Francisco González Ledesma (1927 - 2015) es el autor de esta novela con la que en 2007 ganó el premio RBA de Novela Negra. Antes de este premio González Ledesma ya había recibido muchos otros galardones (2002: Premio Hammet de la Semana Negra de Gijón; 1984: Premio Planeta con "Crónica sentimental en rojo"; 1948: Premio internacional de Novela por " Sombras viejas", prohibida por la censura franquista...), aunque sin duda su mayor premio fue el favor de los lectores que, fieles, consumieron sus más de 300 relatos policíacos y de vaqueros que para sobrevivir bajo el franquismo escribió con el seudónimo de 'Silver Kane'.
La novela transcurre en 2007, cuando en España aún vivíamos en la creencia de que estábamos en el mejor de los mundos, un mundo cómodo que crecía y crecía gracias a la burbuja inmobiñliaria y a los inmigrantes que con su fuerza laboral nos evitarían, -eso creíamos o nos habían hecho creer-, los problemas derivados del envejecimiento imparable que lleva nuestra sociedad. En efecto, la crisis, de la que algunos dicen ahora que estamos saliendo, aún no había estallado o nuestros gobernantes la tenían escondida por eso de no encararla para no enfadar al contribuyente y fiel votante. Ese es el momento en que se sitúa este relato.
La localización es Barcelona, y en ella el barrio de Poblé Sec, Horta, la zona del Paralelo, el Raval, el Ensanche, la montaña de Montjuic... En esta novela la capital catalana tiene un protagonismo importante, los ciudadanos que la viven son los que la hacen pero también ellos son como son gracias a la urbe.
Es una Barcelona que muere, que desaparece, que alumbra una nueva manera de encarar la vida que muchos de los personajes, los mayores, ya no entienden. A este grupo pertenecen muchos de los que pululan por el relato: Méndez, el policía próximo a la jubilación, amigo de métodos poco aceptados ahora pero que fueron habituales en su época juvenil; Ruth, la vieja madame que durante el franquismo acogía en su Salón a la burguesía del régimen para apagarles sus acaloramientos y que también acogía como trabajadoras a no pocas jóvenes llegadas a la capital para quitarse el hambre. Una de estas jovencitas es Mabel, quien ahora es dueña, por encaprichamiento de un señor marqués fallecido, del hotelito donde viven ambas y que en sus días de esplendor acogió a varias chicas que satisfacían de mayor o menor grado los ímpetus de los hombres. Otra joven de signo semejante es Eva Expósito, chiquilla de la calle que, adolescente, robaba junto a otros chicos de su edad hasta que estos intentaron violarla, de lo que fue salvada in extremis por David Miralles, hombre taciturno y entristecido desde que 16 años atrás unos atracadores acabasen con la vida de la razón de su existencia: su hijo de tres años. Estos atracadores eran dos: Omedes, muerto violentamente al inicio del relato, y Leónidas Pérez 'Erasmus', recién salido de la cárcel donde ha penado 15 años por el atraco a un banco con secuestro y el asesinato de un niño de tres años. Lógicamente todas las sospechas recaen en Miralles, el padre del niño muerto, pero como Leónidas no se muestra y es, por lógica, el próximo objetivo, Méndez decide sólo vigilarle para capturarle cuando intente atentar contra 'Erasmus'.
Como ya he dicho antes Barcelona, y en concreto el barrio, es el principal personaje de este relato. A la ciudad se accede desde el barrio y se la entiende a través de la esfinge que todo lo observa y todo lo sabe que es Carrasco, el dueño del bar 'La Anticipada' en el que Méndez se atiza sus buenos lingotazos de licor ecológico. Gracias a las conversaciones mantenidas entre ambos sabemos de la evolución sufrida por el barrio según han ido pasando los años. Estos dos conversadores, vencidos por la edad y nostálgicos del pasado, son muy críticos con la senda que ha tomado la zona:
"estos barrios antaño obreros, los van ocupando los pakistaníes, moros, dominicanos y hasta chinos, por no hablar de los negros. Aunque los negros trabajan en lo que sale, y los ves poco. Los pakistaníes ponen un locutorio y los ves mucho. Los moros se dividen en dos clases: moros y moritos. Los primeros nunca sabes de qué viven, pero tienen siempre cinco fríos y una mujer con chjilaba. Los moritos se dividen a su vez en dos subgrupos: los que dan y los que toman. (...) ¿Y qué le voy a decir de los dominicanos y ecuatorianos? (...) se dedican a cuidar viejos de los que se ensucian encima (...). Pero los que de verdad me dejan pasmado, inspector, son los chinos. Llegan cien, no se sabe cómo, y montan un restaurante que siempre se llama La gran muralla, El Río Amarillo o El Mandarín (...). Con todo esto el barrio ya no es lo que era inspector, el barrio se ha ido muriendo." (pág. 106).Naturalmente en una novela negra como ésta, situada en el extrarradio barcelonés ("Barcelona no es Barcelona, sino un extrarradio inmenso donde vive gente que, al parecer, no vive en ninguna parte"), en la marginalidad de los bajos fondos de la urbe donde se mueven a su antojo los delincuentes que sirven a la sociedad bien pensante, el sexo y el erotismo ocupan un lugar importante. Pero incluso en este aspecto la novela está atada al inexorable paso del tiempo:
"Mabel ya no lleva calcetines blancos, aunque sabes que un día los llevó, ya no usa un vestido con los bordes deshilachados ni ropa interior de niña buena. Las niñas malas van al infierno, decían los católicos de entonces, las niñas buenas van a la cama. Mabel ya no tiene las carnes prietas de sus quince años, ni los pezones por bautizar ni la piel comida por las bocas de los hombres. Sus ojos ya no reflejan la ilusión con que un día se asomaba a las ventanas del barrio ni la transparencia con que encaraban las calles." (pág. 186).Como se puede observar, no sólo de las citas anteriores sino de todo el relato en general, la nostalgia baña por completo la novela. Hay una constatación explícita del paso del tiempo, de la juventud perdida. Dada la edad del novelista cuando escribe esta narración, -ochenta años- es entendible esta recurrencia mostrada al referirse a muchos de sus personajes: a Méndez, ya al borde de la jubilación; a la vieja madame prostituta Ruth, postrada en el lecho de la enfermedad incurable que implora que alguien ponga punto final a su sufrimiento; al abogado Escolano, heredero del boyante despacho paterno hoy venido a menos. Y así muchos otros seres que pululan por el relato como el otro abogado de nombre Comellas:
"Comellas había sido un abogado joven, reivindicativo y de izquierdas, es decir con un futuro; hoy era un abogado viejo, conformista y partidario de la paz, es decir, sin futuro alguno" (pág. 111)Aparte de la trama, interesante en sí misma, hay que destacar algunos de los recursos narrativos utilizados aquí por el escritor. Me gusta especialmente la manera como tiene de mantener el interés del lector a través de esos finales de suspense 'in crescendo' que fuerzan a lanzarse a la lectura del capítulo siguiente para tratar de encontrar satisfacción a la ansiedad creada. Es éste un recurso típico de la novela folletinesca que adoptó la literatura 'pulp' y/o 'hard boiled' y a la que Silver Kane [aquí se habla de Silver Kane] colaboró con nada menos que 300 títulos. Gracias a González Ledesma y a otros como él lo que en los años 50, 60 y 70 se consideraba 'sub-literatura' adquirirá categoría respetable. También me agrada la manera que utiliza para mostrar el pensamiento del personaje. No lo hace a través del monólogo interior sino mediante el empleo de la segunda persona narrativa en un diálogo del personaje consigo mismo a la manera del soliloquio machadiano ("Converso con el hombre que siempre va conmigo. / Quien habla solo, espera hablar con Dios un día"). De grandísimo interés me ha resultado la presentación -normalmente resolución- de situaciones empleando frases cortas y sucesivas que se proyectan como si fuesen disparos:
"Y la mujer abre la puerta de golpe, se echa a un lado y deja al descubierto a Miralles.
Y el tío que está adentro.
Y el revólver.
Y los ojos que parecen flotar en el espacio.
Y el disparo. Y la llama." (pág. 172)
El autor utiliza en este relato el humor pero siempre con una clara intención crítica; crítica que en el 90% de las ocasiones es de naturaleza sociopolítica. González Ledesma deja ver sus raíces ácratas en la acerva y cínica queja que el narrador realiza a propósito de ciertas ordenanzas municipales:
(Méndez) ..."se detuvo en la calle, en la Ronda de San Antonio, a hablar con una vieja prostituta, para preguntarle cómo estaba su hija.
Una pareja de Mossos d'Esquadra se lo advirtió:
-No puede usted contratar servicios sexuales en la calle. Circule o tendremos que multarle.
Méndez circuló." (pág. 181)o cuando habla de periodismo y cultura: "La presentadora era una chica muy mona y con ganas de transmitir un Barça - Madrid, o sea, hablar de la cultura histórica del pueblo" (pág. 200).
Es un humor el empleado por el novelista que a mí me ha recordado al utilizado por Eduardo Mendoza en sus relatos de trama detectivesca. Los informes policiales que redacta Méndez me han traído a la memoria la toma de declaración ante el juez que aparece en un momento dado en "La ciudad de los prodigios" del escritor barcelonés o los informes psicológicos de "El laberinto de las aceitunas" o de "La cripta embrujada".
¿Se puede poner alguna pega a esta novela negra?
En mi opinión no muchas, pero sí le achacaría como falta el excesivo número de asuntos que vierte en el relato con afán de criticarlos poniéndolos en evidencia (enfrentamientos padres - hijos; existencia de diferencias clasistas hasta entre los desclasados; la hipocresía social; el periodismo de hoy vs el de ayer; las izquierdas de hoy vs las de antaño; la policía como instrumento del sistema; la prostitución exhibida en las televisiones; y muchos otros). Si bien este género narrativo es ideal para mostrar la realidad social al desnudo cre que en esta ocasión el escritor se ha excedido y aunque todo lo que dice es oportuno, a veces parece un poco traído por los pelos
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NOTA.- Este es el último título con el que he participado durante este mes de enero que hoy finaliza en el Mes de la Novela Negra, policíaca y de misterio organizado por el blog de Laky, "Libros que hay que leer". Los otros títulos han sido: "Cuatro muertos más para el desierto" de Christopher Pollinini y "Nunca es tarde para morir" de Pablo Palazuelo