“A todos, queramos o no, se nos morirá alguien importante de la familia; todos enfermaremos de gravedad o perderemos trabajos deseados y amores eternos. Y eso no es terrible, eso es simplemente vivir. Vivir es perder lo que ganaste.” (cap. 7)
Es mi primer contacto con el Albert Espinosa escritor. Sabía de él por títulos de películas como "Planta 4ª" (2003) o "Va a ser que nadie es perfecto" (2006) de las que fue guionista, y por series televisivas como "Pulseras rojas" (2010), aunque confieso que no he visto ninguna de ellas.
Preparando la reseña me entero de que Albert nació en Barcelona en 1973 y de que a los 13 años fue diagnosticado de cáncer con metástasis por lo que sufrió la extirpación de un pulmón y parte del hígado pasando cinco años internado en un hospital. Esta experiencia biográfica le ha marcado profundamente y es la que está en la base de no pocas de sus creaciones televisivas, cinematográficas, teatrales y literarias. La película "Planta 4ª" cuenta su vida en el hospital durante esos largos cuatro o cinco años.
"Lo mejor de ir es volver"
Pensaba encontrarme en esta novela con un asunto de corte hospitalario semejante a aquellos con los que en mi cabeza yo tenía ubicado al autor. Sin embargo no ha sido así. En esta novela de poco más de 200 páginas Albert Espinosa nos ofrece, contra todo pronóstico, una historia de amor, perdón y reconciliación. Digo que contra todo pronóstico porque de entrada ver que una anciana de 100 años está en la Barcelona de 2071 esperando la llegada a su casa de un robot que ejerce la función de 'doctor del final' me llevaba a pensar que estaba iniciando una distopía clarísima. Pero no, la novela no es una distopía en el sentido de sociedad ficticia completamente indeseable en sí misma.
Estamos en una sociedad futurista en la que ha habido muchos cambios respecto a nuetro actual hoy: Es una sociedad totalmente robotizada en la que hay robots para ayudar al suicidio (“conciliadores del suicidio”), para acompañar y ayudar en el momento del tránsito final (“doctores del final”), la muerte próxima es conocida cuando se produce la activación del “gen de los treinta días”; es una sociedad hiperindividualista en la que los humanos se revisten y se aislan unos de otros mediante un “campo de energía” propio; una sociedad que premia a los centenarios otorgándoles como regalo la posibilidad de elegir tres personas de las que vengarse a través del llamado “karma artificial”. Es un mundo en el que los perros se han extinguido, la esclavitud ha desaparecido, existe la teletransportación por la que bastan veinte minutos para ir de Barcelona a la isla de Ischia, los robots tienen la posibilidad de replicarse y así conseguir hacer realidad el don de la ubicuidad por el que al mismo tiempo que en Barcelona puede Troy -el robot protagonista de la historia- estar en Miami o en otro lugar que desee...
Sin embargo a los lectores nos sucede, según van pasando las páginas, lo mismo que a la centenaria Rosana: nos reconciliamos con este futuro que cada vez vemos menos indeseable al observar en él elementos esperanzadores como la relación de afecto, de empatía, desarrollada entre 'ella' y 'ello'. Así es como respectivamente, al sentirse tan distanciados entre sí, se denominaban y se percibían los dos personajes protagonistas, que poco a poco irán acercándose afectivamente. De no llamarse por sus nombres o recurrir al usted distanciador estos dos seres comenzarán a hacerlo de 'tú' por parte del robot y por el nombre propio de Troy o de Henry, el hijo de de 13 años cuya apariencia externa demandó la anciana que adoptase la máquina que le enviasen a su casa.
No quiero desvelar nada del asunto que se dirime en la novela, no quiero destriparla, hacer spoiler como dicen algunos con anglicismo que me disgusta. Sí diré que en mi opinión Albert Espinosa tiene en su cabeza un Lector Ideal al que dirige su relato, un lector que -pienso yo, aunque podría estar completamente equivocado- es un adolescente de entre 13 y 18 años al que el escritor quiere inculcar una serie de valores (en cierta manera ya tópicos en estas novelas de destinatario juvenil) que le gustaría que asumiese e integrase en su evolución: luchar contra la discriminación y abusos sufridos por mujeres como Rosana por parte de hombres que las maltratan y esclavizan; la necesidad de perdonar; la importancia de la familia (“Tener una madre que te quiera hace que todo cobre sentido”); la necesidad imperiosa de aplicar la justicia (algo bárbara, por cierto, pero implacablemente justa, eso sí); denunciar la desaparición de especies animales; valorar la importancia que la literatura y el cine tienen para el desarrollo de nuestro modo de entender la vida: las referencias a Antonio Machado y a algunas películas [“todavía existían los escenarios donde se rodaron las dos versiones de ‘El talento de Mr. Ripley' (la de Alain Delon y la de Matt Damon) y aquella maravilla de ‘¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre’” (cap. 9)] cumplen esta función; entender y aceptar que la vida es una continua sucesión de pérdidas; valorar la idiosincrasia cultural a la que pertenece el lector, etc.
