He leído la obra de Antonio Gómez Rufo, pese a su título, no como una novela sino como lo que creo que es: un anecdotario, una sucesión de hechos históricos condimentados con sucedidos más o menos comprobados que sirven al escritor para avanzar por la historia de Madrid desde 1565 hasta 2004.
Con lo manifestado al inicio quiero decir que para mí esta lectura ha sido una segunda y hasta a veces tercera opción a la que acudía cuando las otras principales que tenía entre manos no podía hacerlas en condiciones. Entonces "
Madrid" me distraía, me entretenía y me ha enseñado no pocas cosas que desconocía.
Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1954) para escapar del manido molde del libro puramente histórico, por muy divulgativo que este pudiera ser, intenta construirle un relato a la villa madrileña creando para ello una saga de tres familias que llegan en 1565 a las mismas puertas de la ya por entonces población de aluvión que crecía incesantemente. Estas tres familias son los
Tarazona, los
Posada y los
Vázquez que generación tras generación mantendrán entre ellas una relación que más que de amistad ellos consideran familiar.
Una de estas familias, los
Tarazona, aparece desde casi el principio trabajando en el ámbito municipal, un espacio que Gómez Rufo conoce bien pues él mismo estuvo encargado del Aula de Cultura del Ayuntamiento madrileño durante el año 1983,siendo además de 1984 a 1987 director del Centro Cultural de la Villa dependiente de ese mismo ayuntamiento. Al colocar a uno de los conductores del relato en el Consistorio el narrador tiene argumentos suficientes para darnos a conocer las diversas iniciativas de Reyes y Regidores que fueron transformando al, en principio, poblachón manchego.
Otra de las familias, la que forman
Alonso Vázquez y su esposa
Clara tiene desde el principio relación con el mundo de la cultura, un área en la que el escritor se mueve como pez en el agua.
Alonso entra muy pronto a trabajar como actor en el Corral del Príncipe. Gracias a este grupo familiar el libro puede hilvanar un sinfín de curiosidades referidas al mundo del teatro y de la literatura en general.
Por último y muy en la línea con aquellas narraciones populares que presentan vidas diversas Gómez Rufo, en la estela de no pocos productos literarios o/y visuales de consumo popular, ha buscado una zona neutral en la que poder mostrar sin problema alguno personajes de procedencias y caracteres muy diversos. Este espacio común es la Posada que desde bien pronto la tercera de estas familias, la que formaron
Juan Posada y
María de Tormes, abren a la trasera de la Puerta del Sol y que le sirve al narrador de disculpa suficiente para introducir en el relato a cuantos personajes precise para llevarlo adelante.
Con estos tres mimbres, pues, Ayuntamiento, Teatro y Hostelería, se lanza el escritor a recorrer cuatro siglos y medio de historias -mejor que Historia- de Madrid. Y lo logra, claro que sí, produciendo un relato que aunque extenso (944 páginas) se lee con agrado. Pero, y esto también hay que decirlo, el empeño es descomunal dado que hablar de Madrid es hablar de los Reyes que en la Villa pusieron sus reales, y si hablamos de Reyes estamos hablando de Historia no sólo de la Villa sino también de la Corte y con ella de toda España y... ¡la obra se le escapa de las manos! Empeño quizás excesivo éste que Gómez Rufo intenta acotar simplificando en exceso actuaciones reales o despachando a algunos de nuestros monarcas con los tópicos al uso ya fijados por el tiempo (indolentes, enfermizos, vanidosos...). Y lo que es más grave, aunque disculpable en tan titánica y encomiable tarea, es que el escritor incurra a veces en alguna -no muchas, verdaderamente- imprecisión histórica como cuando dice que la revuelta de los Comuneros lo fue contra la reina Isabel cuando en verdad la sufrió el rey Carlos I:
"nuestra reina Isabel no tomó en cuenta que Madrid se sumara al bando de doña Juana en la disputa sucesoria por Castilla, ni tampoco que se rebelara contra ella al lado de los comuneros de Juan de Padilla."
En este poco numeroso capítulo de los errores no puedo dejar de señalar uno que me parece, y más para un salmantino como yo, de todo punto inadmisible. Me refiero a cuando en un momento del relato llegamos a leer, y a entender, que Tormes es una localidad como lo son Tarazona o Aranda:
"Llevamos cuarenta años aquí y todavía nadie sabe de dónde surgió esta ciudad, porque parece que la fundamos nosotros..
