« Los migrantes no son enemigos de nadie. Los migrantes son personas que van de paso y lo único que desean es atravesar una nación lo más desapercibidos posible. No les importan los conflictos religiosos o territoriales, ni tienen nada que ver con las reivindicaciones de unos o de otros.»
Esta gruesa novela (casi 800 páginas) me ha tenido entretenido cerca de dos semanas de este mes de junio.
Va de la investigación que dos jubilados recientes realizan de los riesgos que corren los migrantes africanos desde que salen de sus países hasta que logran llegar a España.
Mi antiguo y muy buen amigo
Ángel Suárez me recomendó la lectura de este libro. Me sorprendió, no por la recomendación dado que Ángel es hombre culto amante de la lectura, sino porque al recomendármelo me dijo de él que se trataba de una '
novela de barra'. ¿Novela de qué?, dije para mis adentros, si bien no me atreví a pedirle en ese momento la aclaración oportuna por si hubieran sido mis oídos los culpables de esa intelección, sin duda alguna equivocada o como poco equívoca. Otra sorpresa fue comprobar la longitud en páginas de la obra, nada más y nada menos que 740. Bueno, pensé, habré de tomármelo con calma.
Efectivamente me he tomado esta novela con muchísima calma y, dado su enorme número de páginas del libro, decidí combinar su lectura con la de otros títulos, en principio menos onerosos. Así, durante los tres meses transcurridos desde que por vez primera abrí las tapas del mismo y hasta que ayer mismo lo di por concluido, he leído como poco ocho libros más; de la mayoría de ellos he dejado, en forma de reseñas, cumplida muestra en este blog. Fue precisamente una conversación entre Ángel y yo a propósito de felices estados y efemérides familiares la que me animó, hará no más de quince días, a avivar mi muy pausado ritmo lector y regresar presto a El regreso de Ramón Cabezas de Herrera que tenía muy abandonado para rematarlo debidamente.
Sobre las citadas dos sorpresas iniciales diré que pronto solventé y resolví satisfactoriamente ambas. Lo de "novela de barra" aparece definido con diáfana claridad ya en el primer capítulo del libro cuando Antonio y Ramón, los dos protagonistas de El regreso, en uno de sus madrileños encuentros cerveceros de los miércoles conversan con su amigo Emilio. Al hilo de ésta Emilio le pregunta al narrador, en ese momento Ramón, por el ensimismamiento que percibe en Antonio y por esa novela -Batalla de la Oreja de Jenkins- que al ser requerido por él le acaba de nombrar. Ramón le explica:
«hemos inventado un nuevo género literario: “La novela de barra”. La que se va gestionando de bar en bar, de barra en barra. Pérez Reverte y Vargas Llosa se documentan en restaurantes y viajes de lujo, nosotros, en cambio, estamos en otro nivel y nos conformamos con la barra de los bares de Madrid. Como mucho, si hace calor, en las terrazas.»
Aunque a esa altura del libro la adscripción al nuevo género literario la realizan a propósito de la supuesta otra novela que estaban escribiendo, la verdad es que con reiteración a lo largo de El regreso aparece la expresión. Y es que a los protagonistas españoles de este libro, Antonio y Ramón, junto a sus otros colegas -Andrés, Luis y Emilio-, lo que más les gusta es departir y compartir experiencias entre ellos, mientras almuerzan y toman unas buenas cervezas en alguno de los bares madrileños que frecuentan: "El abuelo" de la calle Goya, "La Fábrica" de la calle Sagasta o el bar del "Espía" de la calle Alcalá. A lo largo de las páginas de la narración, en su deambular africano, el deseo de estar ante una buena jarra helada de cerveza es obsesivo para ambos.
Sobre el alto número de páginas he de confesar que la novela no se me ha hecho pesada para nada, dado que el estilo fluido y sencillo que su autor, Ramón Cabezas de Herrera, despliega a lo largo y ancho de la obra hace que las mismas se lean con voracidad y discurran sin sentirlo.
La historia que se relata en el libro, expresada de manera escueta, es la siguiente:
Dos médicos mayores, al borde ya del retiro, deseosos de ocupar sus horas e impactados por la tragedia humana de la migración africana hacia Europa en general y a España en particular, deciden vivir personalmente la aventura de venir hasta nuestro país de la misma manera que utilizan estos migrantes. Para ello viajan en avión hasta Abuya en Nigeria, aunque será en la nigeriana ciudad de Kano, lugar donde les han dicho se concentran muchos migrantes subsaharianos, donde comenzarán a vivir junto a ellos el trayecto de venida hasta España, para ellos "el regreso". Antonio y Ramón, los dos jubilados españoles, buscan un guía entre los migrantes. El puesto lo ocupará Lundi, un chico de Malí que encuentran una mañana a las puertas del hotel de Kano donde ellos han pasado la noche. Con Lundi pasarán a Níger huyendo de la brutalidad del grupo islamista Boko Haram que se mueve a su antojo por el norte Nigeria; ellos dos serán testigos de sus actividades y estarán a punto de caer en sus manos. Por esto desean abandonar Nigeria confiando que en Níger a los tres todo les irá mejor.
