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20 oct 2024

Precioso veneno. Mary Webb

12 comentarios:

«Era todo un espectáculo. Como toda la granja estaba rodeada de campos sembrados con cereales, parecía un montón de oro entre los oscuros bosques y prados de alrededor. Y los colores brillantes de los vestidos de las mujeres, los blusones color crema y las camisas de colores de los hombres, los caballos relucientes y los bueyes de colores intensos, los pajares amarillos con sombras azules, las imponentes cargas amarillas en las carretas, formaban una imagen que pocas veces puede verse en esta vida, al menos en aquellos tiempos.»

Precioso veneno, Mary Webb, autoras olvidadas

He leído Precioso veneno de Mary Webb por recomendación de algunos magníficos blogs que sigo desde hace mucho tiempo. Concretamente tres han sido las páginas webs que me decidieron a leer esta novela: Cuéntame una historia de Rosa Berros, que fue quien la reseñó en primer lugar; tras ella el tándem que forman Marian del blog Marian lee más libros y Mariana del blog Los libros de Mava, quienes subyugadas por lo que leyeron en la reseña que Rosa le dedicó confiesan en sus respectivas críticas que no pudieron contener su deseo y se precipitaron en la hermosura de este Precioso veneno

Desde aquí, queridas amigas, Rosa, Marian y Mariana, muchas, muchas, muchísimas gracias por vuestro contrastado juicio y  fino olfato literario. Gracias a vosotras, además de disfrutar leyendo, he conocido un sinfín de aspectos relativos a la autora que han enriquecido más aún si cabe la propia lectura de esta delicada y magnífica novela.


La autora 
Mi amiga Marian  dice en su blog sobre Mary Webb lo siguiente: 
«Mary Gladys Webb (1881-1927) fue una novelista y poeta inglesa. Aprendió a leer con su padre y siguió luego en el colegio. A los veinte años empezó a tener síntomas de una enfermedad que le provocó tener ojos saltones y bocio. Se casó en 1912 con un maestro que al principio la apoyó en sus ambiciones literarias. Su falta de salud y belleza la atormentó durante toda su vida.»
 A esta oportuna información cabe añadir lo que Jan Arimany. editor de Trotalibros Editorial responsable de la edición aparecida en 2023 de la novela que he tenido en mis manos, dice sobre la escritora:
«cuando empecé a investigar sobre Mary Meredith, descubrí lo mucho que tiene de autobiográfico "Precioso veneno". Como Prue, Mary era una niña sensible, solitaria y soñadora que creció en la región de Shropshire, su querido hogar y refugio. [...] El fracaso literario se sumó al fracaso matrimonial, y este al sufrimiento y la soledad a la que la condenó la enfermedad autoinmune de Graves-Basedow que padecía y cuyos síntomas incluyen ojos hinchados, insomnio, nerviosismo y temblores.»

La novela
Precioso veneno (Precious Bane) apareció en 1924 en Inglaterra siendo traducido por Pedro Ibarzábal, Editorial Sudamericana, en 1944, con el título Ponzoña Mortal. Desde ese momento la novela cayó en el olvido hasta que Trotalibros con traducción de Carmen Francí la sacó en febrero de 2023. Curiosamente Editorial Libros de Seda, con traducción de Ricardo García Herrero y el título de Perdición la ha publicado este 2024, cuando se cumple un siglo de su aparición primera. Del resto de la Obra de Mary Webb sólo se han vertido al español tres títulos más, todos ellos durante la década de los cuarenta del siglo pasado. Precisamente fue en esa década, concretamente en 1947 cuando falleció Stanley Baldwin, el principal valedor de la novelista,  quien en 1928 había prologado una edición que se hizo de Precious Bane en homenaje y recuerdo de la novelista desaparecida seis meses antes. Gracias a las palabras que dedicó a esta novela en dicho prólogo el por entonces primer ministro británico, Mary Webb no quedó relegada al olvido como tantas y tantos novelistas que «no tuvieron la suerte de llamar la atención de un primer ministro»., dice Jan Arimany en la Nota del editor que aparece al final del libro.  


Sinopsis (tomada de la página de la propia editorial)
En los tiempos de las guerras napoleónicas, la joven Prudence Sarn, rechazada por sus supersticiosos vecinos debido a su labio leporino, halla refugio en la cautivadora naturaleza de Shropshire. En la soledad de la campiña, las lagunas y los bosques de la región, la consume el anhelo de ser amada, pero su maldición hace imposible cualquier esperanza. Solo puede confiar en su hermano, Gideon, cuya avaricia provoca la ira del temible brujo Beguildy y desata terribles consecuencias.

Prudence Sarn (Prue) tiene 15 años al inicio de la historia. Estamos en 1811. Inglaterra está como de costumbre en plena rivalidad con Francia. En este contexto la novela se centra en la vida campesina de unas cuantas familias de las tierras de Sarn en el condado de Shropshire, las cuales viven con muchos trabajos de los productos que cultivan. Prue Sarn, que es quien cuenta la historia, se centra en lo acontecido dentro de su propia familia: la muerte inopinada del padre a consecuencia de la ira desatada contra Gideon, hermano de Prue, al haber sido engañado por éste cuando le dijo que había ido a misa siendo mentira; cómo Gideon, llevado del sentimiento de culpa, se convierte en comedor de los pecados del padre adoptando el tradicional y legendario papel de 'comedor de pecados' del fallecido a fin de que su espíritu no vague sin encontrar el descanso eterno; la avaricia y el deseo de hacerse rico que Gideon experimenta al convertirse en heredero de las posesiones paternas; la terrible maldición que cayó sobre Prudence antes de ella nacer al haberse cruzado una liebre por delante de la madre durante el embarazo; los enamoramientos entre los jóvenes...
«Y mientras escuchaba el sonido adormecido de los gritos de las cornejas y el aleteo que hacían cuando se posaban, pensé que este era un mundo muy raro, en el que enterrabas a tu padre por la noche y al amanecer te ponías a pensar en desayunos, casas y oro; en el que tenías que cargar con una maldición toda la vida porque una pobre liebre había mirado a tu madre antes de que nacieras; en el que un hijo, al comer el pan y beber el vino que había hecho su madre, cargaba sobre su pobre alma con todos los pecados de su padre.»
Fundamental en el relato es, como digo, el amor, los enamoramientos entre jóvenes. Así vemos cómo Gideon lo hace de Jancis, hija del brujo Beguildy quien dice que sabe curar enfermedades a base de conjuros y encantamientos, amén de poder comunicarse con los espíritus; por su parte Prue, que se cree condenada a no conocerlo por la maldición reflejada en su labio leporino, que a ojos de la comunidad de Sarn la hace ser tenida  por bruja, sabrá o al menos intuirá lo que es cuando en una fiesta -la fiesta del hilado- aparezca el tejedor Kester Woodseaves, hombre del que están prendadas todas las mujeres: la atrevida Felena, esposa del pastor; las mujeres del sacristán y del molinero; Polly, hija del molinero, y Tivvy, hija del sacristán; Moll y Sukey, hijas del boyero... No cabe decir más al respecto pues se destruiría uno de los atractivos de esta novela. Hay que leerla y disfrutarla. 

Y digo disfrutarla porque aparte del desarrollo de los amores de unos y de otros la manera como Mary Webb  presenta esta historia es magnífica. En primer lugar es un canto a la naturaleza, a la vida en el campo, a los trabajos que allí se desarrollan, a las leyendas que acompañan la vida en esas zonas brumosas y pantanosas en torno a la laguna de Sarn, a la condición femenina en ese siglo XIX y en esa época (las guerras napoleónicas) que la autora evoca con nostalgia por ver que es una época ya desaparecida, superada por la vida moderna del siglo XX que se la ha llevado por delante. Y todo esto envuelto en un lenguaje literario pertinente que no llega a abrumar con su preciosismo aunque a veces linda con ello. Pero la escritora sabe dosificarlo y logra transmitirnos el inmenso amor que por la naturaleza y todo lo que ésta encierra ella siente. Las descripciones de los paisajes habitados por aves, plantas, leyendas, el folklore, la superstición, la magia... y, claro, los seres humanos, llegan muy adentro del lector.
«Miraras adonde miraras, todo era de oro, excepto hacia Sarn, donde empezaban los bosques y la gran extensión de agua gris que brillaba y se estremecía bajo el sol. Ni los bosques ni el agua tenían un aspecto sombrío en aquel buen tiempo primaveral, cuando las hojas brotaban y las copas de los abedules tenían el color del trigo. Sólo nuestro robledal tenía siempre aire de otoño, ya que las hojas jóvenes eran muy marrones. Así que nuestro mayo siempre tenía un soplo de octubre. Pero era agradable sentarse en los prados y mirar hacia las colinas lejanas. Los alerces alzaban su verde intenso, y el oro de las prímulas parecía meterse en el corazón, e incluso la laguna de Sarn no era más que una neblina azul junto a la neblina amarilla de las copas de los abedules. Y había tal quietud en el lugar que si pasaba una abeja silvestre, por no decir un abejorro, te sobresaltaba como si fuera un grito.»
Consigue Mary Webb lo que pocas veces se logra, que una historia particular y lejana en el tiempo se convierta en reflejo, por persistencia o ausencia, del propio momento en que la misma se está escribiendo. Así en esas mujeres oprimidas, coartadas en su libertad y destinadas única y exclusivamente al matrimonio, subyace la reivindicación por la liberación de aquellas que en este momento tienen o tenían el libro en sus manos. En este sentido tiene mucha razón el juicio del editor Jan Arimany sobre el abundante autobiografismo contenido en este relato. Podría decirse sin temor a exagerar que la novela es una reivindicación de corte feminista. Así vemos cómo en los dos grupos -hombres y mujeres- la escritora se decanta claramente por el suyo, el de las mujeres. Todas ellas, incluso la procaz Felena, tienen elementos positivos. Por contra el grupo de los hombres, excepción hecha del muy agraciado Kester Woodseaves, peca de múltiples defectos: envidia, violencia, avaricia desmedida, maltrato a las mujeres, consumo de alcohol desmedido, brujería, odio... Poco salva de ellos, quizás un atisbo de amor en el frío y avariento Gideón hacia Prue y en otro sentido hacia Jancis; sin embargo yo pienso que esta parte positiva del hermano es más un deseo por parte de la propia narradora que otra cosa.

