En mis clases de Literatura Universal, para ilustrar el tema de la renovación de la narrativa europea a principios del siglo XX, solía echar mano de la película de Stephen Daldry "Las horas" (2002). En este film se puede ver cómo la principal impulsora del Círculo de Bloomsbury, Virginia Woolf, realiza el proceso creativo de una de sus principales novelas, "La señora Dalloway", cómo la escritora se veía 'invadida' por los seres de ficción que construía y de qué manera ella elegía, eliminaba o modificaba los comportamientos de sus personajes. Es en mi opinión una fantástica película para presentar ante los alumnos al "artista en pleno proceso de trabajo". Pero, además, los alumnos gustaban de ella al verse atrapados por el resto de la historia magníficamente presentada por el director inglés y excelentemente actuada por tres grandes actrices, -Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman-, protagonistas de la tres historias que en contrapunto se van desarrollando (Nicole Kidman es Virginia Woolf durante un día cualquiera de 1923, año en que se hallaba en pleno proceso constructivo de su novela "La señora Dalloway"; Meryl Streep es Clarissa Vaughan, una señora Dalloway actual que transita por el Nueva York del año 1998 ultimando como su homónima literaria los preparativos de la fiesta que dará por la tarde a Richard, poeta enfermo terminal de sida y antiguo amante suyo; y Julianne Moore es Laura Brown, una obligadamente 'feliz' esposa de Dan, excombatiente de la guerra del Pacífico, con quien tiene un hijo y está encinta de otro. Laura está leyendo un día de 1949 en el confort burgués de su hogar de Los Angeles la novela que 26 años atrás escribiera Virginia Woolf y que le está removiendo no pocas cosas en su interior).
El que los personajes que estas mujeres representan marquen estadios diferentes en el camino de la plena liberación de la mujer, así como observar que los problemas humanos son en esencia siempre los mismos, y el canto a la vida que emana del film a pesar del tono sombrío que por momentos tienen algunas de las historias, también atraía a mis alumnos y provocaba que su interés por la obra de Stephen Daldry no decayese en ningún momento.
Yo, que también disfrutaba de la reiterada contemplación de la obra de Daldry, con frecuencia me preguntaba cómo sería la novela de la que el film era adaptación. Así fue como este año decidí meter mano a "Las horas", novela de Michael Cunningham, fechada en 1999, momento en que el sida golpeaba con fuerza a la comunidad homosexual norteamericana. Esta epidemia tuvo, paradójicamente el efecto de dar visibilidad a un colectivo que tradicionalmente había vivido dentro del armario. Michael Cunningham presenta en este relato, que mereció reconocimientos como el premio Pulitzer y el PEN/Faulkner, tres historias en contrapunto (Nueva York a finales del siglo xx; Richdmon, barrio a las afueras de Londres en 1923; y Los Angeles, 1949) unidas por una argamasa que atraviesa todas ellas: la novela "La señora Dalloway" de Virginia Woolf. El que los personajes que estas mujeres representan marquen estadios diferentes en el camino de la plena liberación de la mujer, así como observar que los problemas humanos son en esencia siempre los mismos, y el canto a la vida que emana del film a pesar del tono sombrío que por momentos tienen algunas de las historias, también atraía a mis alumnos y provocaba que su interés por la obra de Stephen Daldry no decayese en ningún momento.
Al término de la lectura de la novela concluì que la versión cinematográfica sigue fielmente el relato novelesco centrándose, lógicamente, en los tres personajes femeninos antes señalados y dejando un tanto de lado a otros que en la novela de Cunningham tienen cierto relieve como son:
Michael Cunningham |
Leonard Woolf, editor esposo de Virginia, que junto a ella y a Vanessa, hermana de ésta -que aparece en ambos formatos aunque un tanto desdibujada al no referirse de ella ninguna aportación literaria, que sí que tuvo-, formaron parte del famoso Círculo de Bloomsbury junto a otras mujeres muy avanzadas para la época (Katherine Mansfield), ensayistas (Edward Morgan Foster) e historiadores (Gerald Brenan), economistas (John Maynard Keynes) o filósofos (Bertrand Russell o Wittgenstein); la criada Nelly, que en el film queda reducida a sirvienta madura y amargada pero que en la novela tiene mayor presencia al ser para Virginia Woolf referente de la represión moral de la que ella al igual que la señora Dalloway de su novela quieren zafarse: "Nelly se aleja y, aunque no es en absoluto su costumbre, Virginia se inclina hacia delante y besa a Vanessa en la boca. Es un beso inocente, asaz inocente, pero justo ahora, en esta cocina, a espaldas de Nelly, tiene el sabor sumamente delicioso y prohibido de los placeres. Vanessa le devuelve el beso." (pág. 121); también Walter, Louis y Oliver son secundarios que representan el mundo homosexual dentro del relato y que en el film, salvo Louis que interviene en unas escasas secuencias, no aparecen.
¿Novela gay?
Tanto la novela como su versión cinematográfica recibieron el aplauso de la comunidad homosexual (en USA Cunningham fue distinguido con el Premio al Libro Gay, Lésbico, Bisexual y Trasgénero 1999) pues no en balde todos los personajes son homosexuales (Richard, Clarissa, Sally, Walter, Louis, etc); o bien están confusos explorando sus inclinaciones en este campo (Virginia, Laura Brown, Julia); o tras haber tenido experiencias heterosexuales finalmente se han decantado por la vida homo (Clarissa Vaughan o Richard). También el aunto del sida, tan tremendo en ese momento, favoreció este enaltecimiento y coadyuvó a clasificar la novela dentro de una, por algunos denominada, literatura gay.
