«Los ACP [Amigos del Crimen Perfecto], a imitación del Detection Club que formaron Chesterton, D. L. Sayer, Agatha Christie, F. Willis, Crofts, Wade y otros, era un club de amantes de la novela policiaca, un grupo de personas a las que unía el amor del arte por el arte, el arte puro, el asesinato como una de las bellas artes, para decirlo con frase impar.»
Andrés Trapiello es un escritor que siempre me ha interesado. Lo conocí por sus artículos publicados en la sección cultural de periódicos y de revistas. Lo he leído a lo largo de los años con mucho agrado. Abordé la lectura de la para mí primera obra suya hará algo más de dos años y medio. Fue su ensayo de corte biográfico e histórico titulado
Madrid del que dejé testimonio en este mismo blog. Como todo lo suyo que hasta el momento había leído me gustó y así lo reflejo en la reseña que hice de la obra.
No había abordado su novelística hasta este momento siendo ésta,
Los amigos del crimen perfecto la primera novela suya que leo. Mirando la biografía literaria que coloqué en la entrada que dediqué en
El blog de Juan Carlos a su ensayo
Madrid observo que la misma fue su tercera incursión en el género. Antes de 2003, que fue cuando
Los amigos del crimen perfecto se alzó con el Premio Nadal,
Andrés Trapiello había publicado ya otras novelas:
La tinta simpática, en 1988, y
El gato encerrado, en 1990, primer tomo éste de los diecisiete que hasta la fecha ha publicado del
Salón de pasos perdidos, conjunto de diarios que ha subtitulado
“Una novela en marcha”, publicados todos ellos en la editorial Pre-Textos. Al ser esta última más un tomo de un diario que una novela en el sentido habitualmente admitido, es
El buque fantasma, aparecida en 1992, la considerada segunda novela suya, novela que fue galardonada ese mismo año con el Premio Internacional de novela Plaza y Janés.
Tras
Los amigos del crimen perfecto, en 2005,
Andrés Trapiello, un enamorado de Miguel de Cervantes y en especial de
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, da a la imprenta
Al morir don Quijote considerada por la Fundación Juan Manuel Lara como la mejor novela de ese año editada en español. Cuatro años más tarde y también en la editorial Destino publica
Los confines. Por último, en 2012, aparece su novela
Ayer no más, elegida mejor novela del año por los lectores del diario El País.
Como se ve por lo dicho hasta aquí, Trapiello es un periodista, articulista y ensayista que no hace ascos a la narrativa en el formato de novela. En mi opinión, tras haber leído la que protagoniza esta reseña, su manera de narrar tiene individualidad propia y distintiva, algo que no todos quienes proceden del periodismo logran. Pero entremos ya de una vez en ella.
Los amigos del crimen perfecto me ha gustado y sobre todo me ha entretenido. No digo que sea perfecta, desde luego que no. No sé, creo que hay algo en ella que no se ajusta a la perfección. Pero ya digo que es muy entretenida y especialmente realiza un diferente y muy sabroso recorrido por la novela policíaca española que luego derivará en negra, de esa novela clásica de detectives que corretean, piensan y resuelven siempre en localidades extranjeras (USA, Inglaterra, París...) hasta esa nueva novela española que en los años 80 salta de Chicago, Los Angeles y los docks de Dover a las calles de Madrid, Barcelona, Bilbao y otras localidades españolas.
Naturalmente todo lo anterior se envuelve en un delicioso celofán, el de la
ACP (Amigos del Crimen Perfecto), tertulia que periódicamente se reúne en el Café Comercial de la madrileña glorieta de Bilbao, para debatir sobre novelas de aquí y de allá en las que haya un cadáver, una investigación, unas pruebas, unos sospechosos y unos culpables con pruebas incriminatorias sólidas. Pero, se preguntan estos tertulianos, que entre ellos se llaman con nombres de autores y de personajes célebres de la literatura policíaca y detectivesca (
Sam Spade,
Nero Wolfe,
Sherlock Holmes,
Miles,
Poe,
Marlowe...), ¿existe el crimen perfecto? (
«El azar es el principio fundamental de todo Crimen Perfecto. El azar, algo en lo que la policía no cree nunca.»).
Estos individuos, en una magistral mezcla entre lo real y lo ficticio, entre literatura y vida, viven en la realidad (
«Una cosa son las novelas, y otra la vida real. Lo sabes muy bien. Y en la vida real hemos de vivir todos a medias, con las cosas descacharradas. Ésa es la vida. A cambio tenemos nuestras pequeñas alegrías, nacen hijos, los vemos crecer, nos reímos con ellos. Esa felicidad es real. En las novelas las cosas malas pesan mucho, pero no tienen en cambio una sola cosa buena real.») pero se mutan en ficción en sus reuniones. Hay uno,
Paco Cortés (
Sam Spade), escribidor de relatos policíacos de kiosko, que sirve de nexo de unión entre ambos ámbitos. Con este personaje, en mi opinión, cumple
Trapiello uno de los propósitos de este libro: homenajear a los autores de novelas tipo pulp fiction o hard boiled que hubo en España durante las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo pasado. Me refiero a nombres como
José Mallorquí,
Francisco González Ledesma,
E. Macho Quevedo,
M. Guasch,
E. Riambau, y otros más [en una ya muy lejana
entrada en el blog, que desde aquí os animo a leer, toqué este tema que siempre me ha resultado fascinante], que engrosaron la, durante bastantes años, considerada sub-literatura de kiosko. Al igual que ellos, el protagonista de la novela, autor de más de 30 títulos, utiliza seudónimos diversos:
«Tenía muchos otros seudónimos donde elegir: Fred Madisson, Thomas S. Callway, Edward Ferguson, Peter O'Connor, Mathew Al Jefferson, Ed Marvin Jr. y una docena más que utilizaba caprichosamente.»
