación de sus héroes de ficción, de sus trabajos y sus días, infundió en su espíritu, de natural poco emprendedor, el coraje necesario», el contraste entre la vulgaridad de los héroes que Santos tiene en su cabeza y la referencia al título del poema de Hesíodo  Los trabajos y los días es brutal, destructora total del concepto elevado de cultura mantenido entre nosotros. 
Lo mismo sucede con muchas otras referencias que estos personajes, vulgares en su mayoría, realizan de otros de reconocida categoría. Por ejemplo la que en una de esas cartas de firma ilegible quien escribe le dice, a propósito de Santos Bueno, al novelista destinatario (¿quizás el mismo Orejudo, quizás Patricio Cordero u otro que está realizando la novela que estamos leyendo?): «Lo que usted afirma de su padre es mentira. Su padre era un mendrugo; y aunque hubiera sido el monstruo que usted dice, ¿qué? Desde que lo pusiera de moda Kafka —al que usted menciona—, todo el mundo justifica su carácter, cuando no sus atrocidades, echándole la culpa al pobre progenitor.». La evocación de la famosa Carta al padre de Frank Kafka es más que evidente. Y así a lo ancho y largo de toda la novela. No puedo finalizar esta parte sin la evocación que tuve de El castellano viejo de Larra leyendo el comportamiento de la familia de Santos Bueno en Fuentelmonge, su pueblo soriano:
«a continuación los Bueno empezaron a sorber la sopa con gran estrépito. Tal vez lo habían hecho siempre, pero Santos reparaba en ello después de haber visto a Babenberg ingerir líquidos como por arte magia. Cuando la hubo terminado, su padre se frotó las manos, entrechocó los dientes y chasqueó la lengua varias veces para gustar bien su sabor. [...] su abuela cuando terminó comenzó a servir el conejo soltando las tajadas a media distancia y salpicando bastante. Mientras la abuela servía, su padre comía pan a pellizcos, metiendo el dedo entre la miga» [...]
Lo que busca el escritor con estos contrastes, constantes a lo largo de toda la novela, entre lo elevado y lo degradado, lo excelso y lo zafio, lo culto refinado y lo populachero rijoso es la parodia y a su través la desmitificación, volver humano aquello que tenemos sobrevalorado. La mera contraposición de los tres personajes ficticios versus los escritores y artistas del entorno de la Residencia de Estudiantes; la sucesión desordenada de fragmentos de elevada cultura con otros de libidinosa pornografía; la diferente procedencia sociocultural de Santos respecto a los otros dos amigos sirven para marcar esta contraposición:
«Santos no pedía lo imposible: sólo una familia con algo de interés, con un pasado oscuro; qué menos que tener un miembro maldito o por lo menos excéntrico, un abuelo maniático o un tío artista»
Todo lo comentado y resaltado hasta aquí lleva a encuadrar la novela dentro de la tendencia narrativa del posmodernismo. Del posmodernismo sé que se ha asentado en el mundo cultural mediante lo que Mijail Bajtin denominaba la carnavalización, la parodia, la exageración caricaturesca. Son procedimientos que encuentran en la ironía, el humor y lo burlesco la manera de penetrar y cuestionar conceptos o momentos históricos asentados culturalmente. El humor nunca es inane, siempre hace reflexionar; el humor utiliza siempre la exageración para por contraste con el elemento real del que parte intentar acercarse a su auténtica verdad. Y ahí, en estos presupuestos es donde se encuentra esta novela.

Una novela de citas
Al ser el posmodernismo en este caso literario, la indagación hacia el pasado se halla en forma de textos ya escritos con anterioridad. Por esto es la citación, a través de la cita literal escueta, la cita intratextual o/y la mera evocación, de lo que fundamentalmente se vale. Fabulosas narraciones por historias de Antonio Orejudo es una obra que bien podría describirse como una novela de citas. Se ve en la estructura señalada más arriba en la que aparecen citas textuales junto a otras ficticias que simulan ser verdaderas, o sea, paródicas, y que por esto mismo el choque entre unas y otras provoca que perdamos la seguridad absoluta de su veracidad dado que el grado de verosimilitud acompaña a todas. 

