«Octavio César ha traído paz a esta tierra: los romanos no han vuelto a combatir entre sí desde Actium. Ha traído prosperidad al campo y a la ciudad: ni siquiera los más pobres carecen de alimento en la ciudad, y los habitantes de las provincias prosperan merced a la beneficencia de Roma y de Octavio César. Ha traído la libertad al pueblo: el esclavo ya no tiene que temer la crueldad arbitraria de su señor, ni el pobre la venalidad del rico, ni el orador responsable las consecuencias de sus palabras.»
Conocí la literatura de
John Edward Williams a través de "
Stoner", la novela que publicó en 1961 y que en 2010 la editorial tinerfeña
Baile del Sol publicó por vez primera en España. Tras esa edición vendrían las realizadas en otros países europeos comenzando con Francia que la puso en las librerías en 2011. Desde ese momento la figura del escritor norteamericano fallecido en Arkansas en 1994 a la edad de 71 años empezó a ser reconocida en todo el mundo. "
Stoner" me encantó cuando la leí en 2014 y ahora al releer la reseña que por entonces hice de la novela en el blog creo que me puse algo gallito con el autor [
mi opinión sobre "Stoner" aquí].
El escritorEn esa ya lejana reseña de 2014 algo decía sobre la vida del escritor, cosas como que participó en la IIª guerra mundial, que fue profesor en la universidad de Misuri y luego en la de Denver donde dirigió el programa de escritura creativa de esa institución hasta su jubilación en 1986; pero de su obra literaria apenas dije nada. Aprovecho, pues, ahora para completar la información sobre su vida y Obra creativa. John Williams, nacido en Clarksville (Texas) en 1922, dejó la facultad tras un primer año de suspensos y trabajó en periódicos y emisoras locales durante meses hasta alistarse en el ejército en 1942. Fue enviado a India y allí empezó a elaborar su primera novela, Nothing But the Night que se publicó en 1948 y un año después se atrevió con un poemario, The Broken Landscape: Poems.
Su segunda novela, Butcher’s Crossing, llegó más de una década después, en 1960, aunque el verdadero éxito le llegaría con sus dos últimas obras: Stoner (1965) y la que con sumo agrado acabo de leer, Augustus (1972) que en España se comercializa, no sé por qué razón, con el título de El hijo de César. Esta última novela le hizo conseguir el National Book Award en 1972. Su quinta novela iba a llevar por título el de The Sleep of Reason. Estaba trabajando en ella cuando la muerte lo sorprendió y se lo llevó como consecuencia de un fallo respiratorio. Corría el año 1994 y John Edward Williams estaba en el momento más alto de su carrera.
Mi comentario sobre "El hijo de César"
Reencontrarme con la literatura de Williams ha sido muy satisfactorio. La novela me ha gustado muchísimo. Me parece una novela histórica excelente y al tiempo muy distinta, por lo bien hecha que está, de lo que uno encuentra habitualmente en el género. Cuando leo histórica la sensación de falsedad o de impostura suele muchas veces asaltarme: los anacronismos están a la orden del día, muchas veces de manera muy burda. Con esta lectura no me ha sucedido tal cosa en absoluto. En "El hijo de César" todo es natural, todo discurre como debe de ser o como al menos uno imagina que en la época relatada las cosas debían de ser. ¿Cómo lo logra el autor? Pues sencillamente (es una manera de hablar porque es una sencillez que surge tras mucho trabajo y superación de la dificultad) empleando una estructura comunicativa acorde a la que en ese siglo de Augusto se empleaba: la epistolar. Todo el libro está construido a base de cartas que se envían unos personajes a otros en las que cuentan sus propias experiencias o comentan lo vivido por otro o lo observado por el remitente sobre lo dicho o hecho por aquél o aquélla. A veces la comunicación es con uno mismo, o sea, quien escribe lo hace para sí mismo como sucede en fragmentos tomados de supuestos diarios de algún personaje. Lo importante y el logro alcanzado es que este puzle comunicativo provoca un enjambre de perspectivas diferentes sobre unos mismos hechos que así se van completando en la mente del lector. Es magnífico observar cómo a lo dicho por algún personaje se añade por boca de otro un matiz importante que provoca un cambio significativo en la percepción de quien está leyendo la novela.
