Para leer esta novela del escritor norteamericano
Jonathan Dee tuve que interrumpir la de
"La vida y la muerte me están desgastando" del premio nobel 2012, el chino
Mo Yan. Como es fácil de entender el salto de una a otra literatura no está exento de riesgo pues dejar a Mo Yan para engolfarse con Jonathan Dee es semejante a dejar de escuchar a Beethoven o a Mahler y de seguido oir a los Beatles. Son buenos los Beatles, claro que sí, pero no son ni Mahler ni Beethoven. Son magnitudes diferentes, calidades distintas.
Lo anterior viene a cuenta de lo sucedido en mí con ese salto de Mo Yan a Dee: no me agradaba "
Los privilegios", me parecía un relato flojo, light, sin profundidad, sin intensidad, sin chicha alguna. Claro, en mi retina estaban aún una historia, la de la China de la revolución cultural y luego posmaoísta, y una manera de construir el relato para nada semejantes a estas de "
Los privilegios". Así no había manera, por lo que decidí aparcar durante unos días a
Mo Yan y dedicarme sólo al escritor norteamericano. Fue a partir de entonces que comencé a apreciar esta novela en sus justos términos.
El relato en su edición de Anagrama trae un epílogo a cargo de su traductor,
Justo Navarro, que perturba la lectura al eliminar del lector la posibilidad de construirse su propia interpretación dado que el traductor lanza claves, que son bienvenidas cuando se las busca, pero que a traición como en esta ocasión se asemeja a un ejercicio de soberbia del señor Navarro o de su editor que parecen decirnos algo así como 'sé que sois algo torpes, por ello voy a explicaros lo que acabáis de leer'. Pero dejando a un lado este feo detalle, hay que sostener que
Jonathan Dee realiza una novela interesante, que en su aparente simplicidad esconde no pocos elementos dignos de ser resaltados. Hablarè de algunos de ellos:
a)
La manera de presentar la historia. La vida de una familia salida de la mediana burguesía que se aprovecha de su situación profesional para ascender con medios nada claros (crear dinero mediante la especulación con fondos de otros y sin su conocimiento) nos la presenta
Dee mediante cuatro cortes transversales (la boda, el ascenso meteórico en la profesión, la independencia profesional, asunción de su realidad por los herederos) separados entre sí por 6 ó 7 años de los que casi nada se nos dice pero que vistas las posteriores acciones entendemos fácilmente.
b)
Un narrador que no opina. La figura del narrador es en mi opinión importante en esta novela. Es un narrador externo en tercera persona y objetivo que se limita a, cual periodista o cámara de cine, dejar constancia de lo que sucede: el bróker
Adam es un águila para los negocios y hace ganar a su jefe -y a sí mismo aunque con métodos espúreos y escondidos- ingentes cantidades de dinero. Tanto gana que junto a
Cynthia, su esposa, dedicará una nada despreciable cantidad a fundaciones sin ánimo de lucro, ayudas a menesterosos, donaciones a instituciones religiosas, etc. a las que ella se entregará en cuerpo y alma. ¿Es moral o inmoral este comportamiento? El narrador no opina, que cada cual se construya la suya. Esta actitud contrasta con las expectativas del lector dada su habitual experiencia lectora: lo que hace
Adam no está bien, debería sufrir castigo. Pero en este relato no hay juicios de valor. Lo que ocurre es lo que ocurre, podrían pasar otras cosas, sí, pero no pasan. Esto es lo que hay. ¿Esto es lo que hay? ¡Qué escándalo!
c)
Estilo indirecto libre. Lo que tiene este relato es un estilo fluido, amable, fácil, que incita a leer, que nos atrapa como lectores. Y aparte de los asuntos que se muestran, desde el punto de vista estilístico, el autor hace un muy afortunado uso del estilo indirecto libre pero sustituyendo con frecuencia esa 3ª persona, que evita la reflexión del personaje en 1ª, por la coloquial forma de la impersonal en 2ª de singular que incluye no sólo al personaje que la piensa sino muy directamente al lector o a cualquier persona que se ve subsumido en ella y, por tanto, cómplice de ese pensamiento lo comparta o no lo comparta. Véase un ejemplo:
Cuando
Deborah, hermanastra de
Cynthia, le pide a ésta permiso para llevar a su hijo
Jonas a una exposición sobre Andy Warhol,
Cynthia reflexiona:
"Andy Warhol, pensó de pronto. Una cosa era obsesionarte con esa mierda absurda cuando estabas en secundaria, pero dedicarle por completo tu vida..." (pág. 195).
El mismo
Jonas en su transformación tras la aventura personal vivida reflexiona al final del relato:
"No. No. El éxito era una fortaleza que el miedo corroía sin cesar. Lo que hiciste ayer, fuera lo que fuera, no significa nada: en el momento en que dejabas de revalorizar lo que habías construido, empezaba la decadencia." (pág. 325).
