«En la vieja Europa en la que me eduqué—un mundo escarmentado y arruinado por las guerras—, la revolución industrial y el combate social se consideraban promesas de un mundo mejor, pero detrás de cada máquina estaba el trabajo y la responsabilidad de un hombre. Y eso es justamente lo que se ha olvidado en las sociedades modernas más irresponsables, fascinadas por el ocio y confiadas—por comodidad—al poder de máquinas dirigidas por la inteligencia artificial.»
Agradezco a mi buen amigo José Antonio la recomendación que me hizo de este libro de Mauricio Wiesenthal. José Antonio me habló de lo mucho que le había gustado la defensa de Europa que el escritor hace en la obra, una defensa de los valores que desde siempre la han caracterizado frente a las naciones de otros continentes que, pese a todo, han ido arrinconándola calificando sus virtudes ancestrales de anacronismos para olvidar. Ambos convinimos que esa defensa a ultranza de la Europa de entreguerras que Wiesenthal realiza en esta obra es la que en el imaginario colectivo constituye la Europa de siempre, la que el gran Stefan Zweig en su ensayo El corazón de Europa y también otros autores como Thomas Mann, Proust o el mismísimo Joyce defendían.
«Esto es verdaderamente el bendito corazón de Europa, donde los europeos nacimos a nuestra cultura y a nuestra condición de pueblo educado en diferentes lenguas y religiones, con unos valores morales comunes: amantes de la diferencia y de la ecuanimidad (no de la igualdad), defensores de la justicia y de la dignidad humana, enemigos de las dictaduras y de las asambleas populares arbitrarias, creadores de una civilización que nos permite conservar nuestra historia, y un sagrado pacto social que es la garantía de nuestra libertad. […] Y el día que no sobrevivan estos valores no existirá Europa, por más que algunos quieran suplantarla por un parque temático de monumentos.»
Así pues con estos presupuestos tomé el libro editado por Acantilado y lo he leído de cabo a rabo disfrutando mucho de cada uno de sus 32 capítulos. El libro, aparecido en abril de 2020, es una especie de remake del que publicó en 1979 titulado
La Belle Époque del Orient-Express, aunque ambos son muy distintos, El de 1979 es la crónica del viaje que de joven en un vagón de tercera clase hiciera un Mauricio Wiesenthal airado que veía cómo el hermoso tren estaba siendo asesinado por la vulgaridad funcionalista de las dictaduras del imperio soviético en el Este de Europa y la indiferencia, también, de los burgueses europeos. Este de 2020 es bien distinto pues muchas cosas en Europa han cambiado: ya no existe la URSS y los que fuesen países satélites suyos se han democratizado; pero lo más determinante es que el Orient-Express fundado en 1883 hizo su último viaje como tal el 19 de mayo de 1977 y no sería hasta1982 que el matrimonioSherwood, tras la compra en subastas empresariales de varios vagones míticos del Orient-Express, lo refundase ahora con otra denominación e hiciese su primer trayecto Londres-Venecia. Este trayecto con el paso de los años se fue ampliando tomando los trayectos míticos del antiguo Orient Express, convirtiéndose con el tiempo en el VSOE (Venice Simplon Orient Express), un tren turístico de lujo en el que Mauricio Wiesenthal está viajando en este libro. Este tren sólo realiza la ruta una vez al año. Se trata de turismo más que exclusivo. El trayecto entre Londres y Estambul lo realiza el escritor en 2017.
«El proyecto de salvamento y recuperación del Orient-Express costó más de once millones de libras esterlinas. Pero James y Shirley Sherwood fueron rescatando los viejos e históricos carruajes de la Pullman y de Wagons-Lits, allá donde un ingrato destino los había dejado abandonados.»
En Orient-Express: El tren de Europa el autor nos cuenta este viaje sabrosamente condimentado con la historia del propio tren desde la de sus vagones sleeping-car tan característicos creados por el norteamericano Georges Mortimer Pullman, vagones que se vieron debidamente aderezados y establecidos en su configuración definitiva con los Wagons-Lits que el ingeniero también norteamerciano Georges Nagelmackers presentase en la exposición universal de Viena de 1872: «El mundo elegante—escribió la prensa de Viena—debe al ingeniero Nagelmackers la manera estadounidense de viajar, mejorada en función de los usos europeos»
Mauricio Wiesenthal cuenta con amor las peripecias sufridas por varios de los vagones del famoso tren: el Ibis, el Côte d'Azur, el Cygnus, etc. Cómo fueron usados en rutas distintas según el paso de los años y de las circunstancias políticas, cómo algunos quedaron arrumbados en una vía muerta durante años y años hasta que Sherwood decidió comprarlos y restaurarlos debidamente. También conocemos la vida interna del tren: los dos turnos de comida, la privacidad de los compartimentos, el paso de las fronteras, los encargados de vagón, el funcionamiento de las calderas de vapor por parte de los fogoneros y del maquinista, etc.
