Una muy buena amiga, conocedora de mis gustos literarios, me obsequió las Navidades pasadas con este título de Rafael Chirbes, autor valenciano desaparecido hace poco más de dos años (†15/8 /2015). Desde enero la novela ha estado quieta, callada y humilde, aguardando que la tomase entre mis manos. Por hache o por be, o sea, no sé a ciencia cierta por qué, yo no atendía su llamada; pienso que la calidad del autor, contrastada por mí en su excepcional "En la orilla" (leer su reseña aquí), me llevaba inconscientemente a pensar que me encontraría con un escrito muy inferior a ella, pero estaba muy equivocado.
Soy consciente de que formo parte del común (-ahora está muy en boga esta palabra, que alterna con 'Común' con mayúscula y 'En Común'-), del común de los mortales, quiero decir, que llegó hasta el escritor de Tabernes de Valldigna a través de la adaptación a televisión en 2011 de su novela "Crematorio" que mostraba, de un modo nunca visto por mí hasta entonces, la prepotencia de la clase dominante española capaz, para conseguir beneficio económico, de arramplar sin problema de conciencia alguno con todo y/o con cualquiera que se pusiese por delante. El asunto que se trataba allí, junto a la magnífica actuación en el papel del constructor Rubén Bertomeu del actorazo que fue Pepe Sancho, me hicieron interesarme por este escritor que yo conocía pero del que nada hasta entonces había leído. Mi iletrado conocimiento de su persona me había llegado a través de unas conferencias que, durante el último año del siglo pasado y sobre el futuro de la novela española en el que se avecinaba, se hicieron en ahora no recuerdo si fue la Biblioteca Nacional o la Fundación Juan March. El Chirbes conferenciante me pareció un hombre muy vital, muy animoso, muy crítico, un hombre que vivía su oficio de escritor con una fuerza por mí pocas veces vista. Sólo me quedaba comprobarlo por mí mismo, y así lo he hecho por ahora con la que le sirvió para ser galardonado con el Premio Nacional de Narrativa 2014, "En la orilla" y con ésta, "La larga marcha".
Mi comentario
"La larga marcha" se estructura en dos partes. En la primera titulada "El ejército del Ebro" nos encontramos, finalizada ya hará casi diez años la guerra civil, con una serie de familias de diversas localidades españolas: en Fiz, Asturias, la familia de Manuel Amado Couto; en Bovra, Valencia, los hermanos Vidal: Raúl y Antonio; en Salamanca la familia de Pedro del Moral formada por sus dos hijos: José Luis y Ángel; y ya en Madrid, malviviendo, otras muchas como la de Vicente Tabarca y su mujer Luisa Montalbán que tienen dos hijas: Alicia y Helena; la de Luis Coronado que vende cigarros sueltos y lo que se tercie junto a su mujer Elvira Rejón que trabaja en casa para una camisería; los aruinados hermanos Seseña -Roberto y Gloria- que vivieron la guerra ocultos en el Madrid republicano y que ahora en los cuarenta y cincuenta saldrán adelante uno, Gloria, casándose con su antiguo empleado y hoy próspero promotor inmobiliario Ramón Giner, y el otro, Roberto, casado con Mariló Muñiz, aceptando las condiciones caudinas impuestas por su yerno de abandonar la casa familiar; etc
Una novela coral
Todos estos seres sobrellevan la dura posguerra como pueden, pero en general, salvo los Giner que se están forrando con el negocio inmobiliario, malamente. El hambre, la represión interior, los abusos y movimientos de población por la construcción de enormes obras públicas, el estraperlo, la picardía para poder llevarse algo a la boca, la decepción de parte de los que lucharon al lado de los vencedores, la humillación de los perdedores... son los constituyentes de la España que Chirbes nos dibuja en esta primera parte, durante cuya lectura constantemente acudían a mi memoria esos otros personajes, desvalidos como éstos, que en 1950 crease Camilo José Cela en su novela "La Colmena". Como en aquella los personajes de "La larga marcha" más que individualidades son elementos de un ente superior, el pueblo español. Sin embargo, a diferencia de la obra del autor de Iria Flavia que circunscribía el campo de su análisis a la ciudad de Madrid, Chirbes abre el espectro y lo extiende a todo el país. La constatación que tenemos tras la lectura de las distintas secuencias que conforman este primer apartado es el de una España chata, gris, apagada, fea, triste, humillada. Una España en la que todos han resultado perdedores, incluso los vencedores, como el camisa vieja Pedro del Moral que subsiste mal que bien boleando zapatos, que diría un argentino, en el salmantino Café Novelty.