Por último quisiera destacar la mostración que hace Mary Webb del arte de escribir en alguna que otra reflexión metaliteraria que, oculta tras la narradora en primera persona que es Prudence, realiza:
  • «pero no quiero adelantar ahora lo que todavía no toca contar.»
  • «"Él", digo, como si el lector tuviera que saber, como yo supe en aquel momento, quién era.»

Como se ve el momento de escritura no coincide con el del relato. Prue escribe alejada de estos recuerdos, igual que Mary Webb lo hace evocando el siglo anterior al suyo. Una Mary Webb que, por su manera de contar y sus reivindicaciones o presentación de las problemáticas femeninas, ha sido comparada con Emily Brönte o Thomas Hardy. 

«El tiempo está en calma, como si fuera una tarde tranquila cuando los campos están nevados, el cielo adquiere un tono verdoso y las ovejas balan. Estoy sentada junto al fuego con una Biblia al alcance de la mano, soy una mujer mayor y cansada que tiene que cumplir una tarea antes de dar las buenas noches a este mundo.» (Prue en el capítulo La laguna de Sarn del Libro Primero)

A mí, al igual que a Rosa del blog Cuéntame una historia, Precioso veneno me ha recordado bastante a "Ritos funerarios" de Hannah Kent. Pero también según avanzaba en la lectura resonaba en mi cabeza "Harriet" de Elizabeth Jenkins, si bien el tono que imprime en su novela Mary Webb es menos gótico y terrible que el existente en estos dos títulos. También por las referencias religiosas e insistencia en la propia contingencia del ser humano varias veces me venía a la mente El gran teatro del mundo de nuestro Calderón de la Barca:

«Somos los títeres del Creador. Él nos saca de la caja cuando quiere y dice: «¡Ahora bailad!». O ahora nos toca inclinarnos, agitar una mano y caer desfallecidos. Y luego Él nos mete en la caja y se termina el juego. Puede ser una representación cómica, navideña o una tragedia, según a Él le plazca. La obra la hace Él.»

Y ya, aunque sin semejanzas en el asunto, hay momentos, mejor  casi sería decir frases, en este libro que me han evocado a autores que nada tienen que ver con esta escritora y poeta inglesa, ¡así de universal es la creación literaria! En la lectura del Prefacio que firma la propia Mary Webb me parecía estar leyendo al mismísimo Francisco de Quevedo («Somos el pasado del mañana. En este mismo momento nos vamos borrando como las imágenes pintadas en las esferas móviles de los relojes antiguos: un barco, una cabaña, el sol y la luna, un ramillete de flores. La esfera gira, el barco asciende y se hunde, el sol pintado de amarillo se pone, y nosotros, que éramos lo nuevo, vamos adquiriendo un carácter mágico.»). También el poema de Juan Ramón 'El viaje definitivo' venía una y otra vez a mí cuando leía lo que escribe en el momento de la muerte del padre (ya citado en esta reseña) o en otro triste instante cuando la narradora reflexiona sobre su desgracia y la del propio Jesucristo crucificado:

«El sol dorado lo envolvía todo, como la miel envuelve a las abejas en los panales, y el aire azul, el agua marrón, el prado verde eran tan hermosos que o podía creer que fuera a derramarse sangre en un día así. A veces me pregunto si hacía buen tiempo y estaba despejado en el Gólgota cuando María miró la cruz, y si cantaba algún pajarillo y las abejas se afanaban en el trébol. ¡Desde luego! Creo que hacía un tiempo claro y luminoso. Para que no faltara amargura en aquel cáliz, ya que, sin duda, hay pocas cosas más amargas que contemplar la crueldad del hombre en una mañana hermosa.»


En conclusión
Una novela que mezcla naturaleza, leyendas, realidad, folklore, ruralismo, destino de la mujer en el siglo XIX... Una novela que aunque evita caer en un maniqueísmo absoluto: buenos muy buenos, y malos muy malos, sin embargo no lo logra de manera absoluta al presentar en posición preeminente a las mujeres frente a los hombres, y salvar de entre éstos sólo a uno, una joyita de ser humano, más un ideal que una realidad, me parece.

autoras inglesas del primer tercio del siglo XX
https://booknode.com/auteur/mary-webb
A mí Precioso veneno me ha gustado a pesar de que reconozco que no es la mejor novela de todos los tiempos (¡eso es difícil y les ocurre a casi todas!). Tiene fuerza, ingenuidad pretendidamente buscada, muestra un gran amor por la literatura, y sobre todo por la naturaleza y todo lo que esta encierra: aves, plantas, leyendas, folklore (canciones populares, juegos infantiles...). También, claro, ese gran amor alcanza a los seres humanos que la habitan, la transforman y que conviven con la infinidad de creaciones fantásticas y relatos mágicos que desde la noche de los tiempos los vienen acompañando. En su estilo y proceder literario enlaza con los cuentos mágicos y maravillosos de los Hermanos Grimm

Nos encontramos, como en esos cuentos, con una lectura de índole moral, que persigue una clara enseñanza que es la siguiente: poner los bienes, el dinero, por encima de todo es un mal negocio, no genera más que desgracias; la vida es mucho más que bienes materiales. Se apoya este mensaje en argumentos que los distintos personajes, tanto en el ámbito de la religión cristiana como en el de la superstición y la magia, dan para una cosa y su contraria. Pero la principal evidencia de que vivir por y para el dinero es nocivo la toma la narradora de El paraíso perdido de John Milton donde se lee, según la traductora dice en una nota al final, lo siguiente: «Nadie debe admirarse de ver tantas riquezas encerradas en el fondo del infierno, pues, precisamente, su suelo es el más a propósito para tan precioso veneno»

Muchas más cosas de índole exclusivamente literaria se podrían decir de esta magnífica novela que encierra una gran modernidad en muchos aspectos: esa casi desaparición de la figura del narrador que pese a serlo en primera persona siempre se asegura de dar verosimilitud a todo lo que narra («Más tarde Jancis nos contó [...]», «Lo sé porque Tim, el del molinero, estaba en el bosque en ese momento y vino corriendo a contármelo, asustado»), y también en que como narradora procura que los juicios que da sobre otros personajes no caigan en lo subjetivo sino que sean opiniones compartidas; luego está el colorismo presente en esas enumeraciones de elementos naturales [un ejemplo claro puede verse en la cita que abre esta reseña]; y también, claro, la plasticidad y sensualidad que logra a través de hermosos símiles, personificaciones, el gusto tan asentado que tiene por las sinestesias...; etc., etc.
«Pero no te gustará cosechar el precioso veneno del que habla el libro que me prestó el vicario. No querrás que crezca lo que crece en el infierno, hermano.»
_________________
Nota:
Precioso veneno de Mary Webb viene a engrosar la lista de clásicos leídos por mí dentro del Reto "Nos gustan los clásicos"

10 oct 2024

"Distintas formas de mirar el agua". Julio Llamazares

17 comentarios:

«Pero en fin, así es el progreso, esa gran rueda que mueve la historia y que siempre gira hacia delante por más que les duela a muchos a los que como a mi familia les cambió la vida. Gracias a ello mi abuelo se convirtió en Ulises y yo soy la que soy ahora. ¿Cómo habría sido mi vida de no haberse cruzado en la trayectoria de mi familia la orden de un ingeniero que decidió detener el río como el que decide detener el tiempo? Ni siquiera habría existido...»

