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27 jun 2024

Pedro Simón: Los ingratos

21 comentarios:

«Hubo muchas cosas que cambiarían para siempre y otras que se fueron para no regresar jamás. Mis padres me explicaban que en eso consistía precisamente hacerse mayor: en dejar de hacer cosas que antes podías hacer y ahora no»

El Mundo, editorial Espasa, Booket
Los ingratos es una novela escrita por el periodista Pedro Simón. Con ella ganó en 2021 el Premio Primavera de novela. La historia que cuenta me ha gustado, me ha conmovido y me ha emocionado. Trata sobre el abandono de la infancia sin reconocer el amor recibido y sin querer manifestar, quizá por vergüenza, el amor sentido hacia esa persona adulta que se desvivió por uno. Cuando se quiere paliar ese lamentable descuido siempre o casi siempre se llega tarde. 

Pedro Simón Esteban (Madrid, 1971), el autor, es periodista. En el ejercicio de su profesión ha recibido varias distinciones: Premio Ortega y Gasset (2015), Premio APM al Mejor Periodista del Año (2016), Premio de prensa (2019) y Premio Internacional de Periodismo (2020). Practica el periodismo social y es proclive a tratar temas relacionados con la infancia; precisamente un trabajo suyo sobre el trasplante de corazón a un bebé ('Hugo, historia de un corazón', Diario El Mundo, septiembre de 2019) le hizo acreedor del PIP en la XXXVIII edición de los mismos. Como novelista, antes de Los ingratos ya tenía en su haber cinco títulos, y tras ésta, en 2022 publicó Los incomprendidos.

He leído de un tirón Los ingratos. Nada, antes de ella, había leído del novelista. Su manera de narrar me ha gustado mucho. Escribe sencillo, pero de una manera eficaz con la que llega muy profundo al lector. La historia que presenta, por su naturalidad y la sinceridad que encierra, ha conseguido emocionarme en varios momentos. 

Sinopsis  de la novela (ofrecida por la propia editorial en la contraportada del libro)
1975. A un pueblo de esa España que empieza a vaciarse llega la nueva maestra con sus hijos. El más pequeño es David. La vida del niño consiste en ir a la era, desollarse las rodillas, asomarse a un pozo sin brocal y viajar cerrando los ojos en el ultramarinos. Hasta que llega una cuidadora a casa y sus vidas cambiarán para siempre. De Emérita, David aprenderá todo lo que hay que saber sobre las cicatrices del cuerpo y las heridas del alma. Gracias al chico, ella recuperará algo que creyó haber perdido hace mucho. 

No quiero decir mucho de esta novela para no destruir el mucho encanto que encierran sus páginas. Sí diré que es la historia de un niño, David, que encuentra cariño y seguridad en la señora Emérita, la cuidadora que Mercedes, su madre y maestra del pueblo ciudarrealeño donde viven ahora por haber sido ella destinada allí, ha buscado para cuidar de sus tres hijos, David y sus hermanas Vero e Isa. A Mercedes quien más le preocupa es David, especialmente al estar falto gran parte del tiempo de la figura paterna, Natalio. Natalio trabaja en la Chrysler en Madrid y toda la semana la pasa fuera de la casa familiar. A veces, cuando los padres discuten, es más tiempo el que David queda huérfano de padre. 

David, que es quien narra, es muy amigo de Gregorio y de Vicente Jesús. Con ellos aprende cosas que no se enseñan en la escuela como echar las primeras caladas a un Bisonte, sentir la vergüenza de no poder controlar siempre y como es debido sus esfínteres, o no saber qué decir al ver el culo a Sarita que por un duro los domingos lo muestra en un visto y no visto, uno por uno, a toda la pandilla de chicos. Los tres amigos no son los únicos niños, enfrentados a veces a ellos y amicísimos en otras ocasiones están Mario, el Pirracas, Eugenio Tododieces, Eladito, Tomás... Luego está el otro mundo, el de las chicas. A la ya nombrada Sarita se añaden las amigas de Vero y de Isa: Sufragio, Encarni... 

Pero sin lugar a dudas es la señora Emérita el centro del relato. Para Emérita David es su niño; ella lo llama Currete y él a ella le dice Eme. Emérita no sabe leer ni escribir; serán los tres hijos de la maestra quienes se encargarán de enseñarle y cuidarán de que escriba con corrección señalándole bien en rojo las faltas de ortografía que comete en los dictados que por las noches, especialmente en el frío invierno, le hacen. Emérita es sorda, no oye nada. Por qué se quedó sorda es motivo de habladurías; que si por un cohete que le rompió el tímpano como a la perra de José Luis, el amigo de Natalio, un tiro estando de caza; que si su marido Ramón; que si... El caso es que la escritura es muy importante para mejor poder comunicarse con ella. De hecho en la novela hay una buena parte de la misma en que ella, Emérita, escribe sus pensamientos, sus reflexiones («Escribo y lo guardo. La de vergüenza que me daría que lo leyeras») sobre los sentimientos que alberga hacia David, su Currete, hacia toda la familia de Mercedes y Natalio, que para ella fue sustituta de la que no pudo tener. También, llegado el momento en que David y su familia dejan el pueblo y se trasladan a vivir a Madrid, Emérita escribe cartas interesándose por todos ellos. Como suele suceder estas cartas, como las visitas al pueblo desde Madrid que los primeros meses le hicieron la familia de Natalio y Mercedes a bordo de su flamante Simca 1200, con el tiempo fueron espaciándose hasta quedar reducidas a una breve felicitación navideña. Es el olvido.

Y también es el desagradecimiento. No se es consciente del mismo hasta que sucede lo inevitable. Y entonces ya no hay solución, de nada vale lamentarse y decirse que tenía que haber..., tenía que..., tenía... Sí, ¡tenía uno que haber hecho tantas cosas, pero ha hecho tan pocas! Pedro Simón en una de las muchas entrevistas que en 2021 le hicieron a raíz de la concesión del Premio Primavera de Novela dice que «'Los ingratos' habla de los mayores a los que no hemos podido despedir abrazando», quizás esto venía a colación de los muchos ancianos que estaban en ese momento muriendo solos en Residencias por culpa del COVID; que «Los ingratos somos nosotros, por no haber dado suficientemente las gracias a la generación anterior»; y también que «Se habla mucho de las mujeres urbanas que rompen moldes, pero se habla poco de las mujeres rurales que se quedaron a recoger los pedazos rotos».