Todo un mundo de contradicciones
Los personajes deben tomar decisiones contrarias muchas veces a sus verdaderos deseos, decisiones que les vienen impuestas por las férreas condiciones en que se desarrolla la vida del país. Por esto las aguas de un pantano en construcción harán que Rosa Moura y Manuel Amado emigren a Madrid o que su hermana Eloísa decida, con sorpresa para todos, casarse con Manuel Pulido, guardia civil enviado a la localidad; Vicente Tabarca, médico con principios donde los hubiera, deberá realizar prácticas médicas no legales para sacar adelante a sus dos hijas y así prosperar; algunas de las mujeres casadas sufrirán engaños que aceptarán por parte de sus maridos e incluso recibirán presiones para allegar dinero a la casa del modo que sea; los más humildes no ven más salida para sus hijos que darles educación fuera de sus pueblos (Carmelo Amado, Raúl Vidal y José Luis del Moral irán a estudiar a un orfanato de León)...
La segunda parte, "La joven guardia", me ha resultado más próxima. Me he sentido identificado no pocas veces con muchos de los personajes y he reconocido no pocas de las situaciones. Los protagonistas de las secuencias de esta parte son José Luis del Moral, Luis Coronado, Gloria Giner, Helena Tabarca, Raúl Vidal, Carmelo Amado, Roberto Seseña, Ignacio Mendieta, Gregorio Pulido (el único que no es estudiante, sino obrero), Ángel del Moral, etc., etc. Un coro de seres, jóvenes en esta parte, que viven con juvenil ímpetu su irremplazable vida. Sus padres, protagonistas de la primera parte, están ahora en un segundo plano, interviniendo en sus vidas menos de lo que quisieran y más, mucho más, de lo que inocentemente los muchachos piensan.
Estos chicos viven, crecen, se enamoran, estudian, luchan por cambiar España con inocente y juvenil ardor. En ellos prosiguen las contradicciones que avistamos en sus padres aunque evidentemente ya no estamos en los cincuenta; ahora los años sesenta y primeros setenta dibujan un país diferente en pleno desarrollismo, un país en el que los jóvenes van al Cine (Carmelo Amado lo descubrirá viendo la película "El gran combate" de John Ford ("Fue en el cine Callao, y aquella tarde proyectaban 'El gran combate' de John Ford. Carmelo no olvidaria nunca la emoción que le produjo aque local lujoso, que contrastaba con la modestia de la sala de cine de su aldea, que no era más que un. almacén pegado a la trasera de la parroquia de Fiz", pág. 211); para quienes la literatura es importante ("Carmelo imaginaba que podía parecerse a Larry, el protagonista de 'El filo de la navaja' que lo abandonaba todo, para buscarse a sí mismo; o a los personajes que salían en las novelas de Jack London", pág. 215 ); jóvenes que hacen tertulia en cafés como 'El laurel de Apolo' donde comentan libros, películas y artículos de revistas como "Triunfo", "Primer Acto", "Film Ideal", "Nuestro CINE" que les servirán para afirmar su conciencia política -la mayoría milita en agrupaciones de izquierda- y para consolidar sus relaciones afectivas y amorosas; unos jóvenes de los que ya algunos han salido a Europa... En definitiva el país real de esos años.
Lo mejor de esta panoplia de personajes que Chirbes dibuja es la maestría con que sabe mostrar la distinta psicología femenina y masculina. Todos los seres que presenta el novelista resultan verosímiles en todo: en sus dudas ante el sexo, en sus decisiones familiares y de relación personal, en sus acercamientos y/o alejamientos entre unos y otros, en su resistencia ante la adversidad, en sus falsedades y ocultamientos, en sus sinceras entregas...
