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20 oct 2024

Precioso veneno. Mary Webb

12 comentarios:

«Era todo un espectáculo. Como toda la granja estaba rodeada de campos sembrados con cereales, parecía un montón de oro entre los oscuros bosques y prados de alrededor. Y los colores brillantes de los vestidos de las mujeres, los blusones color crema y las camisas de colores de los hombres, los caballos relucientes y los bueyes de colores intensos, los pajares amarillos con sombras azules, las imponentes cargas amarillas en las carretas, formaban una imagen que pocas veces puede verse en esta vida, al menos en aquellos tiempos.»

Precioso veneno, Mary Webb, autoras olvidadas

He leído Precioso veneno de Mary Webb por recomendación de algunos magníficos blogs que sigo desde hace mucho tiempo. Concretamente tres han sido las páginas webs que me decidieron a leer esta novela: Cuéntame una historia de Rosa Berros, que fue quien la reseñó en primer lugar; tras ella el tándem que forman Marian del blog Marian lee más libros y Mariana del blog Los libros de Mava, quienes subyugadas por lo que leyeron en la reseña que Rosa le dedicó confiesan en sus respectivas críticas que no pudieron contener su deseo y se precipitaron en la hermosura de este Precioso veneno

Desde aquí, queridas amigas, Rosa, Marian y Mariana, muchas, muchas, muchísimas gracias por vuestro contrastado juicio y  fino olfato literario. Gracias a vosotras, además de disfrutar leyendo, he conocido un sinfín de aspectos relativos a la autora que han enriquecido más aún si cabe la propia lectura de esta delicada y magnífica novela.


La autora 
Mi amiga Marian  dice en su blog sobre Mary Webb lo siguiente: 
«Mary Gladys Webb (1881-1927) fue una novelista y poeta inglesa. Aprendió a leer con su padre y siguió luego en el colegio. A los veinte años empezó a tener síntomas de una enfermedad que le provocó tener ojos saltones y bocio. Se casó en 1912 con un maestro que al principio la apoyó en sus ambiciones literarias. Su falta de salud y belleza la atormentó durante toda su vida.»
 A esta oportuna información cabe añadir lo que Jan Arimany. editor de Trotalibros Editorial responsable de la edición aparecida en 2023 de la novela que he tenido en mis manos, dice sobre la escritora:
«cuando empecé a investigar sobre Mary Meredith, descubrí lo mucho que tiene de autobiográfico "Precioso veneno". Como Prue, Mary era una niña sensible, solitaria y soñadora que creció en la región de Shropshire, su querido hogar y refugio. [...] El fracaso literario se sumó al fracaso matrimonial, y este al sufrimiento y la soledad a la que la condenó la enfermedad autoinmune de Graves-Basedow que padecía y cuyos síntomas incluyen ojos hinchados, insomnio, nerviosismo y temblores.»

La novela
Precioso veneno (Precious Bane) apareció en 1924 en Inglaterra siendo traducido por Pedro Ibarzábal, Editorial Sudamericana, en 1944, con el título Ponzoña Mortal. Desde ese momento la novela cayó en el olvido hasta que Trotalibros con traducción de Carmen Francí la sacó en febrero de 2023. Curiosamente Editorial Libros de Seda, con traducción de Ricardo García Herrero y el título de Perdición la ha publicado este 2024, cuando se cumple un siglo de su aparición primera. Del resto de la Obra de Mary Webb sólo se han vertido al español tres títulos más, todos ellos durante la década de los cuarenta del siglo pasado. Precisamente fue en esa década, concretamente en 1947 cuando falleció Stanley Baldwin, el principal valedor de la novelista,  quien en 1928 había prologado una edición que se hizo de Precious Bane en homenaje y recuerdo de la novelista desaparecida seis meses antes. Gracias a las palabras que dedicó a esta novela en dicho prólogo el por entonces primer ministro británico, Mary Webb no quedó relegada al olvido como tantas y tantos novelistas que «no tuvieron la suerte de llamar la atención de un primer ministro»., dice Jan Arimany en la Nota del editor que aparece al final del libro.  


Sinopsis (tomada de la página de la propia editorial)
En los tiempos de las guerras napoleónicas, la joven Prudence Sarn, rechazada por sus supersticiosos vecinos debido a su labio leporino, halla refugio en la cautivadora naturaleza de Shropshire. En la soledad de la campiña, las lagunas y los bosques de la región, la consume el anhelo de ser amada, pero su maldición hace imposible cualquier esperanza. Solo puede confiar en su hermano, Gideon, cuya avaricia provoca la ira del temible brujo Beguildy y desata terribles consecuencias.