Con el advenimiento de la Democracia estos autores fueron reivindicados, los que aún vivían salieron de su, hasta ese momento, forzado anonimato y realizaron lo que en este libro se muestra: la conversión de esa literatura vergonzante y menospreciada en novela policíaca española y más tarde en la novela negra española actual que de tanto prestigio y buena salud goza actualmente. Esta transformación la personifica el autor en la figura del protagonista y alma de la ACP, Paco Cortés, quien en un momento dado, ya como gestor de la editorial donde hasta entonces había publicado sus relatos, decide hacer en su propia persona y también en el terreno de la novela policíaca española de kiosko una reconversión paralela a la que en la industria y tantos otros aspectos estaba experimentando España:
«—Se le ha ocurrido una idea que considera una genialidad: plagiar nuestras propias novelas. Todos le miraron con expresión de sorpresa.
—Hay que ambientar las novelas en España. Es lo que se estila ahora. El público está cansado de que los crímenes ocurran a tres mil kilómetros de aquí. No valoran el que sean o no perfectos, sino que se huela o no la sangre, y cuanto más próxima esté la sangre, mejor, y cuanto más familiar, mejor todavía.»
Por lógica, derivado de este entreveramiento literatura-vida, uno de los componentes destacables en Los amigos del crimen perfecto es la metaliteratura. Se habla mucho aquí de literatura, como por otra parte es natural en una tertulia de amigos amantes del género policíaco. Un género éste que en esos años finales de la dictadura e iniciales de la democracia (la historia temporalmente pivota sobre el asalto al Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981) comparte con el de la novela rosa o sentimental, también de kiosko, muchos elementos, por ejemplo el de la obligada ausencia de crítica social:
«A las lectoras les gusta que las mujeres sean jóvenes, guapas y pobres y los hombres canallas, guapos y ricos. Las guapas son un poco tontas y las buenas son menos guapas, pero más decentes. Las guapas, golfas y las feas, en cambio, muy buenas madres, novias y hermanas. Lo de los hombres no tiene variación: siempre egoístas y depredadores de su virtud. Usted me entiende. Las guapas acaban pasándose de tontas y las listas acaban siendo un poco más guapas. ¿Me sigue usted? ¿Qué porquería es esa de que la
protagonista se enamore ahora de un cura obrero?»
Si todo lo expuesto hasta aquí revela elementos que me han agradado de esta novela, he de decir que la manera que tiene
Andrés Trapiello de presentarlos también me ha satisfecho mucho. El novelista muestra su dominio de la lengua a través de un vocabulario extenso y muy preciso. Según leía he ido tomando nota de muchos de los términos que el escritor emplea y la lista ha resultado muy extensa. Son palabras como
mechinal ('habitación muy pequeña y reducida'),
se azorró (‘se avergonzó’),
tillado (‘suelo de tablas’),
contumelia (‘Oprobio, injuria u ofensa hecha a alguien’),
caduceo (‘vara cilíndrica rodeada por dos serpientes, símbolo del dios romano Mercurio y hoy símbolo del comercio’),
cenceño (‘Enjuto, delgado’),
barzoneando (‘Andar vagando y sin destino’),
trapaza (‘Artificio, engaño’),
cerusa (‘Carbonato de plomo’),
lampiones (‘Faroles de alumbrar’),
corchete (‘Agente de justicia que se encargaba de coger al delincuente’),
mirotear (neologismo construido a imitación de ‘corretear’ o ‘besuquear’ para marcar la acción frecuente o repetitiva de ‘mirar’), etc, etc.
Un dominio del vocabulario del que dan muestra también largas enumeraciones que utiliza en ocasiones:
- «cuántos asesinos, malhechores, barbianes, belitres, malsines, rufianes, bergantes, granujas, truhanes, bribones y bellacos»
- «Había allí pistoletes, cachorrillos, pistolas de duelo, de avispero, colts, revólveres de lo más variado, ordenados por épocas, por tamaños, por filigrana, en roseta, con los cañones apuntando al centro, en espiga, en ringlero, en escala…»
Y todo esto parodiando con acierto el estilo de las novelas baratas, hardboiled o de kiosko:
«Cuando aquel beso terminó, Hanna, sin soltar sus manos, le condujo al dormitorio, no sin antes soplar sobre la llama de la vela. En el momento en que se apagó, apareció en el balcón el sortilegio de todas las estrellas, y la luna extendió, como una alfombra, el misterio de su sudario.»
