"El ritmo rápido, el que mueve la fogosa máquina juvenil, había agotado su labor y entré casi sin percatarme en el ritmo lento que es el del mundo adulto, el de la razón, el del segundo acto, […] cuando los humanos trabajamos con gran esfuerzo para construir algo duradero que dé sentido y reconocimiento a nuestras vidas, esfuerzo inútil, pero forzoso, antes de que llegue el tercer acto y constatemos que nuestra vida ha sido tan vana e inútil como las de los mil trillones de humanos que nos precedieron y que tan bien describe el Eclesiastés. No hay vidas más o menos útiles o fútiles, sólo más o menos bellas de relatar."
Aún vivía el dictador y seguíamos siendo oficialmente un grupo de exiliados de la dictadura, aunque ninguno, excepto Julio Silvela Silva, fuera en verdad un represaliado, los demás estábamos allí por aburrimiento, por azar, por romanticismo o por aventura, pero nos sentíamos dolorosas víctimas del régimen.
Esta novela-ensayo está preñada de opiniones personales del autor-narrador sobre variados asuntos. Escribir una autobiografía o unas memorias a la edad del escritor, setenta y seis años, da para mucho y si además como es su caso la dedicación profesional ha sido intelectual, concretamente profesoral, las idas y venidas por el espacio mental son obligadas, Azúa las muestra en capítulos que dan saltos temporales moviéndose en un abánico temporal que va de 1960 hasta 2007 sin más orden que el que nace del propio ejercicio memorialístico. Así pues, vemos al narrador y a sus amigos Hugo, Josean y Manolín en su época de adolescentes escolares en Cataluña donde por el origen no autóctono y nivel socioeconómico inferior (hijos de profesor, militar o guardia civil) se sienten algo rechazados por algunos compañeros oriundos del lugar de clase burguesa o pequeñoburguesa cual es la pertenencia de Tartarull y Fromenter. Luego vamos a conocer la estancia en París de Josean, Hugo y el narrador junto al profesor Julio Silvela Silva y otra serie de españoles allí ubicados durante los años setenta (María de Jesús, Demetrio Persépolis, Balta, la Mudita, Teresa, Mina Soria ...). Tras estos años de iniciación y juventud (en el fondo el Primer Acto de la existencia) llegará el asentamiento y la tranquilidad en la que cada uno de ellos se ubicará en lugares diversos (Madrid, País Vasco, Catalunya...) aunque en general siempre en el ámbito de la enseñanza e investigación universitarias hasta que por fuerza de los años este Segundo Acto de creación y proyección profesional finalice y dé paso al Tercer Acto que da título al relato, es decir al último acto de esta representación carnavalesca que en el fondo es la Vida.
La novela es el retrato de la generación a la que pertenece Félix de Azúa, una generación que de jóvenes, en esos años parisinos sobre todo, pero también ya en España antes de salir a Europa y mucho más a su regreso tras la muerte de Franco, a sus inquietudes intelectuales y filosóficas (Josean está muy interesado en Heidegger y su obra "Ser y Tiempo" es su libro de cabecera; el profesor Silvela Silva les hace profundizar en los arcaicos griegos, los filósofos primitivos, y también en la filosofía del lenguaje; el narrador en compañía de su amante, Cicciolina, visitará a Ernst Jünger en Múnich; etc.) unirán sus devaneos con el mundo de las drogas legales (el alcohol sobre todo que en algunos hizo estragos) e ilegales (los porros de hachis, grifa y marihuana, las papelinas de LSD... e incluso en algunos de ellos la esclavitud de la heroína). Esto durante la juventud, o sea, durante el Primer Acto de la vida que en la producción libresca de Félix de Azúa se corresponderá con lo manifestado en "Autobiografía sin vida" publicado en 2010 (esto lo digo sin haberlo comprobado por mí mismo dado que no he leído el ensayo citado).