Ya sólo por esto la novela es importante. Pocas veces se ha reparado en ese esfuerzo, en esa entrega a cambio de poca cosa material, en ese amor de madres sin serlo biológicamente. Pedro Simón, como Héctor Abad Faciolince de cuyo libro El olvido que seremos incluye una cita al inicio del libro, escribe «para alguien que no puede leerme, y este libro no es otra cosa que la carta a una sombra».

Son trece los capítulos en los que distribuye la historia de iniciación que cuenta el autor en la novela. Salvo el primero y los dos últimos, titulados el inicial como (1960), el penúltimo (2020) y el último con el título de toda la narración, (Los ingratos), los títulos del resto son pronombres en grupos de dos -salvo uno, (Él)-: (Él y él), (Él y aquello), (Ella y ella), (Él y ellos), (Ella y él), (Él y ella), (Ella y aquel), (El y ellas), (Él y eso)... Como se ve, Él, el niño David, y Ella, la señora Emérita, son los protagonistas absolutos. En el titulado (Ella y él) el empleo del dativo ético, también llamado de interés, deja bien a las claras el amor de madre que Eme sentía por su Currete David
«Me has crecido mucho en este tiempo: lo menos dedo y medio, que lo tengo yo señalado a lápiz en el marco de la puerta de tu habitación»
Toda la novela, como digo, me ha encantado. Pero si tuviera que destacar alguno de los capítulos sobre el resto, sin lugar a dudas mi elección recaería sobre (Ella y aquél): Emérita en una de sus reflexiones «Escribo y lo guardo. La de vergüenza que me daría que lo leyeras» escribe en él sobre Ramón quien fuera su marido y sobre el hijo que tuvo, nació y murió. El niño de la maestra, David, vino a ser para ella una especie de sustituto.

Periodismtas y novelistas, Periodismo y Literatura
No he hecho en esta ocasión playlist de los temas musicales que Pedro Simón incluye en Los ingratos, pero sin duda alguna merecería la pena realizarla. El autor utiliza estas referencias musicales para contextualizar, para delimitar un momento vital, una época. Así los viajes en coche con Natalio al volante del Simca 1200 durante los años finales de los 70 los marca con su gusto por las canciones de Víctor Jara y Daniel Viglietti (David niño lo llamaba «Daniel y Leti» con gran regocijo de Natalio) dada su militancia sindical siempre reivindicativa; los que realizó durante esos mismos años junto a sus hermanas a bordo del Seat 127 de Mercedes, su madre, a quien las canciones de José Luis Perales o de Camilo Sesto la entusiasmaban, el narrador los recuerda así:
«Cuando ponía la de Algo de mí, esa que empezaba con "un adiós sin razones, unos años sin valor", los tres nos poníamos como locos a cantar el estribillo y mamá (al cantar yo ya veía a mamá) subía el volumen:
"Aaaaaalgo de mí,  aaaaaalgo de mííííí, algo de mííííí, se va muriendooooo..."»

Luego ya en 2020 el David adulto, a bordo de su Ford Kuga, para amenizar el viaje pone una playlist y escucha Eme, de Leiva; Everybody Hurts, de REM; Lo que quieras oír, de los Pistones; House where nobody lives, de Tom Waits... 

Los coches, la música..., sirven para poner de manifiesto los cambios, el paso del tiempo. En los setenta en el pueblo, y luego como señal, signo o falso mito de progreso ya en la ciudad, en la gran ciudad, en Madrid:

«El mito relacionaba quedarse allí con el fracaso y encontrar un futuro en la ciudad, con el triunfador. El mito».

23 jun 2024

"El regreso": La migración subsahariana desde dentro. Autor: Ramón Cabezas de Herrera

9 comentarios:

« Los migrantes no son enemigos de nadie. Los migrantes son personas que van de paso y lo único que desean es atravesar una nación lo más desapercibidos posible. No les importan los conflictos religiosos o territoriales, ni tienen nada que ver con las reivindicaciones de unos o de otros.»

Ramón Cabezas de Herrera,novela de barra
Esta gruesa novela (casi 800 páginas) me ha tenido entretenido cerca de dos semanas de este mes de junio. 
Va de la investigación que dos jubilados recientes realizan de los riesgos que corren los migrantes africanos desde que salen de sus países hasta que logran llegar a España. 

Mi antiguo y muy buen amigo Ángel Suárez me recomendó la lectura de este libro. Me sorprendió, no por la recomendación dado que Ángel es hombre culto amante de la lectura, sino porque al recomendármelo me dijo de él que se trataba de una 'novela de barra'. ¿Novela de qué?, dije para mis adentros, si bien no me atreví a pedirle en ese momento la aclaración oportuna por si hubieran sido mis oídos los culpables de esa intelección, sin duda alguna equivocada o como poco equívoca. Otra sorpresa fue comprobar la longitud en páginas de la obra, nada más y nada menos que 740. Bueno, pensé, habré de tomármelo con calma. 

Efectivamente me he tomado esta novela con muchísima calma y, dado su enorme número de páginas del libro, decidí combinar su lectura con la de otros títulos, en principio menos onerosos. Así, durante los tres meses transcurridos desde que por vez primera abrí las tapas del mismo y hasta que ayer mismo lo di por concluido, he leído como poco ocho libros más; de la mayoría de ellos he dejado, en forma de reseñas, cumplida muestra en este blog. Fue precisamente una conversación entre Ángel y yo a propósito de felices estados y efemérides familiares la que me animó, hará no más de quince días, a avivar mi muy pausado ritmo lector y regresar presto a El regreso de Ramón Cabezas de Herrera que tenía muy abandonado para rematarlo debidamente.

Sobre las citadas dos sorpresas iniciales diré que pronto solventé y resolví satisfactoriamente ambas. Lo de "novela de barra" aparece definido con diáfana claridad ya en el primer capítulo del libro cuando Antonio y Ramón, los dos protagonistas de El regreso, en uno de sus madrileños encuentros cerveceros de los miércoles conversan con su amigo Emilio. Al hilo de ésta Emilio le pregunta al narrador, en ese momento Ramón, por el ensimismamiento que percibe en Antonio y por esa novela -Batalla de la Oreja de Jenkins- que al ser requerido por él le acaba de nombrar. Ramón le explica:
«hemos inventado un nuevo género literario: “La novela de barra”. La que se va gestionando de bar en bar, de barra en barra. Pérez Reverte y Vargas Llosa se documentan en restaurantes y viajes de lujo, nosotros, en cambio, estamos en otro nivel y nos conformamos con la barra de los bares de Madrid. Como mucho, si hace calor, en las terrazas.»
Aunque a esa altura del libro la adscripción al nuevo género literario la realizan a propósito de la supuesta otra novela que estaban escribiendo, la verdad es que con reiteración a lo largo de El regreso aparece la expresión. Y es que a los protagonistas españoles de este libro, Antonio y Ramón, junto a sus otros colegas -Andrés, Luis y Emilio-, lo que más les gusta es departir y compartir experiencias entre ellos, mientras almuerzan y toman unas buenas cervezas en alguno de los bares madrileños que frecuentan: "El abuelo" de la calle Goya, "La Fábrica" de la calle Sagasta o el bar del "Espía" de la calle Alcalá. A lo largo de las páginas de la narración, en su deambular africano, el deseo de estar ante una buena jarra helada de cerveza es obsesivo para ambos. 