Sin lugar a dudas es sobre todo la personalidad de los viajeros lo más entretenido de este hermoso libro. El anecdotario de sucedidos en el tren a personalidades del mundo de la moda (Coco Chanel, su amiga Misia, su amante Paul Iribe...); de la política y la realeza (Winston Churchil, el duque de Windsor, el duque de Marchena, Carlos II de Rumanía, Fernando I de Bulgaria, Sissí, etc.); de espías y delincuentes (el traficante de armas Basil Zaharaff, el armenio Nubar Gulbenkian, el fundador de los Scouts Baden Powell, etc.); de bailarinas y actrices, sicalípticas o no (Isadora Duncan, Sarah Bernhardt, Josephine Baker y la Bella Otero, por ejemplo); de escritores (Pierre Loti, Agatha Christie, Ian Fleming o Graham Greene); y de tanta y tanta otra gente es algo que atrae y hace muy amena la lectura de este libro proteico: libro de viajes, novela, ensayo, crónica de una época...
Wiesenthal es un escritor, un hombre que ha dedicado su vida a la escritura, es un amante de los libros, un disfrutador de la lectura, un ser cuya vida ha estado marcada por la Literatura, y también por los viajes: «Un viaje sólo merece la pena cuando lleva a la literatura.», escribe en un momento de la obra. Efectivamente "Orient-Express" es un libro que habla de literatura con pasión; de siempre el tren ha sido un marco literario clásico. Muchas novelas suceden en el interior de un tren, muchas de ellas en el interior del Orient-Express y no sólo me refiero a Asesinato en el Orient-Express de Agatha Christie que naturalmente ocupa un lugar relevante en este libro.
«Los trenes han sido siempre un tema literario, desde La bestia humana de Zola hasta La muerte feliz de Camus; desde El viajero y el amor de Paul Morand hasta el El tren de Estambul de Graham Greene; desde Estación Victoria a las 4.30 de Cecil Roberts hasta el Orient Express de John Dos Passos, donde tan poco se habla del tren que da título a la novela.»
Muchos más autores y libros salen a relucir en este precioso ensayo novelesco: «Desde Rusia con amor de Ian Fleming; La máscara de Dimitrios de Eric Ambler; Agatha Christie, por supuesto; La Madone desde Sleepings de Maurice Dekobras del año 1925; El amante de lady Chatterlay de D.H. Lawrence...»
Aunque
Mauricio Wiesenthal redacta en este libro la Crónica viajera de su viaje de 2017 en el VSOE, magistralmente entreverada con recuerdos del que hiciera 40 años antes y algunos otros recuerdos personales de su propia vida, es evidente que él siente una enorme atracción por la época áurea de este expreso que recorría todo el continente europeo y que incluso al llegar a Estambul podía enlazar con el expreso Estambul-Bagdag. Del Orient-Express todo le agrada: sus vagones Pullman, los wagons-lit, los sleepings-car, el vagón restaurante, los vagones destinados a la realeza... Todo le gusta porque en toda la composición del convoy y en el viaje continental Wiesenthal ve palpitar la belleza: sus maderas de caoba, los hoteles en los que los viajeros paraban especialmente el Pera Palace de Estambul, pero también el Hotel-Château Bellevue de Sierre donde de pequeño -recuerda Wiesenthal- se alojaba con su padre cuando este iba a dar conferencias-. Es todo ello una belleza hoy desaparecida por considerarla superflua, elitista, de otro tiempo.
«Nací demasiado tarde, cuando ya se habían apagado las luces del romanticismo, pero me gustan los nombres de las maderas exóticas: el palo rosa, el cedro, el palisandro de Brasil, el ébano de Macasar, el limonero de Ceilán… Y me encanta la palabra mahogany con la que los ingleses designan la caoba, esa madera noble que se oscurece al envejecer; igual que los paneles del Orient-Express, los armarios de las bibliotecas y los cofres donde se guardan los mejores cigarros, mientras se les va oscureciendo la capa, envejece la hoja en su sueño aceitoso y se concentra su aroma.»