Foto: Albert Espinosa (EFE) |
Respecto a lo señalado al final del párrafo anterior es evidente que Albert Espinosa centra toda su atención en la cultura catalana. Así la acción transcurre en Barcelona en escenarios como el cementerio de Montjuich, el tanatorio de Les Corts, el estadio del Barça que en la fecha de 2071 ya se denomina 'estadio Messi'; la fecha del cumpleaños, 23 de abril, Sant Jordi, es el Día del Libro y la Rosa, día en el que se aúnan en Cataluña la celebración de la cultura con la del amor... Rosana antes de morir y ya enchida del amor que se le ha negado en vida ansía regresar a Barcelona y recorrer Las Ramblas para visitar los puestos de libros donde también se venden rosas:
"Estuvimos horas caminando por Barcelona y disfrutando de ese día. Subimos y bajamos sus Ramblas tantas veces... Miramos puestos de libros, compramos rosas y recordamos otros tiempos en que sus antepasados habían pisado esas mismas calles.
Madre estaba pletórica. La vi disfrutar tanto ese día... Realmente Sant Jordi es un hermosos día dedicado al amor. Nunca había visto tanta gente disfrutar y amarse. Esa ciudad supuraba emoción" (cap. 16)
En cuanto a la forma hay que señalar que la novela es muy sencillita. Son 16 breves capítulos titulado cada uno de ellos con una frase, entresacada del mismo, que resume el tema que en él se desarrolla. Dentro de cada capítulo suele haber dos planos discursivos: el de la viejecita Rosana, escrito en tipografía tradicional, y el del treinteañero robot, Troy, escrito con una tipografía que recuerda la propia del mundo digital. En dos ocasiones introduce una tipografía similar a la manual para presentar dos cartas que son importantes en la novela para el desarrollo de la historia. Es interesante en los dos relatos en contrapunto -el de Rosana y el de Troy- observar cómo según avanza la novela se van acercando hasta concluir fusionándose en sólo uno. Sin duda esto es un acierto.
Lo mejor
De esta novela yo destacaría la denuncia que hace del machismo, sobre todo cuando la efectúa referida a la mujer artista (Rosana era pintora) que ve su obra robada por un hombre. A mi memoria a través del caso de Rosana vienen otros casos como el de Camille Claudel y su amante Rodin, el de Colette que escribía relatos sicalípticos que firmaba su marido, o, entre nosotros, el de María de la O Lejárraga, esposa del escritor Gregorio Martínez Sierra, artífice de casi la totalidad de la obra literaria de éste. También he recordado esa película relativamente reciente, “Big Eyes”, dirigida por Tim Burton, que plantea este tema de la apropiación indebida de la Obra artística.
Me ha gustado el culturalismo, muy bien integrado por el autor en la narración. Cuando Rosana habla del dolor que a ella le ha supuesto la muerte de su hijo Henry, recuerda las opiniones que su fallecido marido vertía acerca de la positiva función que hacer literatura tuvo para algunos escritores. En concreto cita “Mortal y rosa” de Francisco Umbral, y lo fundamental que resultó para este periodista y escritor su escritura en la superación del duelo; lo mismo -dice- le sucedió a Philip Roth con “Patrimonio”, esencial para superar la desaparición del propio padre; y también a él mismo, Albert Espinosa, escribir “Mundo amarillo” le sirvió para superar las pérdidas y convertirlas en ganancias.
Lo menos bueno
En esta distopía hay momentos que te despiertan –mal en mi opinión- de la ensoñación ficticia. Así me ha sucedido cuando Rosana, el personaje protagonista de esta narración que transcurre en 2071, recuerda nada más y nada menos que un episodio de “Verano azul” titulado ‘El bautizo del odio’. ¡Cling! ¡Madre mía, qué caída en el vacío, esa serie tan recordada se emitió en 1981! A mí me pareció al leer esto que, además de caer en un lugar común, la verosimilitud hacía aguas dados los 90 años que separan ambas fechas. Semejante sensación de anacronismo, de inverosimilitud, se activó en mi cabeza con las referencias que se hacen a la pervivencia aún de los decorados utilizados en el rodaje de esos títulos de películas -citados algo más arriba en esta reseña- al haberse realizado las mismas en los años 1955, 1972 y 1999, o sea, alguna de ellas más de un siglo de tiempo atrás.En cuanto al uso del idioma se detectan en la narración algunos defectos que, entiendo, siempre deben soslayarse. Me refiero a una sistemática incursión en el adequeísmo, vicio lingüístico que desluce mucho un escrito: “No había dudas que volver a tenerle era un castigo que se había convertido en mi bendición”. También se confunde frecuentemente en la escritura la conjunción adversativa “sino” y la construcción conjunción condicional ‘si’ más adverbio de negación ‘no: “si no”. Por último otro error de lengua es el de la clamorosa impropiedad en que incurre en el capítulo 14 dando a un vocablo un significado inapropiado existiendo en el idioma otro término más pertinente: “que la llevara aquí” en vez de decir “que la trajera aquí’ habida cuenta de que se está refiriendo a persona y no a cosa.Y también allí mismo su redacción no hace un uso correcto de la 'consecutio temporum': “El aceptó enseguida. No sé si por la borrachera o porque necesita agarrarse a un clavo ardiendo”.
Final
En un mundo hiperavanzado, individualizado y deshumanizado en el que aún persisten elementos perniciosos del nuestro como los aforamientos, sin embargo da la sensación de que no todo está perdido pues entre las máquinas (los robots) y los humanos aún cabe la posibilidad del afecto, de la emoción. Es lo que ocurre entre Rosana y Troy que se irán conociendo y transformando a través de este día, 23 de abril de 2071 en que ella alcanza la edad de 100 años.