Cinco grandísimos actores se encargan de llevar a buen puerto esta fantasía. Ramón Fontserè (Cipión) y Pîlar Sáenz (Berganza) componen sus personajes con maestría al lograr añadir a su ineludible forma humana artes y maneras propias de los canes: el modo como mueven sus ‘patas delanteras’ (“manos”), sus aullidos perro-humanos, su vestuario y en especial sus cinturones-rabo, etc., revelan una gran atención e interés en la creación de sus personajes. Los otros tres actores se encargan de dar réplica, corporeidad y verosimilitud a lo que estos dos perros habladores discurren y cuentan. Así Manolo (Xevi Vilà), el vigilante nocturno de la perrera a donde han ido a parar con sus huesos estos dos canes ya longevos, será el que en su simplicidad escuche las razones e historias acaecidas a los dos chuchos. Manolo será el nexo con la contemporaneidad. Y por último Xavi Sais y Dolors Tuneu dan forma y presencia a todos aquellos seres (amos, pastores, defensores de los animales, etc.) con los que han topado en su vivir Cipión y Berganza.
Si los actores saldan su actuación con sobresaliente alto no cabe decir menos de la puesta en escena: sencilla, con economía de medios (sólo un largo cajón rectangular como decorado); una buena utilización de la luminotecnia para marcar la noche justificadora del fenómeno de que dos perros hablen con juicio y la llegada del día con la pérdida del don; el recurso clásico y resultón de la media máscara para dar presencia y ‘verdad’ a los distintos personajes no perrunos (Bonnie y Clyde, el Pastor y el Pastor-Mohamed, el Veterinario y su ayudante, Luisete y su amiga la defensora de los animales, la Policía de aeropuerto, etc., etc.); el vestuario, la música…
La divertida escena del veterinario |
¡Ah! ¿Y Cervantes dónde para? Pues bueno, aunque Els Joglars se cubren las espaldas al hablar de adaptación libre, el manchego aparece y reaparece con frecuencia en el diálogo sostenido por los perros: ahí queda su opinión sobre el género pastoril, sobre la libertad, sobre los vigilantes que duermen incumpliendo su obligación, sobre la bestialidad de ciertos humanos, etc. En mi opinión en Cipión y Berganza sí cabe reconocer a su creador, aunque no tanto en el resto; pero habida cuenta de que el resto en la novela ejemplar original es fruto del narrar de estos dos animales ¿por qué no se podría darle cuerpo en figuras propias del siglo XXI?, ¿acaso no es ese el concepto de clásico: ser pertinente, tener actualidad y decir algo que interese o conmueva a los lectores y/o espectadores de otras épocas?
Y por último, un rotundísimo bravo a esta compañía teatral que con inteligencia ha sabido dejar a un lado, en esta obra al menos, su habitual crítica antinacionalista catalana. Sabido es que quienes –los nacionalistras, se entiende-viven de la reclamación perpetua precisan constantemente del zarandeo y agresión para henchir de razones su vacía, pertinaz y cansina protesta. ¡¡Bravooo!!