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26 sept 2024

La noche que llegué al Café Gijón. Paco Umbral

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«(No sé si hay repeticiones en mi libro, pero casi me gustaría que las hubiera, pues he querido que tenga el tono un poco mareado y giratorio de la vida en el café, aquella vida encerrada de espejos, loca de conversaciones, que considero muerta para siempre cuando leo, por los días cuando escribo esto, que el arquitecto que remodeló el Gijón después de la guerra acaba de morir).»

Francisco Umbral Memorias
Desde que el año pasado volviera a leer con infinito placer a Francisco Umbral -concretamente fue la lectura de su novela Las ninfas- me prometí a mí mismo que habría de volver a hacerlo sin tardar mucho. Y así ha sido, pues al año exacto finalizo otro libro suyo: La noche que llegué al café Gijón

Tiene siempre la literatura de Paco Umbral mucho de biografismo personal expresado con acierto en una narrativa memorialista de estilo impresionista y tono lirico que es consustancial y seña de identidad de su prosa. Es una manera de escribir peculiar que me agrada mucho porque no es frecuente en nuestra literatura. Y diré desde ya que si Las ninfas me satisfizo, La noche que llegué al café Gijón también lo ha hecho y además por partida doble: por la belleza que trasluce su escritura, primero, y, después, por el conocimiento que de la trayectoria del escritor dentro de la literatura española del momento he obtenido.

Tras haber leído la novela que fue Premio Nadal en 1975 y ese diario íntimo lleno de sinceridad y sentimiento acerca de la terrible enfermedad que se llevó a su hijo Pincho con tan sólo seis años, titulado Mortal y Rosa escrito un año antes, yo quería leer más cosas que el escritor vallisoletano nacido en Madrid en 1932 hubiera escrito por esos mismos años. Fue así como tras buscar infructuosamente El hijo de Greta Garbo (1982), otro libro de memorias en el que homenajea a su madre, llegué a La noche que llegué al café Gijón. Fue un encuentro casual como tantas veces le sucede a cualquier lector. Paseando hace unos días en Madrid por la zona de Cuatro Caminos topé con la librería 'Ábaco', una librería de compra-venta de libros usados. Pensé que quizás allí estaría ese libro sobre la madre de Umbral que era incapaz de encontrar; entré, pregunté, el amable señor que la lleva realizó varias pesquisas a través de su ordenador para concluir que no, que El hijo de Greta Garbo no aparecía por lado alguno. De pronto cuando ya me iba a marchar, parece que el buen hombre recordó algo, salió de detrás del mostrador donde se hallaba y se dirigió raudo a una pila de libros que al lado de otras nacía en el suelo del local junto a las pobladísimas estanterías, rebuscó allí y con un libro de Paco Umbral en sus manos vino hacia mí. No era el que yo buscaba, pero su título, La noche que llegué al Café Gijón, hizo que decidiese adquirirlo.

Conocía yo sobradamente el título de Umbral que por muy pocos euros adquirí en la librería Ábaco.  Durante  años, a lo largo de mi vida profesoral, había leído a mis alumnos infinidad de veces fragmentos de esta obra, textos que muchas veces servían de ejemplo de prosa literaria en los manuales de Lengua Española que usábamos en clase. Los textos allí seleccionados siempre me habían gustado, pero nunca hasta ahora había decidido leer de cabo a rabo la obra de la que estaban tomados. Pues bien, es lo que acabo de hacer y salgo de la experiencia henchido de placer y de conocimientos literarios. Es Umbral toda una enciclopedia si se quiere conocer lo que en literatura, y en Madrid, fue el siglo XX. Durante los años 50 y 60 del pasado siglo todo estaba en la capital, todo se cocía en la villa y corte, sin rey por entonces.

El Café Gijón le sirve al escritor de escenario donde ver y hablar de los distintos tipos que en España existían durante los años 50 y 60 del siglo pasado. Y no sólo de los tipos literarios, aunque sí sobre todo de estos. Por la palestra que es el Gijón desfilan de la pluma de Paco Umbral poetas, novelistas, periodistas, republicanos enmudecidos, falangistas ensoberbecidos, modelos, pintores, actores, actrices, estudiantes, progres, extranjeras, cineastas, opositores, meretrices... Todo el mundo de la literatura y sus aledaños cultos o simplemente sociales se asoman siquiera un momento al muestrario que fue el mítico café durante esas dos décadas.

Habla Umbral en La noche que llegué al café Gijón de literatura española comparándola a veces con la de otras naciones, en especial con la de la Francia finisecular (Baudelaire, Proust...); expresa sus afinidades y antipatías por unos y otros autores; va marcando las características de su propio estilo; cuenta sus escarceos en el mundo del periodismo, lo que le costó conseguir una cierta regularidad salarial...; y también habla de los enormes deseos que por entonces tenía de convertirse en escritor de verdad, o sea, hacer un libro salido de sus propias manos, con un estilo que fuera propio y distinto a lo que por entonces se hacía en España...  El libro del que habla es el que en 1965 vería la luz sobre la figura de Mariano José de Larra (Larra, anatomía de un dandy).