Distintas formas de mirar el agua, Julio Llamazares
León es una provincia grande en extensión y también grande en creación literaria. Muchos son los escritores leoneses, hasta el punto de que ya en 1982 Francisco Martínez García publicó una Historia de la literatura leonesa que no sé si se ha vuelto a reeditar. Si ya en 1982 Martínez García consideraba necesario lanzar una mirada a la literatura producida por leoneses a lo largo del tiempo, desde los siglos más lejanos hasta ese 1982, hoy sería más necesario que nunca una actualización de la misma dado el numeroso grupo de autores nacidos en esa zona de España. Escritores actuales leoneses son muchos: José María Merino, Luis Mateo Díez, Julio Llamazares, Andrés Trapiello, Carlos Fidalgo... [una relación más completa puede verse en este Listado de escritoras y escritores actuales de León]. La mayoría de ellos, como es ya una constante -¡y una maldición!- en la zona oeste de la Comunidad de Castilla y León, reside fuera de su provincia de origen, sobre todo en Madrid. 

Si bien entre estos autores los hay que hablan de su provincia de origen (sus leyendas, sus gentes, sus tierras variopintas: la Montaña, el Páramo...; sus comarcas: Babia, Laciana, los Ancares, Boñar...), sin duda alguna es Julio Llamazares quien ha construido una obra más centrada en la nostalgia por la pérdida de un mundo que él llegó a vivir durante su niñez y adolescencia. Un mundo que a partir de la década de los 60 fue desapareciendo, transformándose, de manera inadvertida unas veces y otras, como lo que se cuenta en Distintas formas de mirar el agua, de modo brusco, impuesto por los gobernantes y técnicos del momento aun en contra del sentir de los afectados.

En esta novela corta encontramos a una familia que un día de otoño llega hasta el embalse del Porma en León para esparcir sobre sus aguas las cenizas de Domingo, el abuelo. Domingo junto a Virginia, su mujer, y los cuatro chiquillos fruto de su matrimonio, tuvieron que abandonar Ferreras, su pueblo, por orden de la superioridad antes de que junto a otros cinco o seis más fuera anegado por las aguas del río Porma que iba a ver detenido su curso. La presa que embalsaría sus aguas llevaba construyéndose desde hacía cinco años y en breve iba a ser inaugurada. Esa lejana salida del pueblo, evocada por la abuela Virginia, dista del ahora en que se desarrolla la novela nada menos que cuarenta y cinco años.
«Durante los cuarenta y cinco años que han pasado desde el día en el que, con la casa a cuestas, abandonamos estas montañas camino de la llanura, Domingo nunca volvió a hablar del pueblo, como tampoco lo hizo de Valentín, el pobre hijo que se nos murió tan pronto. [...] Yo, al contrario, mientras más hacía por olvidar, más recordaba y me dolía el recuerdo.»
Estamos ante un tiempo detenido. La verdad es que eso es lo que supone la muerte para quien la sufre; aunque en este caso también el tiempo se detuvo en vida para el fallecido y Virginia 45 años atrás, pues pese a haber vivido físicamente esas cuatro décadas lejos de allí, concretamente en unas fértiles tierras  palentinas surgidas de una laguna desecada, mentalmente siempre estuvieron en Ferreras, su pueblo leonés hoy sumergido en el embalse que ellos llaman la laguna.

La desaparición del decurso temporal también sucede en el relato de Llamazares escrito a base de monólogos interiores y soliloquios coincidentes en el tiempo de los distintos miembros del grupo familiar: la abuela Virginia, sus cuatro hijos (Teresa, José Antonio, Virginia y Agustín), las parejas de los tres primeros (respectivamente Miguel, Elena y Emilio), y los hijos de cada una de estas parejas, o sea los nietos del abuelo fallecido (Raquel y Susana; Daniel con su novia italiana Maria Rosaria y Alex; Laura, Jesús y Virginia). Todos ellos esperan que Teresa, la hija mayor de Domingo, esparza las cenizas del abuelo sobre las aguas; mientras lo hacen cada uno evoca en sus pensamientos la vida y el comportamiento del abuelo Domingo y del resto de miembros de la familia.

Son tres generaciones meditando sobre un mismo hecho en un mismo instante. Paradójicamente este tiempo parado sirve para ver cómo en esos cuarenta y cinco años el mundo ha cambiado pasando de una sociedad cerrada y machista, en la que la mujer estaba sometida al varón, a una sociedad en la que la mujer es dueña de su cuerpo, actos y decisiones («Mi madre pertenece, como yo, a esa clase de mujeres acostumbradas a obedecer, primero a nuestros padres y luego a nuestros maridos. ¡Qué distintas de las jóvenes de hoy!», piensa Teresa). Lo curioso es ver cómo todos, viejos y jóvenes, enjuician de manera comprensiva estas actitudes tan dispares en unos y en otros («Lo que no me gustaba de él era su machismo, aunque comprendo que también eso se lo enseñaron en casa, aparte de que la abuela se lo reforzase luego como mi madre ha hecho con mi padre»). 

La transformación en la manera de vivir se percibe también en la dispersión de la familia por la geografía peninsular; se diría que así como Ferreras se perdió en las profundidades del embalse, la familia creada por Virginia y Domingo se ha disuelto diseminándose unos y otros por España: en Barcelona vive José AntonioTeresa lo hace en Valladolid; y Virginia en Santander. Agustín es el único que, en la laguna palentina, permanece en la casa de los abuelos, quienes por su edad hubieron de marchar a una residencia en la ciudad; pero a Agustín todos lo tienen por loco o algo retrasado 

Es Distintas formas de mirar el agua fundamentalmente una historia de amor; una historia de amor por parte de Julio Llamazares a su tierra, León, Castilla y León, una tierra de gentes sencillas, aparentemente duras, que no buscan enriquecerse, sino sólo ser felices. Así lo piensa Miguel, marido de Virginia hija y separado de ella desde hace ya seis años: 
«¿No será que el secreto de la felicidad es conformarte con lo que tienes, con lo que a base de esfuerzo vas consiguiendo por ti mismo, con el amor de unas pocas personas que la vida puso a tu lado, con la tranquilidad que dan la fidelidad y la compañía de una mujer a la que conociste un día y que, si entonces te pareció la mejor del mundo, quizá fue porque lo era?»
 Por su parte Daniel, uno de los nietos de Domingo y Virginia piensa que sus abuelos vivieron «una gran historia de amor sin duda ninguna: la de dos personas humildes, dos campesinos sin casi estudios ni pretensiones, pero con un corazón que lo compensaba todo, que se quisieron toda la vida sin decírselo posiblemente ni una sola vez.»

escritores leoneses vivos, Andrés Trapiello, Luis Mateo Díez
Julio Llamazares; fotografia: jeosm
 (httpswww.zendalibros.com)
Como nota anecdótica diré que el ingeniero que planificó y ejecutó el embalse del Porma que se recrea en esta novela fue Juan Benet. Habría que investigar el asunto, pero el libro se cierra con una cita de Juan Benet que textualmente dice: «Todo el aire de esa región queda reducido a bien poco: una sierra al fondo, una carretera tortuosa y un monte bajo en primer plano». La intencionalidad de Llamazares al incluirla la veo ambigua, pues por una parte parece criticar al ingeniero también escritor, y por otra también podría ser una especie de elogio. Y digo elogio porque en Distintas formas de mirar el agua el personaje de Daniel es ingeniero de Caminos como Benet y para defender obras públicas como el embalse, que dan progreso y confort, lanza reflexiones como la siguiente:
«Porque lo que no puede hacerse es oponerse a ellas sin más como hacen los ecologistas y algunos grupos de afectados (a éstos los comprendo aún), que luego, eso sí, quieren tener electricidad y agua en sus domicilios.»
Son el nieto Daniel y su novia italiana María Rosaria quienes, dada su lejanía, mejor pueden enjuiciar  la realidad de la familia y de lo sucedido en su vida por culpa de esa obra que al tiempo que es bella también supuso algo terrible para la pareja de ancianos que concebía su existencia apegada a su pueblo de origen. La muerte, como ocurre siempre, ha llegado y ha echado por tierra cualquier planteamiento vital. Por eso, piensa Maria Rosaria:
«Es ley de vida, como se dice. Unos se van y otros vienen, unos desaparecen y otros los sustituimos y así será mientras haya mundo. Por eso hay que disfrutar de la primavera, y de las nubes, y de los pájaros, y hasta de la belleza de este pantano que esconde, como todo, algo siniestro, pero que es una maravilla como paisaje, y por eso hay que aprovechar cada minuto de nuestro tiempo, que se va a toda velocidad, en lugar de regodearse en el dolor de lo que perdemos.»
___________________
En 2016 Julio Llamazares quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con Distintas formas de mirar el agua publicada el año anterior. Seguramente se iba a alzar con el galardón, pero previamente él ya había advertido que de ganarlo no lo aceptaría ni iría a recogerlo.  
 

3 oct 2024

Abraham B. Yehoshúa: "Una mujer en Jerusalén"

20 comentarios:

«Recuerda que días atrás se había fijado para ese día una reunión extraordinaria para valorar un incremento de la producción debido al cierre de los territorios, ya que esa medida había aumentado la demanda de pan en las zonas palestinas, y mucho más cuando algunas pequeñas panificadoras palestinas habían sido destruidas por ser sospechosas de fabricar también explosivos.»

