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13 ene 2016

"Lo que no tiene nombre" de Piedad Bonnett

Este breve, emotivo y poético libro pertenece por derecho propio al grupo de obras sobre el duelo que irremisiblemente sigue a la desaparición de los seres más queridos. Los hijos son quienes en el corazón de sus padres ocupan el lugar de máximo amor. 

Bipolaridad, Arte y trastorno bipolar

Según iba leyendo las cuatro secciones de la obra que  Piedad Bonnett escribió para asumir la desaparición de su hijo Daniel (I. Lo irreparable; II. Un precario equilibrio; III.  La cuarta pared; y IV. El final: El duelo) acudían a mi memoria de lector otras obras que tocan este mismo asunto. Concretamente dos resonaban con fuerza en mi interior: “Mortal y rosa” de Francisco Umbral, por la poesía que destila la prosa del padre sorprendido por el proceso que a su criatura de apenas 9 años conduce irremisiblemente hacia lo irreparable; y “Paula” de Isabel Allende, por la contundencia y desnudez insólitas con que la autora muestra las fases de la enfermedad de la persona más querida por ella. Este asunto de revisar el proceso vital del desaparecido para intentar encontrar explicación plausible al fatal desenlace me ha recordado la actualísima “También esto pasará” de Milena Busquets, y también en cierto sentido  la ya clásica obra de C.S. LewisUna pena en observación”.

La autora construye su relato apoyándose en su experiencia de experta lectora. Son numerosísimas las referencias a autores que han dejado por escrito su vivencia de la dolencia mental, semejante a la que aquejaba a Daniel, y los irrefrenables  impulsos que le llevarían finalmente a suicidarse. Destaca de entre todos ellos la americana Sylvia Plath y su magnífica novela autobiográfica “La campana de cristal” [leer reseña aquí], pero también  Julián Barnés- de quien nada he leído hasta la fecha- cuya  reflexión sobre los impulsos suicidas padecidos por él tras el fallecimiento de su mujer a consecuencia de un tumor cerebral  resulta para la Bonnett  de lo más clarificador.


Como se ve, pues, no es la primera vez que alguien echa mano de la escritura para reflexionar a través de ella sobre lo que le acaba de suceder. Y tampoco será la última pues la literatura, la gran literatura, -y Piedad Bonnett en  mi opinión construye un gran libro- ha sido utilizada por no pocos excelentes  autores como vehículo de escape y terapia. La misma escritora colombiana cierra su obra con esta  reflexión sobre el porqué de haberla escrito:
Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez  si te ayudaría a llegar al final. Nunca lo dije en voz alta pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora, pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme.” (pág. 131)
No hay que pensar que la autora encuentre malsano placer en este recorrido reflexivo por los aledaños de la vida de su hijo Daniel. No hay en este libro alusiones macabras, ni regodeos funerarios a los que con frecuencia nos lleva la cultura religiosa que impregna nuestra vida desde el mismo momento de nacer. No, para nada. Piedad Bonnett se enfrenta a lo irreparable desde un convencido agnosticismo que rehúye el culto a los muertos que percibe en los cementerios, razón por la que incinerará los restos de su hijo. Pero lo anterior no es óbice para reconocerse dentro de una sociedad que utiliza las ceremonias religiosas como mecanismos de relación social, razón por la que en Bogotá acudirá al funeral que en honor a su hijo sus familiares organizan. Y es que con criterio la autora reflexiona que “siempre me ha parecido idiota el aire altanero del ateo que hace alarde de su ateísmo” (pág. 37).