Todo en este libro me ha gustado, pero si algo tuviera que destacar por encima de cualquier otra cosa me detendría en la propia introspección que Francisco Umbral realiza sobre su propia manera de escribir y la concepción que tiene de la literatura. Desde el principio sabe que lo que está haciendo se sale de los estrechos cauces de los géneros literarios y periodísticos establecidos («Yo estaba haciendo el reporterismo rápido que había soñado, metiéndole a todo siquiera un par de líneas de literatura.»). Y va aprendiendo que ver en persona en el Café «a aquellos animales sagrados,  como los poetas del Gijón» no sustituía el disfrute de la lectura de sus obras:
«A veces, a días, a ratos, cuando tenía como una sensación dispersa y excesiva de estarme  perdiendo en todo aquel gacetilleo tan madriles, me quedaba en el cuarto de la pensión, envuelto en mantas o desnudo sobre la colcha leyendo a Valle Inclán, a Kierkegaard, a Sartre, a Gómez de la Serna, a Huxley, leyendo los cuatro libros de la colección Austral que transportaba conmigo de casa en casa, o los libros que iba robando por las librerías, las bibliotecas y los despachos. O aquellos delgados libros de poemas que me daban los poetas de la tertulia, y que eran los que más me gustaban, porque el poeta lírico, inédito y nonato, aún subsistía en mí»
Efectivamente en Paco Umbral siempre existió un poeta emboscado. La novela que se estaba haciendo durante esos años, la novela social-realista, le parece zafia, nada literaria, y otro tanto dice del verso que o era de tono imperial y laudatorio como el que hacía el grupo falangista de la revista Escorial o se había quedado varado en Antonio Machado que a él le parecía un buen poeta de finales del XIX pero no para esos años 50-60 en los que se centran estas memorias. Cuando él llegó por vez primera al Gijón lo hizo de la mano del poeta José Hierro, que es junto a otra serie de nombres, algunos como Manuel Álvarez Ortega o Ramón de Garciasol hoy casi olvidados, los que formaban lo que él denomina la tertulia de los poetas:
«Gerardo Diego, Ramón de Garciasol (que se llama Miguel Alonso Calvo y quizá eligió el seudónimo por razones más políticas que estéticas), Jesús Juan Garcés, Jesús Acacio, Manrique, Juan Pérez Creus, Luis López Anglada, Álvarez Ortega, Eladio Cabañero, Francisco García Pavón, Leopoldo de Luis y, a veces, Ignacio Aldecoa o Buero Vallejo. Casi todos poetas, como se ve, con pasajeras incrustaciones de prosistas o dramaturgos.»
Del resto de grupos tertulianos que el escritor frecuentaba el de los pintores se contaba entre sus favoritos. Las razones la expone de esta manera: 
«El grupo de los pintores, el mundo de los pintores era una galaxia cálida y espesa, una cosa cobijadora y olorosa, un interior lleno de colores, tierras y palabras cargadas de realidad, como objetos. Mejor que las palabras-palabras de los poetas. Yo me encontraba bien, protegido de no sé qué ni por qué, entre la hueste lenta, sobria y constante de los pintores, siempre vestidos de lana, pana, botas, siempre de uñas negras y aguarrás, siempre con lo mejor del cuadro impreso en las yemas de los dedos»
Es mucho lo que se aprende de literatura, en especial, de la literatura en España pasada por el filtro de Umbral, leyendo La noche que llegué al café Gijón. Muchas frases he subrayado durante la lectura. He aquí algunas de ellas: 
  • «Ha habido sólo unos cuantos genios -Kafka, César Vallejo, Baudelaire- de condición hospiciana que se nos han aparecido siempre desnudos, desvalidos en brazos de la literatura como sus víctimas o sus hijos más ciertos» (a propósito de Eusebio García Luengo, escritor que rehuía premios y reconocimientos)
  • «Qué diferencia entre el fin de siglo madrileño que nos presenta Baroja y el fin de siglo parisino que nos presenta Proust. El clima de Las noches del Buen Retiro es casi proustiano. Qué más da una marquesa madrileña que una marquesa parisina. La diferencia está en el escritor, claro.
    Baroja es una portera. Cuenta muchos chismes y los cuenta como una portera. Lo amontona todo de cualquier manera y lo deja ahí en bruto.
    » 
  • «Azorín también deja los libros sin hacer, pero no por desidia como Baroja, sino quizá por impotencia» (Azorín y Baroja eran dos ídolos en esos años, pero no para él)
  • «En mi interior galería juvenil lucían unos cuantos nombres como hogueras cordiales, indelebles y arbitrarias: Heráclito, Quevedo, Proust, Juan Ramón, Baudelaire, Neruda, Gómez de la Serna y pocos más. Quizá Henry Miller, recién descubierto. Quizá Valle Inclán y Larra, también muy trabajados por entonces. Con esta docena escasa de prosistas y poetas puedo decir que se ha molturado casi todo lo que he escrito.» (éste es el personal hit parade literario de Umbral).

De la última cita bien puede extraerse el porqué del lirismo en que el autor envuelve su prosa. Los escritores que idolatra o son poetas o manejan la prosa con una concisión, soltura, significación plena  y brevedad poéticas. Eso es lo que él hace y en mi opinión logra con suficiencia. Pero esto no quiere decir que Francisco Umbral imite a nadie, pues él desde el primer momento quiso labrarse un estilo propio. Cuando habla del proyecto que tiene de hacer un libro sobre Larra dice que después de haber leído cuanto había escrito sobre el articulista madrileño era momento de olvidarlo todo y ponerse a escribir («Ya sabía todo o casi todo lo que se podía saber de Larra. Ahora tenía que empezar a olvidarlo, antes de ponerme a escribir»).