Esta serie de cartas no son correlativas en el tiempo sino que se suceden en una alternancia temporal que va del momento actual vivido por los protagonistas a bastantes años después: el mismo hecho que conocemos en un momento inmediato a haberse producido es recordado y revivido por unos personajes que ya no son jóvenes en otras cartas, diarios o memorias relativos a sus hechos de juventud. Lo que sí es interesante y hace que la lectura de esta novela resulte sencilla y muy agradable para cualquier lector es que aunque las cartas se fechan en momentos diversos sin embargo sirven para construir un relato lineal que al fin y al cabo es la novela que estamos leyendo: la vida del hijo de César.
La novela presenta la figura de Augusto, sucesor de Julio Cesar, iniciador del Imperio que sucedió a la época de la República. Augusto logró poner fin a las Guerras Civiles que de continuo asolaban Roma, impulsó reformas legislativas de calado que sentarían las bases de nuestro Occidente actual, embelleció e higienizó la capital, y fue permisivo con los dioses de otras religiones; quizás, por esto el Cristianismo pudo mal que bien empezar a ser aceptado aunque como todos sabemos no sería hasta Constantino que el Imperio se hiciera cristiano.
La relación familiar es grande e intensa entre todos los personajes que aparecen en la novela. Comienza el relato con una carta de Julio César a Antia, madre de Cayo Octavio, para que lo envíe a Grecia a estudiar a fin de que el joven al que había adoptado no se ablandase por la molicie de vida que predominaba en Roma. Estando allá, en Apolonia (Grecia), con sus amigos Mecenas, Saldiviano Rufo y Marco Agripa les llega la noticia de la muerte de César y de que en el testamento ha legado el Imperio a su hijo adoptivo, Cayo Octavio. Octavio y sus tres amigos deciden ser prudentes y moverse con prevención pues saben que hay muchas familias y personajes ilustres en Roma (Cicerón, Marco Antonio, la familia Claudia, los Graco, etc....) partidarios del antiguo régimen que primaba a unas cuantas familias poderosas sobre el resto. Octavio, si bien no era pobre, no procedía de una estirpe de mucha raigambre en el país. Luchará y hará política logrando realizar un triunvirato con Marco Antonio y Lépido y así comenzar a dominar en una parte del Imperio con el nombre ya adoptado de Cayo Octavio César Augusto.
Definitivamente Octavio se hará con todo el poder del imperio cuando en Actium derrote a Marco Antonio. Habrá paz en Roma, habrá prosperidad, pero también conciliábulos para intentar derrocarle que él irá desmontando con la ayuda de sus amigos Agripa y Mecenas -a Rufo hubo de castigarle por no haber sido claro en su alineación- y con la política de matrimonios desarrollada en su propia casa y en la de otros, en especial con la persona de su hija
Julia -mi pequeña Roma, la llamaba- a la que casó con éste o aquél para así lograr acuerdos que consolidasen la unidad de Roma y fortaleciesen su figura como emperador.
Además del asunto y la manera de presentarlo por muchas otras razones me ha gustado esta novela. Una de las principales es que he conocido aspectos sobre el mundo antiguo que ignoraba por completo. Por ejemplo no sabía (perdón, perdón, pero así es) que el gran Marco Tulio Cicerón, el hostigador de Catilina, era partidario de la República y, aunque contribuyó o al menos no se opuso al asesinato de Julio César, Marco Antonio no le perdonaría un libelo en su contra por lo que pasado un tiempo sería decapitado y expuesta su cabeza y manos al público. Aunque Octavio lo admiraba intelectualmente no pudo oponerse a su sacrificio, exigido por Marco Antonio en las negociaciones que entablaron para constituir el Triunvirato. Tampoco sabía que la gran extensión del Imperio Romano conllevaba una administración bastante diferenciada entre unas zonas y otras. He entendido así mucho mejor la razón por la que el Imperio pervivió en Oriente más tiempo que en Occidente; en la novela el mero hecho de que Oriente lo controlase Marco Antonio, Occidente, Augusto, y África, Lépido, sirve para entender la muy distinta política que se seguía en unos u otros lugares. Pero especialmente he disfrutado muchísimo viendo cómo César Augusto Octavio se preocupó por modernizar, culturizar y embellecer Roma. La embelleció realizando templos, colocando esculturas, haciendo baños públicos (la sanidad era un aspecto que le preocupaba especialmente); la culturizó abriendo bibliotecas y favoreciendo las reuniones de intelectuales y los debates; y la modernizó proponiendo un corpus legislativo de muchísimo alcance que en gran medida ha llegado hasta nuestros días. En el relato leído ocupan lugar destacable las leyes que sobre el matrimonio dictó el emperador. Esas leyes las utilizó a conveniencia para solventar problemas políticos. En fin, como se ve, en época de los romanos los gobernantes aplicaban las leyes o las ignoraban según fuesen sus necesidades políticas y personales. No ha cambiado tanto la cosa, ¿no os parece?
