«Los insectos entienden el tiempo porque tienen muy poco. Su vida es corta. Un mosquito vive una semana. Una mosca, un mes. Una luciérnaga, dos meses. Cuanto más larga la vida, más se pierde uno en el tiempo y menos lo entiende.
En la nave era fácil entender el tiempo porque todo sucedía en el mismo instante.»
La ficción que se cuenta en Química para mosquitos de Aleksandra Lun se inicia en 1977. Ese año nace la niña que está narrando en 2ª persona su propia historia. Lo que se nos relata sucede en un país indeterminado de la Europa del este que va a pasar en 1989, como sucedió a todos los que estaban al otro lado del telón de acero, a la órbita de las democracias occidentales. En este país escuchamos hablar a una niña que se siente como extraña a sí misma. La extrañeza se marca estilísticamente en el uso de la segunda persona como si ella misma estuviese dirigiéndose a su segundo yo. La sorpresa no queda sólo aquí; mucho más sorpresivo es escucharla hablar de su pseudopadre y de su pseudamadre. Esta denominación es una incógnita en la cabeza del lector que se ve agigantada cuando la madre comienza a cuestionarse si no le cambiarían a la niña en el hospital donde dio a luz. Por si esto fuera poco la niña, de la que no sabemos su nombre tiene una constitución física algo extraña: un brazo demasiado largo y un omóplato del que parece estarle creciendo una especie de miembro alado. Además es una niña enfermiza que se pasa varios meses en un hospital y en una especie de residencia para enfermos con enfermedades raras.
Si la constitución física de la niña ya es extraña, más lo es aún la percepción que ella confiesa tener de lo que comunican con sus cantos pájaros e insectos.
«Los pájaros cantan historias. Los insectos también, pero mejor, más profundas, más lejanas, [...] El tacto de las patas de las abejas es familiar. Las picaduras son repentinas, arrítmicas. Las abejas cantan sobre el pseudoabuelo, el marido fallecido de Helena, [...]»
Es la narradora una niña distinta, diferente. Del resto de los personajes destaca Helena, la abuela de la narradora, la única persona que entiende que la niña no es como el resto de seres humanos. Quizás sea por eso que su nieta no la considera 'falsa' como a sus ojos lo son propios padres y el abuelo a los que jamás da nombre sino que los despacha con el prefijo 'pseudo' antepuesto a su rango familiar (madre, padre, abuelo).
Helena, la abuela, representa el mundo tradicional en vías de extinción tanto bajo el régimen comunista de economía planificada cuanto ahora en el capitalista. Motyl, un vecino relojero por afición que se emborracha con frecuencia, salvó una vez a la niña de una posible muerte. La madre, química de profesión, viaja a Corea del Norte y recibe al director coreano cuando éste devuelve la visita. Este coreano parece tener una gran preocupación por una central nuclear que hay al borde del mar Báltico. El padre de la niña, trabajador en la empresa química como la mayoría de los que viven en la ciudad es ingeniero en la misma. El trabajo principal de esta industria química es la fabricación de planchas de plástico para las exhibiciones patrióticas de exaltación al líder en Corea del Norte.
Junto a los anteriores personajes están los mosquitos, seres antiquísimos, que al igual que los niños son muy poco tenidos en cuenta a pesar de que en sí mismos alberguen una importante información. La principal de estas informaciones es la consideración de lo que en verdad es el tiempo. Las piezas de ámbar que encierran en su interior a mosquitos paralizados en el tiempo desde hace millones de años y que acompañan a varios de los personajes tienen peso evidente en la historia. El tiempo en el interior de estos dados de resina de ámbar parece haberse detenido, no tener principio ni fin. En el mundo actual la resina es de polímero plástico en cuya superficie también de vez en cuando quedan pegados insectos. Los seres humanos consideramos fallidos las planchas en las que aparecen insectos, no comprendemos la información que estos seres venidos de la noche de los tiempos nos están transmitiendo:
«El tiempo no se puede medir -le decía la niña-, sólo se puede observar. El único instrumento capaz de reflejar el tiempo es un reloj de arena. Un reloj de arena no muestra un momento del tiempo, como los demás relojes. Sólo muestra el flujo del tiempo»
Lo anterior se lo decía la niña a su pseudopadre a propósito de los relojes sin manecillas de Motyl, el vecino relojero. La niña, como Motyl, como el jefe norcoreano, como el padre de acogida francés Luc, como la propia Helena, tienen una concepción del tiempo y de ellos mismos distinta al resto de personas que viven abismadas en el fárrago de las ocupaciones diarias. Frente al tiempo medible (sistema comunista, luego capitalista; minutos, horas, días, semanas, ....; paso de la agricultura tradicional a la moderna; etc.) está el tiempo continuo, imposible de medir, el tiempo que sólo fluye, en el que todo sucede al mismo tiempo, nada muere porque antes de hacerlo ya está siendo sustituido por otra cosa semejante en todo a la anterior... Este tiempo, que podríamos denominar "eterno", se identifica o se sitúa metafóricamente en la expresión «Nave» a la que la niña alude con frecuencia. («En la nave todo sucedía a la vez, todo estaba unido. Todas las vidas posibles avanzaban simultáneamente en todas las direcciones»). Nave porque en expresión de Helena venimos de las estrellas.