.-No te comprendo, María -se sorprendió Guzmán del comentario de la mujer.
-Pues más claro no puede estar -replicó ella desahogada-. A buen seguro que tú sabes cómo se creó Tarazona, como yo lo sé de Tormes y Alonso de Aranda. Pero ¿y Madrid?"
"¿Como yo lo sé de Tormes?" ¿A qué se refiere el autor? ¿Pues no parece que está considerando el término '
Tormes' como topónimo de lugar y no como lo que es, el nombre del principal afluente del río Duero? Ya sólo que pueda crearse en la mente del lector confusión semejante me parece inmenso despropósito.
Más comprensibles, aunque una revisión final de todo el escrito debiera de haberlas detectado, son algunas imprecisiones cronológicas como cuando dice que
María de Guzmán fue enterrada en la cripta de la iglesia de San Ginés. Si María de Guzmán muere en 1619, ¿cómo va a ser enterrada en la cripta de la Iglesia de San Ginés si ésta se construye en 1640?
Desde el punto de vista de lógica narrativa, el problema con el que ha de enfrentarse en no pocas ocasiones el escritor es el de dar continuidad histórica al nacimiento de algo. Así por ejemplo cuando nos habla de la posada que
Juan y
María abren a la trasera de la Puerta del Sol se ve obligado a dar noticia de las peripecias sufridas por la misma hasta el año de 1970 en que definitivamente fue cerrada la
Posada del Peine que así se llamaba. Con estas frecuentes excursiones hacia adelante en el tiempo, el concepto de novela bajo el que Gómez Rufo alberga el título de "Madrid" se resiente claramente. Más que ante una novela, pensamos en esos momentos, estamos ante un ejercicio periodístico, una divulgativa crónica histórica sobre algunos aspectos curiosos de esta ciudad. Y lo mismo sucede con explicaciones que han de sobrepasar la corta existencia de los hombres y mujeres de estas tres familias. Me refiero, por ejemplo, al ornato del Paseo del Prado, a las peripecias sufridas por la Puerta de Alcalá y otras puertas de la ciudad, al por qué de la existencia ahí, en el Paseo de la Castellana, de la Cibeles y algo más abajo de la fuente de Neptuno, etc., etc.
Conclusión
Como el mismo
Antonio Gómez Rufo ha dicho en varias de las entrevistas concedidas durante la promoción de su obra, Madrid carecía de un relato y él se lo ha dado. Un relato que se disocia en dos pues por un lado van las vicisitudes de estas tres sagas familiares, muy repetitivas y de no mucho interés en sí mismas, y por el otro el conjunto de anécdotas que a través de ellas se nos van dando a conocer. En la
"Nota previa del autor" que antecede a la obra propiamente dicha el escritor, como si tratase de ponerse la venda antes de la herida, hace una auténtica reseña de su propia obra en la que incluye como elemento más llamativo el siguiente párrafo a fin de incitar a la lectura de la misma:
"¿Cuáles son los orígenes de Madrid? ¿Por qué se llama "gatos" a los madrileños? ¿De dónde surgió el insulto de 'gilipollas' genuinamente madrileño? ¿Por qué se murió de pena Ventura Rodríguez? ¿Quién perdió los restos de Lope de Vega, Cervantes y tantos otros? ¿Y qué pasó con los de Goya? ¿Quién y para que se construyó el Retiro? ¿Se conoció al autor del incendio del viejo Real Alcázar? ¿Quién fue el primer alcalde de Madrid elegido por los vecinos? ¿Cuál es la razón por la que nunca se miran los Leones de la Cibeles? ¿Por qué se toman las 12 uvas de Nochevieja ante el reloj de la Puerta del Sol? ¿En dónde estaba el quinto pino? ¿Fue Madrid un instrumento de poder de los sucesivos reyes de España?"
En verdad, y como ya dije al principio de este post, en esto se puede resumir lo esencial de "
Madrid. La novela": un anecdotario, una colección de curiosidades e historietas que, pese a algunos descuidos no muy disculpables, se lee con mucho agrado.