Prudence Sarn (Prue) tiene 15 años al inicio de la historia. Estamos en 1811. Inglaterra está como de costumbre en plena rivalidad con Francia. En este contexto la novela se centra en la vida campesina de unas cuantas familias de las tierras de Sarn en el condado de Shropshire, las cuales viven con muchos trabajos de los productos que cultivan. Prue Sarn, que es quien cuenta la historia, se centra en lo acontecido dentro de su propia familia: la muerte inopinada del padre a consecuencia de la ira desatada contra Gideon, hermano de Prue, al haber sido engañado por éste cuando le dijo que había ido a misa siendo mentira; cómo Gideon, llevado del sentimiento de culpa, se convierte en comedor de los pecados del padre adoptando el tradicional y legendario papel de 'comedor de pecados' del fallecido a fin de que su espíritu no vague sin encontrar el descanso eterno; la avaricia y el deseo de hacerse rico que Gideon experimenta al convertirse en heredero de las posesiones paternas; la terrible maldición que cayó sobre Prudence antes de ella nacer al haberse cruzado una liebre por delante de la madre durante el embarazo; los enamoramientos entre los jóvenes...
«Y mientras escuchaba el sonido adormecido de los gritos de las cornejas y el aleteo que hacían cuando se posaban, pensé que este era un mundo muy raro, en el que enterrabas a tu padre por la noche y al amanecer te ponías a pensar en desayunos, casas y oro; en el que tenías que cargar con una maldición toda la vida porque una pobre liebre había mirado a tu madre antes de que nacieras; en el que un hijo, al comer el pan y beber el vino que había hecho su madre, cargaba sobre su pobre alma con todos los pecados de su padre.»
Fundamental en el relato es, como digo, el amor, los enamoramientos entre jóvenes. Así vemos cómo Gideon lo hace de Jancis, hija del brujo Beguildy quien dice que sabe curar enfermedades a base de conjuros y encantamientos, amén de poder comunicarse con los espíritus; por su parte Prue, que se cree condenada a no conocerlo por la maldición reflejada en su labio leporino, que a ojos de la comunidad de Sarn la hace ser tenida  por bruja, sabrá o al menos intuirá lo que es cuando en una fiesta -la fiesta del hilado- aparezca el tejedor Kester Woodseaves, hombre del que están prendadas todas las mujeres: la atrevida Felena, esposa del pastor; las mujeres del sacristán y del molinero; Polly, hija del molinero, y Tivvy, hija del sacristán; Moll y Sukey, hijas del boyero... No cabe decir más al respecto pues se destruiría uno de los atractivos de esta novela. Hay que leerla y disfrutarla. 