Es curioso y muy irónico que el Segundo Acto, es decir, el momento de máximo esplendor y proyección profesional de cualquier persona y por tanto también del escritor y de sus compañeros juveniles lo despache en "Tercer Acto" con rapidez en dos patadas, que suele decirse:
luego fueron pasando los meses, muchos meses, porque, sin apenas darme cuenta, había yo entrado en el segundo acto, el más largo y monótono, cuando el tiempo parece detenido, pero en realidad avanza con extrema aceleración y no nos percatamos de ello hasta que es irremediable y nos vemos arrojados al tercer y último acto.
[...] La obsesión por los libros, más que la lectura misma, ha sido el gran consuelo de mi vida a todo lo largo del segundo acto, que comenzaba en ese momento sin que yo lo sospechara.
Evidentemente aquí está de fondo ese segundo libro de su autobiografía titulado “Autobiografía de papel” que apareció en 2013.
En este libro, "Tercer Acto", el autor da suelta a otra serie de asuntos que han movido su estar en la vida. Se manifiesta con plena liberalidad sin seguir lo marcado por lo políticamente correcto sino lo verdaderamente sentido por él, una persona libérrima sin atadura política alguna. Estos son, aparte de los ya expuestos, algunos de estos asuntos:
- El franquismo como justificación vital de no pocas personas. Así los jóvenes que acuden a la tertulia del profesor Silvela se consideran represaliados políticos sin serlo:
- No podíamos admitir que habíamos estado de vacaciones hasta entonces, era casi imposible renunciar al sueño heroico de haber sido perseguidos por la descomunal fuerza del Estado, iba a ser muy difícil echarle la culpa de nuestras frustraciones a alguien, una vez desaparecida la presencia granítica del dictador. (p. 68).
Jóvenes que cuando muere el dictador se quedan sin referente existencial lo que percibe el camarero que habitualmente les atiende en La Boule:
- Pronto comprendió la tristeza grande de aquellos desgraciados a quienes se les había hurtado el sentido de su existencia al perder el nombre del enemigo. Parece, ya me perdonaréis, dijo, como si se os hubiera muerto el padre, ¡ánimo, por favor (un peu de courage, sacrebleu)! (p. 68)
- Las drogas y los intelectuales. Me ha parecido de sumo interés, por desconocerlo completamente, la relación del filósofo alemán Ernst Jünger con el desarrollo del ácido lisérgico (LSD):
- Jünger había sido y era amigo de Hofmann, el químico que inventó el LSD y a quien Jünger se había prestado para las primeras experiencias alucinógenas.(80),
- Su opinión sobre los alemanes ha llamado poderosamente mi atención. Si las palabras que voy a colocar a continuación las hubiese leído antes de conocer la obra de Bernhard Schlink ("El lector" y especialmente "Olga", novela que he leído y reseñado hace bien poco) quizás me habría parecido una afirmación excesiva, pero, tras conocer la opinión de alemanes tan respetables como Schlink, ya no me lo parece:
- El campo bávaro y luego suabo estaba enteramente cubierto por la nieve. Las preciosas granjas de madera abalconada que se sucedían en la carretera parecían de juguete: hay un oscuro fondo infantil en el carácter germano que añade inocencia a su criminalidad congénita, como el niño que destripa juguetes mientras sonríe a sus papás.(p. 84)
- Interesantísima por demás es su opinión sobre la finalidad perseguida con la lectura de libros, actividad que en esencia ha constituido el segundo acto de su vida:
- en todos y en cada uno de ellos podía encontrarse lo que andaba buscando con desesperación desde que perdí la infancia, a saber, el secreto de la vida y de la muerte, un enigma escondido entre las páginas librescas de importancia decisiva para llegar a entender nuestra absurda naturaleza mortal y la razón insondable por la que no éramos dioses a pesar de haberlos inventado. (95) y con ese humor irónico y sarcástico suyo, tan característico, a continuación afirma que es fácil de entender que lo que me impulsaba a comprar libros (o robarlos, etcétera) no era leerlos, sino haberlos leído. Yo siempre leí en pretérito pluscuamperfecto. (96)
