Pueden vivir en Maipú o en el desierto de Arizona, pero están tan enclavados en el centro de la cultura contemporánea como cualquier residente de un barrio de moda de Nueva York. Al mismo tiempo, aunque habiten en el corazón de Barcelona, tienen su mente en un ayer agrario y primordial. Son viejóvenes.
"La España vacía" de Sergio del Molino es un ensayo en el que el autor indaga desde su personalísima subjetividad sobre la existencia de dos Españas: la vacía y la llena. Para él es un proceso no novedoso que hunde sus raíces en el propio ser que nos caracteriza. Me agrada la solución que viene a proponer que es la de la asunción y convivencia de ambas Españas en una que es donde habitan las personas. No vale hablar 'frente a' o 'contra a' una u otra dado que ninguna es absolutamente culpable ni tampoco en esto España es un país original.Sergio del Molino publica en 2016 este ensayo que indaga sobre el desierto humano en que se está convirtiendo -si no está convertido ya- buena parte del territorio español. El escritor en su afán de concreción llega a circunscribirlo a una serie de provincias, unas 14, que con la salvedad de Madrid -auténtico agujero negro propiciador en buena parte de este vaciamiento- forman una especie de España interior dentro de España ("catorce provincias quedaron heridas de muerte y agonizan hasta hoy. Huesca, Guadalajara, Teruel, Soria, Ávila, Cuenca, Zamora, Burgos, León, Salamanca, Palencia, Segovia, Lugo y Ourense se convirtieron prácticamente en desiertos"). Este vaciado no es producto exclusivo de los últimos años (el "gran trauma" producido entre 1950 y 1970), sino que es un proceso que con mayores o menores altibajos viene sucediendo desde la industrialización de zonas peninsulares a partir del último tercio del siglo XIX; este desarrollo industrial tuvo sus dos principales polos en Vizcaya (la metalurgia) y Barcelona (el textil) y hacia allí que se desplazó buena parte de la población sobrante en campos y ciudades de provincia de esa España que malvivía. Otros importantes puntos de atracción fueron también Madrid, Valencia o Sevilla.
La cuestión "España vacía" no radica sólo en esta emigración, normal en todos los países y habitual a lo largo de los siglos, sino en la cultura que contra los pueblos de origen y sus habitantes existe en España desde tiempo inmemorial, especialmente desde el Renacimiento que contrapuso los valores burgueses radicados en las ciudades que surgían por entonces al ruralismo presente en los feudos que existían así desde hacía al menos un milenio. Se gestó en el XVI una literatura que cantaba lo campesino y pastoril pero idealizado, es decir, visto desde la impostada evocación nostálgica de aquellos que vivían en la ciudad y se sabían procedentes del campo. Era, pues, un mundo falso el de esas églogas y novelas pastoriles; frente a ellas surge también en esa época una literatura realista que llama a las cosas por su nombre y que se patentiza en novelas -la picaresca o el mismísimo "Quijote"- y ensayos como el de fray Antonio Vélez de Guevara, "Menosprecio de corte y alabanza de aldea". Este tipo de literatura extiende la idea de lo rural como mundo embrutecido, feo y peligroso, frente a un universo cortesano refinado y hermoso. Incluso la obra de Vélez de Guevara, a pesar del título, es una reafirmación del mundo urbano; queda la aldea, el mundo rural, sólo como refugio del fárrago ciudadano al estilo de la 'vida retirada' cantada por Fray Luis de León, o sea, el Beatus ille horaciano.
Esas dos visiones del campo son las que pasando los siglos han persistido entre nosotros (y no sólo entre los españoles sino prácticamente en todo Occidente): la visión de Henry David Thoreau de las excelencias de la vida en el campo y la del peligro de vivir en él que sostenían muchos otros autores. Para evitar el peligro sólo quedaba la educación (Rousseau o la leyenda alemana del buen salvaje Kasperhauser). En definitiva, siempre mensajes que no servían para solventar las perentorias necesidades -hambre especialmente- de estas zonas depauperadas o que a lo más las convertían en meros lugares de escapada (segundas residencias, urbanizaciones en medio del campo) para tomar oxígeno y proseguir la vida de urbanitas.
Del Molino reconoce ya esta idea de la España vacía en nuestra literatura (Galdós, Delibes, Cela, Luis Martín Santos, Julio Llamazares...), en nuestro cine (el estudio sobre el documento en imágenes de Buñuel, Las Hurdes, es fantástico; también es muy reveladora su opinión sobre la película "Surcos" de José Antonio Nieves Conde, así como lo que manifiesta sobre esa serie de películas protagonizadas por Paco Martínez Soria que se burlaban del paleto que arribaba a la gran ciudad y que tanto hacían reír precisamente a esos espectadores que no hacía tanto habían cambiado el mundo rural por el urbano), y plenamente presente en nuestra historia política a partir del siglo XIX, llegando incluso hasta nuestros días.
- Mi trabajo es literario, y la mirada que lanzo a la España vacía es la propia de un escritor que la ha pisado, la ha conocido, la ha vivido, la ha amado y la ha leído. (p. 41)
- La España vacía, vacía sin remedio, imposible ya de llenar, se ha vuelto presencia en la España urbana. (p. 249)
- Hay una España vacía en la que vive un puñado de españoles, pero hay otra España vacía que vive en la mente y la memoria de millones de españoles. (p. 16)
- A la España vacía le falta un relato en el que reconocerse. Las historias que la cuentan complacen a quienes no viven en ella y halagan dos clases de prejuicios: los de la España negra y los del beatus ille. (p. 87)
- A la España vacía real no le han quedado más que dos caminos: negar y destruir su propia tradición o representarla en una función ininterrumpida al gusto de aquellos que abandonaron hace mucho sus casas y sus calles. (p. 221)
- Desde Veruela, Bécquer diseñó la primera cartografía romántica de la España vacía. Con él empezó el mito. […] Con el tiempo, los habitantes de aquellos desiertos hicieron suyos esos relatos y empezaron a vivir conforme a ellos. El turismo lo propiciaba. […] desde el momento en que la España vacía asumió que no le quedaba nada más que pasado. Éste, por fuerza, tiene que ser real. Incluso el Quijote ha de serlo. (pp. 148, 151, 153)
- La recreación consciente y sofisticada de la mitología de la España vacía. La construcción de identidades originales desde la ciudad con una mirada a los mitos heredados, que se reconstruyen y se reinventan con una libertad enorme. Es el estadio último de la descomposición de un país, una forma sutil y casi invisible de levantar una patria imaginaria. (p. 224)
Sobre el autor
Sergio del Molino (Madrid, 1979) es escritor y periodista. Premio Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013), una novela testimonial dura y muy emotiva que hace cosa de dos años leí y reseñé en este blog. Es autor también de otras novelas: No habrá más enemigo (2012), Lo que a nadie le importa (2014) y La mirada de los peces (2017). El ensayo que he reseñado aquí, La España vacía (2016), fue un auténtico fenómeno editorial en nuestro país donde abrió un debate social, cultural y político inédito. Recibió el Premio de los Libreros de Madrid al Mejor Ensayo y el Premio Cálamo al Libro del Año, y fue reconocido como uno de los diez mejores libros de 2016 en España por la inmensa mayoría de la prensa. En 2013, El Cultural de El Mundo le escogió como uno de los narradores españoles menores de cuarenta años más relevantes. Actualmente colabora en diversos medios de comunicación, como El País, Cadena Ser, Onda Cero, Mercurio o Eñe.