Literatura hebrea, Pacifistas judíos, Israel
Mi excelente amiga Rosa, del blog Cuéntame una historia, reseñó hará poco más de una semana, Una mujer en Jerusalén de Abraham B. Yehoshúa. Como hago habitualmente, leí su crítica de la novela que como siempre me satisfizo plenamente. Es Rosa mujer de muchas lecturas y posee un olfato literario fantástico que le sirve para distinguir lo bueno de lo malo, la buena literatura de la otra, abundante y mediocre. Confiesa en su reseña que buscando un autor cuyo apellido comenzase por Y a fin de cumplimentar esa letra en el Reto del blog Lecturápolis al que está apuntada este año 2024, recordó o se topó con esta novela de Yehoshúa que tenía apuntada, nada menos que desde 2013, en su lista de lecturas pendientes. Y decidió leerla. Afirma textualmente, como cierre del buen comentario que hace del libro, lo siguiente: «Trataré de encontrar más libros de este autor israelí, de origen sefardí; pacifista y luchador por un tratado de paz entre israelíes y palestinos; licenciado en Literatura y profesor en la Universidad de Haifa, y que murió en 2022».  A esto añado yo que Abraham B. Yehoshúa nació en Jerusalén el año 1936 muriendo en Tel Aviv en la fecha que dice Rosa en su blog. 


Una mujer en Jerusalén
Quedé yo tan satisfecho con la lectura de la entrada sobre la novela que hacía Rosa en su blog que me dije: ¿por qué no hacer yo lo mismo que ella, o sea, elegir a A. B. Yehoshúa para rellenar esa letra Y del Reto "Autores de la A a la Z" en el que también participo con sumo agrado desde hace ya unos cuantos años? Pues dicho y hecho, busqué el título y en pocos días lo he leído y lo he disfrutado. Desde luego este israelita escribe como los propios dioses. Yo, como mi amiga, finalizada la lectura de la novela también me propongo en un futuro próximo leer más cosas suyas.

Nada hasta ahora había leído de este israelí sefardíta. Me ha gustado su manera de escribir: amena, directa, con notas de humor, con claros mensajes de actualidad sobre su país contenidos entre líneas. La novela la escribe en 2004 y aparece publicada en España en 2008 por la editorial Anagrama. Su título original traducido al español era 'La misión del director de recursos humanos'. Ya sabemos que en España gustamos mucho de cambiar, en libros y películas especialmente, los títulos originales por otros que se nos antojan más entendibles para el público. La verdad es que el que el propio escritor puso es más acorde con el protagonismo central de uno de los personajes, mientras que el de 'Una mujer en Jerusalén' en mi opinión resulta como más desvaído, demasiado genérico; de hecho se fija más en la anécdota que motiva la acción que en el protagonismo de la susodicha mujer. 
Una mujer en Jerusalén lleva un subtítulo: Una pasión en tres actos. Y esos tres actos se corresponden con los tres capítulos que constituyen la novela: El director, La misión y El viaje.

Todo comienza con la llamada telefónica de un periodista local al anciano dueño de una prestigiosa panificadora de Jerusalén comunicándole que en el depósito de cadáveres yace desde hace ya siete días el cuerpo de una mujer muerta en el último atentado suicida ocurrido en el mercado central. La tal mujer no llevaba sobre sí más papeles que una nómina sin nombre de trabajador expedida por esa panificadora jerosolimitana. Le avisa el periodista de que el próximo fin de semana sacará en el diario un artículo comentando la dejadez de la empresa que no ha sabido dar datos de la tal mujer, así como la falta de caridad y empatía al no haberse interesado por la trabajadora al ver que no se presentaba en su puesto de trabajo.

El dueño de la panificadora, que ya tiene 87 años, no desea que sus últimos años de vida se vean empañados por un suceso tan penoso; es por ello que encarga al director de recursos humanos que le dé  a la mayor brevedad información cierta sobre quién pueda ser esta trabajadora para ponerse en contacto con sus familiares y proceder al entierro de sus restos. Es viernes y el director, que está divorciado, debe de ocuparse de su hija con la que ha quedado a la salida de su instituto. El empresario no admite excusas y le dice que sea su secretaria personal la que se ocupe de atender a la chiquilla. Así comienza la investigación que el director de RRHH hace sobre una trabajadora que él debió de entrevistar en la correspondiente selección de personal, pero de la que no guarda el más remoto recuerdo. Es ahora su propia  secretaria la que al saber que en la nómina ponía que era trabajadora de la limpieza de la panificadora en el turno de noche busca el expediente y encuentra que se trata de una tal Julia Ragayev que llevaba sin aparecer por su puesto de trabajo desde hacía un mes. Pero si no iba a trabajar ¿por qué se le seguía pagando el sueldo? 

Comienza así la investigación del director de personal que poco a poco se va interesando cada vez más por el caso. Sus pesquisas le llevan a contactar con el periodista ('la víbora', lo llama él) que amenaza con un  duro artículo por la dejadez mostrada por la empresa; habla con las vecinas de la casa -una barraca o chabola, más bien- donde se alojaba Julia; dialoga con el supervisor de la Ragayev en la panificadora, quien le habla de la belleza de la fallecida... Una vez localizada e identificada, el director de RRHH cree que su función ya ha finalizado y que podrá regresar a su casa para ocuparse de su propia hija. pero de eso nada, pues el dueño de la empresa le dice que estaría bien que, una vez encontrada, entregasen a la familia de la fallecida, -extranjera ella, sin que en ningún momento se diga exactamente de donde era-, una compensación económica por el despiste que con ella han tenido. De esto también será el director de personal el encargado. Y es tanto el frenesí que pone en esta misión que cuando en vez de enterrarla en la capital de su país, un familiar proponga hacerlo en su pueblo natal el protagonista se ofrecerá él mismo a acompañarlos. 

La historia es francamente entretenida y la manera que tiene Abraham B. Yehoshúa de presentarla es ciertamente curiosa y original: en tercera persona cuando el narrador es un ser que todo lo conoce, y en primera cuando son los propios personajes colaterales del relato (compañeros de trabajo de la fallecida, los camareros de la cafetería donde dialogan el Director de RRHH y el Supervisor, las chicas ortodoxas vecinas de la chabola donde ella vivía, los habitantes de la localidad donde ¿finalmente? darán tierra a Julia Ragayev...) quienes desde su posición observan la actuación de este Director de Recursos Humanos. Además, presenta los dos diferentes tipos de narrador con distinta tipografía: en versalitas las partes del narrador omnisciente y en cursivas las relatadas en primera persona.

Escritores judíos, Conflicto árabe-israelí
(foto extraída de Biografías y Vidas)
Es Abraham B. Yehoshúa un israelita comprometido con la paz. Abogó por el entendimiento de las dos partes en conflicto. Esto no empece que fuese, durante el tiempo correspondiente y obligatorio para cualquier israelita, soldado del ejército de su país. Pero cuando se licenció participó en movimientos izquierdistas que buscaban la solución. Es paradójico que cuando estoy escribiendo esto Israel esté bombardeando el Líbano tras haber destrozado y reducido a cascotes y miles de muertos la franja de Gaza. Y lo más grave es que, vista la respuesta que Irán ha realizado esta pasada noche, la guerra no tiene visos de acabar pronto. Cuarenta y tantos mil muertos dicen los informativos hay por ahora. ¡Terrible! 

