«En el bosque, Yukiko me habla del discurso del comandante de su fábrica. Dice:
¿Por qué perder la vida tan fácilmente? Nos dice: “Hay que combatir hasta la muerte. No regresar con vida. Caer prisionero es una vergüenza. Deshonra no solo al soldado, sino a su familia y a todos los parientes”. La familia de los soldados es como un rehén. ¡Pobres soldados! Lo peor es que creen en la ideología estúpida que el Gobierno ha creado para ganar la guerra.
Yo contesto:
—Sí, es cierto. Estamos paralizados por el lavado de cerebro de la nación, como dice tu padre.
Ella adopta un tono grave:
—No aceptes ser soldado, Yukio. ¡Nunca!»
Todo lo anterior tiene lugar dentro de una delicada naturaleza en la que lo floral tiene gran relevancia por el simbolismo contenido en cada uno de los tipos de flores, en especial las 'wasurenagusa' (nomeolvides) que con su colorido marcan todo el relato; también las 'tsubaki' (camelias), los nenúfares y otras más llenan de colorido la novela. Junto a las flores están las luciérnagas, símbolo de la atracción amorosa, de la búsqueda del amor; también las golondrinas que simbolizan la fidelidad. Luego, ya la autora se deleita ubicando a sus personajes en viviendas tradicionales japonesas, vestidos muchas veces con prendas propias de su cultura milenaria lo que no es óbice para ellos se empleen en trabajos avanzados de investigación farmacológica y demás (convivencia de dos culturas: la tradicional y la occidental impuesta a partir del final traumático de la IIª Guerra Mundial).
- Tsubaki (camelia): Estamos en los años 80 del siglo XX. Namiko espera la llegada del abogado que le va a entregar dos sobres que su madre, Yukiko, recientemente fallecida, ha dejado. Uno es para ella; el otro es para el tío de Namiko, persona de la que ésta nada sabía y que por la carta a ella dirigida sabrá que se llamaba Yukio, fruto de una relación de su abuelo anterior al matrimonio de éste. Es Namiko la que en primera persona cuenta esta historia que se retrotrae al pasado.
- Hamaguri (almeja). De nuevo estamos ante la historia de una madre y un niño que llegan hasta un orfanato para refugiarse en él. El narrador aquí es Yukio. Conocemos su historia y su relación con una niña de su misma edad que jamás olvidará. Estamos en 1933. La madre de Yukio se llama Mariko, está sola en el mundo desde que perdiera a su familia en el terremoto de 1923. En el orfanato el sacerdote católico que lo lleva le ofrece a Mariko la posibilidad de casarse con un buen hombre y así darle un padre a Yukio.
- Tsubame (golondrina). Es Mariko su narradora. Conoceremos su historia desde la tragedia del terremoto de 1923 hasta la época del momento presente en que vive con la familia de su hijo Yukio y los tres hijos de éste.
- Wasurenagusa (nomeolvides). Aquí el narrador es el señor Takahashi, esposo de Mariko y padre adoptivo de Yukio. Su historia en Nagasaki trabajando en un laboratorio farmacéutico, su traslado a Manchuria durante los años de la IIª Guerra Mundial, y los años anteriores al matrimonio con Mariko ocupan esta interesante cuarta parte de El quinteto de Nagasaki.
- Hotaru (luciérnaga). En esta historia final se atan cabos sueltos de las anteriores historias. Estamos ante un relato contado por Tsubaki, la hija menor de Yukio, la cual visita con frecuencia a su abuela Mariko. Yukio puso Tsubaki a su hija porque la camelia era la flor preferida de Yukiko, su amiga de la infancia a la que jamás olvidó.
«Antes de tu madre me había casado con una primera mujer elegida por mis padres. Les estaba agradecido, porque era hermosa y buena. Pero empezaron a intervenir en nuestra vida y a quejarse de todo lo que mi mujer hacía. Yo soy estéril. No lo sabía. Mis padres, sobre todo mi madre, le reprochaban a mi mujer que no pudiera quedarse embarazada. Yo no lograba defenderla, y ella me dejó.» (le confiesa a Yukio su padre adoptivo)
«—Ojîchán, ¿por qué las luciérnagas emiten luz?
Él contesta: —Para atraer a las hembras.
Estoy sorprendida.
—¿Entonces las luciérnagas son machos?
—Sí. Las hembras también emiten luz, pero no vuelan. Al parpadear se envían mensajes de amor.»
«—Todavía somos jóvenes. Hay que tener cuidado de no caer en el agua dulce.
Tamako, tranquila, contestó:
—Tienes razón. Reflexionaré.»
(https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/98/Imperial_Japan_map_1939.svg) |
«Mi madre se detiene ante una casa cercada. Hay hortensias florecidas alrededor. El azul, el rosa, el blanco... Las flores siguen mojadas de la lluvia de esta mañana. Cae el rocío. Encuentro un caracol en la cerca. repta con los cuernos erguidos. Los toco con la punta de los dedos. Los ojos se retiran inmediatamente como la cabeza de una tortuga. Por en cima de la cerca veo a un hombre mayor que va recogiendo piedras y metiéndolas en un balde. Lleva una prenda blanca y larga como un vestido. Entonces oigo a niños que gritan y me pongo tenso. Deben de estar dentro de la casa. Me aferro a las faldas de mi madre.»
Y para cerrar esta reseña pienso que es importante señalar cómo Aki Shimazaki va esparciendo por el texto, cual si de piedrecillas blancas de Pulgarcito se tratase, referencias al número de años transcurridos antes o después de algunas de las fechas inamovibles del calendario histórico nipón: «Ya hace cincuenta años», dice Shizuko a su marido Yukio en referencia al 'Bon' que la televisión dice que se conmemora ese día; «Hoy es primero de septiembre. Se acerca ya la fecha que nunca podré olvidar. Han pasado cincuenta y nueve años desde el terremoto. La desaparición de mi madre y mi tío, mi única familia, transformó mi vida.», piensa Mariko Takahashi en 1982 cuando ya viuda está viviendo en la casa de su hijo Yukio y de su nuera Shizuko; «Llevamos cuarenta y seis años casados», piensa el señor Takahashi cuando recuerda su matrimonio con Mariko en 1933 (estamos, pues, en ese momento en 1979); etc. Así, de esta manera, los lectores vamos ordenando en nuestra cabeza la secuencia cronológica que la autora nos da desordenada en esta hermosísima novela
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