Sobre el alto número de páginas he de confesar que la novela no se me ha hecho pesada para nada, dado que el estilo fluido y sencillo que su autor, Ramón Cabezas de Herrera, despliega a lo largo y ancho de la obra hace que las mismas se lean con voracidad y discurran sin sentirlo. 

La historia que se relata en el libro, expresada de manera escueta, es la siguiente:
Dos médicos mayores, al borde ya del retiro, deseosos de ocupar sus horas e impactados por la tragedia humana de la migración africana hacia Europa en general y a España en particular, deciden vivir personalmente la aventura de venir hasta nuestro país de la misma manera que utilizan estos migrantes. Para ello viajan en avión hasta Abuya en Nigeria, aunque será en la nigeriana ciudad de Kano, lugar donde les han dicho se concentran muchos migrantes subsaharianos, donde comenzarán a vivir junto a ellos el trayecto de venida hasta España, para ellos "el regreso". Antonio y Ramón, los dos jubilados españoles, buscan un guía entre los migrantes. El puesto lo ocupará Lundi, un chico de Malí que encuentran una mañana a las puertas del hotel de Kano donde ellos han pasado la noche. Con Lundi pasarán a Níger huyendo de la brutalidad del grupo islamista Boko Haram que se mueve a su antojo por el norte Nigeria; ellos dos serán testigos de sus actividades y estarán a punto de caer en sus manos. Por esto desean abandonar Nigeria confiando que en Níger a los tres todo les irá mejor. 

Será en Níger donde, esperando uno de los autobuses piratas que se lucran con el transporte de ilegales, encuentran a una joven en muy mal estado de salud. Se trata de Kora, chica a la que los dos españoles medicarán, rehidratarán y alimentarán para intentar sacarla adelante, algo que consiguen con mucho esfuerzo y algo de suerte. La amistad entre los cuatro se afianza y juntos cruzarán todo Níger camino de  Argelia.  Ya en Argelia recorrerán en autobuses regulares los innumerables kilómetros que los separan de la ciudad de Orán desde donde les han dicho que parten pateras con destino a Cabo de Gata.

Lo más curioso de este libro es que se cuenta como si se estuviese escribiendo al hilo de los sucesos que acontecen. De ahí que la redacción se haga normalmente en tiempo presente de indicativo. Curiosamente en esta redacción se interpolan a menudo paréntesis con los que -unas veces, los narradores Antonio y Ramón; el propio autor, otras; o los cinco amigos de barra de bar, con mayor frecuencia- se interrumpe el relato para introducir juicios, opiniones, críticas o recomendaciones sobre lo que a los lectores se nos está ofreciendo. El lugar de los lectores está representado en la novela por los tres amigos -Emilio, Luis y Andrés- de los dos protagonistas. Estos paréntesis aparecen ya en el capítulo primero: «(¿Tú crees que en esta historia caben los refranejos? La verdad es que no, pero se me amontonan en la sesera, pugnando por salir y, a veces, no puedo retenerlos. Prometo enmendarme en lo posible)». Es clara ya, desde el principio, por parte del autor la intención de innovar mediante este procedimiento. Procedimiento que mantiene a todo lo largo y ancho del relato que distribuye en 46 capítulos. Otros ejemplos de estos paréntesis:
  • «(¡Eso es! Como si fuerais una estatua de mármol. Yo, al menos, cada vez me parezco más. Y demos gracias a Dios, porque nuestras rodillas izquierdas van aguantando razonablemente bien a pesar de ser nuestros puntos flacos. Las de los dos).» 
  • «[...]¡Vaya! Echaba en falta a mi alter ego tanto tiempo calladito. Me dijiste que me callara y no he intervenido mientras no lo has necesitado.[...]»
  • «(¡Ya está bien de aclaraciones innecesarias! Si no las pongo, no podemos enterarnos bien de cómo es el señor. ¡Pues ya lo sabemos! Ya lo dejo, ya).»
Además de lo innovador del procedimiento de la escritura parentética, dentro de ella me ha llamado doblemente la atención que, aun tratándose muchas veces de diálogos, el autor no haga uso de los signos gráficos [guiones y tal] que habitualmente se emplean en ellos. Está claro que Ramón Cabezas de Herrera busca deliberadamente la sorpresa en el lector. A mí desde luego me ha sorprendido. Pero mucho más, y en esto vengo a coincidir con los amigos de bares madrileños de los protagonistas, con la no identificación durante toda la narración de quién narra o de quién está hablando. Este hecho, he de confesarlo, a veces me ha provocado problemas de intelección. Menos mal que los narradores son sólo dos y que los personajes de la trama son sólo cuatro principales más algunos secundarios, participantes en momentos muy puntuales (por ejemplo Míchel, el patrón de la patera argelina, o el conductor amable del autobús que los conduce hasta Orán); en estos casos la incomprensión se salva al quedar clara la alternancia entre unos y otros hablantes. No sucede lo mismo en el caso de los narradores, algo que el propio autorm transformado en alter ego de Ramón o de los amigos madrileñosm expresa en uno de estos paréntesis:
«(¡Vaya lío que armáis contando la historia un rato cada uno! ¿Qué importa quien la cuente, si la historia es la misma? ¡Ahí me has pillado! Mejor me callo, pero ya que es lo mismo, contadla uno de los dos y dejad en paz a los lectores con tanto cambio de narrador. Tienes razón y es posible que lo tengamos en cuenta. O no. ¿Por qué no podemos entretenernos los dos?)»
Siguiendo con el asunto de la forma, es evidente que Ramón Cabezas no quiere realizar una novela al uso. A lo de recurrir a los paréntesis se suma una cierta aversión, o al menos crítica, a la utilización de figuras literarias. Es quizás una de las escasas diferencias entre ambos narradores. Parece que Ramón gusta más de las mismas que Antonio quien de vez en cuando le recrimina esa manera de escribir:
«Fragatas y corbetas. ¡Y submarinos! Y otros barcos de traslado de tropas y de apoyo. Y ahora no molestes que vamos a maniobrar para que no nos pase  por encima ese barco.
(Lo haces simplemente por molestar. ¿Qué hago? Usar figuras retóricas, conociendo que no están bien vistas. Lo que nunca he comprendido es por qué a unos se les permiten y a otros, no. A mí me agrada el polisíndeton y a quien no le guste que no lo use).»
Es evidente en toda la novela la poca presencia de recursos retóricos, algo que los dos narradores -y seguramente también el propio autor- comparten dado que ellos no quieren apartarse mucho de la realidad y para eso estiman que utilizar poco la imaginación es esencial («los dos estamos de acuerdo en que lo mejor es copiar la realidad. Cuanto menos usemos la imaginación, mejor nos salen las historias.»).