«Helena sigue mirando el cielo. Vive inmersa en el tiempo de las estrellas, de las plantas, de los animales. Sabe que el tiempo tiene que retraerse para volverse a expandir, como las plantas tienen que marchitarse para volver a crecer y las válvulas del corazón tienen que cerrarse para volverse a abrir. Los átomos se separan, pero siempre se vuelven a unir. El mundo desaparece, pero siempre vuelve a aparecer. Toda vida se expande y se retrae. Helena sabe que está llegando la hora de la retracción.»
Parece mentira que en una novela breve de tan sólo 149 páginas la escritora haya logrado introducir tantísimos asuntos:
- Clara crítica al sistema comunista presente en los países de la antigua URSS y sus satélites como su Polonia natal. Nada funcionaba como era debido: «Vivís en una economía planificada; las chaquetas de invierno no se venden en invierno, se venden cuando se fabrican. No se sabe cuándo se fabrican.»
- Crítica a la transición nada pensada ni meditada del sistema comunista al capitalista que se llevó por delante un mundo como el de Helena, menos productivo pero mucho más humano.
- Crítica a las energías fósiles que poco a poco van hundiendo el país.
- Crítica al elevadísimo consumo de alcohol presente en los países de Europa Oriental.
Pero lo mejor sin duda alguna es, desde un punto de vista estilístico, en primer lugar, la manera como la autora sabe utilizar la 2ª persona narrativa prácticamente durante toda la narración. Sólo hay un momento en que la abandona; nos dice el porqué, pero no es una reseña el lugar para desvelarlo. El lector disfrutará descubriéndolo por sí mismo. Y en segundo lugar, cómo mezcla sabiamente el mensaje que pretende transmitir con la forma empleada para ello. Me refiero concretamente a cómo para explicar ese 'continuum temporal', ese tiempo no medible, al que antes he hecho referencia lo ejemplifica ante nuestros propios ojos sin avisarnos de ello, claro:
«La pseudomadre viene a buscarte a finales de agosto. En todo el verano no has tenido anginas. Por la ventanilla del tren ves alejarse los campos. Luego empiezan a aparecer los castilletes mineros. Los vagones pasan a unos pocos centímetros de los edificios de las acerías. En casa, la pseudomadre te mete en la bañera. El cuarto de baño no tiene ventana; al encender la luz, tres arañas patilargas escapan detrás de la lavadora. Te sumerges en el agua caliente. Desde detrás de la lavadora, las arañas patilargas cantan sobre los pseudopadres. La pseudomadre está sentada en un aula de la politécnica. Se abre la puerta, un estudiante llega tarde. El profesor le riñe, le manda sentarse. El estudiante se sienta al lado de la pseudomadre. La pseudomadre se ruboriza.»
La autora
Aleksandra Lun (Gliwice, 1979) dejó su Polonia natal a los diecinueve años, se costeó los estudios de Filología Hispánica en España trabajando en un casino y en la actualidad vive en Bruselas. Su primera novela, "Los palimpsestos", escrita en español, se tradujo al inglés, francés y neerlandés, y recibió la prestigiosa beca PEN/Heim del PEN America. "Química para mosquitos" (Galaxia Gutenberg, 2024), LIV Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro, es su segundo libro.
Sólo querría destacar el hecho de que la autora escribe en un idioma que no es el de su Polonia natal. Lo hace en castellano. Escribir en un idioma no materno no es frecuente, aunque sí que hay autores denominados escritores exófonos que lo han hecho: Vladimir Nabokov (ruso a inglés), Joseph Conrad (polaco a inglés), Jhumpa Lahiri (bengalí y otras a inglés), Samuel Beckett (irlandés a francés), Cioran (rumano a francés), Agota Kristoff (húngaro a francés), Chimamanda Ngozi Adichie (igbo a inglés), y tantos y tantos otros. Los motivos de unos y otros para hacerlo son de lo más variado: comodidad, prestigio de la lengua elegida, mejor difusión de sus libros... En el caso de Aleksandra Lun es evidente el amor que siente por España y su cultura, que la llevó a estudiar Filología Hispánica en nuestro país y presentar esta novela, considerada por ella misma como su auténtica primera novela, al Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro con el que se alzó merecidamente en 2024.
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