Otra cosa no podrá decirse de Umbral, pero que su estilo es propio y característico es una verdad irrefutable. Y al decir estilo me refiero tanto a los asuntos cuanto a la manera de presentarlos. Sobre temas contenidos en este libro, el de la literatura ya lo he señalado suficientemente; otro muy importante en su obra, que también aquí aparece con vigor es el de la mujer, o mejor dicho, las mujeres. Francisco Umbral murió en 2007 y su exuberante personalidad creo que hoy no sería muy aceptada. Sus opiniones sobre las mujeres hay que entenderlas desde dentro del momento de su escritura (estamos en 1977 o por ahí cuando escribe esta obra y diez años antes es el momento en que transcurre la narración) y no sacarlas de su contexto y dejarlas expuestas a la fría intemperie de nuestro hoy. De todas ellas yo destaco sobre el innegable machismo contenido en algunas el preciosismo y lirismo de la escritura de otras; creo que en líneas generales prima lo segundo sobre lo primero:

  • «la inercia varonil de siglos nos ha enseñado que a la mujer había que engañarla un poco o un mucho, que la mujer es siempre un poco niña y desea ser engañada. Cuando una mujer rompe ese juego, puede sentirse muy libre, segura y emancipada, pero no es fácil que llegue a ser feliz.»
  • «La mujer, tanto española como holandesa, noruega o norteamericana (y en esto se ha cometido grave injusticia con la española, juzgándola por lo que es común a todas y se le atribuye a ella sola), la mujer, digo, necesita tiempo, sólo quiere tiempo.»
  • «Las chicas del Ateneo no eran exactamente las chicas del Café Gijón. En realidad no tenían nada que ver las chicas del Ateneo con las chicas del Café Gijón. Las chicas del Gijón eran como más ocasionales, variadas, aventureras, practicables y glamurosas. Las chicas del Gijón querían hacer versos, teatro, pintura, striptease o películas, usaban el perfume difícil y turbador de las grandes estrellas -por lo menos el perfume-, y se pasaban la noche con la gallofa del café, cenando en tabernas cercanas, como Casa Pepe, la Estrecha o el Comunista, o bien en tabernas lejanas, como Casa Maxi. Las chicas del Ateneo no olían a nada. Todo lo más olían a cultura, a pensión, a libros y a las horribles frituras del bar.»
  • «Grullas líricas, flamencos hembras, finas de piernas, quebradizas de tobillo, misteriosas de ojos, musicales de cuello, movían con una gracia profesional sus caros ropajes y se tomaban un cortadito o un pipermint con mucho enredo de meñique y un prodigioso estirar del cuello, que creaba en torno lagos como espejos para aquel cisne entrevisto.» ( a propósito de las modelos)

Del genérico 'mujeres' desciende en ocasiones y particulariza en mujeres concretas: Holanda («Holanda tenía enfermedades muy americanas, como la mononucleosis, y se había hecho operar del apéndice y del bazo, del tabique nasal y de las amígdalas»), María Jesús («María Jesús tenía los rasgos menudos y perfectos, un poco efébicos, los ojos negros y muy agudos, la boca grande, infantil y burlona. María Jesús llevaba una melena corta y fuerte, y fumaba con manos de chico. Eran todas ellas de Filosofía y Letras.»), Sandra («Sandra venía de una historia confusa. Unos la decían hija de Negrín y otros madre de un niño rubio y bello, niño que efectivamente tuvo casi en el café, y junto al que yo la vi en habitaciones modestas del paseo de las Delicias»), Elena Soriano... y muchas otras más.

Efectivamente en Umbral la mujer, las mujeres, ocupan lugar preeminente. También lo hacían dentro del Café Gijón, de manera que sin ellas el establecimiento no era lo mismo:
«Cuando se iban las modelos, las actrices o las extranjeras, cuando se iban las mujeres, el café volvía a tomar un siniestro color de hombres solos.»
Acabo ya con una breve referencia a una anécdota que siguió a la salida del libro. Parece que a Paco Umbral le persiguieran las mismas. En la reseña que hice de Las ninfas ya comenté la fijación que en el público general ha quedado del famoso "es que yo he venido a hablar de mi libro y veo, Mercedes, que aquí no se habla de mi libro". La ocurrida con La noche que llegué al Café Gijón se refiere a la corrección sintáctica que Fernando Lázaro Carreter, por entonces Catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, le hiciera.  El sillón R de la Real Academia Española, cuando en 1977 el libro llegó a las librerías, apostilló que el título debiera de haber sido 'La noche en que llegué al Café Gijón' y no el que el autor había puesto. Creo que Umbral no respondió al lingüista, prefirió el silencio, convencido seguramente de la pertinencia del aviso. Recordar este hecho me ha hecho sonreír cuando leí lo furibundo que Francisco Umbral se pone con Azorín y con Baroja a propósito de la para él mala sintaxis de ambos:
  • «En Las confesiones de un pequeño filósofo Azorín dice "pero, sin embargo". Y eso que su fuerte parecía ser la gramática»
  •  «una señorita le dice a su cortejador en la novela (Las noches del Buen Retiro): "saldrían ustedes ganando dejando dirigirse por nosotras". Esos dos gerundios seguidos y toda la estructura de la frase son como anteriores creaciones del castellano, Baroja no había accedido aún a la sintaxis, cuando se murió.»
La noche que llegué al Café Gijón, Umbral y el memorialismo
Se confirma el dicho español de 'consejos vendo, que para mí no tengo'. Bueno, nada nuevo bajo el sol al respecto. A todos nos ha sucedido y en más de una ocasión. Pese a esta levísima pega que Lázaro Carreter puso a la sintaxis del título, el catedrático y académico alabó el contenido y la expresión profundamente lírica de la obra. Frente a la otra anécdota, la del programa de Mercedes Milá, parece que ésta no menoscabó para nada la enorme figura del escritor. De todas maneras ya el propio Paco Umbral en La noche que llegué al Café Gijón recordando los panegíricos dedicados a Gómez de la Serna en su fallecimiento escribe anticipándose en cierto modo a lo que le sucedería bastantes años más tarde a él mismo: 
 «Comprendí lo que ya sabía: que en este país te colocan tres adjetivos y dos frases y ya nadie varía eso en cincuenta o cien años de vida literaria