- La desaparición del otro por muerte o abandono:
- Es muy difícil aceptar que alguien con quien hemos contado toda la vida, tan indudablemente presente como si fuera el sol de cada día aunque no la hayamos visto en años, desaparecerá de pronto, en un instante, y ya no estará al otro lado del teléfono o de la puerta.(p.109)
- París y la arquitectura:
- Aquél era un París muy empobrecido por la guerra. En veinte años apenas si habían comenzado alos franceses a reconstruir su industria pesada y a levantar ciudades nuevas como Evry o Cergy, única novedad urbanística que tanto interesaría a Rohmer porque creyó que sería la máquina de troquelación de unos nuevos ciudadanos más racionales y bellos, típica creencia de la vanguardia francesa desde Le Corbusier, como si la arquitectura fuera capaz de determinar a los ciudadanos para mejorarlos en lugar de corromperlos. (p. 132)
- La sorprendente evolución política de las personas. Así Josean que había llegado a Heidegger a través de las revistas literarias falangistas que recibía su padre en casa ha pasado a ser ahora un ferviente defensor de la identidad nacionalista, que convertida en ideología política todo lo fagocita y controla:
- ¿Josean nacionalista? Ya lo creo, dijo Hugo con su mirada irónica, se ha ido convirtiendo en un nacionalista, pero a la manera de Heidegger, nacionalismo de la tierra y de la lengua, propuesta mítica y antirreligiosa. (p. 131)
- bajaba a la zona húmeda para llegarme hasta el viejo barrio del vicio, que estaba cambiando a gran velocidad y se transformaría irremediablemente gracias al grupo de negocios que montarían los socialistas cuando se adueñaran del Ayuntamiento de Barcelona junto con empresarios de un inexistente antifranquismo. Aquellas fuerzas, que entonces apenas llamaban la atención, se convertirían en un opresivo nacionalismo totalitario pocas décadas más tarde y dominarían el mercado entero del trabajo y de los negocios. (p. 148)
- Religión e ideología política. Es curiosísima la opinión que defiende el profesor José Andaluce, exiliado en Francia y compañero de profesión y militancia política del padre de Manolín:
- Andaluce aún creía que el comunismo era un modo de justificar la existencia y darle un significado, lo que coincidía exactamente con lo que pretendían todos los credos religiosos: ofrecer una salvación y sosegar la angustia de un modo masivo.(p. 134)
- El imperceptible paso del tiempo:
- Cuando llega el momento de envejecer y comenzar a morir, el tiempo parece acelerarse en una monótona precipitación que lo hace inaprensible o inconsciente, pero cuando vuelve a nuestra conciencia nos encuentra ya viejos. La vejez llega en un instante y no depende de la edad. Hay gente que ha sido vieja desde la infancia. (p. 175)
- Crítica a afirmaciones estúpidas de ciertos movimientos como por ejemplo ésta del animalismo:
- Comenzaba ya entonces la manía de los animales y del clima, una atmósfera opresiva que llevaría a aberraciones como confundir el tiro de mulas con el esclavismo o denunciar violaciones de gallinas en un gallinero.(p. 147),
- La nación en democracia: España sin Franco iba a convertirse en una inmensa taberna para las masas europeas. (p. 149),
- La vida universitaria. Quizás éste sea el ámbito más conocido por Azúa y por ello al que dedica mayor espacio en las opiniones críticas que vierte al final de esta obra:
- La vida universitaria es un mundo ajeno sin apenas roces con el mundo real y verdadero. Se parece a la vida eclesiástica de los enclaustrados, en la que sólo importa lo que sucede dentro de la reclusión universitaria y entre los rijosos frailes, sus rencillas, sus venganzas, sus seducciones, sus abominaciones, pero con la diferencia de que el claustro universitario está persuadido de que puede cambiar el mundo. (p. 180)
- Hay que tener presente que, desde la muerte de Franco, la universidad española se había ido moralizando y al final ya sólo se enseñaba a ser demócrata, solidario, diverso sexual, respetuoso con el medio ambiente o agraviado por motivos de identidad nacional. Toda enseñanza seria estaba prohibida, había que hacer felices a los estudiantes, el suspenso era considerado reaccionario y el esfuerzo una práctica fascista. Desaparecida la lucha por la vida, la universidad se había convertido en un balneario. (p. 181)
