«Cuando empecé a escribir estas páginas, yo creía que iban a tratar de los hijos, de los que tenemos y de los que desearíamos tener, de las formas en que dependemos del hecho de que nuestros hijos dependan de nosotros, de las formas en que los animamos a que sigan siendo niños, de las formas en que ellos siempre nos resultan más desconocidos para nosotros que para sus conocidos más casuales.»
En varios de los comentarios que me dejaron en la
reseña que hace nada hiciera de El año del pensamiento mágico amablemente algunos visitantes a mi blog me recomendaban vivamente la lectura de este otro libro de la Didion. Dado que la lectura del ensayo que la autora norteamericana escribiera a raíz de la muerte de su marido John Gregory Dunne fue para mí una experiencia literaria gozosa, decidí seguir los consejos de mis lectores y sin demora me hice con las
Noches azules, el libro en el que
Joan Didion rememoró la vida de su hija
Quintana fallecida unos años antes.
El título
El libro que distribuye su contenido en 35 capítulos o apartados dedica el primero de ellos a justificar el título, a explicar qué son, y por qué ella lo titula así, las "noches azules". En mi opinión ya el mero sintagma destila belleza. Pero, ¿qué son las noches azules? Resulta que en ciertas latitudes y en ciertos momentos del año, concretamente al aproximarse el verano, es cuando los crepúsculos se vuelven largos y azules. «Las noches azules son lo contrario de la muerte de la luz, pero al mismo tiempo son su premonición».
«Este libro se titula "Noches azules" porque en la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz.»
Como se ve, pues, ya desde el inicio, la obra que tenemos en nuestras manos avisa de lo que va a hablar: de final, de acabamiento, de la inevitabilidad de la muerte; pero también de esperanza, de negación de lo evidente, de promesa de sanar. En esta dicotomía, absurda e infranqueable, nos debatimos todos cuando la noche definitiva se acerca, se intuye, o siquiera se percibe en su lejanía. Las noches azules son luz que declina, oscuridad que se quiere retardar, esperanza de lo imposible, fe irracional en las posibilidades humanas.
Mi impresión
En el apunte realizado a vuela pluma en Facebook nada más finalizar la lectura de la obra, como tenía en mi cabeza tan vívida la favorable impresión que me había producido El año del pensamiento mágico, escribí textualmente lo siguiente: «Si comparo ambas obras, a pesar de la semejanza en el asunto, gana por goleada en mi consideración "El año del pensamiento mágico". No sé si haré comentario más extenso que éste, pero si lo hago ahí explicaré los motivos de mi favoritismo.». A ver si logro hacerlo.
Lo primero es que el asunto y tono de la obra que dedica a su hija
Quintana ya no sorprende dado que cinco años antes de que las
Noches azules apareciesen, es decir, en 2005 Joan Didion sorprendió a la lomunidad literaria universal con
El año del pensamiento mágico del que hace apenas diez días di
mi opinión aquí, en este mismo blog. Ambos libros parten de un hecho luctuoso, una muerte.
El año..., de la del marido y la necesidad de la viuda de retornar a la senda de la vida, de proseguir en el camino; la segunda, de la de la hija, si bien es mucho más el lapso de tiempo que Didion dejó pasar entre el fallecimiento y la escritura. Si en el que dedicó a
John Dunne sólo habían pasado unos meses (diez cuando comenzó a escribirlo, doce cuando lo finalizó), en el dedicado a rememorar a
Quintana Roo son seis los años transcurridos desde la desaparición de ésta en agosto de 2005. Por otra parte, en El año... tocaba vivamente la enfermedad, entonces activa, de la hija al tiempo que intentaba superar el dolor y la pena por la muerte de su marido; en
Noches azules ya no hay tanto dolor por la pérdida concreta sino más bien por lo que simboliza de pérdida universal.
Los dos libros pertenecen al género de la no-ficción. Si el primero lo hizo motu propio casi como terapia para poder salir del abatimiento personal en que la había confinado la pena y el dolor causados por la inesperada muerte del marido, las Noches azules fueron más una apuesta, un reto al que la sometió su editor y que ella rehuyó largo tiempo. Pero en un momento, cuando ya no se esperaba, se presentó con el manuscrito ante él y se lo entregó. Así al menos es como ella misma lo cuenta en la película documental que sobre su figura dirigió su sobrino Griffin Dunne en 2017. Este documental es muy interesante pues en él es la misma escritora quien responde a las preguntas del sobrino. Los dos libros de no ficción que aquí comentamos son el vórtice sobre el que gira el film. En el mismo se ve a una Joan Didion algo ajada por la esclerosis múltiple que desde 1970 arrastraba, pero sobre todo por la enfermedad de Parkinson que al fin y a la postre será la que causará su muerte en noviembre del pasado año 2021. Este interesante documental se puede ver actualmente en la plataforma Netflix y no sé si también en otras.