Para finalizar
Todo lo comentado hasta aquí y mucho más que dejo en el tintero llena las páginas de esta magnífica obra literaria, unas memorias próximas y tempranas escritas por el escritor en 1976, el año en que una incipiente democracia comenzaba a nacer en España. El tiempo de escritura se vislumbra en las alusiones que se hace a las votaciones que se celebrarían o quizá ya se habían celebrado por la reforma constitucional que se estaba cociendo mientras el autor escribía el libro.

El Francisco Umbral ensayista, el hombre reflexivo, también aparece en la obra. Concretamente los juicios que emite sobre la vejez son duros y espeluznantes por la absoluta verdad que encierran. E igual sucede cuando leemos desde su hoy las cavilaciones que realiza sobre su propio quehacer literario.
  • «esta corta vida se remata con quince o veinte años de ser uno el fantasma sarmentoso de sí mismo. [...] El hombre se va volviendo del revés a lo largo de su vida. [...] El hombre no se transforma con el tiempo, sino que permanece uno mismo por dentro, y el chico luciente de los diecisiete años se siente de pronto paralizado, torpe y roto en un cuerpo de viejo.» (estamos ante un Quevedo redivivo)
  • «En José García Nieto admiraba yo la perfección incorregible de los versos, la pulcritud que vagaba por toda su vida y toda su obra, la facilidad para escribir -que es cosa que yo, teniéndola, siempre he admirado mucho- y la fe con que llevaba su bigote. [...] Por algo había ido yo a caer en una tertulia de poetas. La novela me parecía y me sigue pareciendo un compromiso burgués. Del truco de la intriga se ha pasado al truco de la técnica. Como ya no hay historias maravillosas que contar, se sorprende al lector mediante las maravillas de la técnica [...] Yo más que hacer hacer novelas, quería deshacerlas, experimentar. De momento escribía aquellos cuentos sin principio ni fin, muchas veces, muy dialogados o macizos de prosa, donde el poeta que me daba vergüenza ser se disfrazaba de narrador.»

20 sept 2024

¿Fue él? de Stefan Zweig

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«Jamás, antes de conocer a Limpley, habíamos visto nosotros, gente mayor, que virtudes tan justas como la bondad, la cordialidad, la franqueza y la afectuosidad, por culpa de un estridente exceso, pudieran llevarle a uno a la desesperación.»



perros en la literatura, mascotas y humanos
En su brevedad esta novela corta, más bien un cuento, que Stefan Zweig publicó en 1935 es un claro aviso de lo que el mundo de las mascotas puede llegar a provocar en los seres humanos. En ¿Fue él? nos encontramos con una buena persona, John Charleston Limpley Stoke, casado con Ellen, una hermosa mujer de 28 ó 29 años a la que sin él darse mucha cuenta hace bastante infeliz debido, paradójicamente, al afecto desmedido que él siente por ella; también sus vecinos, Betsy que es quien cuenta la historia y su marido, ambos 25 años mayores que Limpley comienzan a sentir una cierta inquina hacia él por culpa del optimismo y bondad desmesurados que hacia ellos muestra John Charleston.

La pareja de mayores tienen entre ellos sus más y sus menos acerca de la felicidad o no de la joven pareja: «Es un hombre sumamente bueno y ella puede ser feliz con él», sostiene el marido, a lo que Betsy, más perspicaz que él replica diciendo: «¿Es que no ves que él, fanfarroneando de felicidad y con su mortal vitalidad hace sumamente infeliz a esa pobre mujer?». A estas consideraciones viene a sumarse el hecho de no tener hijos los Limpley tras más de siete años de intentarlo infructuosamente. Quizás, piensa Betsy, ahí radicara el estado de indiferencia y cierto abatimiento que creía percibir en su vecina a la que ha tomado verdadero cariño. Por eso cuando una amiga que fue a verla le regaló un bulldog recién nacido pensó que «aquel encantador animal podía ser un compañero de juegos perfecto para la señora Limpley». Pero, contrariamente a lo esperado y deseado por ella, fue el propio Limpley y no Ellen quien volcó todo su inagotable entusiasmo y cariño en el pequeño animal. 

En el exagerado comportamiento que hacia la mascota muestra John Charleston he visto reflejado el mundo actual. En 1935, por lo que Stefan Zweig refleja en ¿Fue él? existía ya en Inglaterra (la acción transcurre muy cerca de Bristol, en la zona del canal de Cardiff)  toda una poderosa industria en torno a las mascotas: «correa, cestitos, bozal, escudillas, juguetes, pelotas y huesitos», le compra Limpley; las visitas que hace al veterinario por cualquier nimiedad son más que frecuentes; le da los mejores productos de alimentación canina aparecidos en el mercado; e incluso llegó a sopesar la posibilidad de comunicarse con el animal estudiando el lenguaje perruno. Desmesura, exageración...
Al tiempo, el perrito se va haciendo dueño de la casa del joven matrimonio en especial del sofá que tienen en el salón donde Ponto, que así llaman al bulldog, holgazanea y utiliza para dormir sustituyendo al cesto que le habían comprado para ello. 