Como se ve en la alusión anterior, en el libro hay, al hilo del asunto tan profundo, serio y personal que se trata, alguna que otra alusión crítica a la sociedad. Así  ante ese funeral la escritora comenta lo siguiente:
El sacerdote, un hombre joven que queriendo parecer simpático y desenvuelto me ha hecho bromas insulsas y extemporáneas antes del oficio, repite vaguedades y lugares comunes sobre Daniel, y a la hora de la homilía cuenta anécdotas triviales que aspiran a parecer sabias. Pienso en la patética decadencia de la Iglesia, en el triste despojamiento de sus ritos, en la pobreza cada vez mayor de sus símbolos” (pág. 37)
Otro tanto sucede cuando buscando remedio a una crisis de la enfermedad de su hijo sobrevenida en Lima, lejos de su patria, ella y su marido llegan a despreciar al médico psiquiatra del “hospital pobre, sin recursos” limeño al decirle a éste que cambiarán al enfermo a “una clínica tradicional de Lima” donde les “atenderá un médico muy apreciado”:
Laura menciona el nombre del médico que va a tratarlo. Vemos la contrariedad en la cara del psiquiatra, tal vez la humillación. Con una sonrisa irónica dice que los nombres altisonantes de la aristocracia criolla (y el de aquel doctor lo es sin duda) a él no le significan nada. Que hagamos lo que nos dé la gana” (pág. 78)
Pero por encima de cualquier atisbo de denuncia social (que alguna hay como he señalado antes) creo que Piedad se critica a sí misma y autoanaliza su propio comportamiento como madre. De fondo he creído percibir la auto manida pregunta que cualquier padre o madre se hace ante el fracaso filial (y la muerte es un fracaso –el final de todo- definitivo): ¿En qué nos hemos equivocado?. Es una pregunta equivocada, saducea, pero cualquiera que haya tenido en sus brazos una nueva vida y durante años la haya alimentado, dirigido, educado, cuidado, no puede evitar hacérsela. Por eso la Bonnett insiste con amor en los momentos de vivencia en común con Daniel:
Salíamos de vez en cuando a comprar un pantalón o una camisa y gozábamos en la escogencia”. 
O sea ella ha sido madre como cualquier otra y Dani, un hijo como tantos hay. Pero vivir no da seguridades y cualquier cosa puede suceder:
Lo atroz –y también lo maravilloso- de nuestras vidas es que están parapetadas sobre lo aleatorio, lo gratuito, lo caprichoso” (pág. 64)
Piedad Bonnett, Sylvia Plath, suicidio, depresión
La tercera parte del relato –“La cuarta pared”- es de título ambiguo. En principio al leerlo pensé en la cuarta pared teatral, esa pared invisible que separa –y une- la escena con el patio de butacas, la ficción representada con la realidad de los espectadores que asisten a la función. Pero no, aquí, aún teniendo con esta expresión teatral cierta relación, “cuarta pared” es  “esa que el suicida levanta frente a sus ojos para reafirmarse en su sensación de atrapamiento”. En definitiva, para el suicida esta pared no tiene nada de invisible, para él es cierta, real e imposible de traspasar. La escritora en esta tercera parte intentará a partir de los fragmentos que unos y otros –y ella misma también- le proporcionan reconstruir el puzle que llevó a Daniel a suicidarse, o sea, busca la explicación plausible. Pero debe renunciar a encontrarla:
Yo lo amaba lo cuidaba, de esa manera elemental y sin embargo entrañable en que las madres amamos y cuidamos a nuestros hijos: Dani, no bajes las escaleras en medias. Te encargué el libro por Amazon. Mejor no lleves el carro. Te traje vitaminas.  […]
Pero ningún amor es útil para el que ha decidido matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para no perder la fuerza. Incluso, una de las razones para escoger ese final es que nuestro cariño le pese demasiado” (pág. 119)
La enfermedad que padecía Daniel es la misma que tuvieron otros muchos suicidas famosos como Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik, artistas y poetas como en parte lo era él; y esta enfermedad no era otra que la depresión provocada por el trastorno bipolar, dolencia que exige disciplina en la toma del medicamento que no puede abandonarse so riesgo de lo inevitable. A Daniel como decía Julián Barnés describiendo su propia experiencia, al dejar la medicación sus pensamientos se disocian, se alteran:
“‘Yo, o incluso YO, no produzco pensamientos; los pensamientos me producen a mí’. En otras palabras, Yo soy mi cabeza. Ahí reside la integridad de mi personalidad, lo que soy. Pero ahora mi personalidad está dividida. Estoy habitado por otro, y ese otro recuerda, desgraciadamente, al que en verdad soy. No puedo ser ni uno ni otro. Sin droga, no soy yo. Con drogas, dejo de ser yo. Yo mismo soy la cuarta pared” (pág. 116).
Final
Piedad Bonnett es poeta reconocida y construye esta obra con un lenguaje poético en prosa que en algunos momentos, breves, deja paso a la expresión en verso, como en éste titulado DESGARRADURA (pp. 104-105):


Otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente.