Esta aversión a lo más puramente literario enlaza también con la crítica que tanto al inicio (Prólogo) como al final (Epílogo) de la novela se realiza a la labor de los gramáticos. Al principio el autor se pone la venda antes de la herida a propósito de la tilde en diptongos e hiatos, pidiendo la comprensión de los lectores. Al final la burla sobre los gramáticos es más feroz con ese cuento de los gramáticos perdidos en la selva que a punto estuvieron  de ser devorados por los caníbales. Quizás la pertenencia a la profesión médica de los narradores, por boca de quienes habla el propio autor también médico de profesión, influya en esa cierta rechifla sobre la consideración de ciencia que suelen atribuir a la Gramática académicos y lingüistas y que Ramón claramente no comparte:
  • «Yo me arrepiento de haber engañado a la humanidad, queriendo conferir un aspecto de ciencia a nuestras patrañas sin más sentido que darnos postín.»
  • «Me invento hiatos y figuras retóricas, inexistentes solo para presumir ante los demás»
  • «Nuestra ciencia es una farsa.»
Yo que me he pasado toda mi vida profesional insistiendo a los jóvenes sobre la importancia de la retórica en literatura, el respeto a las normas dictadas por la RAE y el innegable cierto cientifismo contenido en la lingüística, estas afirmaciones me han provocado sentimientos contrapuestos: risa, pues considero que esa es la primera intención del autor; e irritación al ver cómo una equivocada y desgraciadamente frecuente opinión popular se plasmaba en una novela, o sea, en una obra literaria.

Y es que pienso que El regreso es literatura y que el escritor tiene clara conciencia de estilo. Un estilo del que ya he señalado alguna característica y del que quisiera destacar otra que me ha gustado sobremanera. Me refiero a esa desambiguación frecuente que como recurso estilístico Ramón Cabezas realiza de manera constante en el libro:
  • «Nuestras cabezas espolean los pies y los ánimos no están para intentar detenerlos. A los pies.»
  • «y si algunas veces la perdemos de vista, mejor aún. La guerra urbana. La carretera también.»
  • «el estado de ánimo que mejora ostensiblemente cuando las vemos repletas de provisiones. Las mochilas.»
  • «Kora es poca cosa, menuda, pero agradable. Ya no se pone la amplia gorra que le cubría media cara. Le encanta lucirla entera. La cara.»
  • «En cualquier hospital le hubieran hecho análisis de iones para ver cuáles tiene bajos y cuáles no. Nosotros nos damos por contentos con normalizar los que tengan las patatas fritas y de los otros, los que no tienen las patatas, mejor no enterarnos. De los iones.»


En cuanto a la intención perseguida por el autor con este libro creo que, su pretensión de mostrar las miles de dificultades y penurias que sufren y por las que pasan los migrantes subsaharianos en su trayecto hacia Europa, la alcanza sobradamente. La muerte que ronda a los migrantes por hambre, sed, insolación, ahogamiento, o a manos de radicales islámicos; el miedo a la policía de los países que deben cruzar...; la violencia en forma de palizas o de violaciones; las enfermedades que les rondan por el camino; la indigencia en la que pueden caer al ser constantemente sableados por las mafias y por los mismos vigilantes de la ley a los que deben pagar caprichosas cantidades de dinero si es que quieren seguir viaje; y también el peligro que corren de ser encarcelados primero para ser repatriados después o ser abandonados en el desierto a su suerte... Todo esto queda muy claro en la narración.

Aunque la idea de Antonio y Ramón era la de infiltrarse en un grupo de migrantes y realizar el regreso hasta España inmersos en esa misma condición, hay que decir que como acomodados europeos amantes de la aventura ambos personajes realizan la arriesgada empresa con las espaldas suficientemente cubiertas. Siempre salen a flote gracias al dinero que poseen y que reparten con prodigalidad digna de alabar, de manera que hasta ellos mismos llegan a cuestionarse que no son una ONG; el hambre y la sed, aunque la ven en otros, jamás ellos la sufren; cuando están muy muy cansados siempre hallan descanso en algún establecimiento hotelero... En fin, es el primer mundo haciendo una visita al tercero. Ellos mismos que se disfrazan de periodistas ante los africanos, que les inquieren sobre qué hacen dos blancos en ese camino que siguen los migrantes negros, son conscientes de su situación de privilegio
«La verdad es que al paso que avanzamos, el viaje va a terminar mucho antes de lo que pensábamos al salir de Madrid. Es lo que tiene llevar algunos euros de sobra en el bolsillo sin preocuparse de conseguirlos en cada ciudad que se atraviesa para poder embarcar un tramo más. Subirse a un autobús sin billete y sin dinero ya sabemos lo que cuesta. Simplemente la vida, que te la quitan sin la más mínima consideración»
Esta situación se trasluce a lo largo de toda la novela. Los dos españoles ven lo que sucede a su alrededor desde una posición superior, como unos científicos que analizan un cuerpo al microscopio. Siempre Europa, y en especial España, aparecen citadas como ejemplo a seguir; por contra los países por los que pasan se despachan con frases casi siempre negativas 
  • «en la zona sur de Argelia, en las montañas que vemos al frente, actúa Al Caeda y el respeto a los periodistas occidentales lo han trocado en un odio visceral hacia ellos. La moda en esta zona es decapitarlos a cuchillo»
  • «Por supuesto que esta nación es un infierno. Todos estos países conforman la confederación del mal. Y este que creíamos que iba a ser el fin de nuestros males, ha resultado el peor de todos.»
  • «Tras los postres nos tomamos sendas copitas de coñac, dos, a mí no me apetecía y la cambié por ron. Kora no quiso copa y solo tomó agua. Lo hicimos como protesta a todos los países islámicos que hemos atravesado en los que estaba prohibido el alcohol. ¡Que se fastidien!»
Al finalizar la lectura de esta larga 'novela de barra' quedo con la sensación de haber leído un buen reportaje periodístico sobre la tragedia y las vicisitudes sufridas por la migración subsahariana. Decir reportaje periodístico no es peyorativo, ¡para nada!. Más bien, al contrario, su lectura me ha servido para informarme sobre esos países de los que apenas se habla (Nigeria, Níger, Argelia, Malí...), he paseado por las calles y plazas de ciudades como Abuya, Zínder, Kano, Agadez, Tamanrasset, In-Salah, Orán... como si de una guía turística se tratase. Y además de los paisajes, conocer usos y costumbres de esas zonas me ha gustado.