John Williams es un enamorado de la literatura. En "Stoner" la literatura medieval inglesa ocupaba un importante lugar dentro del relato, como no podía ser de otra manera tratándose de la historia de un profesor de literatura inglesa prerrenacentista. De igual manera en "El hijo de César" la literatura y los autores del momento en que sucede la narración tienen una función principal en la novela ocupando las figuras principales un lugar central en la misma. Algunas de estas figuras estelares de la literatura y filosofía romanas que aparecen son entre otros: Mecenas, Horacio, Cicerón, Terencio, Ovidio, el geógrafo Estrabón, el mismísimo Julio César que al inicio del relato está aún con vida, el historiador Tito Livio a quien Mecenas escribe con profusión contestando las preguntas que el joven historiador hace al ya anciano compañero y amigo de Cayo Julio César Octavio Augusto, un maduro Séneca solicita 40 años después de la muerte de César a Filipo, el joven médico que lo asistió en sus últimos momentos noticia sobre cómo murió el emperador... Pero sin duda alguna Publio Virgilio Marón es la estrella principal de esta pléyade. Virgilio, admiradísimo por Augusto, es autor de poemas como las Bucólicas, las Geórgicas y sobre todo es el creador de la Eneida, epopeya sobre los orígenes de Roma. Virgilio a la hora de su muerte pidió a Octavio que la destruyese al considerarla una obra imperfecta, acción que afortunadamente el emperador no realizó.
La literatura ocupa como digo lugar preeminente en la novela. Y junto a ella la filosofía, esencialmente la estoica de la que Octavio era seguidor como discípulo y admirador que era de Cicerón que fue quien la adaptó al estilo de vida romano. También se percibe en las actitudes de algunos personajes la influencia del epicureísmo de Lucrecio y/o del escepticismo de los romanos seguidores de la escuela del griego Pirrón. Lo mejor de todo esto es lo magníficamente bien que el novelista incardina estos movimientos en los distintos caracteres de los personajes que así ganan en verosimilitud y redondez.
La religión también es asunto importante en la narración. Marcha como es lógico de la mano de la filosofía y el escepticismo de Octavio se percibe al considerarla el emperador como una manera de dominar al pueblo gran seguidor de los distintos cultos a los dioses más diversos. Claramente el hijo de César era poco creyente aunque sí muy respetuoso con todas las creencias. En carta a Nicolás de Damasco le dice lo siguiente al respecto:
«Si alenté al pueblo a rendir culto a estos antiguos dioses romanos, lo hice por necesidad más que por una convicción religiosa de que esas fuerzas residan realmente en sus supuestas entidades... Quizás tuvieras razón después de todo, querido Nicolás: quizás solo existe un dios. Pero, si eso es cierto, te equivocaste en el nombre. Se llama azar, su sacerdote es el hombre, y al final la única víctima de ese sacerdote es el mismo hombre, su pobre ser dividido»
Hasta aquí sólo he hablado de personajes masculinos. Podría parecer por ello que las mujeres no tuvieran relevancia en la novela. No es así. Las mujeres son muy importantes por varios motivos: uno ya lo he señalado al hablar de la política matrimonial practicada por Octavio quien se casaba y divorciaba por oportunismo político principalmente. En una de sus cartas a Tito Livio, Mecenas cuenta al historiador latino el papel personal que él tuvo en los sucesivos matrimonios de Octavio. Muchos se consumaron por pura política. De uno de ellos, el que hizo con Escribonia, la hermana menor del suegro del pirata Sexto Pompeyo, dice que lo mejor que Augusto obtuvo de ella, de la que se divorció nada más tener una hija, fue precisamente eso, su hija Julia. En la misma semana de este divorcio se casó con Livia, quien al decir de Marco Antonio ya iba encinta de su anterior marido, Claudio Nerón. También otro importante matrimonio fue el de Antonio con la hermana mayor de Octavio, Octavia. De esta mujer dijo Mecenas que si a él le hubieran gustado las mujeres habría sido una buena esposa.