He encontrado muchas alusiones a la realidad que vive este país incrustado en medio de otros que se han mostrado en tiempos como enemigos suyos y otros que se siguen manifestando de este modo. Delicadamente, como si nada, formando parte de la naturalidad y del día a día de Israel, Yehoshúa desliza frases sencillas, como la cita que abre esta reseña, que sirven para contextualizar la historia que se relata, una historia que sucede en un país atravesado por la neurosis social, la disociación, la pura esquizofrenia:
  • «¡Oh!, buenas gentes, decidnos qué está ocurriendo en Tierra Santa. ¿Quiénes son estos muertos que nos mandáis sin cesar? ¿Es que hay alguien que se beneficia de todo esto?»
  • «Al calor de la calefacción del coche, que se desliza por las carreteras mojadas y desiertas de Jerusalén este, peor iluminada que la parte occidental de la ciudad»
  • «Al árabe [un trabajador árabe de la panificadora] le agrada tener la oportunidad de quedarse solo en su lugar de trabajo, como dueño y señor, y así poder levantarse más tarde y ahorrarse la humillación de tener que pasar por tres puestos de control.»
Y finalizo ya señalando los finos rasgos de humor que este escritor muestra, como al descuido, en Una mujer en Jerusalén. Vemos al Director de personal separado de su mujer que ha vuelto a casa de su madre y que, claro, hay días en que, si él no avisa, la mujer cierra la puerta con llave con lo que él se queda en la calle («se olvidaba de que cuando él no duerme en casa su madre echa la cadena, por lo que ahora le es imposible entrar»). O cómo lo pasan los soldados del país natal de la mujer fallecida en un búnker construido durante la guerra fría y dedicado ahora al turismo («la camarera se queda ociosa y el oficial se ve obligado a distraerla en la cama.»). Por esta frase del búnker más otras como la que afirma que el soldado que vigila en el búnker es «un soldado cosaco», o que el trayecto en avión desde Jerusalén ha sido de cuatro horas, además del apellido Ragayev de la mujer jerosolimitana, mi cabeza me dice que el país a donde se dirigen para darle sepultura -cristiana sepultura, además- bien pudiera ser ¿Ucrania? ¿Kazajistán? Por último el tremendo jetómetro (permítaseme el barbarismo, pero no encuentro mejor término para describir a este personaje) que tiene la Víbora, el periodista que desata todo el asunto, que no se corta un pelo para aprovecharse del teléfono móvil vía satélite que porta el Director de RRHH a pesar del enorme coste de esas llamadas; o la foto que maquinan hacer él y su fotógrafo del momento del sepelio
«está seguro de que el fotógrafo sabrá aprovechar un momento de distracción y hacer, sin necesidad de flash, una fotografía apropiada para incluirla en su periódico junto a la sección de los anuncios de casas y coches en venta.»
Como se ve en la cita que cierra esta reseña, el capitalismo de la sociedad de consumo en que vivimos no se arredra ante nada, ni siquiera ante la muerte de una inocente caída por culpa de un conflicto político que dura años -siglos pudiera decirse también- y cuya resolución no parece cercana.

 

26 sept 2024

La noche que llegué al Café Gijón. Paco Umbral

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«(No sé si hay repeticiones en mi libro, pero casi me gustaría que las hubiera, pues he querido que tenga el tono un poco mareado y giratorio de la vida en el café, aquella vida encerrada de espejos, loca de conversaciones, que considero muerta para siempre cuando leo, por los días cuando escribo esto, que el arquitecto que remodeló el Gijón después de la guerra acaba de morir).»

Francisco Umbral Memorias
Desde que el año pasado volviera a leer con infinito placer a Francisco Umbral -concretamente fue la lectura de su novela Las ninfas- me prometí a mí mismo que habría de volver a hacerlo sin tardar mucho. Y así ha sido, pues al año exacto finalizo otro libro suyo: La noche que llegué al café Gijón

Tiene siempre la literatura de Paco Umbral mucho de biografismo personal expresado con acierto en una narrativa memorialista de estilo impresionista y tono lirico que es consustancial y seña de identidad de su prosa. Es una manera de escribir peculiar que me agrada mucho porque no es frecuente en nuestra literatura. Y diré desde ya que si Las ninfas me satisfizo, La noche que llegué al café Gijón también lo ha hecho y además por partida doble: por la belleza que trasluce su escritura, primero, y, después, por el conocimiento que de la trayectoria del escritor dentro de la literatura española del momento he obtenido.

Tras haber leído la novela que fue Premio Nadal en 1975 y ese diario íntimo lleno de sinceridad y sentimiento acerca de la terrible enfermedad que se llevó a su hijo Pincho con tan sólo seis años, titulado Mortal y Rosa escrito un año antes, yo quería leer más cosas que el escritor vallisoletano nacido en Madrid en 1932 hubiera escrito por esos mismos años. Fue así como tras buscar infructuosamente El hijo de Greta Garbo (1982), otro libro de memorias en el que homenajea a su madre, llegué a La noche que llegué al café Gijón. Fue un encuentro casual como tantas veces le sucede a cualquier lector. Paseando hace unos días en Madrid por la zona de Cuatro Caminos topé con la librería 'Ábaco', una librería de compra-venta de libros usados. Pensé que quizás allí estaría ese libro sobre la madre de Umbral que era incapaz de encontrar; entré, pregunté, el amable señor que la lleva realizó varias pesquisas a través de su ordenador para concluir que no, que El hijo de Greta Garbo no aparecía por lado alguno. De pronto cuando ya me iba a marchar, parece que el buen hombre recordó algo, salió de detrás del mostrador donde se hallaba y se dirigió raudo a una pila de libros que al lado de otras nacía en el suelo del local junto a las pobladísimas estanterías, rebuscó allí y con un libro de Paco Umbral en sus manos vino hacia mí. No era el que yo buscaba, pero su título, La noche que llegué al Café Gijón, hizo que decidiese adquirirlo.

Conocía yo sobradamente el título de Umbral que por muy pocos euros adquirí en la librería Ábaco.  Durante  años, a lo largo de mi vida profesoral, había leído a mis alumnos infinidad de veces fragmentos de esta obra, textos que muchas veces servían de ejemplo de prosa literaria en los manuales de Lengua Española que usábamos en clase. Los textos allí seleccionados siempre me habían gustado, pero nunca hasta ahora había decidido leer de cabo a rabo la obra de la que estaban tomados. Pues bien, es lo que acabo de hacer y salgo de la experiencia henchido de placer y de conocimientos literarios. Es Umbral toda una enciclopedia si se quiere conocer lo que en literatura, y en Madrid, fue el siglo XX. Durante los años 50 y 60 del pasado siglo todo estaba en la capital, todo se cocía en la villa y corte, sin rey por entonces.

El Café Gijón le sirve al escritor de escenario donde ver y hablar de los distintos tipos que en España existían durante los años 50 y 60 del siglo pasado. Y no sólo de los tipos literarios, aunque sí sobre todo de estos. Por la palestra que es el Gijón desfilan de la pluma de Paco Umbral poetas, novelistas, periodistas, republicanos enmudecidos, falangistas ensoberbecidos, modelos, pintores, actores, actrices, estudiantes, progres, extranjeras, cineastas, opositores, meretrices... Todo el mundo de la literatura y sus aledaños cultos o simplemente sociales se asoman siquiera un momento al muestrario que fue el mítico café durante esas dos décadas.

Habla Umbral en La noche que llegué al café Gijón de literatura española comparándola a veces con la de otras naciones, en especial con la de la Francia finisecular (Baudelaire, Proust...); expresa sus afinidades y antipatías por unos y otros autores; va marcando las características de su propio estilo; cuenta sus escarceos en el mundo del periodismo, lo que le costó conseguir una cierta regularidad salarial...; y también habla de los enormes deseos que por entonces tenía de convertirse en escritor de verdad, o sea, hacer un libro salido de sus propias manos, con un estilo que fuera propio y distinto a lo que por entonces se hacía en España...  El libro del que habla es el que en 1965 vería la luz sobre la figura de Mariano José de Larra (Larra, anatomía de un dandy).

