«El problema es que eliges mal a los hombres. Desde el crac de los cuarenta vives en la crisis de los hombres inadecuados. Siempre escoges al menos indicado...» (‘El síndrome de la escasez’)
«Con cincuenta años y no aprendo, me quedo en blanco y no soy capaz de decir: "Sí, gracias, podemos ir al Novelty. Es un bonito café, aquí al lado". Porque... la verdad, el francés me gusta» (‘Entre abrigos, un francés’)
Por fin, en mitad de una tarde más de la tercera o cuarta ola de calor de este verano, abro el libro de relatos de mi paisana
Ajo Diz. Topo de mano con una cita inicial de
Marcela Serrano bajo la que viene a albergarse todo el libro o, al menos, así me lo parece a mí. En ella la autora de "
Nosotras que nos quisimos tanto" destaca para la mujer esa especie de ineluctable destino marcado desde el nacimiento por la mera razón de su sexo biológico (
«No importa tu clase ni tu raza: naciste castigada. Tu anatomía, sólo por ser femenina, será taladrada por la desigualdad milenaria»).
Con estos antecedentes epigráficos pensé que me encontraría con unos relatos en los que las mujeres serían siempre víctimas, seres sufrientes, explotadas injustamente por el sexo opuesto. Pero afortunadamente no ha sido así. Ajo Diz en los veinte relatos que componen este Mujeres sin hombres presenta un abanico de mujeres diversas, empoderadas muchas de ellas aunque casi todas, como se pregunta retóricamente la autora-narradora en la historia que da título a todo el volumen, viven sometidas al imperio de los afectos: «¿Todavía Venus condiciona nuestra larga marcha hacia la autonomía e igualdad?».
Tras leer los veinte relatos veo que las protagonistas, en líneas generales, viven en soledad, a veces elegida por ellas mismas, si bien casi siempre presentada entre lamentos por esa educación represora que las ha llevado a comportarse así ante los otros. Es el caso de la protagonista de Entre abrigos, un francés afligida por su indecisión, por su falta de reflejos ante un hombre que la atrae («Si es que soy tonta, tenía que haberle dicho algo, no sé... haber aceptado su invitación. Nada. no reaccioné, como siempre, me quedo parada, sonrío, y me despido como si alguien estuviera esperándome.») o la de Las del sí, sin remedio quien, quince años después, se echa en cara a sí misma la falta de arrestos para haberse lanzado, en esta ocasión a la relación con una amiga de la que aún sigue enamorada («No, encanto, nada de pensamientos cruzados, ni paralelos, ni en el aire..., tales dones me ha negado la genética. Si no, en este momentísimo percibirías los efluvios de este runrún, de esta obsesión interminable que me enciende mientras te escucho la disertación sobre el admirador que no cesa.»).
Las mujeres de Ajo Diz viven solas, aunque tienen relaciones. Pero son relaciones poco duraderas, cambiantes, en busca de una inalcanzable perfección que como sucede en el cuento Carolina vuelven a la primera, de la que con apremio un día la protagonista deseó escapar. Son mujeres que en ocasiones buscan la satisfacción solitaria utilizando juguetes muy alabados y populares. Simpática y muy bien escrita, jugando con el uso del utensilio mecánico al tiempo que la protagonista recuerda su relación con Mark, es la narración contenida en La colchoneta. En el último párrafo de la misma se aúnan magistralmente el run run del aparatito, la poesía amatoria de Leopoldo María Panero y el recuerdo de un encuentro íntimo con Mark:
«"Y tu mano valía mi vida y muchas vidas", sí, algo así... Sí, estaba en el poema en el espejo en el baño de Mark. "Porque eras suave como el peligro". ¡Oh, dios! El último, sólo el último. Con este chisme, la revolución en marcha, como dice Susan. Te olvidarás de los hombres. Síííí... "y en el último trago nos vamos".»
Aunque singularizado en las mujeres, Ajo Diz también presenta en este Mujeres sin hombres el propio discurrir del tiempo, la evolución común desde una juventud ardiente, revolucionaria y apasionada a la tranquilidad y mediocridad pequeñoburguesa presente en la maternidad, cuidado de los hijos y atenciones al marido que con harta frecuencia han experimentado y experimentan no pocas mujeres. Es una evolución a veces no elegida como en Entre abrigos, un francés y otras no forzada como en Yang Qing.