Todo va a cambiar cuando la señora Limpley note que está embarazada, que tras nueve años de matrimonio y perdida ya toda esperanza, iba a tener un hijo. ¿Qué opinará su marido que vive feliz en compañía de Ponto? ¿Y Ponto? ¡Ah!, ¿pero acaso los perros piensan? El bebé que Ellen lleva en su seno y que nacerá a su debido tiempo desplazará a Ponto de los afectos del marido. Pero... Nada más se puede decir de esta breve novela que se va a convertir en una especie de thriller a partir de este momento. Stefan Zweig con la maestría que es habitual en él tensionará el relato y nos hará dudar sobre los sucedidos que acaezcan. El mundo de los humanos y de los perros se cruzan, se alejan, se bifurcan, se acercan... ¿Tratar a las mascotas como si fueran seres humanos, hablar con ellos, demostrarles afecto desmedido, provoca en ellos reacción semejante, aunque inversa? Todo esto es lo que nos hace mantener viva nuestra atención y disfrutar con esta novelita.
«Lo que distingue el entendimiento animal del humano es que se limita exclusivamente al pasado y al presente, y no es capaz de imaginar algo futuro o de contar con ello.»
Cipión y Berganza, novelas cervantinas, siglo de Oro
Leer esta novela en la que los perros -un perro sólo en esta ocasión- tienen papel estelar me ha hecho recordar otros relatos en los que su protagonismo es semejante. El primero, naturalmente, es la cervantina novela ejemplar El coloquio de los perros donde los canes Cipión y Berganza discurren sobre todo lo humano y lo divino; y luego, claro, Los perros duros no bailan de Arturo Pérez Reverte, novela que no hace mucho reseñé en este mismo blog (digo no hace mucho y al ir a por el enlace veo que han transcurrido ya más de seis años desde entonces, ¡tempus fugit!). La idea es la misma en todas estas narraciones: la humanización de estos animales.
 
Este cuento largo o novela corta, como todo lo escrito por Stefan Zweig se lee muy bien y el asunto presentado es hoy de lo más oportuno, hace reflexionar -¡y mucho!- a quienes lo leen. Con todo y con ello no es de lo mejor escrito por este autor, aunque desde luego no desmerece en nada al resto de su enorme y potente Obra.
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Nota: Relleno con ¿Fue él? la letra Z en el Reto Autores de la A a la Z.y añado un título más en el Reto Nos gustan los clásicos.




13 sept 2024

Abr. Verghese: "Hijos del ancho mundo" -'Cutting for Stone'-

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Decidido estaba a hacer una entrada 'A pares', -concretamente sería ya la XLV-, simplemente por el hecho de unir en ella mi opinión sobre una muy extensa novela, Hijos del ancho mundo de Abraham Verghese cercana a las 700 páginas, y sobre otra muy breve narración, ¿Fue él? del gran Stefan Zweig de sólo 50 páginas. Como cualquier buen lector habrá comprobado durante su vida lectora la mayor o menor extensión de una obra no supone una mayor o menor calidad de la misma. En esta ocasión ambas novelas son para mí, y en líneas generales, semejantes en calidad, si bien cada una de ellas alberga cualidades particulares que la hacen mejor o peor que la otra en este o aquel determinado aspecto.
Pero son tantas las cualidades presentes en cada una de ellas, que al final me he decidido a, como a los siameses craneópagos de la obra de Verghese, escindirlas en dos unidades independientes. 



"Hijos del ancho mundo" 

«En 1896, en Adua, diez mil soldados italianos y un número igual de sus áscaris eritreos salieron de su colonia para invadir y conquistar Etiopía, pero fueron derrotados por los guerreros etíopes descalzos del emperador Menelik armados con lanzas y Remingtons (que les había vendido nada menos que Rimbaud).»

Hijos del ancho mundo (Cutting for Stone)
Hijos del ancho mundo es un extenso libro de casi 700 páginas, concretamente 640, escrito al estilo de las grandes novelas realistas del XIX. Quiero decir con esto que se trata de una historia lineal, que presenta las vicisitudes del narrador, de su familia y de los compañeros, los de infancia primero y los de trabajo más tarde, allí donde él se halla: Etiopía, Nueva York, Boston...

Sin ser para nada una biografía cierto es que estamos ante una novela en la que en cierto modo el autor cuenta de manera muy ficcionalizada aspectos importantes de su propia vida: su nacimiento en Addis Abeba (Etiopía), ¿cómo nació su vocación por la medicina?, ¿cómo la inestabilidad política de Etiopía forzó que emigrara a USA?,  ¿su establecimiento en los Estados Unidos?... 

Los personajes que rodean al protagonista, como es lógico, se inspiran algunos en seres reales, pero muchos otros son  inventados. No obstante en el Marion Stone que cuenta su propia historia en primera persona reside mucha verdad del propio Abraham Verghsese, aunque no todo en él lo sea. 