Las mujeres cumplían la función de dar herederos al marido o maridos. Julia, la hija de Octavio, enviudó por segunda vez a los 27 años de edad y en ese momento ya tenía cuatro hijos y estaba embarazada del quinto. Se casaría por tercera vez por razones políticas a petición de su padre con Tiberio, el hijo que Livia había tenido con Claudio Nerón, al que Julia odiaba profundamente, pero Roma (los deseos del emperador) estaba siempre por encima de los sentimientos personales. Quizás por ello la promiscuidad y la liberalidad absolutas serían su comportamiento durante este último matrimonio. El epicureísmo, el disfrute y la búsqueda del placer no estaban mal vistos en Roma pero si conllevaba por medio el adulterio era motivo de penalización; sólo las prostitutas estaban eximidas de esto pero también tenían vedado el matrimonio. El Libro II -la novela se estructura en tres Libros- acaba con el descubrimiento por parte de Augusto de una conspiración que se estaba urdiendo en su contra. Forman parte de esta conspiración varios amantes de Julia (Julio Antonio, Sempronio Graco, Quintín Crispini y otros). Para salvar a Julia de la muerte al haber participado junto a Julio Antonio en la conjuración le aplica sus leyes sobre el matrimonio y la acusa de infidelidad y prostitución desterrándola de por vida a Pandateria.
El hijo de César es excelente ejemplo de la funcionalidad de la novela histórica frente a la que cumplen los tratados de Historia. Son estos últimos, al fin y a la postre, muchas veces un mero catálogo de batallas, guerras, nombres de reyes y poderosos, quedando los verdaderos hacedores de la historia oscurecidos por la magnificencia de los triunfos y festejos promovidos en honor de los generales y dirigentes de los ejércitos victoriosos. John Edward Williams introduce en esta novela junto a los nombres señeros ya citados a protagonistas anónimos ahondando así en la verdadera realidad vivida por el pueblo que hurtan los historiadores pero no los novelistas. Ejemplo de ello es al final del Libro I la figura de un tal Horacio Flaco, tribuno en el ejército de Bruto, que huye en la batalla por miedo y no saber por qué combatía. El es hijo de un liberto y no sabe qué hará si vuelve a estar en combate. Este personaje popular es ejemplo de lo que auténticamente vivían dentro de sí los miembros de esas voluminosas legiones romanas que asolaban el mundo. Otro personaje interesante en este terreno de seres intrahistóricos es el de Hirtia, la hija de la nodriza que de niño amamantó a Octavio, quien próxima ya su muerte es conducida por su hijo a ver Roma y topa casualmente con el César al que reconoce y llama Tavio, su nombre de niño. El diálogo entre ambos es manifestación de los sentimientos auténticos que jamás encuentran espacio en los libros de Historia y sí en las novelas históricas. Augusto a raíz de este encuentro el mismo día que él se disponía a condenar a su hija Julia reflexiona que «por mor de Roma y mi posición de autoridad tenía que condenar a mi ropia hija, y se me ocurrió pensar que si Hirtia hubiera tenido el poder de elegir, habría sacrificado a Roma y salvado la vida de su hija»
La reflexión anterior le sirve al personaje central de la novela a razonar sobre los distintos tipos de amor. Igual que sobre el amor, en la novela se reflexiona sobre el poder, el deseo, la muerte, el sentimiento de pena, la esclavitud del matrimonio, etc., etc. Un sinfín de asuntos son los que magistralmente se tocan en esta muy buena novela. La cita siguiente sobre el poder, extraída del diario que Julia está escribiendo en su exilio de la isla de Pandateria, me parece un buen ejemplo sobre cómo cada persona siente de manera distinta:
«el poder es vano, dicen los filósofos; pero ellos no saben lo que es el poder, de igual modo que un eunuco no sabe lo que es una mujer, lo cual le permite contemplar la imposible. Jamás en mi vida pude comprender como mi padre no era capaz de sentir ese goce del poder que para mí constituía el motivo de mi existencia y gracias al cual fue feliz con Marco Agripa.»
Final
Tanto me ha gustado esta novela que he buscado un libro de Plutarco que recordaba tenía por casa sin leer desde hace muchos años. Se trata de "Alejandro y César", dentro de la serie Vidas Paralelas que el escritor latino del siglo I d.C. escribió. Quiero conocer más sobre este personaje y esta época. Al tiempo la figura de Alejandro Magno con quien se compara a César siempre me ha atraído siendo una de las más populares en el imaginario colectivo. La mismísima Cleopatra, última reina de Egipto de la dinastía ptolemaica que se inauguró con Ptolomeo, general del Gran Alejandro a quien éste concedió esa zona del norte de África.
Nota.
Al haber sido publicada originalmente esta novela el año 1972, incluyo la misma dentro de la lista de clásicos leídos dentro de la
Vª edición del Reto "Nos gustan los clásicos" promovido por Francisco del blog
Un lector indiscreto.