Leyendo la novela no podía por menos que pensar en la anterior novela leída y reseñada por mí en el blog: Montevideo de Enrique Vila-Matas. En ambas es el recurso de la citación lo más característico. Llega la misma al extremo de utilizar la intratextualidad, es decir, el citarse el propio texto a sí mismo, de manera abundante. Es lo que sucede con esas descripciones ya asentadas de las características personales o artísticas de los grandes autores de esta edad de plata que culturalmente fueron los primeros 40 años del siglo XX y los últimos veinte del XIX. En ese medio siglo largo España vio florecer una literatura que albergó autores diversos y hasta opuestos en sus estéticas como Galdós (realista-naturalista); los del 98, que intentaron renovar de alguna manera el realismo narrativo con relativa poca fortuna (Unamuno sería el más innovador, también el primer Azorín); los del 14 se decantaron por la novela poética de escasa receptividad popular (Gabriel Miró) o por la novela vanguardista (Gómez de la Serna, Pérez de Ayala y así); y los del 27, que en gran mayoría y casi definitivamente fueron poetas o vertieron sus deseos de contar en dramas y tragedias (García Lorca es un buen ejemplo en ambos casos). 

Lo que, en mi opinión, hay en esta novela de Antonio Orejudo es, junto a una serie de temas menores más (la envidia, la hipocresía, el deseo, la venganza, la amistad...), la reivindicación del género de la novela narrativa que casi casi desaparecerá a partir de la Generación del 27 del panorama literario español considerado culto, quedando reducida a circular por las galerías subterráneas del gusto popular, de donde nunca desapareció, en forma de novela erótica o pornográfica y de otros géneros tenidos por subliterarios como el policíaco, el de aventuras, o la novela criminal. Esta vena oculta no emergería hasta el final de la dictadura franquista en 1975. Y así en el primer capítulo de Fabulosas narraciones por historias se reivindica este hilo de escritores que aunque nada conocidos en su tiempo o tenidos por mediocres, -caso de Patricio Cordero Pereda, el autor de la novela The Beatles que ningún pope literario de su tiempo quiere prologarle- sin embargo con los años serán muy bien considerados:
«Pese a lo que digan los libros, no crea usted que en aquellos años todo el mundo leía a Pepe, a Juan Ramón, o que todos adoraban a Lorca; o que Unamuno era conocido por todos los españoles. Entonces la gente era como ahora. ¿Conoce hoy todo el mundo a García Hortelano a Claudio Rodríguez, a Cela, a Juan Marsé o a ese chico joven, Eduardo Mendoza? No. Pues entonces, lo mismo.»

La lectura de esta primera novela de Antonio Orejudo, el estilo de su prosa, su manera de presentar el mundo en la narración, incluso la época en la que se sitúa la acción, me ha hecho recordar otras lecturas actuales situadas en el mismo tiempo e incluso que tocaban asuntos socio-literarios semejantes. Me refiero en primer lugar a Juan Manuel de Prada en su "Las máscaras del héroe", una primera novela igual que Fabulosas narraciones por historias lo es; también a La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens, si bien en Cansinos Assens no hay parodia ni histrionismo sino simplemente memorialismo y anecdotario; incluso el tono utilizado en la serie Episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes me lo ha recordado esta novela de Orejudo. Es evidente que estamos ante la novela de un gran lector, de un gran conocedor de la literatura; al respecto no hay que olvidar que el autor (nacido en Madrid en 1963) es profesor titular de Literatura española en la Universidad de Almería.

Para finalizar
Fabulosas narraciones por historias es una obra inagotable por extensa; son tantos sus elementos, sus técnicas (perspectivismo, anticipaciones, diversas figuras del narrador, metaficción, intertextualidad, etc.) que hacen difícil contenerla en una reseña. A mí me basta con manifestar mi personal opinión: me ha gustado, me ha parecido una novela original y arriesgada. Sólo le pondría un mínimo pero: la novela parece desbarrar un poco a partir del final de la guerra civil. La historia se acelera y si bien la exageración paródica y el histrionismo están presentes en el relato desde el principio, al final se precipita por una cuesta en mi opinión demasiado 'gore'. 




Nota
Ayer mismo tuve la oportunidad, junto a mis compañeras de tertulia, de dialogar directamente con Antonio Orejudo Utrilla sobre su novela. Como esta reseña yo la tenía ya prácticamente escrita antes de acudir a la cita, dejo para el blog del grupo de lectura más que palabras... el comentario de lo que supuso para todos este encuentro tan instructivo, agradable e interesante.
Tertulia literaria 'más que palabras...'




