
La obra en su brevedad -65’ sin
intermedio- presenta los merodeos del autor checo por los límites de su sentido
amor a Felice Bauer [del año 1912, publicación de su obra “Contemplación” a 1915, aparición de “La metamorfosis” con que se cierra la obra], límites que nunca sobrepasaría para evitar que
la felicidad conyugal pudiera menoscabar lo más mínimo su entrega al arte de la
literatura. O al menos esto es lo que Franz Kafka le dice a Felice cuando ésta
le conmina a tomar decisiones al respecto. Pero también –y esto el autor lo
plasma sibilinamente- la sombra de la familia castradora se percibe durante
toda la representación, y preso en ella, sin poder escapar, vemos a un enfermo
físico y a un creador menospreciado por
el padre.
El momento de la vida de Kafka –la
relación afectiva sincera y descarnada entre un hombre y una mujer- escogido por
el autor como materia de la obra es ciertamente, en mi opinión, muy difícil de
llevar a buen puerto. Y Luis Araújo no sólo lo consigue sino que a los 50 espectadores
que lo contemplan logra transmitirles la sensación de estar viendo en primera
línea lo que nunca percibe más que la pareja de amantes: la verdad del amor: su
aparición, la ilusión de la relación epistolar, la emoción y miedos de los
encuentros, la necesidad del compromiso, y la huída del mismo arguyendo razones
que por elevadas no dejan de ser poco convincentes.
Y lo anterior envuelto en un
lenguaje teatral bellísimo y muy bien construido, con unas transiciones
espacio-temporales muy logradas en los momentos de la relación epistolar, con
un decorado escueto pero suficiente, una música perfecta a la situación que
subraya a cargo de Luis Delgado (otro fantástico descubrimiento) y sobre todo, sí, los actores, tres magníficos
actores que dan cuerpo a Franz Kafka (Jesús Noguero), Felice Bauer y también su
desleal amiga Grete (Beatriz Argüello) y el amigo de Kafka, Max Brod, además de
otros personajes menores (Chema Ruiz).
Todos ellos transmiten sinceridad y emoción. De Jesús Noguero destaco su
gestualidad y su voz; de Beatriz Argüello que está soberbia en la escena de la
ruptura cuando vierte lágrimas en medio de los reproches que lanza a su
imposible pareja; y de Chema Ruiz su versatilidad en el desdoblamiento de
personajes y su buen hacer en el principal, el de Max Brod, un amigo algo
cínico como quien ve las cosas pasar desde una cierta altura olímpica y se
implica poco o a lo sumo tangencialmente.
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