Otra vez miras todo con mirada reciente,
y llenas tus pulmones con el aire gozoso.
Ya no lloras.
El mundo, de momento, no te duele.
Todo es tibio esta vez, caricia pura,
como una prolongada primavera.
Ignoras
mi útero vacío, mi sangrado.
Desconoces
que el grito de dolor de parturienta
va hacia adentro y se asfixia, sofocado,
para que no trastorne
el silencio que ronda por la casa
como una mosca azul resplandeciente.
Mis manos ya no pueden cobijarte.
Solo decirte adiós como en los días
en que al girar, ansioso, tu cabeza,
mi sonrisa se abría detrás de la ventana
para encender la tuya. Cuando todo
era sencillo transcurrir, no herida,
ni entraña expuesta, ni desgarradura.
La autora y madre del chico que decidió poner fin a su vida recuerda conversaciones fugaces con su hijo  en las que éste le confesaba “que veía pasar gente a su alrededor […], que el mundo le enviaba sutiles mensajes que debía descifrar”. Por ello ella utiliza la prosa poética para intentar penetrar en la realidad vivida por su hijo Daniel pues, dice:
No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder “leer” las señales del mundo para luego “traducirlas” en ritmos y en imágenes”. (pág. 50)
Recomendación
Una lectura muy recomendable, pues al tiempo que aborda un asunto penoso pero inevitable cuando sucede, -el de la muerte y el posterior duelo-, lo hace desde la plena aceptación de la vida, integrándolo dentro del propio vivir.
La literatura, y en especial el lenguaje poético, es utilizado por la autora para acercarse más y mejor al inescrutable interior de quien sufre de bipolaridad.

24 comentarios:

  1. Creo Juan Carlos que tu no lees libros, tú los estudias con detalle para desmenuzarnos su alma y entregárnosla.
    Nunca el dolor es tan atroz que cuando se pierde un hijo y esta autora ha sido, como dice capaz de parir al suyo por segunda vez, darle vida en sus letras, en su prosa poética.
    Me quedo con la frase:“Lo atroz –y también lo maravilloso- de nuestras vidas es que están parapetadas sobre lo aleatorio, lo gratuito, lo caprichoso” triste realidad de un mundo sin seguridades ciertas.
    Una buena propuesta y más si viene de tu mano recomendada.
    Un abrazo.

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    1. Hola Francisco:
      Je, je..., en este caso vas a tener razón, pues el libro lo llevábamos como lectura de enero en una tertulia que mantenemos unos cuantos profesores de instituto. Y, claro, quieras que no la lectura la haces con mayor atención si sabes que tus colegas están ahí.
      En cuanto al libro es impresionante y cargado de poesía. Como dicho en el npost: muy recomendable.
      Un fuerte abrazo

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  2. Pienso que estos libros a los que haces referencia han sido como una terapia para sus autores. Y, por lo menos, en "Paula" y en "También esto pasará", que he leído, las autoras desnudan su alma.
    Un abrazo

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  3. "Paula" es uno de mis libros favoritos. "Mortal y rosa" lo tengo ahí a la espera, como tantos otros.
    Me gusta la generosidad de los autores cuando se desnudan en sus libros. Si además lo hacen con la muerte de un ser querido, pienso que aún tiene más valor. Por lo que cuentas el libro tiene también su parte de crítica social y autocrítica, lo cual para mí siempre es un plus. Y a la prosa poética pocas veces me puedo resistir.
    Empiezo a ver este libro por ahí pero es la primera reseña suya que leo, así que gracias por ella.
    Un abrazo.

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    1. "Mortal y rosa" lo leí hace ya tiempo. Quizás, pienso ahora, se haya quedado algo viejo, pero los sentimientos y el lenguaje poético en que los envuelve creo que seguirán teniendo mucha fuerza. te lo recomiendo
      Besos

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  4. Completísima reseña y muy emotiva. Son libros que me cuesta mucho leer. De los que mencionas, he leído "Paula". También sobre la muerte de un ser querido me gustó mucho "La ridícula idea de no volver a verte" de Rosa Montero a raíz de la muerte de su marido y contando detalles de la muerte de Pierre Curie y el estado en que quedó Marie Curie. Un libro muy recomendable también.
    Habrás visto la maravillosa película "Tierras de penumbra" basada en la obra de C. S. Lewis. No he leído la novela, pero la película es imprescindible.
    No sé si me animaré con este libro. Tengo el de Umbral en casa hace años y no me he decidido. Es demasiado duro plantearse la muerte de un hijo y leer "Paula" me costó mucho.
    Un abrazo y gracias por una reseña tan instructiva.

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    1. ¡Qué bueno es esto de comentar. Madre mía lo que se recuerda y se aprende! Es verdad, -no me había acordado de ella-, que Rosa Montero escribió un libro a raíz de la muerte de su marido ("La ridícula idea de no volver a verte"); y mira que a mí los libros de Rosa Montero me gustan, pero éste no lo he leído.
      Sí, he visto varias veces "Tierras de penumbra". Es más leí el libro después de haberla visto y me agradó mucho; creo que en esta ocasión libro y película no desmerecen el uno del otro.
      Y sí el libro plantea un tema duro, pero es tan bonito cómo lo hace. A este respecto he mirado por ahí ("he googleado", creo que dicen algunos) y he encontrado algunas páginas con poemas de la autora tan hermosos como el que incluye en este libro y yo reproduzco en el post. Te dejo el enlace por si quieres echarles una ojeada (http://bit.ly/1nlzxgf)

      Besos

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    2. He visto "Tierras de penumbra" tres veces y cada una de ellas, he llorado con todas mis ganas, sin pudor y no por los sucesos tristes que cuenta, sino por la emoción ante lo bien que lo cuenta, lo bien que transmite los sentimientos, las frases tan bellas, y claro, la música que es un detonante perfecto para las lágrimas.
      El libro de Rosa Montero, no dejes de leerlo. Te gustará. Y gracias por el enlace. Miraré los poemas de esta autora a la que no conocía de nada.
      Un beso.