Antes de concluir quisiera señalar, siquiera de pasada, la presencia de vez en cuando en el relato de referencias culturalistas interesantes, la mayoría de ellas literarias. Son símiles, muy abundantes en la novela, de una situación con algún pasaje de El Quijote; otras veces las mismas se van a obras y a autores menos conocidos por el público general, cual es el caso del Orlando furioso de Ludovico Ariosto o del contemporáneo escritor gaditano José Caballero Bonald; incluso salta de la literatura al cine, moviéndose en ambos mundos, cuando alude al cartero que siempre llama dos veces:
  • «Nos relajamos al descubrir al causante del ruido y no puedo menos que acordarme de la felicidad que invadió a Sancho Panza al descubrir que el estruendo que le quitaba el ánimo no era otro, sino el que producían unos batanes que tenía al lado y la noche se los ocultaba.»
  • «Me da la sensación que, de seguir así, esto se va a convertir en un nuevo campo de Agramante.»
  • «La suerte no llama dos veces, como los carteros»

tabernas históricas de Madrid
En definitiva, El regreso de Ramón Cabezas de Herrera es un libro, una historia, una novela, una 'novela de barra', que se lee con gusto y que muestra un aspecto de la realidad poco conocido desde dentro. Cuenta la aventura realizada por dos jubilados ya artríticos que sobreviven gracias a los euros de que disponen, a la suerte, y al deseo que constantemente se les aparece de regresar a su confortable día a día de esos madrileños miércoles cerveceros:

  • «¡Cuánta razón tenían los compañeros de la cerveza de los miércoles! Ya se nos ha pasado la edad de correr aventuras. Por primera vez en todo el trayecto me veo viejo, cansado, con ganas de llegar a casa.»
  • «Solo echamos de menos la costa española en vacaciones, las terrazas madrileñas, las playas con los chiringuitos…»


Sobre el autor
Además de saber que Ramón Cabezas de Herrera es extremeño como mi amigo Ángel Suárez poco conocía de este médico oftalmólogo ahora escritor. Creo que la información que de él se da en la contraportada de la novela es muy clara. Nada puedo añadir yo que pudiera mejorarla.




15 jun 2024

Bibiana Candia. "Azucre"

14 comentarios:

«José no contestó, nunca hay que contestar a las mujeres cuando piden cosas, ni cuando lloran. Carmen se recompuso. Mañana en cuanto amanezca me levantaré y te prepararé unos huevos, puede ser lo último que haga para ti. José volvió a callarse, no vale de nada discutir con las mujeres, bastante tienen con lo suyo de no entender, de no valer para ser hombres y de tener que parir hijos que mueren cualquier día o a los que se los come un cerdo. Bastante tienen ellas.»"

Bibiana Candia Becerra, Novela premiada
Acabo de leer Azucre de Bibiana Candia. Es una novela dura, pero cargada de notas líricas. La historia es real: en el XIX el dueño de un ingenio en Cuba, aprovechando la situación de necesidad de la población gallega sumida en la hambruna y diezmada por una epidemia de cólera, llevó jóvenes gallegos a la isla para el cultivo y la zafra de la caña de azúcar. Hasta aquí todo normal, bien: se les prometía un jornal a estos rapaces que veían así cómo escapar del hambre que los diezmaba en su Galicia natal. Pero todo era una mentira. Nada más llegar eran obligados a trabajar en jornadas agotadoras, dormir sólo cuatro horas, y estar siempre al dictado del  amo que con el látigo los tenía a raya. No eran trabajadores, eran auténticos esclavos.

Orestes, el Rañeta, José el Comido, Amador el Tísico, Manuel Trasdelrío... junto a otros trescientos y pico rapaces más de apenas 17 años formaron parte en 1853 de esos «mil setecientos jóvenes que viajaron a Cuba para trabajar y terminaron vendidos como esclavos por obra de Urbano Feijóo de Sotomayor, un gallego afincado en la isla»
La historia es real, auténtica, y fue descubierta por Bibiana Candia en los archivos del Congreso de los Diputados. Le sorprendió que una aventura tan siniestra no hubiera alcanzado más resonancia popular en Galicia y el resto de España. Es por esto que esta escritora decidió escribirla, darla a conocer. El propio editor dice en la contraportada del libro 
«Estas páginas estremecedoramente hermosas, hipnóticas y evocadoras, alejadas de informes oficiales y fríos análisis, dan voz a los silenciados de este terrible suceso que en su momento constituyó un auténtico escándalo y que la memoria no puede ignorar.»
La novela histórica aventaja a la Historia con mayúscula en esto: en dar voz y vida propia a los auténtico hacedores de la misma, al pueblo anónimo que construye la Historia de un país, de una nación, sin pasar a las páginas impresas de la misma. La literatura tiene la virtualidad de que los adolescentes Orestes, el Tísico, el Rañeta y Trasdelrío, el Comido, Tomás el de Coruña y muchos otros rapaces se adueñen de estas páginas y nos cuenten en primera persona la terrible historia que padecieron. También las mujeres aparecen en la novela, si bien en un segundo plano, siempre sometidas al varón y bastante despreciadas por estos.

Bibiana Candia es escritora primeramente de poesía  (La rueda del hámster -Torremozas, 2013- y Las trapecistas no tenemos novio -Torremozas, 2016-), también de relatos (El pie de Kafka -Torremozas, 2015-), y de lo que ella misma denomina 'artefacto literario' (Fe de erratas -Franz ediciones, 2018-). Azucre (editorial Pepitas de Calabaza, 2021) es su primera novela. Desde su aparición se ha alzado con multitud de reconocimientos: Premio Nollegiu al mejor libro de narrativa en castellano 2021, el V Premio de las Librerías de Navarra al mejor libro en castellano de 2021, el Premio a la mejor obra escrita en castellano en el 35 Festival du Premier Roman du Chambèry, el Premio Espartaco 2022 a la mejor novela histórica en la Semana Negra de Gijón y el I Premio Novel Almudena Grandes que otorga el Gremio de Librerías de Madrid.