- Médicos y muerte. La estación término de la vida, el final del tercer acto de la existencia se aborda por parte de los personajes de esta novela en frontal oposición a la dictadura médica empeñada en prolongar la vida a toda costa: Silvela, Josean, el propio narrador, desean ser soberanos en esa hora suprema, no desean fallecer en un hospital rodeados de tubos y de máquinas. Con inmensa sorna y no escasa acerva crítica el autor pone en boca de los médicos que en Hospital del Mar de Barcelona atienden al profesor Silvela que acaba de sufrir una trombosis la frase siguiente:
- queremos que el señor Silva Silvela viva muchos años y tenga una vejez feliz. Además, todo es gratis gracias al seguro médico, ese magnífico invento catalán. (p. 185)
- y ahora, basta, ¡hala!, un par de besos, por favor, y adiós, no quiero volver a veros en lo que me queda de vida, me infectáis de sentimientos. Silvela estaba siguiendo su enseñanza y eliminando cualquier atisbo de emoción. Él prefería la caricatura antes que dar la menor ventaja a la muerte. Este desafío me ha parecido, años más adelante, algo profundamente castellano y ausente de otros lugares de la península. (p. 186)
Para finalizar
Recordé cuando el protagonista de Proust, en la Recherche, después de veinte años vuelve a encontrarse con los amigos de su juventud en un baile elegante y aquel reencuentro le parece como un efecto mágico, un portento, porque sus antiguos conocidos se esconden detrás de unas máscaras grotescas, ridículas, como de enanitos de cuento (p. 138)
Pero también en el campo de la pintura. En ésta es fundamental la alusión a la visión carnavalesca de la vida dada por Goya en una de sus pinturas, 'El entierro de la sardina', cuadro que muestra el último acto de disfrute de la vida carnavalesca. La alusión a este cuadro le sirve al autor-narrador para evidenciar la distancia que separaba la Barcelona que dejó en 1973 de la que se reencontró a su regreso en 1978:
Yo había dejado una ciudad sórdida asediada por la presencia constante de los esbirros de la muerte, sus largos gabanes de paño gris en invierno, sus chaquetillas toreras de verano, pero ahora regresaba a una ciudad eufórica, con cabeza de cartón y signos anunciadores de la idiotez que sería la plaga mundial desde finales del siglo XX y estallaría en el siglo XXI. El célebre baile de la sardina, aquel amontonamiento de borrachos y monigotes presididos por una bacante bajo el estandarte de la sonrisa imbécil que Goya había eternizado, volvía a presidir una capital española. (p. 148)
En varios sentidos es una obra de final de ciclo, que dicen los futboleros, pues por una parte completa la autobiografía de la que el escritor llevaba ya dos entregas, y también el título -¡tan teatral y dramático!- viene a significar el final del ciclo de la vida del propio autor si bien afortunadamente aún no se ha producido pero que evidentemente por propia experiencia y observancia de la evolución del ser humano, intuye, no andará muy lejana. Azúa tiene 76 años y le deseo muchos más años de vida en los que prosiga dándonos obras clarividentes, irónicas y de crítico humor como ésta que he leído.
Gracias por la entrada, pero ahora mismo no es una lectura queme atraiga.
ResponderEliminarUn beso.
Aunque está hecha de manera novelada muchas librerías la incluyen en la sección de Ensayo, y es que en gran medida (en mucha medida) lo es. A mí me ha parecido interesante. Pero entiendo que es un tipo de libro muy particular.
EliminarUn beso
Exhaustivo análisis, muy orientador.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias por compartir
Es un autor muy equilibrado en sus juicios socio-políticos, una 'rara avis' en nuestro país.
EliminarUn beso
Jo, ahora no me veo en condiciones de leer algo así, me ha costado hasta seguir tu reseña Juan Carlos ☹️🥺 Ché que rabia.
ResponderEliminarMás adelante.