Muchos asuntos se cuelan en esta segunda parte: el rock&roll, la moda, el arte, la lucha política universitaria, las huelgas y manifestaciones, las dudas sobre la orientacion sexual, la doblez y ocultamiento de las actividades por parte de los hijos hacia sus padres, las contradicciones en unos y otros -padres e hijos-, el abuso de los dirigentes políticos -aqui simples estudiantes- al utilizar a veces la disculpa ideológica para conseguir sus fines particulares cuál es birlar la novia a alguien... La vida española real de esos años es el fondo sobre el que se recorta la actividad de estos jóvenes: la expulsión de Tierno Galván de la universidad en 1965, mayo del 68, las drogas, el proceso 1001 en 1970, la enfermedad del Caudillo...; y en lo social el tremendo choque entre la lobreguez de los calabozos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol y la vida y las risas del exterior que desde allí dentro se escuchan. Como he dicho todo un mundo de tremendas contradicciones, pero muy real, muy auténtico, el que muestra en esta excepcional novela Rafael Chirbes.
Un magnífico estilo
Todo narrado con esa estupenda pluma que el escritor valenciano maneja como nadie y que es la que hace que la novela no se quede en un magnífico fresco de la realidad española de esos años sino que alcance la categoría de obra maestra. Y es que Chirbes emplea con naturalidad técnicas y recursos estilísticos: perspectivismo, manejo adecuado de la sintaxis para crear efectos de demora o de anticipación, un vocabulario pretendidamente característico ('chaparro' -arbol-, 'lampistería', 'hocinos de segar', 'zaíno', 'manijeros', 'guarrino'...), narrador externo objetivo, imágenes literarias, etc.
A lo anterior, y claramente también como elementos de estilo, se añade el fuerte culturalismo que rezuma por toda la novela: cine, literatura, música. Y lo mejor de todo ello es observar de nuevo la maestría y la naturalidad con que Rafael Chirbes los incluye en el relato, sin estridencia alguna.
Final
Con "La larga marcha" (1996), premiada en Alemania con el Premio SWR-Bestenlisten, inició Rafael Chirbes una trilogía sobre la sociedad española que va desde la posguerra hasta la transición, que se completa con "La caída de Madrid" (2000) y "Los viejos amigos" (2003).
Leyendo "La larga marcha" me ha dado la impresión de estar leyendo a un clásico de la literatura española. Veo a Chirbes formando parte por derecho de la gran tradición literaria de nuestro país, engarzando directamente con el Cela de "La Colmena" y los novelistas sociales de la generación de los cincuenta, en especial con la Carmen Martín Gaite de "Entre visillos".
Diríase que Chirbes en esta novela lamenta la llegada de un nuevo estilo de vida, de un mundo nuevo, que choca y echa por tierra los valores arraigados en el amor y seguridad que da el terruño. Por el paisaje inhóspito de la gran ciudad deambulan unos seres que parecen sonados, con muy pocos recursos para maniobrar, seres que deberán tomar decisiones que no les agradan en principio pero que les serán inevitables para poder sobrevivir. La principal es la de abandonar sin deseo alguno sus orígenes, el pueblo, la tierra a la que estaban unidos por nacimiento e historia. Estamos ante unos trasterrados que no se asentarán definitivamente en sus nuevas localidades hasta que lo hagan sus hijos, que son los que lucharán para cambiar las condiciones de vida del país. Pero incluso éstos añorarán en su fuero interno la libertad y disfrute de la vida que gozaron siquiera brevemente durante los años de infancia o en las visitas fugaces que ya en su juventud hicieron a esos espacios naturales. El canto horaciano del "Beatus ille" que recogiera Fray Luis de León me ha parecido reconocerlo en este volver la mirada a los orígenes que Chirbes impone a los personajes de su novela.