Ser poeta y adentrarse en la narrativa tiene consecuencias evidentes, la verdad es que todas ellas en mi opinión gratas. El lirismo invade el relato en forma de hermosos términos muchos de ellos referidos al mar y la marinería: beque (retrete de la marinería), bao (viga), marmitón (ayudante de cocina de un buque mercante); abanearse (moverse), batey  (lugar ocupado por las viviendas en un ingenio antillano)...; otros son propios de la 'terra galega' que vio nacer y crecer a la novelista (La Coruña, 1977) : brona (pan de maíz). cruceiro (característica cruz de piedra que se coloca en Galicia en la intersección de caminos), abarrotes (tienda que vende diversos productos alimenticios), ferrados (medida agraria usada en Galicia)...

Muchos recursos líricos aparecen y enriquecen este breve relato de apenas 80 páginas. Son los principales las repeticiones fónicas y los  paralelismos que contribuyen a dotar de ritmo y musicalidad a la narración. Estos procedimientos rítmicos aparecen tanto en períodos oracionales sucesivos [1] cuanto al inicio de una serie de párrafos que encabezan distintas secuencias o incluso en el interior de las mismas repitiéndose cual salmodia recordatoria [2]
  • «Ahí van, coitados, ahí van ellos, déjalos ir en paz, Señor, cuídalos, Señor, que nada malo les pase, Señor, no los dejes enfermar, Señor, que curen el hambre de su madre, Señor, que lleguen sanos y salvos, Señor, nuestro Señor.»  [1]
  • «con aperos nuevos de labranza, sachos, hoces y machetes» [2]
  • « Arrea, corta, dale.» [2]
El carácter lírico de Azucre se ve realzado con la recurrente utilización de la prosopopeya o personificación. Con la misma aplicada fundamentalmente a la naturaleza propia de Galicia y también a la de Cuba, la novela crece en magia y logra encantar al lector al introducirle en un medio natural de características animadas: 
  • «Los árboles pasan a su lado casi sin verlo»
  • «A la piedra nadie le pidió responsabilidades, no es fácil reponerse de ser utilizada como arma.»
La imaginería poética abunda en la novela de Bibiana Candia:
  • «Cierra los ojos y el estómago se le convulsiona otra vez en una náusea seca como el grito de un sordomudo.»
  • «la muerte del hijo mayor de sus padres lo ascendió de categoría y tomó heredada también la memoria.»

A todo lo señalado hasta aquí viene a unirse una estructura narrativa construida a base de breves secuencias, cual si se tratara de relatos cortísimos e incluso en algunas, que apenas si alcanzan las diez líneas de extensión, de auténticos microrrelatos. Diríase que más que una novela completamente desarrollada estuviéramos ante un esbozo de la misma.

Por último, volviendo al asunto que presenta y denuncia la autora, los personajes protagonistas de la novela, son víctimas de un engaño, de un terrible fraude humano, que produce en ellos un extrañamiento completo, total. El mismo llega incluso a la propia denominación de los objetos, de las cosas. La frase «COMO A ESTE LADO todo cambia, las palabras para llamar a las mismas cosas son otras» se repite con mucha frecuencia en Azucre. No hay mayor sensación de destierro, de deportación, de sentirse perdido en un mundo ajeno que la de estar ante una lengua extraña, distinta, diferente. Esto es lo que les sucede a Orestes, al Rañeta,  a José el Comido, a Amador el Tísico, a Manuel Trasdelrío... al llegar a Cuba. Es por esto que las riñas, los desencuentros y las peleas protagonizadas anteriormente en Galicia por estos jóvenes pierden en este contexto todo el sentido; ya no más se sentirán enfrentados, ahora todos ellos son compañeros solidarios ante la adversidad a la que se ven abocados. 

Galicia en el XIX, Cuba y los ingenios de azúcar
El látigo que el negro Jeremías hace restallar sobre sus espaldas si paran de trabajar o se rebrincan, la sangre que mana de sus manos destrozadas por el trabajo de cortar caña, el cepo al que son castigados por su conducta levantisca, incluso la muerte por extenuación.  Todos estos horrores me han hecho recordar la brutal novela El corazón de las tinieblas de Josep Conrad que un lejano día leyera y que el año pasado en este mismo blog revisité y reseñé. Naturalmente he de decir que Azucre no alcanza ni de lejos el nivel de terror, de tremenda inhumanidad, de la novela conradiana. 

Como conclusión diría que Bibiana Candia ha escrito una novela corta trabajada lo justo, necesitada quizás de más estudio y documentación, con una estructura muy equilibrada: 50% de vida de los chicos y sus familias en Galicia y durante el trayecto en el barco Villa de Neda hasta Cuba (los muchachos mantienen la ilusión, pese a las dificultades por las que pasan), un cuarto más -del 50 al 75%- en el que vemos a estos rapaces sometidos a la condición terrible de esclavitud, y por último el cuarto final del relato en el que se esboza la resolución de la trama. En mi opinión la novela daba para mucho más, el asunto que desarrolla en ella tiene un enorme potencial. Es por eso que en cierta manera la novela se me ha quedado un poquito corta. 

8 jun 2024

Un caballero en Moscú de Amor Towles

10 comentarios:
Novela histórica,Revolución soviética
Mi excelente amiga y bloguera, Rosa Berros Canuria, me dejó en el comentario que escribió a mi reseña de "El mago del Kremlin" de Giuliano da Empoli un mensaje que textualmente decía: «acabo de leer Un caballero en Moscú que no tiene nada que ver con este, más que el hecho de estar ambientado en Moscú, si bien lo está entre los años 1922 y 1954. El autor, Amor Towles, es estadounidense. Eso también puede ser una coincidencia, alguien extranjero que se sumerge en las costumbres y la forma de vida rusas. Te lo recomiendo si no lo has leído.»
Como veis su recomendación no cayó en saco roto. He leído la novela y me ha gustado, quizás algo menos de lo que presuponía, pero sí que es una obra que se lee bien y que muestra la evolución de un ser humano en un contexto muy complicado, lo buena persona que él es, su sabiduría en todos los aspectos de la vida (literatura, saber estar, música, relaciones humanas y adaptación a las circunstancias cambiantes de la vida)...