La lectura de Hijos del ancho mundo me ha resultado muy entretenida, adecuada para llenar las largas tardes del verano y seguro que quienes aman el ejercicio de la Medicina la habrán disfrutado o disfrutarán muchísimo más.  El propio título de la novela en la edición inglesa, Cutting for Stone, proviene de una línea del Juramento Hipocrático: “No cortaré la piedra, ni siquiera en pacientes en los que la enfermedad sea manifiesta; dejaré que esta operación la realicen los médicos, los especialistas en este arte”. Verghese ha dicho que esta línea proviene de tiempos antiguos, cuando los cálculos en la vejiga eran epidémicos y dolorosos: «Había cortadores de piedra itinerantes, litólogos, que podían cortar la vejiga o el perineo y sacar el cálculo, pero como limpiaban el cuchillo con sus delantales quirúrgicos endurecidos por la sangre, los pacientes generalmente morían de infección al día siguiente»

La explicación anterior sobre la procedencia de la frase del título la ha dado el propio escritor en alguna de las muchas entrevistas que le hicieron cuando apareció el libro en el mes de enero del año 2009. Sin embargo en la primera edición española publicada el año siguiente ya apareció con el título de Hijos del ancho mundo, denominación apropiada a la trama, pero que se aleja bastante del personaje principal, Marion Stone, al que en la novela veremos cómo se va separando, cómo va cortando, con los otros seres novelescos apellidados Stone. Estos otros personajes de nombre Stone son su hermano gemelo Shiva y el padre de ambos, el doctor Thomas Stone. No quiero decir nada más sobre cómo se produce ese corte, esa separación, para no enturbiar el disfrute lector. Como siempre, y mucho más en una novela como ésta de estilo narrativo muy tradicional, la lectura de la misma desvelará esta información de manera adecuada a su debido tiempo.

Sí diré que el protagonista, su padre y la mayor parte del resto de personajes pertenecen al ámbito médico, igual que el propio Abraham Verghese (Addis Abeba, 1955), quien en Estados Unidos ha alcanzado altos reconocimientos por su labor literaria y el ejercicio de la medicina: Premio Heinz en Artes y Humanidades en 2014, y en 2015 Medalla Nacional de Humanidades por «sus esfuerzos para enfatizar la empatía en la medicina y sus representaciones imaginativas del drama humano». Precisamente esta traslación o énfasis puesto en la empatía durante la práctica médica es una de las enseñanzas destacables de esta novela. Así en un  momento del relato Thomas Stone, médico neoyorquino muy prestigioso ya en esa ocasión pregunta a sus discípulos: «¿Qué tratamiento en una emergencia se administra por oído?» La respuesta correcta se la dará su propio hijo, al que él en ese instante no reconoce: «Palabras de consuelo».

Pero, como es lógico, la medicina no aparece sólo en esta vertiente consoladora, sino de manera enérgica y principal en la práctica de la misma: Operaciones quirúrgicas de todo tipo, aperturas en canal de cuerpos humanos  para poder acceder a los distintos órganos internos, denominación de técnicas diversas para realizar operaciones variadas, nombres específicos de las diferentes afecciones... Si soy sincero diré que al final he quedado un poco ahíto de términos médicos, de operaciones quirúrgicas de riesgo, de prácticas de enfermería y productos farmacológicos de lo más diverso. Pero también diré que la maestría del escritor hace que sepa combinar adecuadamente la frialdad y asepsia del quirófano con una historia personal plena de emociones y afectos que mantiene vivo el interés del lector. 

Junto a lo ya dicho, hace permanecer en el libro página tras página el deseo de saber y comprender mejor la evolución política de Etiopía, la lucha por la independencia de Eritrea, y algo también sobre Somalia o la India. Que en este medio geográfico y étnico los personajes sean católicos añade un punto más de interés. Por momentos, sobre todo en las referencias a la India, mi pensamiento volaba a la madre Teresa de Calcuta y venía a mi memoria el recuerdo de lecturas de Dominique Lapierre especialmente su novela La ciudad de la alegría. Sin embargo he de decir que Kerala, estado indio donde nació el escritor y la madre de los Stone («Mi madre, la hermana Mary Joseph Praise, era una malayalí de Cochin, estado de Kerala»), y también el de Tamil Nadu donde, se nos dice nada más comenzar la novela, la hermana Mary Joseph Praise se había formado como enfermera dentro de las carmelitas descalzas, distan mucho en su riqueza de la pobreza en la que se desarrolla la atención asistencial del Hospital Missing en Addis Abeba (Etiopía) donde nacen, crecen y se hacen adultos los niños Marion y Shiva Stone.

El pacto del aguEtiopía, Hailie Selasi
Quizás la capacidad de atracción popular que tiene la novela en una gran mayoría de lectores resida en las historias de amor que en ella aparecen. Por momentos Hijos del ancho mundo es una auténtica y tradicional novela del corazón: encuentro fortuito de los dos amantes en la cubierta de un barco carguero, amor imposible entre una monja y un médico cirujano, unos niños abandonados por su padre, unos padres adoptantes (el cirujano doctor Ghosh y su amada Hema, ginecóloga) entregados por igual a su labor médica y a su función de padres, un amor idealizado (el de Marion respecto a Genet), traiciones amorosas incluso entre hermanos... Estos episodios sentimentales son los que mantienen vivo el relato desde el inicio hasta el final cuando por fin se halla debida explicación a todo ello. Y es aquí, en este saber mantener viva la atención del lector, que reside en mi opinión el principal mérito de esta novela. 