19 mar 2023

Este martes, día 21 de marzo, es el Día de la poesía

13 comentarios:
Algo tendrá que ver el cine, Poemarios de Ezequías Blanco

Me gusta leer poesía. No leo la suficiente, pero vuelvo con frecuencia a mis poetas preferidos. Son muchos entre los clásicos y entre los más recientes y actuales me decanto por José Hierro, por Brines, por Angel González... Pero vayamos a los vivos. Hay tantos y tan buenos que me sería incómodo nombrar unos y que los no citados pareciera que en mi opinión no lo merecieran. Por eso he tomado una drástica determinación que espero a nadie moleste. Voy a citar en esta jornada de exaltación de la poesía a un amigo, candidato junto a otros nueve coterráneos castellano-leoneses al Premio de la Crítica de Castilla y León 2023; me refiero a mi amigo y excelente poeta Ezequías Blanco que opta al galardón por su obra Algo tendrá que ver el cine (Los Libros del Mississippi) [reseñado por mí en este blog]. 

En mi reseña, claro, hablo del poemario y digo cosas como que los 43 poemas que forman el libro se distribuyen en cinco apartados, y que uno de ellos da título a todo el volumen
 «En cinco secciones y un epílogo distribuye Ezequías sus composiciones poéticas: de las cinco es precisamente la última, Algo tendrá que ver el cine, la que da título a todo el volumen.»
Pero en un día dedicado a la exaltación de la poesía no cabe pararse en elucubraciones teóricas; lo que toca en esta ocasión es ir a la poesía misma, a los poemas en concreto, para leerlos, degustarlos, disfrutarlos, aprehenderlos, gozarlos...

De los poemas que forman este delicioso poemario escrito por Ezequías, merecedor sin duda alguna del Premio de la Crítica de Castilla y León 2023 para el que está nominado y que se falla precisamente el próximo 21 de marzo, selecciono como muestra antológica uno o dos de cada una de las cinco partes en que estructura el poemario:
Yo doy fe de que tiene el infinito
silencio de Dios y al mirar
una foto de un viejo
ha exclamado: ¡pero qué niño
más guapo! ¡Qué guapo es este niño!

Su mente es una grieta
donde no existen los dones
sólo la certidumbre del destino.
Donde no hay más presencia
que la ausencia
de los senderos hacia el cielo.
No hay nada suficiente que los rayos
no iluminen. Uno es lo que ama
y lo que será capaz de amar:
una celebración de ruiseñores
nostalgia de lugares sin dolor
que no ha visto en la vida
confundidos con un desbordamiento
de sueños y una riada
de emociones revueltas.
La sonrisa de mi madre (en Unos cuántos al origen)



Con ansia de infinito hoy me levanto
y veo con asombro la explosión
de los nelumbos… La gente no quiere
la justicia sino las mentiras convincentes.
A lomos del amor cabalga el odio
por nuestra piel de toros o de bueyes
como si el río no tuviese
o nacimiento o desembocadura

La muerte nunca llega a tiempo
a pesar de que siempre comparezca
a la hora convenida
En plena pandemia (El cuenco de manteca)

No hay pensamiento sin voz.
No hay límite sin espacio.
No hay ciudad con más amor
en su nombre que Z(amor)a.
A Zamora (El cuenco de manteca)


Te gustaría ser ese pájaro que canta.
Te gustaría ser ese gato que bosteza
o esa culebra deslizándose…
Cantar bostezar deslizarse
sin ninguna culpa ni responsabilidad.
Tú sólo quieres la alegría
de las gotas de lluvia
para ir construyendo las quimeras
poco a poco en el barro.
Tú sólo quieres globos plateados
para con lentitud poder salvarte
de tu muerte amenzada de vida
Cantar bostezar deslizarse (en Autoayuda / Autoamparo)



Estaba el bosque y vino el mar
a anegar con su sal el pobre suelo
a quebrar con su furia los silencios
a matar con amor todos los sueños.
Violencia de género (en Vetavena social)



Curiosa e incierta es nuestra tarea:
lo mismo significa defender a la patria
que escribir un poema.
Resulta duro en la apariencia
pero cuando nada hay tan importante
como la pureza allí estamos
haciendo experimentos
como en el matraz de un laboratorio…
Nos ponemos los nuevos uniformes
y nos retratamos debajo de cerezos en flor
en el futuro falso puesto el ojo
a la espera de ser bien entendidos
y sin saber por qué o por quién.
Carta de Yukio Mishima a la novia de
Mochimaru (en Algo tendrá que ver el cine)

"Antología de las mejores poesías de Amor en lengua española"