Todo en este libro me ha gustado, pero si algo tuviera que destacar por encima de cualquier otra cosa me detendría en la propia introspección que Francisco Umbral realiza sobre su propia manera de escribir y la concepción que tiene de la literatura. Desde el principio sabe que lo que está haciendo se sale de los estrechos cauces de los géneros literarios y periodísticos establecidos («Yo estaba haciendo el reporterismo rápido que había soñado, metiéndole a todo siquiera un par de líneas de literatura.»). Y va aprendiendo que ver en persona en el Café «a aquellos animales sagrados,  como los poetas del Gijón» no sustituía el disfrute de la lectura de sus obras:
«A veces, a días, a ratos, cuando tenía como una sensación dispersa y excesiva de estarme  perdiendo en todo aquel gacetilleo tan madriles, me quedaba en el cuarto de la pensión, envuelto en mantas o desnudo sobre la colcha leyendo a Valle Inclán, a Kierkegaard, a Sartre, a Gómez de la Serna, a Huxley, leyendo los cuatro libros de la colección Austral que transportaba conmigo de casa en casa, o los libros que iba robando por las librerías, las bibliotecas y los despachos. O aquellos delgados libros de poemas que me daban los poetas de la tertulia, y que eran los que más me gustaban, porque el poeta lírico, inédito y nonato, aún subsistía en mí»
Efectivamente en Paco Umbral siempre existió un poeta emboscado. La novela que se estaba haciendo durante esos años, la novela social-realista, le parece zafia, nada literaria, y otro tanto dice del verso que o era de tono imperial y laudatorio como el que hacía el grupo falangista de la revista Escorial o se había quedado varado en Antonio Machado que a él le parecía un buen poeta de finales del XIX pero no para esos años 50-60 en los que se centran estas memorias. Cuando él llegó por vez primera al Gijón lo hizo de la mano del poeta José Hierro, que es junto a otra serie de nombres, algunos como Manuel Álvarez Ortega o Ramón de Garciasol hoy casi olvidados, los que formaban lo que él denomina la tertulia de los poetas:
«Gerardo Diego, Ramón de Garciasol (que se llama Miguel Alonso Calvo y quizá eligió el seudónimo por razones más políticas que estéticas), Jesús Juan Garcés, Jesús Acacio, Manrique, Juan Pérez Creus, Luis López Anglada, Álvarez Ortega, Eladio Cabañero, Francisco García Pavón, Leopoldo de Luis y, a veces, Ignacio Aldecoa o Buero Vallejo. Casi todos poetas, como se ve, con pasajeras incrustaciones de prosistas o dramaturgos.»
Del resto de grupos tertulianos que el escritor frecuentaba el de los pintores se contaba entre sus favoritos. Las razones la expone de esta manera: 
«El grupo de los pintores, el mundo de los pintores era una galaxia cálida y espesa, una cosa cobijadora y olorosa, un interior lleno de colores, tierras y palabras cargadas de realidad, como objetos. Mejor que las palabras-palabras de los poetas. Yo me encontraba bien, protegido de no sé qué ni por qué, entre la hueste lenta, sobria y constante de los pintores, siempre vestidos de lana, pana, botas, siempre de uñas negras y aguarrás, siempre con lo mejor del cuadro impreso en las yemas de los dedos»
Es mucho lo que se aprende de literatura, en especial, de la literatura en España pasada por el filtro de Umbral, leyendo La noche que llegué al café Gijón. Muchas frases he subrayado durante la lectura. He aquí algunas de ellas: 
  • «Ha habido sólo unos cuantos genios -Kafka, César Vallejo, Baudelaire- de condición hospiciana que se nos han aparecido siempre desnudos, desvalidos en brazos de la literatura como sus víctimas o sus hijos más ciertos» (a propósito de Eusebio García Luengo, escritor que rehuía premios y reconocimientos)
  • «Qué diferencia entre el fin de siglo madrileño que nos presenta Baroja y el fin de siglo parisino que nos presenta Proust. El clima de Las noches del Buen Retiro es casi proustiano. Qué más da una marquesa madrileña que una marquesa parisina. La diferencia está en el escritor, claro.
    Baroja es una portera. Cuenta muchos chismes y los cuenta como una portera. Lo amontona todo de cualquier manera y lo deja ahí en bruto.
    » 
  • «Azorín también deja los libros sin hacer, pero no por desidia como Baroja, sino quizá por impotencia» (Azorín y Baroja eran dos ídolos en esos años, pero no para él)
  • «En mi interior galería juvenil lucían unos cuantos nombres como hogueras cordiales, indelebles y arbitrarias: Heráclito, Quevedo, Proust, Juan Ramón, Baudelaire, Neruda, Gómez de la Serna y pocos más. Quizá Henry Miller, recién descubierto. Quizá Valle Inclán y Larra, también muy trabajados por entonces. Con esta docena escasa de prosistas y poetas puedo decir que se ha molturado casi todo lo que he escrito.» (éste es el personal hit parade literario de Umbral).

De la última cita bien puede extraerse el porqué del lirismo en que el autor envuelve su prosa. Los escritores que idolatra o son poetas o manejan la prosa con una concisión, soltura, significación plena  y brevedad poéticas. Eso es lo que él hace y en mi opinión logra con suficiencia. Pero esto no quiere decir que Francisco Umbral imite a nadie, pues él desde el primer momento quiso labrarse un estilo propio. Cuando habla del proyecto que tiene de hacer un libro sobre Larra dice que después de haber leído cuanto había escrito sobre el articulista madrileño era momento de olvidarlo todo y ponerse a escribir («Ya sabía todo o casi todo lo que se podía saber de Larra. Ahora tenía que empezar a olvidarlo, antes de ponerme a escribir»).

Otra cosa no podrá decirse de Umbral, pero que su estilo es propio y característico es una verdad irrefutable. Y al decir estilo me refiero tanto a los asuntos cuanto a la manera de presentarlos. Sobre temas contenidos en este libro, el de la literatura ya lo he señalado suficientemente; otro muy importante en su obra, que también aquí aparece con vigor es el de la mujer, o mejor dicho, las mujeres. Francisco Umbral murió en 2007 y su exuberante personalidad creo que hoy no sería muy aceptada. Sus opiniones sobre las mujeres hay que entenderlas desde dentro del momento de su escritura (estamos en 1977 o por ahí cuando escribe esta obra y diez años antes es el momento en que transcurre la narración) y no sacarlas de su contexto y dejarlas expuestas a la fría intemperie de nuestro hoy. De todas ellas yo destaco sobre el innegable machismo contenido en algunas el preciosismo y lirismo de la escritura de otras; creo que en líneas generales prima lo segundo sobre lo primero:

  • «la inercia varonil de siglos nos ha enseñado que a la mujer había que engañarla un poco o un mucho, que la mujer es siempre un poco niña y desea ser engañada. Cuando una mujer rompe ese juego, puede sentirse muy libre, segura y emancipada, pero no es fácil que llegue a ser feliz.»
  • «La mujer, tanto española como holandesa, noruega o norteamericana (y en esto se ha cometido grave injusticia con la española, juzgándola por lo que es común a todas y se le atribuye a ella sola), la mujer, digo, necesita tiempo, sólo quiere tiempo.»
  • «Las chicas del Ateneo no eran exactamente las chicas del Café Gijón. En realidad no tenían nada que ver las chicas del Ateneo con las chicas del Café Gijón. Las chicas del Gijón eran como más ocasionales, variadas, aventureras, practicables y glamurosas. Las chicas del Gijón querían hacer versos, teatro, pintura, striptease o películas, usaban el perfume difícil y turbador de las grandes estrellas -por lo menos el perfume-, y se pasaban la noche con la gallofa del café, cenando en tabernas cercanas, como Casa Pepe, la Estrecha o el Comunista, o bien en tabernas lejanas, como Casa Maxi. Las chicas del Ateneo no olían a nada. Todo lo más olían a cultura, a pensión, a libros y a las horribles frituras del bar.»
  • «Grullas líricas, flamencos hembras, finas de piernas, quebradizas de tobillo, misteriosas de ojos, musicales de cuello, movían con una gracia profesional sus caros ropajes y se tomaban un cortadito o un pipermint con mucho enredo de meñique y un prodigioso estirar del cuello, que creaba en torno lagos como espejos para aquel cisne entrevisto.» ( a propósito de las modelos)

Del genérico 'mujeres' desciende en ocasiones y particulariza en mujeres concretas: Holanda («Holanda tenía enfermedades muy americanas, como la mononucleosis, y se había hecho operar del apéndice y del bazo, del tabique nasal y de las amígdalas»), María Jesús («María Jesús tenía los rasgos menudos y perfectos, un poco efébicos, los ojos negros y muy agudos, la boca grande, infantil y burlona. María Jesús llevaba una melena corta y fuerte, y fumaba con manos de chico. Eran todas ellas de Filosofía y Letras.»), Sandra («Sandra venía de una historia confusa. Unos la decían hija de Negrín y otros madre de un niño rubio y bello, niño que efectivamente tuvo casi en el café, y junto al que yo la vi en habitaciones modestas del paseo de las Delicias»), Elena Soriano... y muchas otras más.

Efectivamente en Umbral la mujer, las mujeres, ocupan lugar preeminente. También lo hacían dentro del Café Gijón, de manera que sin ellas el establecimiento no era lo mismo:
«Cuando se iban las modelos, las actrices o las extranjeras, cuando se iban las mujeres, el café volvía a tomar un siniestro color de hombres solos.»
Acabo ya con una breve referencia a una anécdota que siguió a la salida del libro. Parece que a Paco Umbral le persiguieran las mismas. En la reseña que hice de Las ninfas ya comenté la fijación que en el público general ha quedado del famoso "es que yo he venido a hablar de mi libro y veo, Mercedes, que aquí no se habla de mi libro". La ocurrida con La noche que llegué al Café Gijón se refiere a la corrección sintáctica que Fernando Lázaro Carreter, por entonces Catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, le hiciera.  El sillón R de la Real Academia Española, cuando en 1977 el libro llegó a las librerías, apostilló que el título debiera de haber sido 'La noche en que llegué al Café Gijón' y no el que el autor había puesto. Creo que Umbral no respondió al lingüista, prefirió el silencio, convencido seguramente de la pertinencia del aviso. Recordar este hecho me ha hecho sonreír cuando leí lo furibundo que Francisco Umbral se pone con Azorín y con Baroja a propósito de la para él mala sintaxis de ambos:
  • «En Las confesiones de un pequeño filósofo Azorín dice "pero, sin embargo". Y eso que su fuerte parecía ser la gramática»
  •  «una señorita le dice a su cortejador en la novela (Las noches del Buen Retiro): "saldrían ustedes ganando dejando dirigirse por nosotras". Esos dos gerundios seguidos y toda la estructura de la frase son como anteriores creaciones del castellano, Baroja no había accedido aún a la sintaxis, cuando se murió.»
La noche que llegué al Café Gijón, Umbral y el memorialismo
Se confirma el dicho español de 'consejos vendo, que para mí no tengo'. Bueno, nada nuevo bajo el sol al respecto. A todos nos ha sucedido y en más de una ocasión. Pese a esta levísima pega que Lázaro Carreter puso a la sintaxis del título, el catedrático y académico alabó el contenido y la expresión profundamente lírica de la obra. Frente a la otra anécdota, la del programa de Mercedes Milá, parece que ésta no menoscabó para nada la enorme figura del escritor. De todas maneras ya el propio Paco Umbral en La noche que llegué al Café Gijón recordando los panegíricos dedicados a Gómez de la Serna en su fallecimiento escribe anticipándose en cierto modo a lo que le sucedería bastantes años más tarde a él mismo: 
 «Comprendí lo que ya sabía: que en este país te colocan tres adjetivos y dos frases y ya nadie varía eso en cincuenta o cien años de vida literaria

Para finalizar
Todo lo comentado hasta aquí y mucho más que dejo en el tintero llena las páginas de esta magnífica obra literaria, unas memorias próximas y tempranas escritas por el escritor en 1976, el año en que una incipiente democracia comenzaba a nacer en España. El tiempo de escritura se vislumbra en las alusiones que se hace a las votaciones que se celebrarían o quizá ya se habían celebrado por la reforma constitucional que se estaba cociendo mientras el autor escribía el libro.