Será en Níger donde, esperando uno de los autobuses piratas que se lucran con el transporte de ilegales, encuentran a una joven en muy mal estado de salud. Se trata de Kora, chica a la que los dos españoles medicarán, rehidratarán y alimentarán para intentar sacarla adelante, algo que consiguen con mucho esfuerzo y algo de suerte. La amistad entre los cuatro se afianza y juntos cruzarán todo Níger camino de Argelia. Ya en Argelia recorrerán en autobuses regulares los innumerables kilómetros que los separan de la ciudad de Orán desde donde les han dicho que parten pateras con destino a Cabo de Gata.
Lo más curioso de este libro es que se cuenta como si se estuviese escribiendo al hilo de los sucesos que acontecen. De ahí que la redacción se haga normalmente en tiempo presente de indicativo. Curiosamente en esta redacción se interpolan a menudo paréntesis con los que -unas veces, los narradores Antonio y Ramón; el propio autor, otras; o los cinco amigos de barra de bar, con mayor frecuencia- se interrumpe el relato para introducir juicios, opiniones, críticas o recomendaciones sobre lo que a los lectores se nos está ofreciendo. El lugar de los lectores está representado en la novela por los tres amigos -Emilio, Luis y Andrés- de los dos protagonistas. Estos paréntesis aparecen ya en el capítulo primero: «(¿Tú crees que en esta historia caben los refranejos? La verdad es que no, pero se me amontonan en la sesera, pugnando por salir y, a veces, no puedo retenerlos. Prometo enmendarme en lo posible)». Es clara ya, desde el principio, por parte del autor la intención de innovar mediante este procedimiento. Procedimiento que mantiene a todo lo largo y ancho del relato que distribuye en 46 capítulos. Otros ejemplos de estos paréntesis:
- «(¡Eso es! Como si fuerais una estatua de mármol. Yo, al menos, cada vez me parezco más. Y demos gracias a Dios, porque nuestras rodillas izquierdas van aguantando razonablemente bien a pesar de ser nuestros puntos flacos. Las de los dos).»
- «[...]¡Vaya! Echaba en falta a mi alter ego tanto tiempo calladito. Me dijiste que me callara y no he intervenido mientras no lo has necesitado.[...]»
- «(¡Ya está bien de aclaraciones innecesarias! Si no las pongo, no podemos enterarnos bien de cómo es el señor. ¡Pues ya lo sabemos! Ya lo dejo, ya).»
Además de lo innovador del procedimiento de la escritura parentética, dentro de ella me ha llamado doblemente la atención que, aun tratándose muchas veces de diálogos, el autor no haga uso de los signos gráficos [guiones y tal] que habitualmente se emplean en ellos. Está claro que Ramón Cabezas de Herrera busca deliberadamente la sorpresa en el lector. A mí desde luego me ha sorprendido. Pero mucho más, y en esto vengo a coincidir con los amigos de bares madrileños de los protagonistas, con la no identificación durante toda la narración de quién narra o de quién está hablando. Este hecho, he de confesarlo, a veces me ha provocado problemas de intelección. Menos mal que los narradores son sólo dos y que los personajes de la trama son sólo cuatro principales más algunos secundarios, participantes en momentos muy puntuales (por ejemplo Míchel, el patrón de la patera argelina, o el conductor amable del autobús que los conduce hasta Orán); en estos casos la incomprensión se salva al quedar clara la alternancia entre unos y otros hablantes. No sucede lo mismo en el caso de los narradores, algo que el propio autorm transformado en alter ego de Ramón o de los amigos madrileñosm expresa en uno de estos paréntesis:
«(¡Vaya lío que armáis contando la historia un rato cada uno! ¿Qué importa quien la cuente, si la historia es la misma? ¡Ahí me has pillado! Mejor me callo, pero ya que es lo mismo, contadla uno de los dos y dejad en paz a los lectores con tanto cambio de narrador. Tienes razón y es posible que lo tengamos en cuenta. O no. ¿Por qué no podemos entretenernos los dos?)»
Siguiendo con el asunto de la forma, es evidente que Ramón Cabezas no quiere realizar una novela al uso. A lo de recurrir a los paréntesis se suma una cierta aversión, o al menos crítica, a la utilización de figuras literarias. Es quizás una de las escasas diferencias entre ambos narradores. Parece que Ramón gusta más de las mismas que Antonio quien de vez en cuando le recrimina esa manera de escribir:
«Fragatas y corbetas. ¡Y submarinos! Y otros barcos de traslado de tropas y de apoyo. Y ahora no molestes que vamos a maniobrar para que no nos pase por encima ese barco.