El autor realiza una crítica tranquila y sosegada del sistema soviético, en especial de la época estalinista. Muestra con ironía y humor las colas, la escasez, el fracaso de los planes quinquenales, la estupidez derivada de un igualitarismo excedido y excesivo, la destrucción de obras de arte del pasado por el mero hecho de haber sido realizadas por una clase dominante, etc., etc. Por contra, el aire fresco Amor Towles parece referirlo, dejando a un lado, claro, los afectos humanos, al sistema americano, a los EEUU: los periodistas norteamericanos son agradables, simpáticos y con ellos el protagonista puede hablar de cualquier cosa, los empresarios estadounidenses que quieren introducir sus negocios en la URSS sufrirán por la dejadez y falta de estímulos de los funcionarios soviéticos que deben aprobárselos, los agregados de la embajada americana es personal amigable, etc.

Como no podía ser de otra manera toda la novela gira en torno al caballero del título, el conde Aleksandr Ilich Rostov, protagonista del relato que, residente en el hotel Metropol de Moscú desde su regreso de París en 1918, un día de 1922 recibe la visita de funcionarios policiales que lo conducen a un juicio sumarísimo por ser miembro de la aristocracia del zarismo derrocado en la Revolución de Octubre de 1917. Su destino probable es el paredón por contrarrevolucionario. Afortunadamente esquiva el fusilamiento por un poema prerrevolucionario atribuido a él titulado "¿Qué ha sido de él?". Es este poema, muy jaleado durante los años que precedieron a la revolución de octubre, lo que librará a Rostov del ajusticiamiento. A cambio, por el mero hecho de pertenecer a la casta de la aristocracia será condenado a permanecer indefinidamente en su domicilio sin poder pisar jamás la calle. Dado que el conde Rostov llevaba cuatro años viviendo en el Hotel Metropol será este el lugar de su confinamiento. 

Diríase que Aleksandr Ilich ha sido afortunado. Sí y no tanto. Sí, porque su encierro no admite parangón con la perspectiva de la muerte, claro; no, porque será desalojado de la lujosa suite que ocupaba para ubicarlo en las dependencias que durante el zarismo destinaba el hotel para la servidumbre que acompañaba a nobles y funcionarios zaristas que se alojaban en él. Allí, en  una habitación abuhardillada de no más de siete metros cuadrados, Rostov deberá colocar las pocas posesiones que le permiten conservar en su poder: el retrato de su fallecida hermana Helena, el escritorio del Gran Duque Demidov, el reloj de dos repiques de su padre, dos botellas de coñac, los gemelos de teatro de su abuela, algunos libros como los Ensayos de Montaigne de la biblioteca de su abuelo... Poco más. Afortunadamente, un caballero, como el protagonista de la novela de Amor Towles, sabe conformarse
«Comprendiendo que un hombre debe dominar sus circunstancias para que éstas no lo dominen a él, el conde pensó que valía la pena plantearse cuál era la mejor manera de conseguir su objetivo, tras haber sido condenado a un confinamiento de por vida.»
El conde Rostov vive bastante feliz en el Metropol. Es un hombre muy bien considerado por los empleados del hotel desde el botones Petia hasta el director Josef Halecki («uno de esos raros ejecutivos que habían llegado a dominar el secreto arte de delegar [...] que curiosamente, encima de su mesa no había ni un solo papel; que su teléfono casi nunca sonaba; que junto a una de las paredes había una tumbona de color burdeos con cojines aplastados»). Y entre ambos toda una serie de personajes importantes como Andréi, el maître del restaurante «con su porte impecable y sus manos largas y juiciosas»; Vasili, el inimitable conserje del hotel;  Marina, «recientemente ascendida de camarera a costurera»; Arkadi, el recepcionista del hotel; Tania, la encargada del guardarropa; Emile Zhukovski, el chef de la cocina; Audrius, «el barman del Chaliapin, un lituano de perilla rubia y sonrisa fácil», Abram, el anciano empleado de mantenimiento con el que el conde mantiene profundas conversaciones en la azotea del edificio...

Al staff del hotel, central en este relato, hay que añadir otros personajes, femeninos y masculinos, muy importantes en la trama. El primero es naturalmente Nina Kulikova, una niña de nueve años muy despierta, inteligente y avispada, que se hace amiga del conde al que enseñará todos los secretos del hotel; otro personaje femenino de la mayor importancia es la actriz Anna Urbanová, exitosa estrella de la época muda del séptimo arte que verá declinar su prestigio según que el cine hablado se vaya imponiendo.  Ambas mujeres serán muy importantes para Aleksandr Ilich Rostov: la primera, pasado el tiempo y convertida en una bolchevique idealista de libro, le dejará un regalito en forma de personita de cinco años llamada Sofía que con los años el propio Sasha (así llamaban familiarmente al conde Rostov) tendrá por su propia hija; la otra, la Urbanová es una mujer libre e independiente con la que el conde mantiene relaciones periódicas. 

De los masculinos habría que citar a los norteamericanos agregados de la embajada estadounidense que visitan el bar del Metropol con asiduidad. Destaca el capitán Richard Vanderwhile con el que Rostov hará muy buena amistad; también está un comerciante que se las ve y se las desea para introducir productos en la URSS. De entre los rusos no podemos olvida a Víktor Stepánovich, profesor de piano de Sofía y amigo de Rostov;  en la resolución de la trama la música y este profesor intervendrán activamente. Y si la música marca en parte el desenlace de Un caballero en Moscú, es la poesía, la que, como ya se ha visto, provocó el encierro de Aleksandr Ilich en el Metropol evitándole la muerte. Próximo, muy próximo a la creación poética y literaria en general, está Mishka, amigo de Rostov desde su época universitaria. Mishka es un idealista que se resiste a eliminar de una publicación realizada por él una velada referencia a que en Occidente había algunos panes mejores que los rusos. Esta nimiedad le ocasionará serios problemas.