El Francisco Umbral ensayista, el hombre reflexivo, también aparece en la obra. Concretamente los juicios que emite sobre la vejez son duros y espeluznantes por la absoluta verdad que encierran. E igual sucede cuando leemos desde su hoy las cavilaciones que realiza sobre su propio quehacer literario.
  • «esta corta vida se remata con quince o veinte años de ser uno el fantasma sarmentoso de sí mismo. [...] El hombre se va volviendo del revés a lo largo de su vida. [...] El hombre no se transforma con el tiempo, sino que permanece uno mismo por dentro, y el chico luciente de los diecisiete años se siente de pronto paralizado, torpe y roto en un cuerpo de viejo.» (estamos ante un Quevedo redivivo)
  • «En José García Nieto admiraba yo la perfección incorregible de los versos, la pulcritud que vagaba por toda su vida y toda su obra, la facilidad para escribir -que es cosa que yo, teniéndola, siempre he admirado mucho- y la fe con que llevaba su bigote. [...] Por algo había ido yo a caer en una tertulia de poetas. La novela me parecía y me sigue pareciendo un compromiso burgués. Del truco de la intriga se ha pasado al truco de la técnica. Como ya no hay historias maravillosas que contar, se sorprende al lector mediante las maravillas de la técnica [...] Yo más que hacer hacer novelas, quería deshacerlas, experimentar. De momento escribía aquellos cuentos sin principio ni fin, muchas veces, muy dialogados o macizos de prosa, donde el poeta que me daba vergüenza ser se disfrazaba de narrador.»

20 sept 2024

¿Fue él? de Stefan Zweig

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«Jamás, antes de conocer a Limpley, habíamos visto nosotros, gente mayor, que virtudes tan justas como la bondad, la cordialidad, la franqueza y la afectuosidad, por culpa de un estridente exceso, pudieran llevarle a uno a la desesperación.»



perros en la literatura, mascotas y humanos
En su brevedad esta novela corta, más bien un cuento, que Stefan Zweig publicó en 1935 es un claro aviso de lo que el mundo de las mascotas puede llegar a provocar en los seres humanos. En ¿Fue él? nos encontramos con una buena persona, John Charleston Limpley Stoke, casado con Ellen, una hermosa mujer de 28 ó 29 años a la que sin él darse mucha cuenta hace bastante infeliz debido, paradójicamente, al afecto desmedido que él siente por ella; también sus vecinos, Betsy que es quien cuenta la historia y su marido, ambos 25 años mayores que Limpley comienzan a sentir una cierta inquina hacia él por culpa del optimismo y bondad desmesurados que hacia ellos muestra John Charleston.

La pareja de mayores tienen entre ellos sus más y sus menos acerca de la felicidad o no de la joven pareja: «Es un hombre sumamente bueno y ella puede ser feliz con él», sostiene el marido, a lo que Betsy, más perspicaz que él replica diciendo: «¿Es que no ves que él, fanfarroneando de felicidad y con su mortal vitalidad hace sumamente infeliz a esa pobre mujer?». A estas consideraciones viene a sumarse el hecho de no tener hijos los Limpley tras más de siete años de intentarlo infructuosamente. Quizás, piensa Betsy, ahí radicara el estado de indiferencia y cierto abatimiento que creía percibir en su vecina a la que ha tomado verdadero cariño. Por eso cuando una amiga que fue a verla le regaló un bulldog recién nacido pensó que «aquel encantador animal podía ser un compañero de juegos perfecto para la señora Limpley». Pero, contrariamente a lo esperado y deseado por ella, fue el propio Limpley y no Ellen quien volcó todo su inagotable entusiasmo y cariño en el pequeño animal. 

En el exagerado comportamiento que hacia la mascota muestra John Charleston he visto reflejado el mundo actual. En 1935, por lo que Stefan Zweig refleja en ¿Fue él? existía ya en Inglaterra (la acción transcurre muy cerca de Bristol, en la zona del canal de Cardiff)  toda una poderosa industria en torno a las mascotas: «correa, cestitos, bozal, escudillas, juguetes, pelotas y huesitos», le compra Limpley; las visitas que hace al veterinario por cualquier nimiedad son más que frecuentes; le da los mejores productos de alimentación canina aparecidos en el mercado; e incluso llegó a sopesar la posibilidad de comunicarse con el animal estudiando el lenguaje perruno. Desmesura, exageración...
Al tiempo, el perrito se va haciendo dueño de la casa del joven matrimonio en especial del sofá que tienen en el salón donde Ponto, que así llaman al bulldog, holgazanea y utiliza para dormir sustituyendo al cesto que le habían comprado para ello. 

Todo va a cambiar cuando la señora Limpley note que está embarazada, que tras nueve años de matrimonio y perdida ya toda esperanza, iba a tener un hijo. ¿Qué opinará su marido que vive feliz en compañía de Ponto? ¿Y Ponto? ¡Ah!, ¿pero acaso los perros piensan? El bebé que Ellen lleva en su seno y que nacerá a su debido tiempo desplazará a Ponto de los afectos del marido. Pero... Nada más se puede decir de esta breve novela que se va a convertir en una especie de thriller a partir de este momento. Stefan Zweig con la maestría que es habitual en él tensionará el relato y nos hará dudar sobre los sucedidos que acaezcan. El mundo de los humanos y de los perros se cruzan, se alejan, se bifurcan, se acercan... ¿Tratar a las mascotas como si fueran seres humanos, hablar con ellos, demostrarles afecto desmedido, provoca en ellos reacción semejante, aunque inversa? Todo esto es lo que nos hace mantener viva nuestra atención y disfrutar con esta novelita.
«Lo que distingue el entendimiento animal del humano es que se limita exclusivamente al pasado y al presente, y no es capaz de imaginar algo futuro o de contar con ello.»
Cipión y Berganza, novelas cervantinas, siglo de Oro
Leer esta novela en la que los perros -un perro sólo en esta ocasión- tienen papel estelar me ha hecho recordar otros relatos en los que su protagonismo es semejante. El primero, naturalmente, es la cervantina novela ejemplar El coloquio de los perros donde los canes Cipión y Berganza discurren sobre todo lo humano y lo divino; y luego, claro, Los perros duros no bailan de Arturo Pérez Reverte, novela que no hace mucho reseñé en este mismo blog (digo no hace mucho y al ir a por el enlace veo que han transcurrido ya más de seis años desde entonces, ¡tempus fugit!). La idea es la misma en todas estas narraciones: la humanización de estos animales.
 
Este cuento largo o novela corta, como todo lo escrito por Stefan Zweig se lee muy bien y el asunto presentado es hoy de lo más oportuno, hace reflexionar -¡y mucho!- a quienes lo leen. Con todo y con ello no es de lo mejor escrito por este autor, aunque desde luego no desmerece en nada al resto de su enorme y potente Obra.
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Nota: Relleno con ¿Fue él? la letra Z en el Reto Autores de la A a la Z.y añado un título más en el Reto Nos gustan los clásicos.




13 sept 2024

Abr. Verghese: "Hijos del ancho mundo" -'Cutting for Stone'-

17 comentarios:
Decidido estaba a hacer una entrada 'A pares', -concretamente sería ya la XLV-, simplemente por el hecho de unir en ella mi opinión sobre una muy extensa novela, Hijos del ancho mundo de Abraham Verghese cercana a las 700 páginas, y sobre otra muy breve narración, ¿Fue él? del gran Stefan Zweig de sólo 50 páginas. Como cualquier buen lector habrá comprobado durante su vida lectora la mayor o menor extensión de una obra no supone una mayor o menor calidad de la misma. En esta ocasión ambas novelas son para mí, y en líneas generales, semejantes en calidad, si bien cada una de ellas alberga cualidades particulares que la hacen mejor o peor que la otra en este o aquel determinado aspecto.
Pero son tantas las cualidades presentes en cada una de ellas, que al final me he decidido a, como a los siameses craneópagos de la obra de Verghese, escindirlas en dos unidades independientes. 