A lo anterior añadiría, como colofón de esta reseña, la multitud y variedad de referencias literarias que aparecen por doquier en el libro. Marion Stone es un chico muy leído, al igual que su madre adoptiva Hema, su hermano Shiva y el propio Thomas Stone. Los nombres de escritores de ficción abundan casi tanto como las referencias a libros y publicaciones médicas. A mí, ya lo he dicho en varias ocasiones, me encanta encontrar en los libros estas alusiones literarias 
  • «Hema sacó a Kipling, Ruskin, C. S. Lewis, Poe, R. K. Narayan y muchos otros de las bibliotecas del British Council»
  • «Gracias a C. S. Forester, me encontraba en un barco chirriante al otro lado del planeta, en la cabeza de Horatio Hornblower,» (literatura de aventuras que el joven Marion leía durante el monzón)
  • «Descubrí a Ghosh consultando Alicia en el País de las Maravillas» / «Hema nos leyó en nuestro cuarto [...] El antropófago de Malgudi de R. K. Narayan.» (a los gemelos, Gohsh y Hema, sus padres adoptivos, les leían cuentos)
  • «El Anatomía de Gray se convirtió en su Biblia» (uno de los libros científicos más apreciados por Shiva)
Y en un libro con vocación, ¡y éxito contrastado!, de bestseller no podía faltar la música; una música popular incluso cuando realiza alusiones a la música culta


Para finalizar
Haber leído a Abraham Verghese ha sido debido a la gran repercusión que en el mundo literario ha tenido su última novela titulada El pacto del agua. Ese era el título que en la tertulia literaria 'más que palabras...' se propuso en primera instancia, pero lo reciente de su publicación y el hecho de que ya algunas de las tertulianas lo habían leído hizo que nos decidiéramos por ésta su primera novela, Hijos del ancho mundo. De El pacto del agua poco sé al no haberla leído aún; simplemente diré que tengo entendido que la acción se desarrolla en el estado indio de Kerala, lugar de ascendencia del escritor.



7 sept 2024

Gabriel Insausti. En la ciudad dormida

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«En un mundo donde todo discurso se asocia a la propaganda ya no es que sea imposible decir la verdad, es que tampoco es posible mentir. Porque mentir consiste en hacer pasar por verdadero lo que no lo es. Y la propaganda no pretende hacer pasar nada por verdadero. Lo que pretende es embarrarlo todo y decirnos lo que hay que pensar.»

En la ciudad dormida, libros sobre libros, libros que hablan de escritores
He disfrutado mucho con esta lectura. La verdad es que aquello a lo que se llega por casualidad se convierte a veces en una serendipia más que agradable y confortable. Ese ha sido el caso en esta ocasión, pues adquirí el libro de Gabriel Insausti en una librería Re-read simplemente porque el autor tenía un apellido que comenzaba por I latina. Pero me lo he pasado genial leyendo este recorrido que En la ciudad dormida el periodista-escritor hace por los cementerios de París; quiso la casualidad que dicho recorrido tuviese lugar al poco de que los yihadistas atentasen en París en la sala Bataclán y dos espacios más con el terrible resultado de 130 personas muertas. Es por eso que Insausti en su deambular parisino se cruza no pocas veces con policías y soldados que vigilan la ciudad con la intención de impedir nuevos atentados terroristas («El león de Denfert Rochereau bosteza [...] El viajero lo observa con desidia mientras estudia a cada uno de los viandantes que pasan ante los soldados que vigilan la plaza»). 

Lo curioso -y para mí un total acierto- es que ese contexto sociopolítico es sólo un marco que está ahí, pero que no condiciona para nada el asunto del libro, que no es otro que ese paseo que el escritor hace por varios cementerios parisinos visitando las tumbas de escritores que él aprecia especialmente (Huysmans, Villiers, Proust, Beckett, Verlaine, Baudelaire, Cioran...). Escritores todos ellos que dejaron impronta en el siglo XX pese a su disparidad y distancia temporal: Baudelaire, Verlaine, Huysmans o Villiers de l'Isle-Adam son del XIX, finiseculares, pero decimonónicos; sin embargo Sartre, Beauvoir, Camus o Cioran habitan claramente en el XX desde su nacimiento. Todos ellos aparecen relacionados entre sí por una cierta lógica que es la de haber producido sus obras en periodos europeos de máxima tensión (entreguerras y/o tras la segunda guerra mundial) que llevaron a la mayoría a sufrir crisis existenciales y a buscar refugio muchas veces en la religión si bien ésta nunca les parece del todo acogedora.

Organiza Gabriel Insausti su visita por la Ciudad dormida de manera ciertamente cronológica. Comienza la misma en el cementerio de Montmartre donde están enterrados los autores más antiguos, en concreto naturalistas como Maupassant o Gautier y simbolistas como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud... Este deambular por entre las tumbas de estos autores le lleva hasta Augusto Villiers de l'Ìsle-Adam relacionado familiarmente con Gautier al haber casado con una de las hijas del prosista naturalista autor de "Voyage en Espagne". De Villiers pasa a Huysmans, de éste a Wilde por el esteticismo y decadentismo de ambos. Y así Gabriel Insausti va hilando uno tras otro de de manera causal este libro de viaje -más que de viajes, sin duda- que es En la ciudad dormida.

Lo nuclear y más importante para mí es el enorme conocimiento que de la Obra de estos escritores muestra el donostiarra Insausti. El viajero que él es, cuando está ante la tumba de alguno de los más de la veintena de escritores que visita, reflexiona sobre las circunstancias vitales del mismo apoyándose siempre en los textos que salieron de las manos de éste. Demuestra un conocimiento altísimo de los mismos. Para conjugar debidamente todos estos elementos el viajero que es el autor se desdobla en un narrador que con sabiduría y mano de artista va hilando adecuadamente las distintas pìezas. Este desdoblamiento le permite al autor realizar diálogos sabrosos que de otra manera habrían quedado en meros soliloquios y habrían dado al libro más el aspecto de un ensayo que el de un ameno libro de viajes.