Prácticamente todos los personajes en algún momento del relato tienen reflexiones que el autor nos presenta mediante esta 2ª persona generalizadora. En un momento dado, justo en la mitad de la novela,
Deborah en conversación con
Cynthia sobre su madrastra y madre de esta última,
Ruth, usa esa forma de manera ambigua (
"Creo que ella se las arreglará sola. Mejor que muchos. Lo único preocupante, si te quieres preocupar por algo, es que su salud vaya a peor, como le pasó a papá. Entonces tendrás que tomar decisiones difíciles" [pág. 198]). Y esta ambigüedad la explicita el propio narrador dando en mi opinión una de las claves de este estilo narrativo:
"Cuando empleaba la segunda persona del singular, ¿lo hacía en sentido impersonal o se refería a 'Cynthia'? (ibidem)
d)
Relaciones familiares: Es uno de los asuntos de la novela. Todo lo suple el dinero. La generación de
Adam y
Cynthia está por encima de la de sus padres (
Ruth y
Charlie Sikes, los padres de
Cynthia; de los de
Adam apenas si sabemos algo) en el sentido de amar a sus hijos a pesar de no dedicarles tiempo pero sí darles todos sus caprichos. Llegan al extremo de volcarse más en los de afuera que en sus propios herederos; tal es el caso del comportamiento de
Cynthia con la amiga descarriada de su hija
April, sin ser conscientes de que en su propio hogar su hija estaba viviendo su descarrilamiento personal. También
Jonas habrá de encontrar en un mundo muy distinto del de su propia familia, la justificación de unos valores contra los que creía estar.
e)
Fotografía de la actualidad. Pese a no haber alusiones temporales claras (nombre de políticos, crisis financieras, efemérides temporales, etc.) la novela entra dentro de la llamada novela sociológica norteamericana. Presenta una instantánea de un tipo de familia típica americana salida de la nada que en la tierra de las oportunidades se eleva y cambia de grupo social gracias a la acumulación de dinero. ¿Alguien pregunta el sistema utilizado para lograrlo? Naturalmente, no. ¿Inmoralidad? De nuevo surge la pregunta. Pero ¿puede calificarse una fotografía de inmoral? ¿Es más ético no hacerla?
f)
Culturalismo: En la novela aparecen un buen número de referencias culturalistas, algunas de las cuales, especialmente las literarias, sirven de claves o dan pistas para la interpretación del relato. Así sucede con la alusión, en el pensamiento de
Jonas, a la famosa novela de
Conrad (
"Era como si, a falta de un verdadero corazón de las tinieblas, él hubiera decidido crear uno de la nada" (pág. 321). Ni que decir tiene que en toda la historia de
Adam resuena la de
Scott Fitzgerald como el mismo Justo Navarro se aviene a señalar en el cuestionable epílogo que acompaña a la novela en esta edición. Y luego estaría el mundo del arte (
Andy Warhol,
Dubuffet,
Monet, o
Novak, posible y auténtico representante del Art Brut) cuestionado y/o envilecido por el poder del dinero que todo lo bazuca al confundir como dijo el poeta "valor y precio". Por último, la música que sirve para marcar distanciamientos generacionales y atracciones más o menos no admitidas; así mientras el padre gusta de escuchar a
Aerosmith,
Lou Reed o a los
Allman Brothers, sus hijos, en especial
Jonas escucha a
The Strokes o a los
Flatt & Scruggs, grupos alternativos a pesar de que su sensibilidad le lleva a amar el blue-jazz de los años 20 y 30.
[en la página "Música que me gusta escuchar" incluyo algunos temas citados en la novela].
g)
El tono. Sin lugar a dudas, junto a algunos de los elementos comentados antes, la característica de estilo más interesante de
Jonathan Dee es el tono que da a la historia familiar que nos cuenta, que es el de un alejamiento irónico decididamente buscado que nos lleva a ver el cinismo de una sociedad y de un estilo de vida que encumbra por encima de todo -ya lo he dicho antes- al dinero.
Por todo lo señalado anteriormente me atrevo a recomendar esta novela que ha recibido elogios aquí, pero sobre todo en su país natal por autores actuales como
Jonathan Franzen,
Auster o
Richard Ford.
PD.- Jonathan Dee (Nueva York, 1962) ha trabajado de redactor jefe en The Paris Review y escribe habitualmente en The New York Times Magazine y en Harper’s. Ha publicado cuatro novelas, inéditas en España: Palladio, St. Famous, The Liberty Campaign y The Lover of History. Su quinta novela, "Los privilegios", finalista en el Premio Pulitzer 2011, ha sido traducida al castellano, francés, italiano, neerlandés, rumano y chino.