Para completar jornada tan merecidamente dedicada a la Poesía y al estar esta tan próxima al denominado Día del Padre casualmente en casa me sorprenden con una antología poética. Su título exacto es Antología de las mejores poesías de Amor en lengua española. La recopilación corre a cargo de Luis María Ansón. Aunque existe edición actual renovada y aumentada, la que me han hecho llegar a mis manos es la que por primera vez publicara el periodista y escritor en el año 2000, al poco de ser recibido como académico de la española. La verdad es que cualquier regalo que la familia te haga es satisfactorio más que nada por el detalle. Pero además, en este caso, me gusta tener en un volumen muy bien editado una muy bien construida selección de poemas de asunto amoroso que van desde las primitivas jarchas hasta poetas actuales de enorme altura como Carmen Jodra o Felipe Benítez Reyes, sin olvidar naturalmente a los autores clásicos de la Edad Media, el Siglo de Oro, la Ilustración, los románticos, los realistas y todas las generaciones poéticas del siglo XX tan fecundas líricamente.


Desde aquí, con esta entrada, quiero animar a todos a leer más poesía y a celebrarla como se merece.




Otras entradas en el blog en El Día Mundial de la Poesía 
 Si quieres leer las entradas que los tres últimos años escribí en el blog para celebrar el Día mundial de la Poesía no tienes más que pinchar en la imagen o en la fecha del año:































15 mar 2023

Montevideo. Enrique Vila Matas. Síndrome Cortázar

10 comentarios:

✔«Si algo tiene de extraordinario la literatura es que es un espacio de libertad tan inmenso que permite todo tipo de contradicciones.»
✔«El fragmento «París» iba a ser el primer capítulo de un libro, ya definitivamente descartado, que pretendía abordar la totalidad de la historia de mi estilo y que pensaba encabezar con una inevitable cita de Nabokov: «Pero la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo.»
✔«Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito.»

Enrique Vila-Matas, Montevideo, habitación propia, estilo propio
Ha pasado casi un mes desde que finalizara la lectura de Montevideo, la última novela de Enrique Vila Matas. Desde que comenzara a leerla tenía pensado hacer esta reseña; sin embargo transcurrido un mes desde que llegara a la última página no he encontrado momento, manera y palabras adecuadas para afrontarla. Y es que Vila Matas, barcelonés de 75 años, es para mí un escritor que me atrae al tiempo que me resulta difícil encerrarlo en palabras que lo expliquen debidamente. Es más, él mismo cultiva esta -permítaseme el palabro- inaprehensibilidad de manera plenamente consciente. Paradójicamente esta sutileza suya, que dificulta la debida comprensión a quien lo lee, es lo que en cierto modo a mí  -y a muchos otros lectores, sin duda- atrae.

Sinopsis (tomada de la página Ahora qué leo creada por la web lasexta.com)
Un hombre avanza por los recuerdos de su vida, desde el París de los años 70 donde trapicheaba con droga hasta el Festival de cine de Lisboa como escritor consagrado, pasando por Reikiavik o Bogotá, repasando momentos, lecturas, citas y conversaciones que podrían haber pasado, o no. Mientras tanto, trata de escapar de bloqueos y de su propio discurrir.
En una sucesión de escenas sin freno, el narrador trae constantemente al primer plano diferentes escritores (reales e inventados), citas pertinentes aunque a veces no, ciudades y reflexiones sobre escribir, la literatura por delante y por detrás. El rayo que mató a Ödön von Horváth, la puerta cegada de un cuento de Cortázar, la novela inventada de una escritora que jamás existió...
Y mientras tanto, poco a poco, va dándose cuenta de que siempre, en la habitación de al lado, algo pasa, algo sucede. Un misterio que guarda en su interior el secreto para desplazarse desde una ciudad a otra. De un recuerdo a otro. Como una máquina del tiempo y el espacio capaz de generar literatura.



Acabo de leer esta última novela de Enrique Vila Matas. Es una obra corta, pero grande y densa en forma y contenido. No es una lectura sencilla, es una lectura exigente que está bañada completamente por la literatura. Si hay algún autor cuyo espacio vital, su territorio, su nación es alguno, esa zona donde se mueve no es otra que la Literatura con mayúscula.

Montevideo, mi lectura número cinco de las veintitantas novelas del escritor, es una novela de apenas 200 páginas en la versión kindle que he manejado (304 en papel, editada por Seix Barral). De las cinco leídas, hasta el momento sólo una tengo reseñada en el blog, su Historia abreviada de la literatura portátil. Agradándome como me agrada su manera de escribir, no encuentro para esto otra explicación plausible que la de la enorme dificultad que conlleva -para mí, al menos- poner en palabras los sentidos, referencias y componentes formales que Vila Matas desgrana en sus libros. En analogía con alguno de sus personajes parece que me hubiera contagiado de aquello que, en esta última obra su protagonista tanto desdeña y de lo que tanto protesta, el «preferiría no hacerlo» de Bartleby, personaje del cuento de Herman Melville  "Bartleby, el escribiente" que tanto juego le dio a nuestro novelista en novelas como Bartleby y compañía (2000) o París no se acaba nunca (2003). 