Muchos aspectos de la enfermedad de Quintana, como he dicho, ya los trató la escritora en El año del pensamiento mágico. En él nos cuenta sus airadas reacciones ante las explicaciones que los médicos le daban sobre el desarrollo de la enfermedad de Quintana, enfermedad que la había llevado a la UCI de varios hospitales. En el fondo la escritora contraponía la muerte sorpresiva de John que ella no pudo predecir y por lo tanto evitar con la enfermedad de Quintana en la que ella quería involucrarse activamente a fin de evitar la fatalidad. No pudo ser y quizás por ello dejó pasar Joan Didion varios años hasta que decidió volver a Quintana, a hablar de ella, a rememorarla, a reivindicarla, a festejarla.
El libro sobre su hija no es un libro centrado en su muerte, en la pena y dolor que esto le causó. No, no sólo es esto; el libro, como acabo de decir, es un recordatorio de lo hermoso que fue pasar esos 39 años junto a Quintana, los momentos de felicidad que desde su adopción la niña y luego la mujer proporcionó a ambos, a John y a ella, Joan. Naturalmente este viaje por los años de convivencia vividos juntos lleva inevitablemente a Didion a consideraciones genéricas sobre el envejecimiento, las enfermedades y la muerte
«Pero a medida que las páginas avanzaban se me ocurrió que su tema real no era para nada los hijos, o por lo menos no los hijos en sí, por lo menos no los hijos en tanto que hijos: su tema real era esta negativa a abordar dicha consideración, la negativa a afrontar las certidumbres del envejecimiento, la enfermedad y la muerte.»
Esa adversativa con la que se abre la cita anterior enlaza con otra proposición -precisamente la que encabeza esta reseña- en la que expone su intención inicial. Está claro que, como tantas veces dicen muchos escritores, los libros tienen vida propia y es durante el mismo proceso de escritura que van diseñando su propio camino.
Noches azules es, en mi opinión, una obra menos profunda que El año... Esto no debe de entenderse necesariamente como peor. No, para nada. Simplemente es un libro distinto, diferente. Si algo me atrae de Joan Didion y en mi consideración la convierte en escritora imprescindible es su saber abordar asuntos diversos y cuando, como en este caso, son similares hacerlo con perspectivas diferentes. A eso llamo yo tener cintura, ser una cualificada artista, una escritora merecedora de todos los reconocimientos.
El libro me ha parecido menos oscuro que el dedicado al marido. Quiero decir que no se ceba, si bien tampoco los elude, en los aspectos terribles de la enfermedad y fallecimiento de Quintana, sino que dedica buen número de páginas a la rememoración más o menos gozosa de su vida. Así ocupa un lugar destacado en la novela la adopción de la niña, sin duda alguna un episodio de vital importancia para el matrimonio. También son importantes las relaciones de la familia Dunne Didion con actores, directores, guionistas, productores y demás componentes del mundo cinematográfico en el que ellos dos participaron como guionistas de no pocos filmes. Nombres como Martin Scorsesse, Warren Betty, Steven Spielberg... aparecen en su vida cotidiana, en fiestas celebradas en su casa californiana, en viajes promocionales de películas por todo el país y también por Europa, etc.
Al ser ambos cónyuges periodistas, los asuntos de actualidad más importantes entraban a formar parte de la cotidianidad familiar. El mundo hippy, la música y los músicos, las drogas, el alcohol... Todo esto aparece en
Noches azules a veces con pesar por parte de la madre escritora al culpabilizarse en cierta manera de la caída en las drogas y el alcohol de
Quintana («
Visto desde la distancia, todos bebíamos más de la cuenta, pero en 1966 esto no se nos ocurría a ninguno. Solo cuando leí mis primeras novelas, en las que siempre había alguien abajo preparando una copa y cantando «Big Noise blew in from Winnetka», me di cuenta»). Analizando el decurso de la vida de su hija, la madre contrapone el miedo y la enorme preocupación que tuvo por ella desde el mismo momento que la tomó en sus brazos con la 'sana' despreocupación de sus propios padres. Este hecho paradójicamente, reflexiona la autora, introduce miedos y/o irresponsabilidad en los hijos. El miedo paterno los niños lo ven y lo absorben como propio, y cuando no sucede así, la irresponsabilidad más absoluta los envuelve sabedores de la superprotección paterna en la que viven. Por otra parte,
Quintana siempre tuvo un miedo propio, distinto al de otros niños: el miedo al abandono que es frecuente en aquellos que saben que son niños adoptados.