Efectivamente el escritor nos parece hoy un romántico. Pero no es un romántico impostado, sino un hombre sincero que valora la belleza, que la considera un valor importantísimo. Una belleza que ve que se conserva aún en ese tren VSOE que emula al auténtico Orient Express desaparecido en 1977. Este VSOE hoy es un artículo sólo al alcance de millonarios que quieran sentir en el siglo XXI las emociones y el placer que de 1883 a 1977, y especialmente durante el período de entreguerras, disfrutaron los monarcas, destronados o no; los dictadores de unos y otros signos; los artistas; los grandes escritores; los bailarines; los grandes compositores..., todos esos seres que de un modo u otro valoraban o al menos disfrutaban del lujo y la belleza.
Mauricio Wiesenthal no oculta su conservadurismo, lo que para nada cabe interpretar como reaccionarismo. Él está en contra de los nacionalismos:
¿Cuándo dejaremos de disfrazarnos de pueblo para asumir la responsabilidad de una sociedad? Ese fue el mensaje de nuestros maestros socialistas, añadiendo la condición de que el trabajo y el estudio —y no el origen ni el lugar de nacimiento— es el único aporte que nos hace miembros de una comunidad laboriosa, culta y civilizada.»
Hay que decir que Wiesenthal tuvo una educación primorosa en un colegio de Suiza donde se educó en francés y disfrutó de la enseñanza de profesores progresistas que le trasladaron la consideración y respeto del otro, del diferente a uno, pese a no compartir su ideario.
Por último no quisiera finalizar esta -lo reconozco- entusiasta reseña sin aludir a la belleza del lenguaje utilizado por el escritor en muchos de los pasajes del libro. Sirva como ejemplo la evocación que realiza del parisino Hotel du Beaujolais, hoy desaparecido, al pisar la plaza ciudadana donde en otro tiempo se alzaba:
«Todavía cuando Zweig frecuentaba estos lugares había conciertos en el Pavillon de la Rotonde, pero, con los años, la plaza se convirtió en un jardín literario, donde vivían las sombras. En las horas solitarias de otoño me parecía estar leyendo en un libro viejo la historia de la Fronda: un tiempo triste para este Palais-Royal. Pero no había lugar más tranquilo, sobre todo en las noches frías de invierno, en las que—callados los gatos—sólo se oía el llorar de las fuentes entre los viejos olmos, castaños y tilos. Y, a veces, el silencio era tanto que el escalofrío de un pajarillo en las ramas conmovía a toda la plaza.»
Mauricio Wiesenthal
De sí mismo dice el propio escritor lo siguiente:
«Mi abuelo llegó a Madrid a fines del siglo XIX. Ingeniero y litógrafo, fundía tipos de letras: chupada, venus, negra... [...] Mi abuelo huía de peleas parentales: la familia de su madre, señorita de Hamburgo, rechazaba a mi bisabuelo, músico judío. [...] ¡España era sinónimo de libertad! Mi abuelo solía recitar el discurso de Castelar en las Cortes de la I República, en 1869 [...] Mi padre, liberal también, sería catedrático en Barcelona: nací en la Gran Vía. Los patios del Eixample son mi primera patria. [...] Con mi padre viajé en sus giras dando conferencias, aprendí mucho. Y acabé, de adulto, impartiendo una asignatura maravillosa: ¡Historia de la Cultura!»
Son declaraciones hechas por el escritor al diario
La Vanguardia de su ciudad natal. En esas páginas a preguntas del entrevistador confiesa su inmenso amor por el saber, por la cultura en general, y su enorme pena al comprobar cómo hoy la belleza está siempre en peligro en aras de un equivocado popularismo que relega a un segundo plano «
ciertos valores, a saber: norma, educación, justicia, trabajo. Los que todavía creemos en esto... estamos hoy bastante acobardados.»
Leyendo
"Orient-Express: El tren de Europa", ensayo novelado, libro de viajes o lo que quiera que sea, su autor se nos revela como casi un hombre del Renacimiento, un humanista atento a todo, preocupado por su entorno, vividor y disfrutador de lo que constituye la verdadera civilización y progreso del ser humano.