En la novela hay, como se adivina por lo dicho, muchas referencias a la música y a la literatura. Las musicales tienen por protagonista al príncipe Nikolai, al profesor Stepánovich y a Sofía, quien triunfará internacionalmente gracias a las dotes que demuestra tener al piano: los Nocturnos de Chopin, los Conciertos de Brandeburgo de Bach, la Sonata para piano n.º 1 en do mayor de Mozart, o el Concierto para piano n.º 2 de Rachmáninov son, entre otras muchas creaciones e intérpretes, mencionados por Amor Towles en la novela. 
De la misma manera, pero referidas en este caso a la literatura, Mishka y el propio Rostov mantienen no pocas conversaciones cuyo centro es la misma. Algunas están referidas a la esperanza, truncada posteriormente, que la revolución supuso en no pocos artistas como Maiakovski
«Mishka se dirigió a la Casa Central de Escritores, pasó por delante de la estatua de Gorki donde antaño se había erigido la pensativa estatua de Gogol
 [...]
en 1934 Stalin convenció a Gógol, que se había instalado en Italia, para que regresara a Rusia, y le ofreció la mansión de Riabushinski, desde donde podría presidir la consagración del Realismo Socialista como único estilo artístico de todo el pueblo ruso. «¿Y cuál ha sido la consecuencia?», le preguntó Mishka a la estatua. Todo se había echado a perder. Bulgákov llevaba años sin escribir ni una sola palabra. Ajmátova había abandonado la pluma. A Mandelstam, que ya había cumplido su condena, habían vuelto a detenerlo. ¿Y Maiakovski? ¡Ah, Maiakovski»
Tiene la literatura, y no sólo la rusa, significación especial en Un caballero en Moscú. Desde el principio notamos ya su importancia en esos Ensayos de Montaigne que Rostov salva de su suite y que luego Nina y la misma Sofía leerán con mucha atención. Pero en general a lo largo de toda la narración el autor hace uso frecuente de imágenes y analogías entre la realidad y la ficción literaria:
«En la isla de Creta, Teseo tuvo a su Ariadna con su mágico carrete de hilo para salir sano y salvo de la guarida del minotauro. Por las cavernas donde habitan sombras espectrales, Ulises tuvo a su Tiresias, del mismo modo que Dante tuvo a su Virgilio. Y en el Hotel Metropol, el conde Aleksandr Ilich Rostov tenía a una niña de nueve años llamada Nina Kulikova»
Por último no quiero dejar sin destacar la peculiar manera que tiene el narrador de ir explicando el quehacer literario que la realización del relato que cuenta le está suponiendo. La metaliteratura hace acto de presencia no pocas veces en la  novela a través de las llamadas que el narrador hace a los lectores a quienes se dirige. Es este dirigirse a los narratarios procedimiento característico y frecuente entre los novelistas del XIX e incluso antes en los creadores de cuentos maravillosos dirigidos a niños:
  • «una vez aclarado que no es necesario que os molestéis en recordar el nombre del príncipe Petrov, debería comentar que, pese a la breve aparición del individuo de cara redonda y con entradas del próximo capítulo, a él sí deberíais conservarlo en la memoria, ya que años más tarde tendrá un papel muy importante en el desenlace de esta historia.»
  • «Pero. . . Un momento. Nos estamos adelantando a los acontecimientos.»
  • «Al leer esto, quizá estéis tentados de preguntar, con cierta ironía, si el conde Rostov, que se jactaba de ser una persona con dignidad, se permitía escuchar las conversaciones privadas de los comensales. Pero vuestra pregunta, como vuestra ironía, estarían fuera de lugar. Porque, como sucede con los mejores sirvientes, los camareros competentes tienen que oír lo que se dice a su alrededor.»

También el humor aparece en no pocas ocasiones. Unas veces Amor Towles lo hace flirteando con el propio quehacer literario:
«Es que hay otro suceso que todavía no he relatado: mañana hará diez años que, mientras yo estaba en París dejando pasar el tiempo, mi hermana falleció. 
—¿Murió... de pena? 
—Las jóvenes sólo mueren de pena en las novelas, Charles. Murió de escarlatina.»
Pero el humor, a veces convertido en sarcasmo y casi siempre en formato irónico, se centra sobre todo en la crítica del sistema soviético. Que el pobre Mishka padeciera persecución por su opinión sobre la inferioridad del pan ruso frente a alguno realizado en occidente ya es de por sí muestra de humor trágico. Pero estás abundan por doquier:
«Así que, a la manera de aquel que en el Génesis ordenaba «Hágase esto» o «Hágase lo otro» y se hacía, cuando Soso [Stalin] declaró: «La vida ha mejorado, camaradas», la vida. . . ¡mejoró!» 
«Los bolcheviques no sólo trataban la misma clase de temas un día tras otro, sino que además manejaban unas opiniones tan reducidas con un vocabulario tan limitado que, inevitablemente, tenías la sensación de haberlo leído todo antes. Hasta que llegó al quinto artículo, el conde no se dio cuenta de que, de hecho, ya lo había leído todo antes.»

También existe humor blanco, quiero decir, sin referencias políticas o de escasa entidad de haberlas. Este tipo de humor a mí me encanta:

«He visto a taxistas relacionándose con comisarios y a obispos con estraperlistas; y, como mínimo en una ocasión, he visto cómo una joven conseguía hacer cambiar de opinión a un anciano.»

URSS,Rusia,Stalin
Finalizo señalando un recurso en esta narración que ha llamado mucho mi atención. Me refiero a una serie de notas a pie de página que aparecen en algunos momentos de la narración; en ellas el propio narrador se explaya sobre algún aspecto del propio relato de ficción que está escribiendo. Con este recurso parece querer dar aspecto de realidad comprobable a la pura ficción que la novela es. En estas notas, a veces se introducen verdaderos datos históricos que refuerzan la crítica al sistema soviético que en el fondo realiza el autor de este libro. Un ejemplo de esto es la referencia que en nota aparte hace el narrador cuando Nina, voluntaria e idealistamente, contribuye a la colectivización de las producciones agrícolas. Tras arrebatárselas a los kulaks (propietarios que eran quienes sabían trabajarlas) las tierras bajaban continuamente su producción y la hambruna se extendió de modo imparable. Para evitar que se conociera este estado de cosas «los campesinos tenían prohibido entrar en las ciudades y los periodistas de las ciudades tenían prohibido ir al campo; se suspendió el reparto de correo privado y se taparon las ventanas de los trenes de pasajeros.»

Ya lo he dicho al principio, la novela me ha agradado mucho. Es una novela distinta, crítica, histórica, con toques de humor, con variadas referencias culturalistas, que muestra la producción de un relato haciéndose, con variadas referencias metaliterarias... Una novela en la que la literatura sale reforzada por encima de todo.

Tras finalizarla, me he enterado de que existe versión televisiva de la novela. He visto dos entregas de las seis o siete que forman la serie y diré que me parece muy fiel al relato novelesco. Sin embargo creo que la novela es muy superior a la versión fílmica o al menos así me lo ha parecido a mí hasta el momento.

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Nota.- Con Un caballero en Moscú de Amor Towles cumplimento la letra T del Reto 'Autores de la A a la Z'