"Hijos del ancho mundo" 

«En 1896, en Adua, diez mil soldados italianos y un número igual de sus áscaris eritreos salieron de su colonia para invadir y conquistar Etiopía, pero fueron derrotados por los guerreros etíopes descalzos del emperador Menelik armados con lanzas y Remingtons (que les había vendido nada menos que Rimbaud).»

Hijos del ancho mundo (Cutting for Stone)
Hijos del ancho mundo es un extenso libro de casi 700 páginas, concretamente 640, escrito al estilo de las grandes novelas realistas del XIX. Quiero decir con esto que se trata de una historia lineal, que presenta las vicisitudes del narrador, de su familia y de los compañeros, los de infancia primero y los de trabajo más tarde, allí donde él se halla: Etiopía, Nueva York, Boston...

Sin ser para nada una biografía cierto es que estamos ante una novela en la que en cierto modo el autor cuenta de manera muy ficcionalizada aspectos importantes de su propia vida: su nacimiento en Addis Abeba (Etiopía), ¿cómo nació su vocación por la medicina?, ¿cómo la inestabilidad política de Etiopía forzó que emigrara a USA?,  ¿su establecimiento en los Estados Unidos?... 

Los personajes que rodean al protagonista, como es lógico, se inspiran algunos en seres reales, pero muchos otros son  inventados. No obstante en el Marion Stone que cuenta su propia historia en primera persona reside mucha verdad del propio Abraham Verghsese, aunque no todo en él lo sea. 

La lectura de Hijos del ancho mundo me ha resultado muy entretenida, adecuada para llenar las largas tardes del verano y seguro que quienes aman el ejercicio de la Medicina la habrán disfrutado o disfrutarán muchísimo más.  El propio título de la novela en la edición inglesa, Cutting for Stone, proviene de una línea del Juramento Hipocrático: “No cortaré la piedra, ni siquiera en pacientes en los que la enfermedad sea manifiesta; dejaré que esta operación la realicen los médicos, los especialistas en este arte”. Verghese ha dicho que esta línea proviene de tiempos antiguos, cuando los cálculos en la vejiga eran epidémicos y dolorosos: «Había cortadores de piedra itinerantes, litólogos, que podían cortar la vejiga o el perineo y sacar el cálculo, pero como limpiaban el cuchillo con sus delantales quirúrgicos endurecidos por la sangre, los pacientes generalmente morían de infección al día siguiente»

La explicación anterior sobre la procedencia de la frase del título la ha dado el propio escritor en alguna de las muchas entrevistas que le hicieron cuando apareció el libro en el mes de enero del año 2009. Sin embargo en la primera edición española publicada el año siguiente ya apareció con el título de Hijos del ancho mundo, denominación apropiada a la trama, pero que se aleja bastante del personaje principal, Marion Stone, al que en la novela veremos cómo se va separando, cómo va cortando, con los otros seres novelescos apellidados Stone. Estos otros personajes de nombre Stone son su hermano gemelo Shiva y el padre de ambos, el doctor Thomas Stone. No quiero decir nada más sobre cómo se produce ese corte, esa separación, para no enturbiar el disfrute lector. Como siempre, y mucho más en una novela como ésta de estilo narrativo muy tradicional, la lectura de la misma desvelará esta información de manera adecuada a su debido tiempo.

Sí diré que el protagonista, su padre y la mayor parte del resto de personajes pertenecen al ámbito médico, igual que el propio Abraham Verghese (Addis Abeba, 1955), quien en Estados Unidos ha alcanzado altos reconocimientos por su labor literaria y el ejercicio de la medicina: Premio Heinz en Artes y Humanidades en 2014, y en 2015 Medalla Nacional de Humanidades por «sus esfuerzos para enfatizar la empatía en la medicina y sus representaciones imaginativas del drama humano». Precisamente esta traslación o énfasis puesto en la empatía durante la práctica médica es una de las enseñanzas destacables de esta novela. Así en un  momento del relato Thomas Stone, médico neoyorquino muy prestigioso ya en esa ocasión pregunta a sus discípulos: «¿Qué tratamiento en una emergencia se administra por oído?» La respuesta correcta se la dará su propio hijo, al que él en ese instante no reconoce: «Palabras de consuelo».

Pero, como es lógico, la medicina no aparece sólo en esta vertiente consoladora, sino de manera enérgica y principal en la práctica de la misma: Operaciones quirúrgicas de todo tipo, aperturas en canal de cuerpos humanos  para poder acceder a los distintos órganos internos, denominación de técnicas diversas para realizar operaciones variadas, nombres específicos de las diferentes afecciones... Si soy sincero diré que al final he quedado un poco ahíto de términos médicos, de operaciones quirúrgicas de riesgo, de prácticas de enfermería y productos farmacológicos de lo más diverso. Pero también diré que la maestría del escritor hace que sepa combinar adecuadamente la frialdad y asepsia del quirófano con una historia personal plena de emociones y afectos que mantiene vivo el interés del lector. 

Junto a lo ya dicho, hace permanecer en el libro página tras página el deseo de saber y comprender mejor la evolución política de Etiopía, la lucha por la independencia de Eritrea, y algo también sobre Somalia o la India. Que en este medio geográfico y étnico los personajes sean católicos añade un punto más de interés. Por momentos, sobre todo en las referencias a la India, mi pensamiento volaba a la madre Teresa de Calcuta y venía a mi memoria el recuerdo de lecturas de Dominique Lapierre especialmente su novela La ciudad de la alegría. Sin embargo he de decir que Kerala, estado indio donde nació el escritor y la madre de los Stone («Mi madre, la hermana Mary Joseph Praise, era una malayalí de Cochin, estado de Kerala»), y también el de Tamil Nadu donde, se nos dice nada más comenzar la novela, la hermana Mary Joseph Praise se había formado como enfermera dentro de las carmelitas descalzas, distan mucho en su riqueza de la pobreza en la que se desarrolla la atención asistencial del Hospital Missing en Addis Abeba (Etiopía) donde nacen, crecen y se hacen adultos los niños Marion y Shiva Stone.

El pacto del aguEtiopía, Hailie Selasi
Quizás la capacidad de atracción popular que tiene la novela en una gran mayoría de lectores resida en las historias de amor que en ella aparecen. Por momentos Hijos del ancho mundo es una auténtica y tradicional novela del corazón: encuentro fortuito de los dos amantes en la cubierta de un barco carguero, amor imposible entre una monja y un médico cirujano, unos niños abandonados por su padre, unos padres adoptantes (el cirujano doctor Ghosh y su amada Hema, ginecóloga) entregados por igual a su labor médica y a su función de padres, un amor idealizado (el de Marion respecto a Genet), traiciones amorosas incluso entre hermanos... Estos episodios sentimentales son los que mantienen vivo el relato desde el inicio hasta el final cuando por fin se halla debida explicación a todo ello. Y es aquí, en este saber mantener viva la atención del lector, que reside en mi opinión el principal mérito de esta novela. 

A lo anterior añadiría, como colofón de esta reseña, la multitud y variedad de referencias literarias que aparecen por doquier en el libro. Marion Stone es un chico muy leído, al igual que su madre adoptiva Hema, su hermano Shiva y el propio Thomas Stone. Los nombres de escritores de ficción abundan casi tanto como las referencias a libros y publicaciones médicas. A mí, ya lo he dicho en varias ocasiones, me encanta encontrar en los libros estas alusiones literarias 
  • «Hema sacó a Kipling, Ruskin, C. S. Lewis, Poe, R. K. Narayan y muchos otros de las bibliotecas del British Council»
  • «Gracias a C. S. Forester, me encontraba en un barco chirriante al otro lado del planeta, en la cabeza de Horatio Hornblower,» (literatura de aventuras que el joven Marion leía durante el monzón)
  • «Descubrí a Ghosh consultando Alicia en el País de las Maravillas» / «Hema nos leyó en nuestro cuarto [...] El antropófago de Malgudi de R. K. Narayan.» (a los gemelos, Gohsh y Hema, sus padres adoptivos, les leían cuentos)
  • «El Anatomía de Gray se convirtió en su Biblia» (uno de los libros científicos más apreciados por Shiva)
Y en un libro con vocación, ¡y éxito contrastado!, de bestseller no podía faltar la música; una música popular incluso cuando realiza alusiones a la música culta


Para finalizar
Haber leído a Abraham Verghese ha sido debido a la gran repercusión que en el mundo literario ha tenido su última novela titulada El pacto del agua. Ese era el título que en la tertulia literaria 'más que palabras...' se propuso en primera instancia, pero lo reciente de su publicación y el hecho de que ya algunas de las tertulianas lo habían leído hizo que nos decidiéramos por ésta su primera novela, Hijos del ancho mundo. De El pacto del agua poco sé al no haberla leído aún; simplemente diré que tengo entendido que la acción se desarrolla en el estado indio de Kerala, lugar de ascendencia del escritor.