El director Stephen Daldry |
Yo, como no hace mucho en un diario decía Luis Alberto de Villena, no entiendo de clasificaciones así (juvenil, infantil, femenina, gay, homosexual, etc.), entre otras cosas porque pretenden enaltecer o machacar un producto de antemano, sin leerlo. Creo que sólo existe buena o mala literatura; que los asuntos o temas, luego, no sean adecuados para impúberes o que los personjes sean esencialmente hombres, mujeres o marcianos es algo tangencial. En la propia novela Cunningham -homosexual él mismo- critica el tratamiento mercantil que la industria y algunas personas dan a algo tan íntimo como la orientación sexual cuando dice cosas como las siguientes:
"Oliver St. Ivés, que se destapó espectacularmente en Vanity Fair y, a raíz de su confesión, fue excluido de su papel de protagonista en una película de suspense carísima, ha obtenido más notoriedad como activista homosexual de la que habría podido esperar si hubiese continuado fingiéndose heterosexual y rodando películas de serie B de medio pelo." (pag. 76).
A Walter Hardy lo tilda de "adolescente" pertinaz:
"que cumplirá cuarenta y seis años con gorra de beisbol y zapatillas Nike; [...] Se ven hombres como Walter en todo Chelsea y el Village. [...] Richard sostiene que los homosexuales eternamente jóvenes hacen más daño a la causa que los que seducen a niños" (pág. 14).
Incluso de los reconocimientos públicos llega a decir:
"Me han premiado porque tengo sida y me estoy volviendo loco y lo afronto con valor, no tiene nada que ver con mi obra." (pág. 49).
Esta reflexión es dura pero ¿acaso no es cierto que muchas veces un premio se da como señal de consolación al hombre más que al artista?
Lo que destaca esencialmente en "Las horas" es el asunto que trata, que no es otro que la vida, esto es, el inexorable paso del tiempo que provoca que ésta se escurra de nosotros ["Qué curiosos, estos cables genéticos, que el cuerpo pueda navegar sin cambios drásticos, decenio tras decenio, y luego, en unos pocos años, capitular ante el tiempo"]. De ahí el título, "Las horas", que encuentra pleno sentido a lo largo de todo el relato por la insistencia que tiene el novelista en aprehender el instante que se está viviendo y que inexorablemente se escapa de nuestro control; afortunadamente el recuerdo logra recuperarlos y así pasamos, en ocasiones, toda una vida prendidos en una vivencia sucedida hace ya 30 o más años ["a Clarissa la conmociona todavía, más de treinta años después, comprender que era la felicidad; que la experiencia completa residía en un beso y un paseo, la previsión de la cena y un libro." (pág 76)].
Esta concepción del tiempo, propia de la fenomenología de Husserl (la vida como acumulación de vivencias materiales, de fenómenos), estaba ya presente en la novelística de Virginia Woolf. Y es que toda la novela de Cunningham es un auténtico homenaje a la escritora inglesa quien en su narración "La señora Dalloway" plasmó la inconsistencia del presente temporal al tiempo que, paradójicamente, ese presente es lo único ciertamente real. Por ello toda una vida cabe en un solo día, pues somos el mundo que nos rodea y también la acumulación de vivencias pasadas, presentes ["-Somos adultos y somos jóvenes amantes a la orilla de un estanque. Lo somos todo, a la vez. ¿No es curioso?" (pág. 53)] y... ¡hasta futuras! ["Pero ya ves, parece que también he entrado en el futuro. Tengo un claro recuerdo de la fiesta que todavía no se ha celebrado. Recuerdo perfectamente la ceremonia del premio." (pág. 56)].
Y junto a la vida, como el envés de la misma, está la tentación de la desaparición, la del espectro de la muerte. Una desaparición que recuerda mucho al Juan Ramón de "El viaje definitivo" porque canta la vida, como se ve cuando la Dalloway moderna (Clarissa Vaughan) se dice a sí misma:
"Ahí está el mundo ordinario, el rodaje de una película, un chico portorriqueño que despliega el toldo de un restaurante con una pértiga plateada. Ahí está el mundo, y tú vives en él, y lo agradeces. Procuras hacerlo." (pág. 13)
escenas de la película |
o cuando de Laura Brown enamorada de una vida plena se dice:
"Empero, le alegra saber (porque en cierto modo de improviso lo sabe) que es posible cesar de vivir. Reconforta encarar toda la gama de posibilidades: considerar todas la alternativas sin miedo y sin culpa." (pág. 120).
La pena es que en ocasiones este negro impulso se imponga sobre la alegría de vivir como le ocurrirá en 1941 a Virginia Woolf que se suicidará en un río precipitándose esa aciaga mañana toda su vida que ya "leímos" en ese día de 1923.
Y como no podía ser de otra forma, y es uno de los grandes méritos de la novela de Cunningham, todas las innovaciones estilísticas que Virginia Woolf aportó a la novela europea del siglo XX reciben el trato adecuado por parte del novelista norteamericano: monólogo interior constante, perspectivismo, técnica contrapuntística, estilo indirecto libre, narrador externo objetivo cual si de una cámara cinematográfica se tratase, plano-secuencia, ruptura de la linealidad discursiva, impresionismo descriptivo, etc.