Una novela coral
Todos estos seres sobrellevan la dura posguerra como pueden, pero en general, salvo los Giner que se están forrando con el negocio inmobiliario, malamente. El hambre, la represión interior, los abusos y movimientos de población por la construcción de enormes obras públicas, el estraperlo, la picardía para poder llevarse algo a la boca, la decepción de parte de los que lucharon al lado de los vencedores, la humillación de los perdedores... son los constituyentes de la España que Chirbes nos dibuja en esta primera parte, durante cuya lectura constantemente acudían a mi memoria esos otros personajes, desvalidos como éstos, que en 1950 crease Camilo José Cela en su novela "La Colmena". Como en aquella los personajes de "La larga marcha" más que individualidades son elementos de un ente superior, el pueblo español. Sin embargo, a diferencia de la obra del autor de Iria Flavia que circunscribía el campo de su análisis a la ciudad de Madrid, Chirbes abre el espectro y lo extiende a todo el país. La constatación que tenemos tras la lectura de las distintas secuencias que conforman este primer apartado es el de una España chata, gris, apagada, fea, triste, humillada. Una España en la que todos han resultado perdedores, incluso los vencedores, como el camisa vieja Pedro del Moral que subsiste mal que bien boleando zapatos, que diría un argentino, en el salmantino Café Novelty.
Todo un mundo de contradicciones
Los personajes deben tomar decisiones contrarias muchas veces a sus verdaderos deseos, decisiones que les vienen impuestas por las férreas condiciones en que se desarrolla la vida del país. Por esto las aguas de un pantano en construcción harán que Rosa Moura y Manuel Amado emigren a Madrid o que su hermana Eloísa decida, con sorpresa para todos, casarse con Manuel Pulido, guardia civil enviado a la localidad; Vicente Tabarca, médico con principios donde los hubiera, deberá realizar prácticas médicas no legales para sacar adelante a sus dos hijas y así prosperar; algunas de las mujeres casadas sufrirán engaños que aceptarán por parte de sus maridos e incluso recibirán presiones para allegar dinero a la casa del modo que sea; los más humildes no ven más salida para sus hijos que darles educación fuera de sus pueblos (Carmelo Amado, Raúl Vidal y José Luis del Moral irán a estudiar a un orfanato de León)...
La segunda parte, "La joven guardia", me ha resultado más próxima. Me he sentido identificado no pocas veces con muchos de los personajes y he reconocido no pocas de las situaciones. Los protagonistas de las secuencias de esta parte son José Luis del Moral, Luis Coronado, Gloria Giner, Helena Tabarca, Raúl Vidal, Carmelo Amado, Roberto Seseña, Ignacio Mendieta, Gregorio Pulido (el único que no es estudiante, sino obrero), Ángel del Moral, etc., etc. Un coro de seres, jóvenes en esta parte, que viven con juvenil ímpetu su irremplazable vida. Sus padres, protagonistas de la primera parte, están ahora en un segundo plano, interviniendo en sus vidas menos de lo que quisieran y más, mucho más, de lo que inocentemente los muchachos piensan.
Estos chicos viven, crecen, se enamoran, estudian, luchan por cambiar España con inocente y juvenil ardor. En ellos prosiguen las contradicciones que avistamos en sus padres aunque evidentemente ya no estamos en los cincuenta; ahora los años sesenta y primeros setenta dibujan un país diferente en pleno desarrollismo, un país en el que los jóvenes van al Cine (Carmelo Amado lo descubrirá viendo la película "El gran combate" de John Ford ("Fue en el cine Callao, y aquella tarde proyectaban 'El gran combate' de John Ford. Carmelo no olvidaria nunca la emoción que le produjo aque local lujoso, que contrastaba con la modestia de la sala de cine de su aldea, que no era más que un. almacén pegado a la trasera de la parroquia de Fiz", pág. 211); para quienes la literatura es importante ("Carmelo imaginaba que podía parecerse a Larry, el protagonista de 'El filo de la navaja' que lo abandonaba todo, para buscarse a sí mismo; o a los personajes que salían en las novelas de Jack London", pág. 215 ); jóvenes que hacen tertulia en cafés como 'El laurel de Apolo' donde comentan libros, películas y artículos de revistas como "Triunfo", "Primer Acto", "Film Ideal", "Nuestro CINE" que les servirán para afirmar su conciencia política -la mayoría milita en agrupaciones de izquierda- y para consolidar sus relaciones afectivas y amorosas; unos jóvenes de los que ya algunos han salido a Europa... En definitiva el país real de esos años.
Lo mejor de esta panoplia de personajes que Chirbes dibuja es la maestría con que sabe mostrar la distinta psicología femenina y masculina. Todos los seres que presenta el novelista resultan verosímiles en todo: en sus dudas ante el sexo, en sus decisiones familiares y de relación personal, en sus acercamientos y/o alejamientos entre unos y otros, en su resistencia ante la adversidad, en sus falsedades y ocultamientos, en sus sinceras entregas...