Y es que, efectivamente, pese al enorme cúmulo de información y conocimientos que se desprende de este deambular por las necrópolis de París, hay En la ciudad dormida un tono no pocas veces simpático, humorístico incluso, que hace muy digerible lo profundo contenido en algunas reflexiones. Sí, Gabriel Insausti sabe hacer ameno lo que podría parecer no serlo. Hay en él una retranca, un ingenio, que a mí particularmente me ha hecho sonreír no pocas veces:
«Al viajero le gustaría decir que al salir de su hotel se ha topado con Sartre y Beauvoir y que se les veía la nada asomando por el forro de la gabardina. ¿Por qué? Porque de joven le inculcaron la devoción por la culture y la playa que se supone que había bajo los adoquines, tanto que acabó por empacharse.»
Es precisamente esa manera de alejarse de sí mismo utilizando la tercera persona como si se estuviera observando en la lejanía lo que me ha hecho recordar en muchísimas ocasiones durante la lectura el "Viaje a la Alcarria" de Camilo José Cela. El gallego de Iria Flavia hablaba de sí mismo en esos mismos términos: 
«El viajero, a las tres de la tarde, vuelve sobre sus pasos y entra en Cifuentes, donde tiene un amigo que quiere visitar. [...] A la mañana temprano el viajero sale de Cifuentes, por el camino de Trillo, dejando el río a la derecha y el castillo de don Juan Manuel a la izquierda.»
Hay una idea común que relaciona a todos o a casi todos los autores que aparecen en el libro, que son muchos más de la veintena que se nombran en los títulos de capítulos y secciones de los mismos. Esta idea es la del pecado original que en un sentido o en otro todos y cada uno de ellos arrostraba. El sentimiento de culpa, de pecado, de haber sido expulsado del Paraíso es lo que en gran medida los mueve a escribir. Concretamente junto a la tumba de Cioran situada en Montparnasse frente a la de Beckett el viajero-narrador reflexiona sobre ambos: Sí Beckett valoraba las ruinas, Emil Cioran sólo valora lo que existe desaparecidas éstas e incluso, mejor, lo anterior a lo previo a las ruinas, esto es, la nada. El Paraíso es eso, lo que antecede a cualquier racionalización de lo que sea; el Infierno, lo que vino tras la caída, tras el pecado original, cuando Adán y Eva tuvieron conciencia de su desnudez. («La muerte sería ante todo eso, el cesar de la conciencia, la posibilidad de un reposo absoluto. La paz de no ser. Y el sueño, su sucedáneo»)
  • «O sea que Maupassant estaría señalando en la misma dirección que Baudelaire, que Villiers, que Verlaine: el mal lo lleva uno consigo porque existe el pecado original» 
  • «recuerdo una reunión a la que Sartre asistió cerca de aquí (del cementerio de Montparnasse), en marzo de 1944. En ella intercambió algunas ideas con varios intelectuales -Klossovski, Maurice Blanchot, Merleau-Ponty- y quizá estuvo más cerca del compromiso que nunca porque el tema que reunió a aquel puñado de mentes lúcidas fue precisamente el del pecado.»
  • «"Negar el pecado original", añade en 'Desgarradura' "sería buena prueba de que nunca hemos educado a un niño". Más o menos lo que decía San Agustín: que si no duelen las patadas de la criatura en la espinilla del adulto no es por falta de malicia sino de fuerza.» (hablando sobre Cioran y Beckett)
¿Sirve para algo visitar cementerios, en especial estos de París, ciudad junto a la de Niza en esos momentos (años de 2015-2016) golpeada por la muerte emanada de la mente irracional del terrorismo? Esta es la pregunta que podríamos hacernos y que el propio Gabriel Insausti se hace a sí mismo y que, en el constante diálogo que en el libro han mantenido, viajero y narrador vienen a responder en el cierre del volumen:
«el progreso siempre va precedido de un constante regreso: el esfuerzo de la memoria por no olvidar las condiciones de posibilidad de ese progreso. [...] todo está ahí, en la ciudad dormida del cementerio, esperando mano sobre mano cual doncella casadera. Y lo que no está hoy, estará mañana»

Conclusión
Además de lo ya señalado, en esta reseña el autor de En la ciudad dormida toca, siquiera de soslayo, temas como el que aparece en la cita que encabeza la entrada. Es sutil, pero de mucha enjundia lo que en ella se dice. Y es que un libro en el que se habla de libros y de escritores encierra siempre multitud de asuntos, temas y mensajes, algo que a mí me encanta. 
De libros como el de Gabriel Insausti se obtienen muchas enseñanzas. Este lo hace de una manera singular, novedosa, que me ha hecho disfrutar durante su lectura. Se aprende mucho con libros de este nivel. A quienes os gusten este tipo de obras no puedo menos que recomendárosla. Muy interesante.

Al cerrar el libro reparo en que el autor ha colocado en la contraportada del mismo una cita tomada de Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostoievski. No me resisto a no colocarla en la reseña pues me parece bellísima y muy acertada:
«Quiero viajar a Europa, Aliosha, y partiré de aquí mismo. Sé que voy a un cementerio, pero ¡es un cementerio tan hermoso!»
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Nota:  Este libro me sirve para rellenar la letra I en el Reto "Autores de la A a la Z" y para añadir el título a los ya contenidos en el Reto "25 españoles"