«Nunca utilizo la palabra amor. Nunca leo novelas de amor. Durante un tiempo, cuando coqueteé con la idea de ser escritor, sin concretarla nunca por falta de fuerza de voluntad, imaginaba un libro de relatos que se titularía El amor es un cuento. Luego descubrí que ese título ya existía, que todo lo que uno pueda pensar sobre el amor ya está dicho, que es imposible contar una historia de amor, porque están todas contadas.»
Hasta hoy, salvo los poemas que hizo a 22 cuadros expuestos en el Museo del Prado contenidos en un libro titulado "Nueva guía del Museo del Prado" (tengo reseña hecha en este blog), nada había leído de José Ovejero (Madrid, 1958). Es, pues, La invención del amor, la primera novela que leo de este madrileño que ha cultivado todos los géneros y que ha trabajado como traductor del alemán, francés e inglés en conferencias; también ha traducido libros como las obras de teatro de Agota Kristof.Con La invención del amor Ovejero ganó el Premio Alfaguara de Novela 2013. Es una novela muy interesante que muestra el poder infinito que tiene la imaginación. Al concurso literario presentó esta narración con el título de 'Triángulo imperfecto' que, quizás, concretiza más la trama que se desarrolla en la obra. La novela tiene una importante parte de thriller, retazos de relato empresarial, muestra el nacimiento del amor a partir de una descomunal impostura y presenta a un personaje, la fallecida Clara, desde la perspectiva de una serie de seres con los que compartió su existencia: su hermana Carina, su amante Samuel Queipo, sus propios padres, y especialmente el protagonista cuyo nombre Samuel marca el origen de la invención en la que él se involucra un poco por diversión y un mucho por indolencia y apático juego.
Samuel es un hombre de unos cuarenta años que está ya un poco de vuelta de todo. Tiene amigos a los que frecuenta. Precisamente, la novela se inicia con el final de un encuentro tenido con ellos hasta la madrugada en su casa. Es en esa hora incierta de la mañana del día siguiente, cuando el cerebro de Samuel se mueve en la incertidumbre del sueño pesado y el despertar provocado por el sonido del teléfono, que conoce a través de él que Clara ha muerto. Samuel es un hombre que tiene y ha tenido relación con muchas mujeres y piensa que quizás, aunque no la recuerda de nada, Clara haya sido una de ellas. Es por eso que decide asistir al funeral y posterior entierro donde será golpeado por Alejandro, el marido al que Clara engañaba; más tarde entrará en conversación con Carina, hermana de Clara, deseosa de conocer más de la fallecida tan diferente a ella.
Estos son los palos que comienzan a edificar la impostura que Samuel va haciendo crecer ante Carina. Hábilmente él le pide que le cuente cómo era Clara en la casa familiar, la relación entre las hermanas y con los padres. Carina accede. Así Samuel va sabiendo cosas de esta Clara que todos le atribuyen a él y de la que hasta esa temprana llamada nada sabía. A las preguntas de Carina él responde con generalidades que nada le comprometen. Será cuando conozca al verdadero amante de la fallecida en accidente de coche, de nombre Samuel Queipo, y converse con él cuando podrá ir introduciendo otros datos en las conversaciones con Carina a la que frecuenta con asiduidad. Surge entre ellos, con la disculpa de la fallecida Clara, una cierta atracción.
La impostura no sólo atañe a Samuel, también el comportamiento falso lo practican muchos -si no todos- de los otros personajes: En primer lugar está la propia Clara, casada con Alejandro y amante de Samuel Queipo a quien cuenta una vida que nada tiene que ver con la real; luego la propia Carina ante sus propios padres, pero también ante Samuel al que el lector no se sabe si sigue el juego o es totalmente desconocedora del mismo; e incluso hasta la madre de Samuel quien cuando su hijo le comunica la muerte de Clara se lamenta y lo consuela diciéndole que está segura de que Clara volverá. De los tres sólo la madre está disculpada pues parece que la senilidad ha colonizado ya su cabeza.
La novela de José Ovejero me ha recordado a algunas novelas de Juan José Millás y de Javier Marías. A Millás por ese pasar sin aviso de la considerada auténtica realidad a otra realidad más evanescente, más lábil y huidiza, pero realidad también. A Javier Marías por ese cúmulo de reflexiones y argumentaciones que el narrador en primera persona del relato, el propio Samuel, se hace a sí mismo construyéndose así de esta manera una justificación de la farsa en la que voluntariamente se ha metido y que está disfrutando sobre manera.
Es tal la inmersión de Samuel en esta patraña, impostura, falsedad o como quiera que queramos denominarla, que hasta las relaciones profesionales con su socio José Manuel en la empresa de materiales de construcción que ambos tienen se deterioran o transforman precisamente por esto. Y es que Samuel parece vivir en otro mundo, dentro de una burbuja de mentiras que él mismo parece disfrutar según la misma va creciendo; la vida real, los problemas económicos de la empresa le resbalan, que haya unos clientes kosovares interesados en la misma no le quita el sueño, todo lo contrario que a José Manuel que no entiende el comportamiento de su socio.
José Ovejero en La invención del amor al tiempo que presenta la llegada al amor por unos derroteros insospechados por poco frecuentados, está escribiendo una narración amorosa también muy poco frecuente. Estamos ante una investigación (técnica propia de los thrillers) por parte de Samuel de quien fuera esta tal Clara; el conocimiento de ella lo va a tener a través de las comunicaciones que le hacen los demás (Alejandro, el marido; Carina, la hermana; Samuel Queipo, el amante) a las que finalmente añadirá la suya propia («Clara, según Samuel») quizás la más certera de todas ellas.