Según leía Montevideo ingresaba en un territorio conocido, el del universo Vila Matas. Es éste un espacio impregnado de literatura por todas partes. Beben sus libros en las obras de otros autores, cuya lectura conforma la verdadera vida y realidad del escritor. Quizás sea por ello que  todo cuanto hace en la historia el novelista-personaje-protagonista de la novela está relacionado con, o justificado por, propuestas y/o frases leídas por él en autores anteriores como Miklós Szentkuthy, Herman Melville, Thomas Wolfe, Antonio Tabucchi, Voltaire, Ödön von Horváth, Robert Walser..., y muchos otros más. Bastantes de estos nombres son conocidos por mí, pero otros muchos se me escapan y o bien he buscado en wikipedia información sobre ellos o simplemente he preferido dejarlos pasar, por una parte al saber que algunos de ellos a buen seguro serán inventados y, por otra, por dejarme placenteramente arrastrar por la vorágine surreal de la prosa del escritor, amén de mi reconocida  incapacidad de albergar en mi cabeza información tan profusa.

En el listado autoral anterior intencionadamente he omitido los nombres de los dos autores centrales en este relato: el argentino Julio Cortázar y el francés Arthur Rimbaud. Estos dos escritores, en especial el primero, están en la base de la trama de la novela. El narrador-personaje de Montevideo es un novelista que busca reencontrar el deseo de escribir que parece haberle abandonado, busca un estilo literario propio que lo aleje de los manidos clichés con que desde hace unos años se clasifica su obra. Uno de ellos es la denominación de autoficción con la que críticos y periodistas suelen despacharla. En opinión del avatar novelesco de Vila Matas en una narración todo, incluso la no ficción, es ficción. Pese a esta afirmación, sostenida por el propio escritor en múltiples entrevistas, el personaje de Montevideo quiere encontrar el gozne, el umbral, la puerta por la que sin solución de continuidad se pueda pasar de la realidad a la ficción, o sea, lo que en su caso equivale a dejar el estilo antiguo y manido del que reniega e ingresar en otro nuevo y que le satisfaga. Para ello echa mano del cuento de Cortázar La puerta condenada en cuyo contenido este personaje avatar piensa poder hallar las claves para poder realizar este tránsito; es por ello que, en una surreal mezcla de lo real con lo ficcional, se empeña en seguir todos los pasos del protagonista del cuento visitando los lugares por donde el protagonista cortazariano pasó para ver de encontrarlas.