Besos 💋💋💋
Ja, ja, ja..., Yolanda. Si te soy sincero te diré que no es la reseña de la que pueda estar más satisfecho. Mi expresión en ella es francamente mejorable. Pero es que el asunto que toca es a veces enrevesado al contarlo con el desajuste mental que en la cabeza debe producir la ingesta de LSD. Pero sí, yo debiera de haberme esforzado un poquitín para que todo fuese más diáfano. Te prometo que la próxima vez procuraré que así sea.
ResponderEliminarBesos
La tengo pendiente la obra desde que se publicó, y las otras dos que la preceden.Gracias por tu reseña
ResponderEliminarHola Rosaana:
EliminarYo también quiero leer las dos entregas que preceden a ésta.
Un saludo
Hace mucho, 1997, leí dos novelas de Félix de Azua y la verdad es que me gustaron. No sé por qué no he vuelto a leer nada suyo. Destacas citas que me han gustado mucho.
ResponderEliminarEstoy leyendo "Olga", que es una delicia, y esa frase del infantilismo alemán es demoledora. Los autores como Schlink que no huyen de la verdad tienen que estar un poco abochornados por lo sucedido.
No sé si me animaré con Azua, pero tiene frases muy tentadoras.
Un beso.
Hola, Rosa:
EliminarA mí autores como Azúa que se atreven a decir lo que piensan sin miedo a ser tildados de lo que sea me gustan. Creo que los intelectuales deben de ser libres y no amilanarse ante lo que otros puedan pensar respecto a lo que ellos opinan. Sin embargo entiendo lo difícil que debe ser soportar día tras día la presión. Félix de Azúa abandonó hace unos años su residencia en Barcelona donde trabajaba y donde nació por este motivo.
Algo parecido a lo que Schlink dice sobre el pueblo alemán y su responsabilidad colectiva respecto a la barbarie nazi expone Azúa en este libro sobre el comportamiento colectivo de los españoles respecto al franquismo- Y yo entiendo que afirmaciones así de tajantes no gusten porque muchas veces las verdades dichas a la cara no gustan.
Yo buscaré los otros dos libros de su autobiografía para ver qué tal, pues este me ha agradado.
Un beso
PUes iba leyendo tu reseña e iba pensando que ésta no era lectura para mí, pero cuando has ido dejando esos fragmentos, me ha gustado lo que he leído. Me han gustado sus reflexiones. Me podría animar.
ResponderEliminarBesotes!!!
Ya te digo, Margari, que lo importante es leer los primeros capítulos del libro, aquellos en que los excesos de jueventud vienen a confundir todo, de modo rápido y seguido para no perderse mucho; luego ya viene el orden y saca el autor a relucir reflexiones sobre la vida pública muy oportunas y en mi opinión nada equivocadas o exageradas.
EliminarBesos
Hola, Juan Carlos.
ResponderEliminarHe leído muchos artículos de Félix de Azua en El País -siempre muy ponderados, ¿quizás demasiado?- y sin embargo desconocía esta versión literaria tan interesante y que prácticamente podríamos resumir en esta última entrega como su legado en forma de pensamiento. Se percibe en tu reseña que el autor ha escrito este último acto sin importar demasiado quien lo pudiera leer. Es decir, escribir para uno mismo que quizás sea la mejor forma de convencer al lector. Asimismo me gustaría destacar el cuidado que has puesto y el impecable uso del lenguaje en la redacción de esta entrada. Y también destacar la buena estructura que has utilizado teniendo en cuenta los saltos temporales que ha dado el autor en la autobiografía.
Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.
Hola, Miguel:
EliminarNo sabes lo mucho que agradezco y que me agradan las palabras que dices acerca de mi reseña. Muchísimas gracias por ello. En cuanto al libro en sí, me ha parecido de lo más libérrimo y ajustado al pensamiento sin cortapisa alguna del escritor. Leer opiniones personales dichas sin miedo a nada por no tener hipoteca alguna personal o profesional no es fácil encontrarlo hoy día por estos lares. Por eso este libro de Félix de Azúa me ha agradado. Intentaré encontrar las dos entregas anteriores.
Un abrazo
Pues nada, habrá que descubrir también su faceta de literato. Otra vez que me marcho de aquí con deberes, jajajajaja.
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