Una parodia que, como ya he dejado dicho, llega a colonizar su propia vida -la de Paco Cortés, se entiende; aunque quizás trascienda a la del propio escritor, asunto para debatir en tertulia a semejanza de la que los ACP realizan en el Café Comercial- convertida, al expresarse así, en prácticamente elemento novelesco:
- «Sí, le dolía la garganta. En una novela él hubiera tachado las palabras dolor-de-garganta con unas equis, y habría dejado de dolerle. En una novela habría suprimido el pasaje donde el jarrón se rompía, y el jarrón seguiría incólume.»
- «¿Qué había querido Dora decir con aquel beso? Le gustó aquel beso por lo que tenía de novelesco. Le gustaba mucho la vida cuando se parecía en algo por lo menos a una novela de las suyas.»
Tampoco hay que olvidar la buena dosis de humor en que
Andrés Trapiello envuelve su narración. Es un humor inteligente, nada chocarrero, que incide y demuestra siempre el buen talante del autor y su inmenso conocimiento literario. Una sabiduría literaria que aparece esparcida en
Los amigos del crimen perfecto de una manera natural, nada impostada:
- «Modesto acudió a las diez de la mañana siguiente a la calle San Francisco de Sales, tal y como el inspector le indicó. Ésa era la hora en la que se incorporaba el comisario jefe, encargado del caso, un tal don Ángel de Buen, que llegó, en efecto, a las once y media.»
- «—Apuesto tres párolis a que esos polis no sacan nada en claro —dijo Marlowe, que no sabía exactamente lo que era un pároli, pero se había quedado con la expresión desde que la leyó en una pésima traducción de una novela de Dürrenmatt.»
Para concluir
La acción de la novela está situada en los años 80, concretamente el 23 F de 1981 tiene -ya lo he dicho en algún momento de esta reseña- un papel cenital. A partir de esta fecha central la acción discurre hacia adelante durante dos o tres años. Esta linealidad temporal se rompe con múltiples vueltas atrás dado que todos los personajes tienen pasado. Asistimos a la vida de muchos de estos personajes. En la novela evolucionan los mismos de su entidad novelesca (Milagros es Miles, Paco Cortés es Sam Spade, Modesto Ortega es Perry Mason, Lolita Chamizo es Mike Dolan, el hijo del relojero de la calle Postas es Marlowe, el policía de la comisaría de la calle La Luna es Maigret, el doctor Agudo es Sherlock Holmes, el estudiante es Poe, el dueño de un restaurante de nombre auténtico Antonio Sobrado es Nero Wolfe...) a la real cuando la evidencia de la vida se les impone tal y como Paco en un momento dado le dice a Dora, su mujer («tenemos que vivir en la vida, no en una novela. Para vivir precisamos no lo ficticio, sino lo necesario.»)
Los tertulianos -la vida y la evolución en el tiempo de una tertulia también me ha resultado interesante- discurren mucho sobre la posibilidad en la novela de un crimen perfecto. La novela transita desde la ficción hacia la realidad y ésta se intenta explicar utilizando utensilios propios del mundo novelesco. ¿Es esto factible? y lo que es más importante, ¿existe el crimen perfecto? ¿En la realidad sí y en la novela no? ¿O será más bien al revés?
Además de todo lo anterior diré que Los amigos del crimen perfecto de Andrés Trapiello me ha interesado mucho por ser un elogio de la novela policíaca clásica, de la gran novela detectivesca. El diálogo que mantienen en un momento del relato Antonio Sobrado (Nero Wolfe) y Francisco Cortés (Sam Spade) es toda una lección sobre dicha novelística:
«—¿Qué novelas te gustan a ti?
—¿De las grandes? —preguntó Cortés.
Nero Wolfe comprendió que estaba en efecto delante de un experto.
—¿A qué llamas tú grandes?
—Lo siento —se disculpó el recién estrenado novelista—. Me refería a los clásicos, ya sabes Malet, McCoy, William Irish…
—Yo creía que los grandes eran Doyle, la Christie, Simenon.
—Ésos son los clásicos.
—De acuerdo —empezó a decir Antonio Sobrado—. De los tuyos me gusta, de McCoy, Di adiós al mañana, y de Irish, La novia iba de negro.Y de los míos El regreso de Sherlock Holmes, de sir Arthur, El hombre que oyó pasar trenes toda la noche, de Simenon, y de La Dama, El asesinato de Roger Ackroyd, quizá los Diez negritos, no sabría con cuál quedarme.
—No está mal —dijo el novelista—. Pero ¿conoces El misterio de la habitación amarilla de Gaston Lerroux, Lord Peter y el desconocido de Dorothy Sayers, El asunto Benson de Van Dine, El problema del telegrafista de Dickson Carr o El misterio del sombrero de seda de Ellery Queen? Las que tú has dicho son novelas de sobresaliente. Éstas son de magna cum laude, y son clásicas.»