El otro autor importante para el desarrollo y comprensión de la trama de Montevideo es Arthur Rimbaud, el poeta maldito francés que de la noche a la mañana decidió abandonar su dedicación literaria -hay quienes afirman que por un desengaño amoroso sufrido con Paul Verlaine- y desaparecer. Pero como siempre ocurre con Enrique Vila Matas las referencias a cualquier autor del pasado suele realizarla utilizando el recurso de la citación, es decir, a través de citas que del mismo realizan autores actuales. Así respecto a Rimbaud, poeta maldito, echa mano de Le Clezio, autor maldito actual reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 2008. Concretamente un personaje importante de Montevideo, Madeleine Moore, escritora amiga del narrador que quiere recuperarlo para la literatura, le comentará que él le ha recordado al Rimbaud viejo que aparece en una novela de Le Clezio, La Cuarentena:
«En una escala en Adén, o quizás en Harar, dijo, el viejo Rimbaud entraba en una taberna convertido en un patético tipo desarraigado, con ojos feroces pero faltos de hierro, solo, tremendamente solo, porque iba sin la compañía de la literatura»
Al igual que Rimbaud el protagonista de Montevideo piensa, reflexiona, medita sobre la frase «Je est un autre» que escuchó decir a un joven parisino en el Pont Neuf, frase del poeta francés que siempre se destaca como algo trascendente para entenderle a él y a su obra poética. Al narrador este joven actual le parece que sea el mismo Rimbaud redivivo. Pero, con afán desmitificador, con la intención de colocar todo en su debido lugar, en una pirueta con innegables tintes humorísticos, el novelista-narrador-protagonista desmotivado, quemado, descreído de todo lo que exageradamente envuelve la Literatura echa por tierra las palabras del héroe cuando a propósito de la emblemática frase comenta que;
«Tanto si estaba vivo o muerto, y si era o no Rimbaud aquel joven ocioso y brutal que había visto vivo en el Pont des Arts, lo cierto para mí era que con su Je est un autre —una frase en una carta, frase muy mitificada cuando quizás hubo ahí un simple error caligráfico— había transformado la noción de identidad de tantos de nosotros.»
La 'boîte en valise' de Marcel Duchamp
La literatura y la personalidad real de Enrique Vila Matas transita sobre todo por la acera de la creación minoritaria, la de los autores malditos, la de aquellos que habiendo triunfado en los márgenes del éxito sin embargo su influencia ha sido tremenda posteriormente en todo el espectro artístico. Y esto se manifiesta en su producción desde el principio de su obra. En esas primeras obras, en especial en Historia abreviada de la literatura portátil [leer reseña aquí] hay claras referencias a personalidades de este tipo: autores pictóricos como Marcel Duchamp y su "Boîte en valise", que tanto me ha recordado la maleta roja que el protagonista de Montevideo encuentra en la habitación 205 del Hotel Esplendor de la capital de Uruguay al que acude siguiendo la trama del cuento de Julio Cortázar, pero también otros artistas de la literatura, el pensamiento, la pintura y la música que directa o indirectamente aparecen citados en esta novela: Walter Benjamín, Jacques Rigaud, Blaise Cendrars, Valery Larbaud, Scott Fitzguerald, Vicente Huidobro, César Vallejo, Salvador Dalí, Tristan Tzara, Ezra Pound, Cyril Connoly, Francis Picabia, el príncipe Mdivani, García Lorca, Maurice Blanchot, Aleister Crowley, etc.

Estos autores y muchos otros más los encuadra el novelista barcelonés, cuando los cita en sus primeras novelas, dentro del movimiento shandy que él alaba, defiende y en el que se postula tras explicar debidamente -como digo en la reseña que dediqué a su Historia abreviada de la literatura portátil- el sentido del término y su procedencia:
«En definitiva, lo shandy, adjetivo éste que reunía en su significado varios elementos desde el más prosaico de refresco elaborado con cerveza y limonada al derivado de la obra de Laurence Sterne (Tristram Shandy) natural del condado de Yorshire (al norte de Inglaterra) donde este escritor vivió gran parte de su vida. Allí el término shandy equivalía en su momento a alegre, cerebral, corrosivo, liberal, demoníaco, voluble, chiflado, etc. El shandy era un tipo marcado por la voluntad de la transgresión. Y en otro plano, una persona “imposible, gratuita y delirante”. Es algo, pues, muy propio de las vanguardias.»
Ahora, en esta novela de Montevideo he percibido que el novelista se aproxima al movimiento Oulipo,  movimiento del que nada conocía hasta que realicé la lectura de La anomalía, novela de Hervé Le Tellier [sobre tal corriente estética recomiendo leer la reseña que sobre esta novela hice en noviembre del pasado año]. Fue precisamente a raíz de esa lectura que supe que este grupo nacido en Francia venía a pretender fusionar las matemáticas y las ciencias en general con la literatura. En Montevideo también he reconocido ecos de esta tendencia creativa:
«En mis encuentros con el joven Desdini, un día le contaba la historia de los matemáticos de Princeton, sabios retirados a los cuarenta años que se dedicaban a leer la Divina Comedia. Y en otro le descubría la existencia del OuLiPo, la asociación de ciencia y literatura que, por no tener noticia de ella, le dejó fascinado. Otros días era él quien me exponía problemas matemáticos irresolubles y yo sentía que no entendía mucho, pero que aquello que entendía siempre acababa resultándome muy útil.»
La novela, como toda la Obra de Vila Matas, es un libro confeccionado a base del recurso de la citación y de la técnica literaria de las cajas chinas: incluir historias dentro de otras historias. Abrir puertas en una historia que conducen a otras historias y dentro de éstas a su vez proseguir en subsiguientes aperturas. Tal modo literario de proceder es técnica antiquísima que nuestro escritor utiliza con maestría y profundidad, siendo algunas de ellas ciertamente complejas de desentrañar al encontrarse llenas de referencias intelectuales y literarias. 