«Tengo entendido que todos los hijos adoptados temen que sus padres adoptivos los vayan a abandonar igual que los abandonaron sus padres naturales. Por culpa de las circunstancias extraordinarias en que fueron introducidos en la estructura familiar, están programados para ver el abandono como su rol, su destino, el futuro que les aguarda a menos que ellos lo puedan dejar atrás.»
Todas estas reflexiones sobre su hija desaparecida y sobre la existencia en general se le suscitan a Joan Didion en Noches azules revisando pertenencias de Quintana, en especial fotografías de la niña sola o en compañía de amigas o de ellos mismos, sus padres Joan y John. Al observarlas desde el presente es consciente la autora de la fugacidad de la vida, del paso del tiempo. En definitiva, del envejecimiento que se ha adueñado de ella sin haber sido consciente del mismo a pesar de que «El envejecimiento y sus evidencias constituyen los acontecimientos más previsibles de la vida, y sin embargo siguen siendo asuntos que preferimos dejar sin mencionar, sin explorar». Joan Didion se da cuenta de que ha perdido «empuje» que es lo que mantiene a uno vivo; ella es consciente de su deterioro físico y cognitivo; además la ausencia de Quintana («Ayer mismo Quintana estaba viva») le hace recalar en otras ausencias presentes en su propia persona
«Fue ayer mismo cuando todavía sabía hacer cuentas, me acordaba de los números de teléfono, alquilaba un coche en el aeropuerto y lo sacaba del aparcamiento sin quedarme paralizada en el momento crucial, con los pies ya en los pedales pero inmovilizada por la pregunta de cuál era el acelerador y cuál el freno.»
Por último y a modo de colofón de esta especie de análisis comparado realizado entre estos dos libros de No-ficción tan íntimos y personales, sólo añadiré que he detectado más presencia de la música y de referencias literarias en Noches azules que en El año del pensamiento mágico. Quizás, ya lo he señalado antes, la razón se deba a que El año... nace estando ella muy tocada por el duelo, el dolor y la pena de la muerte de John Dunne; algo que en Noches azules, al existir mayor distanciamiento y asimilación de lo inevitable dada la duración de la enfermedad durante meses, no se da. Esto hace que se pueda explayar en detalles aparentemente más nimios e insignificantes como aquellos temas musicales que escuchaba Quintana y que le sirven a ella para evocarla. Esencialmente son cuatro:
En una familia de escritores es normal que cuando uno de ellos crea una obra la literatura de otros ocupe lugar preferente. Así ocurría en vida de ellos y así Quintana fue despedida por su madre y por su marido Gerry, con la lectura de poemas de autores que a ella en vida le gustaban
«Gerry leyó un poema de Galway Kinnell que a ella le gustaba, Patti Smith le cantó una nana que había escrito para su propio hijo. Yo leí los poemas de Wallace Stevens y de T.S. Eñiot "Dominio del negro" y "New Hampsfire", con los cuales la solía poner a dormir cuando era un bebé.»
Hay alusiones a autores como Pablo Neruda, Karl Shapiro y otros que gustaban a la hija fallecida. Pero de cara a la personalidad de Quintana la principal referencia es a un verso del poema Endimion de Keats que dice «Adentrarse en la nada». Para la madre ese verso y la importancia que en su diario le daba Quintana tenía un gran significado.
Frases relevantes en el texto
Además de las citas que incluyo en la reseña me parecen relevantes frases como las siguientes:
- «El padre de la novia muerto mientras cenaba. La novia en un coma inducido, viva únicamente gracias a la respiración asistida y con los médicos de la unidad de cuidados intensivos convencidos de que no sobreviviría a la noche. La primera de una cascada de crisis médicas que terminaría con su muerte veinte meses más tarde.»
- «Seguíamos pensando que la felicidad y la salud y el amor y la suerte y los hijos hermosos son "bendiciones comunes y corrientes".»
- «Un día estamos mirando la fotografía de Magnum en que aparece Sophia Loren en el desfile de Christian Dior en París en 1968 y pensando que sí, que podría ser yo, yo podría llevar ese vestido, yo estaba en París aquel año; y un instante minúsculo más tarde estamos en la consulta de algún médico que nos está contando lo que ya ha fallado y por qué nunca volveremos a llevar las sandalias de ante rojo con tacones de diez centímetros»