(Lo haces simplemente por molestar. ¿Qué hago? Usar figuras retóricas, conociendo que no están bien vistas. Lo que nunca he comprendido es por qué a unos se les permiten y a otros, no. A mí me agrada el polisíndeton y a quien no le guste que no lo use).»
Es evidente en toda la novela la poca presencia de recursos retóricos, algo que los dos narradores -y seguramente también el propio autor- comparten dado que ellos no quieren apartarse mucho de la realidad y para eso estiman que utilizar poco la imaginación es esencial («los dos estamos de acuerdo en que lo mejor es copiar la realidad. Cuanto menos usemos la imaginación, mejor nos salen las historias.»).
Esta aversión a lo más puramente literario enlaza también con la crítica que tanto al inicio (Prólogo) como al final (Epílogo) de la novela se realiza a la labor de los gramáticos. Al principio el autor se pone la venda antes de la herida a propósito de la tilde en diptongos e hiatos, pidiendo la comprensión de los lectores. Al final la burla sobre los gramáticos es más feroz con ese cuento de los gramáticos perdidos en la selva que a punto estuvieron de ser devorados por los caníbales. Quizás la pertenencia a la profesión médica de los narradores, por boca de quienes habla el propio autor también médico de profesión, influya en esa cierta rechifla sobre la consideración de ciencia que suelen atribuir a la Gramática académicos y lingüistas y que Ramón claramente no comparte:
- «Yo me arrepiento de haber engañado a la humanidad, queriendo conferir un aspecto de ciencia a nuestras patrañas sin más sentido que darnos postín.»
- «Me invento hiatos y figuras retóricas, inexistentes solo para presumir ante los demás»
- «Nuestra ciencia es una farsa.»
Yo que me he pasado toda mi vida profesional insistiendo a los jóvenes sobre la importancia de la retórica en literatura, el respeto a las normas dictadas por la RAE y el innegable cierto cientifismo contenido en la lingüística, estas afirmaciones me han provocado sentimientos contrapuestos: risa, pues considero que esa es la primera intención del autor; e irritación al ver cómo una equivocada y desgraciadamente frecuente opinión popular se plasmaba en una novela, o sea, en una obra literaria.
Y es que pienso que El regreso es literatura y que el escritor tiene clara conciencia de estilo. Un estilo del que ya he señalado alguna característica y del que quisiera destacar otra que me ha gustado sobremanera. Me refiero a esa desambiguación frecuente que como recurso estilístico Ramón Cabezas realiza de manera constante en el libro:
- «Nuestras cabezas espolean los pies y los ánimos no están para intentar detenerlos. A los pies.»
- «y si algunas veces la perdemos de vista, mejor aún. La guerra urbana. La carretera también.»
- «el estado de ánimo que mejora ostensiblemente cuando las vemos repletas de provisiones. Las mochilas.»
- «Kora es poca cosa, menuda, pero agradable. Ya no se pone la amplia gorra que le cubría media cara. Le encanta lucirla entera. La cara.»
- «En cualquier hospital le hubieran hecho análisis de iones para ver cuáles tiene bajos y cuáles no. Nosotros nos damos por contentos con normalizar los que tengan las patatas fritas y de los otros, los que no tienen las patatas, mejor no enterarnos. De los iones.»
En cuanto a la intención perseguida por el autor con este libro creo que, su pretensión de mostrar las miles de dificultades y penurias que sufren y por las que pasan los migrantes subsaharianos en su trayecto hacia Europa, la alcanza sobradamente. La muerte que ronda a los migrantes por hambre, sed, insolación, ahogamiento, o a manos de radicales islámicos; el miedo a la policía de los países que deben cruzar...; la violencia en forma de palizas o de violaciones; las enfermedades que les rondan por el camino; la indigencia en la que pueden caer al ser constantemente sableados por las mafias y por los mismos vigilantes de la ley a los que deben pagar caprichosas cantidades de dinero si es que quieren seguir viaje; y también el peligro que corren de ser encarcelados primero para ser repatriados después o ser abandonados en el desierto a su suerte... Todo esto queda muy claro en la narración.