Sea o no la 'autoficción' un término adecuado para clasificar esta narración, la verdad es que leyendo Montevideo he visto con más nitidez aún si cabe un Enrique Vila Matas resucitado. Y digo resucitado con todo el sentido pues dejó la redacción de la novela interrumpida por tener que someterse a un trasplante de riñón. Superada la prueba médica, el novelista salió de la misma con otra percepción de la vida y de su oficio. Quizás sea eso lo que justifique la presencia de ese personaje novelista que tras escribir el fragmento «París» con el que inicia esta misma novela entra en crisis creativa confesándose harto de que siempre se le encasille en unos clichés narrativos; un novelista que busca encontrar su estilo propio. Este estilo propio y personal enlaza con la metáfora que en la novela representan la habitación del hotel Esplendor de Montevideo (hotel Cervantes en el cuento de Cortázar) y la que en el Beaubourg parisino le brinda Madelaine Moore, su amiga novelista y antaño, en París, trapicheadora de papelinas de cocaina, con la idea de que allí logre remontar su crisis de identidad creativa.
Autoficción, Realidad-ficción,
«Moore escribe como si no hubiera sido ella tocada por los debates sobre la narración en primera persona, la autoficción (que no existe, porque todo es autoficcional, ya que lo que se escribe siempre viene de uno mismo; hasta la Biblia es autoficción, porque empieza con alguien creando algo), la autorrepresentación, la no ficción, que tampoco existe porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo.»

Fiel a su manera de escribir, Vila Matas construye esta historia a base de piezas sueltas, que según se articulan van mostrando la zona interior del propio escritor; bueno, del propio escritor no, pero sí al menos, en sus propias palabras, de un 27% del propio escritor. Como se ve, el humor y la ambigüedad en él están siempre presentes, son consustanciales a su identidad. Así se constata cuando, a preguntas de un periodista de eldiario.es sobre en cuál de las cinco tendencias narrativas que en la novela el narrador dice que existen 
«Enumero las cinco tendencias: 1) La de quienes no tienen nada que contar. 2) La de quienes deliberadamente no narran nada. 3) La de quienes no lo cuentan todo. 4) La de quienes esperan que Dios algún día lo cuente todo, incluido por qué es tan imperfecto. 5) La de quienes se han rendido al poder de la tecnología que parece estar transcribiéndolo y registrándolo todo y, por tanto, convirtiendo en prescindible el oficio de escritor.»
el propio Vila Matas le responde con el fino humor del que siempre hace gala: 
«Bueno, debe de haber más que cinco [risas] pero la más interesante es la de no decir nada deliberadamente.»
Todo lo dicho hasta aquí creo que sirve para mostrar que  Montevideo es una lectura interesante, pero no sencilla; una novela que exige complicidad e intensidad lectoras por parte de quien se coloca delante de sus páginas.

8 mar 2023

Coraje de madre de George Tabori

16 comentarios:
George Tabori, holocausto judío, Hungría fascista

Estoy fuera de mí de pura satisfacción. Mucho tiempo hacía que una representación teatral no me gustaba y sorprendía tanto. Hablo y me refiero a Coraje de madre, obra que firma el húngaro George Tabori y que yo he visto el pasado domingo en el Teatro de La Abadía de Madrid. Salí encantado del teatro. La representación me pareció una maravilla, una preciosidad, una auténtica "delicatessen". Y eso que el asunto que toca no es nada amable, más bien al contrario. 

Estamos en Budapest durante el año de 1944.  Elsa Tabori (Isabel Ordaz), madre del autor de la obra, es detenida y obligada a subir a un tren que se dirige al campo de exterminio de Auschwitz. Viajan 4000 personas en 20 vagones de transporte de ganado; el ambiente dentro del vagón, donde sin poder moverse está Elsa junto a 200 personas más, es asfixiante. Todos saben que éste será su último viaje, que todo lo que hagan será lo último que puedan realizar en esta vida. Elsa también lo sabe y por eso justifica en su fuero interno no pocas de las acciones de alguno de los viajeros que la acompañan. 

Al llegar a Polonia, poco antes de ingresar en Auschwitz el tren se detiene y todos son obligados a descender. Por no se sabe qué motivo, Elsa se atreve a entrar en una sala donde junto a unos guardias húngaros está un joven oficial alemán que le pregunta qué quiere. Ella le dice que en su caso todo es una tremenda equivocación, que ella no debiera de estar allí, que ella tiene un salvoconducto que la exime, pese a portar bien visible sobre su pecho la estrella amarilla de judía, de ser extraditada. Al solicitarle el oficial que se lo muestre, ella, totalmente desolada, le dice que lo dejó en su casa de Budapest. El joven mira los hermosos ojos azules de esta mujer y, quizás evocando otros semejantes, ordena que vuelva en otro tren a Budapest para buscarlo. 