Muchos asuntos se cuelan en esta segunda parte: el rock&roll, la moda, el arte, la lucha política universitaria, las huelgas y manifestaciones, las dudas sobre la orientacion sexual, la doblez y ocultamiento de las actividades por parte de los hijos hacia sus padres, las contradicciones en unos y otros -padres e hijos-, el abuso de los dirigentes políticos -aqui simples estudiantes- al utilizar a veces la disculpa ideológica para conseguir sus fines particulares cuál es birlar la novia a alguien... La vida española real de esos años es el fondo sobre el que se recorta la actividad de estos jóvenes: la expulsión de Tierno Galván de la universidad en 1965, mayo del 68, las drogas, el proceso 1001 en 1970, la enfermedad del Caudillo...; y en lo social el tremendo choque entre la lobreguez de los calabozos de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol y la vida y las risas del exterior que desde allí dentro se escuchan. Como he dicho todo un mundo de tremendas contradicciones, pero muy real, muy auténtico, el que muestra en esta excepcional novela Rafael Chirbes.
Un magnífico estilo
Todo narrado con esa estupenda pluma que el escritor valenciano maneja como nadie y que es la que hace que la novela no se quede en un magnífico fresco de la realidad española de esos años sino que alcance la categoría de obra maestra. Y es que Chirbes emplea con naturalidad técnicas y recursos estilísticos: perspectivismo, manejo adecuado de la sintaxis para crear efectos de demora o de anticipación, un vocabulario pretendidamente característico ('chaparro' -arbol-, 'lampistería', 'hocinos de segar', 'zaíno', 'manijeros', 'guarrino'...), narrador externo objetivo, imágenes literarias, etc.
A lo anterior, y claramente también como elementos de estilo, se añade el fuerte culturalismo que rezuma por toda la novela: cine, literatura, música. Y lo mejor de todo ello es observar de nuevo la maestría y la naturalidad con que Rafael Chirbes los incluye en el relato, sin estridencia alguna.
Final
Con "La larga marcha" (1996), premiada en Alemania con el Premio SWR-Bestenlisten, inició Rafael Chirbes una trilogía sobre la sociedad española que va desde la posguerra hasta la transición, que se completa con "La caída de Madrid" (2000) y "Los viejos amigos" (2003).
Diríase que Chirbes en esta novela lamenta la llegada de un nuevo estilo de vida, de un mundo nuevo, que choca y echa por tierra los valores arraigados en el amor y seguridad que da el terruño. Por el paisaje inhóspito de la gran ciudad deambulan unos seres que parecen sonados, con muy pocos recursos para maniobrar, seres que deberán tomar decisiones que no les agradan en principio pero que les serán inevitables para poder sobrevivir. La principal es la de abandonar sin deseo alguno sus orígenes, el pueblo, la tierra a la que estaban unidos por nacimiento e historia. Estamos ante unos trasterrados que no se asentarán definitivamente en sus nuevas localidades hasta que lo hagan sus hijos, que son los que lucharán para cambiar las condiciones de vida del país. Pero incluso éstos añorarán en su fuero interno la libertad y disfrute de la vida que gozaron siquiera brevemente durante los años de infancia o en las visitas fugaces que ya en su juventud hicieron a esos espacios naturales. El canto horaciano del "Beatus ille" que recogiera Fray Luis de León me ha parecido reconocerlo en este volver la mirada a los orígenes que Chirbes impone a los personajes de su novela.
"Fue en aquel momento cuando quiso volver atrás, pedirle a alguien una tregua, que echasen a andar en dirección contraria las manecillas del reloj, establecer con un interlocutor válido un pacto que lo devolviera a la normalidad. Recordó con viveza el rumor del torrente en las traseras de su casa de Fiz, las camelias y las jacarandás del jardín de la mansión del indiano y el viejo almacén a espaldas de la iglesia en el que los domingos proyectaban las películas, y quiso echarse a correr hacia atrás, hacia todo aquello que sabía que ya nunca volvería a ver porque yacía enterrado para siempre bajo el agua de un pantano" (pág. 391)