Uno de los blogs que habitualmente sigo, El lamento de Portnoy, asegura lo que ya
dijera Plinio el Joven recordando a su tío Plinio el Viejo, que “No hay libro tan malo que no tenga algo
bueno”. Y es verdad, siempre hay algún valor en cualquiera de ellos.

Lo anterior viene a demostrar, en
mi humilde opinión, el carácter de novela encargada que tiene esta La marca del meridiano. Efectivamente,
la vida en la España de las autonomías, y en especial en Cataluña, está marcada
por un delicado equilibrio entre lo que significa la corrección para unos y
otros, por una invisible línea que separa sutilmente las actuaciones de estos y
aquellos. Es una situación difícil y que inevitablemente se precipitará en un
sentido no deseado si, como ocurre, no nos conocemos y nos abrimos los tirios y
los troyanos. La novela, bajo la metáfora del Bevilacqua que trabajó en Barcelona
y ahora lo hace en Madrid; que cruzó alguna línea roja en el ejercicio de su
trabajo pero supo volver al lado bueno, no como hizo el asesinado Robles; que
se interesa por el hacer de los otros, en este caso los ‘mossos’; que habla
catalán y castellano; que con las mujeres sabe separar el lado profesional del
personal; que desde la experiencia que dan los años sabe escuchar y soportar
las impertinencias de los jóvenes jefes que le van tocando…; en definitiva,
bajo el enfoque de la estricta racionalidad humana, la novela presenta una
posibilidad de entendimiento, una posibilidad de seguir caminando juntos en el
proyecto común que por ahora es España. Esto es lo que pienso que Lorenzo Silva
viene a exponer en este relato.
Y justamente todo ese catecismo
que he expuesto en el párrafo anterior es el que, entiendo, perjudica al relato
al convertir a Silva en un pelele, en la voz de su amo (¿de Lara?), provocando
que la anécdota policiaca se pierda en ese mar de sentidos políticos actuales.
Y no hay que olvidar que estos alegatos, totalmente habituales en el género,
deben de caminar al paso de la historia y no provocando trompicones en la
lectura con cuñas digresivas que dificulten el seguimiento de la intriga. Si
además ésta en un momento dado da un giro copernicano sacando del baúl de los
recuerdos a un antiguo delincuente encerrado por la pareja Robles-Bevilacqua en
el ‘pleistoceno’ entonces ya la sensación de tomadura de pelo y de utilizar el
texto como pretexto nos invade y desarma. Y esto es, en mi humilde sentir, lo
que ha hecho Lorenzo Silva con esta novela premiada: poner la literatura al servicio
de una causa, lo que aunque le ha proporcionado buenos réditos monetarios creo
que no le ha hecho crecer en la estima de los lectores.

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