Mauricio Wiesenthal, español de raíces judías, tuvo una educación exquisita y a lo largo de toda su vida ha puesto la belleza por encima del practicismo y materialismo empobrecedor que hoy día nosasedia y en cierta manera nos anula. Salvando todas las distancias del mundo Wiesenthal me ha llevado a través de este magnífico y bellísimo libro a Stefan Zweig. Como el austriaco, el español es un defensor de Europa y un perseguidor acérrimo de los totalitarismos sean estos comunistas o fascistas, de los nacionalismos excluyentes (todos lo son, por cierto), del populismo anulador de la racionalidad, y del feísmo predominante hoy día.
A modo de conclusión
Mauricio Wiesenthal reniega de la manera de viajar actual. Dice que eso no es viajar, que eso simplemente es trasladarse atropelladamente, en marabunta, cámara fotográfica en ristre con afán de fotografiar los monumentos que nos dicen las guías de viaje actuales que hay que ver y fotografiar. Estas guías nada tienen que ver con las Baedeker -dice él- «que utilizaban mis abuelos en 1890 y que son, probablemente, el mayor tesoro de mi biblioteca, porque gracias a estas guías de viaje pude descubrir los rincones dorados de la Belle Époque, identificando los hoteles donde se hospedaban los viajeros de otros tiempos, y encaminando mis pasos hacia lugares olvidados que no habían sido profanados por un turismo irreverente. Conservo entre mis libros preferidos más de cincuenta ejemplares de esta colección de guías, editadas por Karl Baedeker en Leipzig». Y es que como confiesa a sus compañeras de viaje -el viejo General y su nieta Tatiana, lady Victoria y su hija lady Edith- al llegar a Estambul:
«—Ya conoces mi estilo de ver las ciudades. Los gatos vagabundos, los talleres de los artesanos, los mercados, los anticuarios, las palomas… Sólo, de tarde en tarde, habrá algún monumento.» [le dice a Tatiana de la que pese a la enorme diferencia de edad se ha enamorado un poco]
Algunas citas que quisiera destacar
- «Los viajeros antiguos regresaban de sus viajes con apasionantes crónicas. Los modernos traen sólo souvenirs y fotos. Y eso es grave, porque con las crónicas de mil lugares del mundo podía componerse una sabiduría y una experiencia de la vida, mientras que las fotos malas apenas dan para un álbum»
- «A veces bajábamos para visitar alguna ciudad, como la dulce Liubliana, la altiva y elegante Zagreb—¡inolvidable ciudadela barroca en la colina!—, la alegre Belgrado, la misteriosa Niš o la enigmática Sofía: dulce para Larbaud, como un babá ruso espolvoreado de azúcar, y helada en mi memoria, como los santos de mayo.»
- «Ciudad de los milagros y de los muertos, la colina de Eyüp es el balcón que domina la vista más impresionante sobre el Cuerno de Oro y la costa asiática.En lo alto de la colina hay un café donde Pierre Loti venía a fumar el narghilé. Allí nos sentamos a contemplar el final heroico de la puesta de sol, hasta que la lumbre de la cocina, donde se calienta el café, brilla más que el cielo»
- «Soy ya mayor para repetir las aventuras que vivió de joven, pero si tuviese menos años escribiría ahora un reportaje del Oriente Medio que conocí en otros tiempos. Con mi corazón y mi memoria reconstruiría las ruinas que, como amapolas en lo que fueran tierras de pan llevar, cubren hoy las vías que nos conducían en el Taurus-Express, desde Estambul hasta Alepo, Damasco y Bagdad. Un ferry atravesaba el Bósforo para transportarnos a la estación de Haydarpaşa. En sus días dorados la línea disponía de sesenta coches cama y veinte restaurantes. Y éste fue el tren en el que viajó Agatha Christie en 1928, cuando decidió recomponer su vida—destrozada por el divorcio de su primer marido—y marchar a Bagdad.»
- «Los trenes de lujo, como todo lo bello, tuvieron siempre sus enemigos. El más siniestro de todos—aparte de ciertos intelectualitos de la gauche divine que se hacían famosos en la moda contracultural de los años setenta del siglo XX—fue un militar húngaro: un oficial de ingenieros en la reserva llamado Szilveszter Matuška. Algunos dicen que era comunista y, otros, fascista; tanto da.»
"Orient-Express: El tren de Europa" de Mauricio Wiesenthal es un libro con el que se disfruta mucho. Su autor es una auténtica enciclopedia del siglo pasado, el siglo XX. Un libro muy, pero que muy, recomendable.