En líneas generales son estos cuentos de Ajo Diz muy agradables de leer tanto por los asuntos tratados o las tipologías de sus protagonistas como por los procedimientos literarios y tonalidades empleadas en ellos. Me ha divertido la disemia contenida en Entre abrigos, un francés, especialmente la preocupación del personaje femenino por mejorar su francés, que con el paso de los años se le ha quedado un tanto olvidado («Tengo que pensar bien lo que digo [...] Ah, y el francés, repasar el francés, que lo tengo muy olvidado»); también me ha hecho sonreír el intercambio de papeles que en el último cuento existe entre la protagonista y su gato Simón con el que en plena pandemia conversaba cual si de un humano se tratara; o el guiño critico que en otro relato se hace al movimiento #Metoo al dudar con gracia el narrador del mismo sobre si su relación en el pasado estudiantil con una compañera de piso hoy sería tipificada como abuso...
He disfrutado mucho viendo circular por calles y plazas de Salamanca, la ciudad donde nací y me formé, a los personajes de varios de los cuentos que conforman Mujeres sin hombres. Ajo Diz, aunque nacida en Galicia, se siente charra por los cuatro costados al llevar viviendo en Salamanca, ciudad a la que arribó para cursar estudios universitarios, ya muchos años. Es por esto que muchas de sus solitarias mujeres viven en la ciudad salmantina y desde la altura de sus años evocan en ocasiones experiencias y aventuras de adolescencia y primera juventud vividas en tierras gallegas. Se sitúan claramente en Salamanca, que recuerde yo ahora, entre otros, los relatos titulados Entre rubias anda el juego, Circe, Las del Sí, pero No, Entre abrigos, un francés o Lluvia y Misspiernas. En Galicia lo hacen Peregrina, Yang Qing o Las del Sí, sin remedio. Otros aparecen sin ubicación definida adoptando un tono más propio de la narrativa norteamericana como Esta noche no o El hombre que sólo bebe leche.
Pero sin duda alguna lo que más me ha agradado de estos cuentos escritos por Ajo Diz es su buen manejo de los recursos narrativos y el conocimiento que demuestra de la literatura tanto actual (Murakami o David Foster Wallace) como clásica. Dada mi condición de profesor de literatura quiero detenerme en Lope de Vega de cuya comedia Las mujeres sin hombres la escritora toma el título para esta colección de relatos. Lope en su obra de teatro concluye que el amor es el pegamento que de igual a igual une a hombres y mujeres. El epígrafe de cuatro versos tomados de esa comedia tienen aún hoy vigencia. ¿Sí? ¿No? Para saberlo animo a leer con atención este interesante relato (Mujeres sin hombres) en el que la escritora maneja y entrevera con maestría y soltura la mitología griega, la comedia nacional del Siglo de Oro y un cuento de David Foster Wallace.
No es sólo Lope o Foster Wallace o los mitos griegos los que surfean por estas narraciones, también están insertos en ellas Murakami o Hemingway, ambos con una obra titulada Hombres sin mujeres, justamente lo contrario del título de la colección de Ajo Diz. Y es que, como ella misma dice, su libro es, dándoles la vuelta, también una especie de homenaje a los libros de estos autores en los que los hombres siempre eran el centro y las mujeres seres accesorios y subsidiarios..
Es consciente Ajo Diz de que algunas alusiones y/o procedimientos utilizados en sus cuentos pueden ser de difícil intelección para algunos lectores. Por ello incluye en el libro una inicial Nota de la autora en la que aclara una serie de extremos que no voy a repetir aquí, pero que son de sumo interés para legos y entendidos. Así, por ejemplo, ignoraba yo que el procedimiento de utilizar notas a pie de página dentro de una narración para dar una segunda voz al narrador-autor, como hace la escritora en Lluvia y Misspiernas, lo tomase de David Foster Wallace. E igualmente tampoco sabía que esa mostración del narrador que, quizás por excesiva, descoloca un tanto al lector y que la autora -ella dice «he intentado»- realiza en los dos relatos que más justifican el título dado a la colección (Y si no jugamos limpio y Mujeres sin hombres) proviniera de Robert Walser.