Aunque la idea de Antonio y Ramón era la de infiltrarse en un grupo de migrantes y realizar el regreso hasta España inmersos en esa misma condición, hay que decir que como acomodados europeos amantes de la aventura ambos personajes realizan la arriesgada empresa con las espaldas suficientemente cubiertas. Siempre salen a flote gracias al dinero que poseen y que reparten con prodigalidad digna de alabar, de manera que hasta ellos mismos llegan a cuestionarse que no son una ONG; el hambre y la sed, aunque la ven en otros, jamás ellos la sufren; cuando están muy muy cansados siempre hallan descanso en algún establecimiento hotelero... En fin, es el primer mundo haciendo una visita al tercero. Ellos mismos que se disfrazan de periodistas ante los africanos, que les inquieren sobre qué hacen dos blancos en ese camino que siguen los migrantes negros, son conscientes de su situación de privilegio
«La verdad es que al paso que avanzamos, el viaje va a terminar mucho antes de lo que pensábamos al salir de Madrid. Es lo que tiene llevar algunos euros de sobra en el bolsillo sin preocuparse de conseguirlos en cada ciudad que se atraviesa para poder embarcar un tramo más. Subirse a un autobús sin billete y sin dinero ya sabemos lo que cuesta. Simplemente la vida, que te la quitan sin la más mínima consideración»
Esta situación se trasluce a lo largo de toda la novela. Los dos españoles ven lo que sucede a su alrededor desde una posición superior, como unos científicos que analizan un cuerpo al microscopio. Siempre Europa, y en especial España, aparecen citadas como ejemplo a seguir; por contra los países por los que pasan se despachan con frases casi siempre negativas
- «en la zona sur de Argelia, en las montañas que vemos al frente, actúa Al Caeda y el respeto a los periodistas occidentales lo han trocado en un odio visceral hacia ellos. La moda en esta zona es decapitarlos a cuchillo»
- «Por supuesto que esta nación es un infierno. Todos estos países conforman la confederación del mal. Y este que creíamos que iba a ser el fin de nuestros males, ha resultado el peor de todos.»
-
«Tras los postres nos tomamos sendas copitas de coñac, dos, a mí no me apetecía y la cambié por ron. Kora no quiso copa y solo tomó agua. Lo hicimos como protesta a todos los países islámicos que hemos atravesado en los que estaba prohibido el alcohol. ¡Que se fastidien!»
Al finalizar la lectura de esta larga 'novela de barra' quedo con la sensación de haber leído un buen reportaje periodístico sobre la tragedia y las vicisitudes sufridas por la migración subsahariana. Decir reportaje periodístico no es peyorativo, ¡para nada!. Más bien, al contrario, su lectura me ha servido para informarme sobre esos países de los que apenas se habla (Nigeria, Níger, Argelia, Malí...), he paseado por las calles y plazas de ciudades como Abuya, Zínder, Kano, Agadez, Tamanrasset, In-Salah, Orán... como si de una guía turística se tratase. Y además de los paisajes, conocer usos y costumbres de esas zonas me ha gustado.
Antes de concluir quisiera señalar, siquiera de pasada, la presencia de vez en cuando en el relato de referencias culturalistas interesantes, la mayoría de ellas literarias. Son símiles, muy abundantes en la novela, de una situación con algún pasaje de El Quijote; otras veces las mismas se van a obras y a autores menos conocidos por el público general, cual es el caso del Orlando furioso de Ludovico Ariosto o del contemporáneo escritor gaditano José Caballero Bonald; incluso salta de la literatura al cine, moviéndose en ambos mundos, cuando alude al cartero que siempre llama dos veces:
- «Nos relajamos al descubrir al causante del ruido y no puedo menos que acordarme de la felicidad que invadió a Sancho Panza al descubrir que el estruendo que le quitaba el ánimo no era otro, sino el que producían unos batanes que tenía al lado y la noche se los ocultaba.»
- «Me da la sensación que, de seguir así, esto se va a convertir en un nuevo campo de Agramante.»
- «La suerte no llama dos veces, como los carteros»
En definitiva,
El regreso de
Ramón Cabezas de Herrera es un libro, una historia, una novela, una '
novela de barra', que se lee con gusto y que muestra un aspecto de la realidad poco conocido desde dentro. Cuenta la aventura realizada por dos jubilados ya artríticos que sobreviven gracias a los euros de que disponen, a la suerte, y al deseo que constantemente se les aparece de regresar a su confortable día a día de esos madrileños miércoles cerveceros:
- «¡Cuánta razón tenían los compañeros de la cerveza de los miércoles! Ya se nos ha pasado la edad de correr aventuras. Por primera vez en todo el trayecto me veo viejo, cansado, con ganas de llegar a casa.»
-
«Solo echamos de menos la costa española en vacaciones, las terrazas madrileñas, las playas con los chiringuitos…»
Sobre el autor
Además de saber que Ramón Cabezas de Herrera es extremeño como mi amigo Ángel Suárez poco conocía de este médico oftalmólogo ahora escritor. Creo que la información que de él se da en la contraportada de la novela es muy clara. Nada puedo añadir yo que pudiera mejorarla.