La suerte, el azar, la bondad en medio de la crueldad más infame, la inocencia... Todo esto subyace en este drama de George Tabori. Un drama muy narrativo pues en escena encontramos al propio George (Pere Ponce) escribiendo, escuchando, leyendo -¡a su propia madre!- los sucesos vividos durante su primera juventud por esa mujer, quien en un claro ejercicio metaliterario interviene en el discurso narrativo de su hijo para corregirlo, censurarlo, pedirle que no imagine cosas que no fueron, que sea algo más humilde, que evite arrebatos literarios algo fuera de lugar...

Cualquiera se dará cuenta de que el título de la obra resulta de un volver del revés el de la famosa pieza teatral Madre Coraje que Bertolt Brecht  escribiera en 1939. Precisamente son la estética y puesta en escena típicas del teatro épico creado por Brecht lo que Helena Pimenta, directora de la obra de Tabori, utiliza, con mucho acierto en  mi opinión. Así, pese a la inmensa seriedad y dramatismo que contiene el asunto, el tono y el montaje (vestuario, atrezzo, maquillaje) utilizados son propios del mundo circense. Los policías fascistas húngaros (Xavi Frau y David Bueno) aparecen vestidos cual si fueran inocentes y divertidos boy scouts, Elsa Tabori (Isabel ordaz) lleva los mofletes con el colorete típico de los payasos y en ocasiones imposta una voz que mueve a la risa, aunque en otras ocasiones emplea un tono radicalmente opuesto. Tan sólo en el aspecto externo (vestuario y maquillaje) George Tabori (Pere Ponce) y  el oficial alemán (Sasha Tomé) se muestran sin distorsión alguna; son ellos dos el punto de arraigo con la absoluta realidad del mundo: por un lado el nazismo y por otro los sufridores del mismo. 

Coraje de madre. George Tabori. Tealtro de la Abadía
La técnica del distanciamiento, la ruptura del encantamiento, unido al teatro narrativo (novela teatral) practicado en Coraje de madre son características propias del teatro épico, del teatro de denuncia. De esta manera se intenta evitar la identificación sentimental de los espectadores con lo que sucede sobre las tablas. Elsa Tabori se libró de ir a los hornos crematorios por un acto generoso de un partícipe en la monstruosidad nazi. Podría suceder que como la señora Tabori y su propio hijo los espectadorres suframos el síndrome de Estocolmo al valorar positivamente esta acción. A evitar esto se esfuerza George Tabori al construir una obra con elementos que mueven a la risa, con una enorme poeticidad en el lenguaje utilizado, y que, paradójicamente, pretende mostrar -y lo consigue, ¡vaya si lo consigue!-el horror diario sufrido por los judíos durante esos años terribles. Gracias a esto y en medio de la belleza, la hilaridad por momentos y el sentimentalismo, el espectador percibe la enorme monstruosidad que supuso la barbarie nazi. Fantástico.

Todos los actores rayan a una enorme altura, pero sin duda alguna Pere Ponce e Isabel Ordaz destacan con mucho por encima de los otros tres. Pere Ponce dice el texto con una variedad de matices, modulaciones en la voz y gestualidades que por sí solo absorbe la atención del patio de butacas. Isabel Ordaz, por su parte, muestra en esta obra la faceta menos conocida por el público, muy acostumbrado a sus papeles de mujer madura algo ingenua, tonta y despistada, que habitualmente realiza en seriales televisivos en los que participa. Efectivamente he visto y admirado en Coraje de madre a una muy buena actriz que sabe pasar del humor a la seriedad sin descomponer el gesto, con una naturalidad muy difícil de encontrar en actores que se encasillan en un tipo de personaje que acaba devorándolos. No es el caso de la Ordaz. ¡Bravo por ella y otro bravo por Pere Ponce!

En un local anexo a la Sala San Juan de la Cruz donde tiene lugar la representación hay una exposición sobre George Tabori, con fotos de la puesta en escena original de Coraje de madre, dirigida por el mismo Tabori y protagonizada por Hanna Schygulla; el manuscrito de la obra; imágenes de otros espectáculos escritos y dirigidos por Tabori; y extractos del documental ‘George Tabori. El escritor como extranjero’.



La obra está en cartel en el Teatro de la Abadía de Madrid hasta el próximo día 19 de marzo. Si tenéis oportunidad, no os la perdáis. Repito: es una maravilla.