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(https://salamancartvaldia.es/noticia/2022-04-13 -ajo-diz-cuentos-para-contar-la-vida-293382) |
De la misma manera que hace uso, sin citarlos expresamente, de procedimientos vistos en estos otros autores, también, ahora sí, de manera expresa, hecha mano de citas, frases, versos de canciones populares o palabras tomadas de escritores y cantantes de hoy y de ayer. Así navegan por sus escritos versos de Leopoldo María Panero, de Lope de Vega, textos de Dorothy Parker, Mary Ann Clark Bremer o temas musicales de Serrat o Pablo Milanés.
Literariamente hablando a mí me ha gustado mucho ese continuar un cuento en otro, corrigiendo el final de uno, que se me había antojado inverosímil, en el que le sigue. Es el caso de los titulados Las del Sí, pero no y Las del Sí, sin remedio. También ha llamado mucho mi atención que el narratario sea siempre un personaje femenino singular o plural. Por último destacaría en cuanto a procedimientos discursivos el uso del monólogo interior en Circe, los diálogos sin que conozcamos la respuesta del interlocutor de El síndrome de la escasez, la técnica del contrapunto también en Circe, la ausencia de signos de puntuación en el cuento Carolina quizás, para marcar la rapidez con que todo pasa... Etc., etc.
Para finalizar
Siempre me resulta difícil reseñar un libro de relatos; mucho más cuando son de elevada calidad literaria como los contenidos en Mujeres sin hombres de Ajo Diz. Unas historias que, aparte de lo hasta aquí comentado, rezuman erotismo, soledad. búsqueda de la emoción humana, libertad... Sí, son historias en las que en su mayoría las mujeres son libres, aunque esa libertad tenga también su lado negativo que se intenta compensar debidamente. Pero el paso del tiempo es inexorable y no perdona. Quince años o veinte, dice la canción de Gardel, que no son nada, pero en la vida de una persona, lo mismo da hombre o mujer, es muchísimo. Tanto que, como les ocurre a los personajes de Yang Qing, en una quincena de ellos se puede pasar de un juvenil maoísmo, trotskismo y acracia revolucionarios teñidos de sensualidad, sexo y ascensos dentro de la agrupación política por vía vaginal al aburguesamiento de la casita a las afueras junto al compañero con quien se pegaba carteles contra el referéndum constitucional de 1978. Sí, así es la vida, querida Ajo, una vida que en tus relatos aparece con gran viveza vislumbrada en las actitudes de los personajes y plasmada en diálogos y/o monólogos como los siguientes:
- «—No, ni hablar. Dale otra vez con lo mismo, encanto. ¡Que no exagero! Sigues anclada a los viejos deberes femeninos. Que no, joder. No es un affaire de relaciones, de que no te entregues y esas argucias engañabobas, ni de que no seas todo lo complaciente que debieras. No, encanto. No creo que lo tuyo sea un problemas de parejas o como lo llames. Tu problemas no son las relaciones. Es un asunto de elección. El problema es que eliges mal a los hombres. Desde el crac de los cuarenta vives en la crisis de los hombres inadecuados. Siempre escoges al menos indicado.» (El síndrome de la escasez)
- «Con cincuenta años y no aprendo, me quedo en blanco y no soy capaz de decir: "Sí, gracias, podemos ir al Novelty. Es un bonito café, aquí al lado". Porque... la verdad, el francés me gusta, me gusta mucho, tiene un encanto, con la trenca marrón y el foulard, qué bien le sienta, seguro que ya lo sabe, aunque, lo primero que me llamó fue su pelo blanco, y a pesar de todas esas canas parecía más joven que Jaime, que desde los cuarenta y pico no ha hecho más que echar barriga de tanto tapeo con los clientes, aunque ahora le ha dado por adelgazar y que se va a poner a dieta en serio. No sé... ¿tendrá algún ligue?» (Entre abrigos, un francés)