De manera magistral según avanza la narración se va produciendo un tránsito sin barreras, o con poquitas trabas, entre la realidad y la invención, entre lo verdadero y lo impostado; ambas dimensiones comienzan a fusionarse.
«Una mentira y todo cambia, se precipita, se disuelve. Una mentira y ya no puedes defenderte, decir: "No es posible, te juro que no es así". Porque ya te has creado un personaje y has convencido a los demás de que ese personaje eres tú; y ahora no puedes salir tú mismo a escena para mostrar quién eres. Ahí está, tu doble, el otro inventado que querías que diese la cara por ti.»
Esta duplicación y confusión entre la verdad y la mentira se marca en el propio texto, además de con la narración en estilo indirecto, con el acercamiento a una imaginada, pero posible, en estilo directo, que introduce colocándola entre paréntesis. Igualmente, en ocasiones, la narración cambia de la primera a la 2° persona para marcar el extrañamiento de uno mismo, el verse Samuel como desde fuera de su propia persona:
«Me toco el labio, que ahora empieza a dolerme, y la sangre que mancha mis dedos me parece irreal, perteneciente a otra persona, una imagen que has visto mil veces en el cine, siempre con otro protagonista, y de pronto estás tú allí, mirándote el índice y el corazón manchados de sangre.»
En la construcción del relato el perspectivismo, como se ve, es elemento fundamental. El narrador que es el propio Samuel cuenta lo que otros (Carina, Alejandro, Samuel Queipo...) le van contando. Estamos, pues, ante un texto de textos, una historia en la que diversos personajes cuentan la de otro personaje. A esto se le llama técnica de las cajas chinas o narrativa enmarcada. En La invención del amor es evidente la misma. El mismísimo narrador lo expone bien a las claras en una intervención metaliteraria que hace a propósito de lo que Carina le ha contado sobre su hermana Clara:
«Ahora, al transcribir todo esto, probablemente estoy prestando a sus frases una cadencia, un tono y una sintaxis que son los míos. La recuerdo y la recuerdo con mis palabras, porque cuando contamos lo que nos rodea lo hacemos siempre en nuestra lengua, después de filtrarlo con ojos, con entendimiento y emociones que queremos neutrales o los únicos posibles pero que no dejan nunca de ser los nuestros, distintos, limitados. Ella habla en frases más cortas que las mías, duda menos también; adopta a veces un tono sarcástico tan ajeno al mío que soy incapaz de reproducirlo.»
Lo anterior es revelador del proceso de escritura, algo sobre lo que el narrador -en cuanto figura, alter-ego de José Ovejero- con no poca dosis de humor reflexiona cuando dice: «Vuelvo a dormirme y no me despierto hasta bien entrada la mañana siguiente, creo que ya sin fiebre. Si no fuese un tópico tan horroroso, diría que la visita de Carina me ha parecido un sueño. Ya está: lo he dicho.»"
https://www.lamarea.com/author/jose-ovjero/ |
El autor es, lo he señalado al inicio de esta reseña, muy buen conocedor de los cuadros contenidos en la pinacoteca madrileña del Prado. Su saber lo muestra citando algunos títulos de pinturas y autores de las mismas («Perro semihundiudo, la sala de los bufones, el David de Caravaggio, los cuadros de Baldung Grien, el Cristo Yacente de Vallmitjana, Venus y Adonis.»)
Junto a las pinturas, Ovejero introduce en La invención del amor no pocas referencias a escritores y títulos de libros: Julio Cortázar, Philip Roth... Pero especialmente ha llamado mi atención la que hace a una novela totalmente desconocida por mí titulada "Brujas la muerta" (Bruges-la-Morte [en francés : La ciudad muerta de Brujas]), novela corta del belga Georges Rodenbach, publicada por primera vez en 1892. Es una novela simbolista de la que el mentiroso o fabulador Samuel ha extraído información para hablar a su hermana sobre el amor y su pérdida. Como se ve el texto de textos que es la novela de Ovejero se muestra aquí de otra manera: usando como verdades lo que son mentiras, ficciones literarias
La acción se sitúa en una zona concreta de Madrid, el entorno de la Glorieta de Embajadores y el tiempo es el actual. Hay referencias costumbristas madrileñistas que el escritor introduce con cierta reiteración humorística como la que alude al extendido hábito entre la población de origen chino de fumar mucho y escupir en el suelo.
Novela entretenida, equilibrada, muy bien estructurada, que aborda una situación cotidiana -el enamoramiento- desde una novedosa posición: la simulación, la suplantación, la impostura. Y dado que la novela va de amor he indagado en la Red cómo le va al autor en este terreno. He encontrado que -y creo que sigue en esa situación- es pareja de la también escritora Edurne Portela, autora de la que en este mismo blog reseñé hace ya más de cinco años su novela titulada Formas de estar lejos, novela que en su momento leí con atención, si bien nada más he vuelto a leer de la autora.
Cualquier perspectiva sobre el amor me parece válida pues hablamos de el sentimiento más complejo de los humanos. Ahora bien; ese perspectivismo me parece que añade valor a la novela. Para los madrileños aún más por la situación geográfica de la narración. Has citado a Millás o a Marías que para mí son referencias exquisitas. Ay, el amor je, je.
ResponderEliminarUn abrazo, Juan Carlos.