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  5. Solo pensarlo me pone los pelos de punta, que experiencia más terrible. El primer párrafo que citas es de un intensidad desgarradora, comparto ese poder de la palabra para no solo curar, sino canalizar los sentimientos y dar vida a nuestros recuerdos. Parece un libro interesante y complejo, me gusta que la autora no se regodee en su complejo de culpa, sino que exponga los momentos luminosos que vivió con su hijo y enseñe al lector, como dices, a aceptar la muerte como parte de nuestra existencia.

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    1. Un abrazo, Gerardo. Muchas gracias por tus acertadas palabras que comparto en su totalidad.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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    1. Me refiero al primer pàrrafo del libro de Piedad que incorporaste a la reseña.

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    2. Hola Arethusa:
      No sé qué he hecho o qué me ha pasado. Estaba leyendo tus dos comentarios, -bellísimo el primero-, y no sé a dónde o a qué le he dado el caso es que me hja desaparecido el comentario en el que hablabas del dolor que debe suponer para una madre la muerte del hijo, independientemente de la edad que este tenga.
      Totalmente de acuerdo con tu opinión y sí, aunque lo aclaras en el segundo comentario, ya había caído en que te referías al primer párrafo que en el post aparece citando directamente del libro de Piedad Bonnett.
      Te pido perdón de nuevo por este destrozo de tu interesante comentario.
      Un abrazo

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  7. Desnudar el alma, laminar el dolor y dejar que se haga añicos un corazón...como en manos de cirujano. No la he leído, pero ahora me pondré a ello. La poesía no se elige, y esta obra parece reflejo de que es ella quien elige la voz que le dé la vida. En este caso, naciendo, eclosionado con el llanto de una muerte.

    Un saludo

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  8. Por fin he podido acceder desde mi tableta a los comentarios de este post, Albanta. Creo que aciertas plenamente cuando piensas que en esta obra es la Poesía la que elige a quien le dé vida, aunque el precio haya sido altísimo: la vida del ser más querido para cualquier ser humano: un hijo.
    Estoy convencido de que, dada tu inclinación práctica y lectora hacia la creación impregnada de poesía "Lo que no tiene nombre" te agradará. Ya me contarás.
    Un beso

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  9. Buenísimo, el libro y también la reseña :) Los libros de duelo a mí personalmente me encogen el alma, la verdad es que todos me gustan y ninguno me deja indiferente. Te recomiendo "Ahora", de Brigitte Giraud.

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    1. Tomo nota de tu recomendación, Alba. A mí también me impresionan mucho, pero si son buenos como éste, me dicen mucho de la esencia de los seres humanos.
      Un beso

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  10. No sin miedo a más dolor, espero poder leer el libro. Mi hijo Pablo de recientes veintiún años, un músico maravilloso y estudiante destacado....decidió buscar el acatilado más alto para poner fin a las voces que escuchaba, y emprendió vuelo a otra dimensión.

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    1. No soy quién para recomendarte su lectura o no. Pienso que al ser Piedad Bonnet madre como tú en este libro puedes encontrar claves que te hagan más llevadero el dolor que sin duda albergarán en tu interior.
      Un fuerte abrazo amiga desconocida

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  11. Muy bueno este blog me ha ayudado mucho a entender los contenidos que pude captar bien del libro 👍

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    1. Hola, amigo/a Unknown:
      Si algo me satisface plenamente es que mis reseñas o mis reflexiones sobre las lecturas que hago resulten de interés a quienes las lean.
      Un fortísimo abrazo

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  12. Conmovedor. las historias suicidas parecen conectarse entre si. Virginia woolf redactó en su carta, lo que sería una vida sufrida por la enfermedad mental que la agobiaba toda su vida.

    Acá un fragmento de su carta.

    "Querido, estoy segura de que estoy enloqueciendo otra vez. […] Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que haré lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la más grande felicidad posible

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    1. Las historias suicidas son muy semejantes casi siempre. Y más cuando es la enfermedad mental la que condiciona el acto final.
      Muchas gracias, Gustavo, por pasarte por mi blog y por dejar tu comentario.
      Un saludo

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