Y digo disfrutarla porque aparte del desarrollo de los amores de unos y de otros la manera como Mary Webb  presenta esta historia es magnífica. En primer lugar es un canto a la naturaleza, a la vida en el campo, a los trabajos que allí se desarrollan, a las leyendas que acompañan la vida en esas zonas brumosas y pantanosas en torno a la laguna de Sarn, a la condición femenina en ese siglo XIX y en esa época (las guerras napoleónicas) que la autora evoca con nostalgia por ver que es una época ya desaparecida, superada por la vida moderna del siglo XX que se la ha llevado por delante. Y todo esto envuelto en un lenguaje literario pertinente que no llega a abrumar con su preciosismo aunque a veces linda con ello. Pero la escritora sabe dosificarlo y logra transmitirnos el inmenso amor que por la naturaleza y todo lo que ésta encierra ella siente. Las descripciones de los paisajes habitados por aves, plantas, leyendas, el folklore, la superstición, la magia... y, claro, los seres humanos, llegan muy adentro del lector.
«Miraras adonde miraras, todo era de oro, excepto hacia Sarn, donde empezaban los bosques y la gran extensión de agua gris que brillaba y se estremecía bajo el sol. Ni los bosques ni el agua tenían un aspecto sombrío en aquel buen tiempo primaveral, cuando las hojas brotaban y las copas de los abedules tenían el color del trigo. Sólo nuestro robledal tenía siempre aire de otoño, ya que las hojas jóvenes eran muy marrones. Así que nuestro mayo siempre tenía un soplo de octubre. Pero era agradable sentarse en los prados y mirar hacia las colinas lejanas. Los alerces alzaban su verde intenso, y el oro de las prímulas parecía meterse en el corazón, e incluso la laguna de Sarn no era más que una neblina azul junto a la neblina amarilla de las copas de los abedules. Y había tal quietud en el lugar que si pasaba una abeja silvestre, por no decir un abejorro, te sobresaltaba como si fuera un grito.»
Consigue Mary Webb lo que pocas veces se logra, que una historia particular y lejana en el tiempo se convierta en reflejo, por persistencia o ausencia, del propio momento en que la misma se está escribiendo. Así en esas mujeres oprimidas, coartadas en su libertad y destinadas única y exclusivamente al matrimonio, subyace la reivindicación por la liberación de aquellas que en este momento tienen o tenían el libro en sus manos. En este sentido tiene mucha razón el juicio del editor Jan Arimany sobre el abundante autobiografismo contenido en este relato. Podría decirse sin temor a exagerar que la novela es una reivindicación de corte feminista. Así vemos cómo en los dos grupos -hombres y mujeres- la escritora se decanta claramente por el suyo, el de las mujeres. Todas ellas, incluso la procaz Felena, tienen elementos positivos. Por contra el grupo de los hombres, excepción hecha del muy agraciado Kester Woodseaves, peca de múltiples defectos: envidia, violencia, avaricia desmedida, maltrato a las mujeres, consumo de alcohol desmedido, brujería, odio... Poco salva de ellos, quizás un atisbo de amor en el frío y avariento Gideón hacia Prue y en otro sentido hacia Jancis; sin embargo yo pienso que esta parte positiva del hermano es más un deseo por parte de la propia narradora que otra cosa.

Por último quisiera destacar la mostración que hace Mary Webb del arte de escribir en alguna que otra reflexión metaliteraria que, oculta tras la narradora en primera persona que es Prudence, realiza:
  • «pero no quiero adelantar ahora lo que todavía no toca contar.»
  • «"Él", digo, como si el lector tuviera que saber, como yo supe en aquel momento, quién era.»

Como se ve el momento de escritura no coincide con el del relato. Prue escribe alejada de estos recuerdos, igual que Mary Webb lo hace evocando el siglo anterior al suyo. Una Mary Webb que, por su manera de contar y sus reivindicaciones o presentación de las problemáticas femeninas, ha sido comparada con Emily Brönte o Thomas Hardy. 

«El tiempo está en calma, como si fuera una tarde tranquila cuando los campos están nevados, el cielo adquiere un tono verdoso y las ovejas balan. Estoy sentada junto al fuego con una Biblia al alcance de la mano, soy una mujer mayor y cansada que tiene que cumplir una tarea antes de dar las buenas noches a este mundo.» (Prue en el capítulo La laguna de Sarn del Libro Primero)

A mí, al igual que a Rosa del blog Cuéntame una historia, Precioso veneno me ha recordado bastante a "Ritos funerarios" de Hannah Kent. Pero también según avanzaba en la lectura resonaba en mi cabeza "Harriet" de Elizabeth Jenkins, si bien el tono que imprime en su novela Mary Webb es menos gótico y terrible que el existente en estos dos títulos. También por las referencias religiosas e insistencia en la propia contingencia del ser humano varias veces me venía a la mente El gran teatro del mundo de nuestro Calderón de la Barca:

«Somos los títeres del Creador. Él nos saca de la caja cuando quiere y dice: «¡Ahora bailad!». O ahora nos toca inclinarnos, agitar una mano y caer desfallecidos. Y luego Él nos mete en la caja y se termina el juego. Puede ser una representación cómica, navideña o una tragedia, según a Él le plazca. La obra la hace Él.»

Y ya, aunque sin semejanzas en el asunto, hay momentos, mejor  casi sería decir frases, en este libro que me han evocado a autores que nada tienen que ver con esta escritora y poeta inglesa, ¡así de universal es la creación literaria! En la lectura del Prefacio que firma la propia Mary Webb me parecía estar leyendo al mismísimo Francisco de Quevedo («Somos el pasado del mañana. En este mismo momento nos vamos borrando como las imágenes pintadas en las esferas móviles de los relojes antiguos: un barco, una cabaña, el sol y la luna, un ramillete de flores. La esfera gira, el barco asciende y se hunde, el sol pintado de amarillo se pone, y nosotros, que éramos lo nuevo, vamos adquiriendo un carácter mágico.»). También el poema de Juan Ramón 'El viaje definitivo' venía una y otra vez a mí cuando leía lo que escribe en el momento de la muerte del padre (ya citado en esta reseña) o en otro triste instante cuando la narradora reflexiona sobre su desgracia y la del propio Jesucristo crucificado:

«El sol dorado lo envolvía todo, como la miel envuelve a las abejas en los panales, y el aire azul, el agua marrón, el prado verde eran tan hermosos que o podía creer que fuera a derramarse sangre en un día así. A veces me pregunto si hacía buen tiempo y estaba despejado en el Gólgota cuando María miró la cruz, y si cantaba algún pajarillo y las abejas se afanaban en el trébol. ¡Desde luego! Creo que hacía un tiempo claro y luminoso. Para que no faltara amargura en aquel cáliz, ya que, sin duda, hay pocas cosas más amargas que contemplar la crueldad del hombre en una mañana hermosa.»


En conclusión
Una novela que mezcla naturaleza, leyendas, realidad, folklore, ruralismo, destino de la mujer en el siglo XIX... Una novela que aunque evita caer en un maniqueísmo absoluto: buenos muy buenos, y malos muy malos, sin embargo no lo logra de manera absoluta al presentar en posición preeminente a las mujeres frente a los hombres, y salvar de entre éstos sólo a uno, una joyita de ser humano, más un ideal que una realidad, me parece.

autoras inglesas del primer tercio del siglo XX
https://booknode.com/auteur/mary-webb
A mí Precioso veneno me ha gustado a pesar de que reconozco que no es la mejor novela de todos los tiempos (¡eso es difícil y les ocurre a casi todas!). Tiene fuerza, ingenuidad pretendidamente buscada, muestra un gran amor por la literatura, y sobre todo por la naturaleza y todo lo que esta encierra: aves, plantas, leyendas, folklore (canciones populares, juegos infantiles...). También, claro, ese gran amor alcanza a los seres humanos que la habitan, la transforman y que conviven con la infinidad de creaciones fantásticas y relatos mágicos que desde la noche de los tiempos los vienen acompañando. En su estilo y proceder literario enlaza con los cuentos mágicos y maravillosos de los Hermanos Grimm

Nos encontramos, como en esos cuentos, con una lectura de índole moral, que persigue una clara enseñanza que es la siguiente: poner los bienes, el dinero, por encima de todo es un mal negocio, no genera más que desgracias; la vida es mucho más que bienes materiales. Se apoya este mensaje en argumentos que los distintos personajes, tanto en el ámbito de la religión cristiana como en el de la superstición y la magia, dan para una cosa y su contraria. Pero la principal evidencia de que vivir por y para el dinero es nocivo la toma la narradora de El paraíso perdido de John Milton donde se lee, según la traductora dice en una nota al final, lo siguiente: «Nadie debe admirarse de ver tantas riquezas encerradas en el fondo del infierno, pues, precisamente, su suelo es el más a propósito para tan precioso veneno»

Muchas más cosas de índole exclusivamente literaria se podrían decir de esta magnífica novela que encierra una gran modernidad en muchos aspectos: esa casi desaparición de la figura del narrador que pese a serlo en primera persona siempre se asegura de dar verosimilitud a todo lo que narra («Más tarde Jancis nos contó [...]», «Lo sé porque Tim, el del molinero, estaba en el bosque en ese momento y vino corriendo a contármelo, asustado»), y también en que como narradora procura que los juicios que da sobre otros personajes no caigan en lo subjetivo sino que sean opiniones compartidas; luego está el colorismo presente en esas enumeraciones de elementos naturales [un ejemplo claro puede verse en la cita que abre esta reseña]; y también, claro, la plasticidad y sensualidad que logra a través de hermosos símiles, personificaciones, el gusto tan asentado que tiene por las sinestesias...; etc., etc.
«Pero no te gustará cosechar el precioso veneno del que habla el libro que me prestó el vicario. No querrás que crezca lo que crece en el infierno, hermano.»
_________________
Nota:
Precioso veneno de Mary Webb viene a engrosar la lista de clásicos leídos por mí dentro del Reto "Nos gustan los clásicos"

10 oct 2024

"Distintas formas de mirar el agua". Julio Llamazares

19 comentarios:

«Pero en fin, así es el progreso, esa gran rueda que mueve la historia y que siempre gira hacia delante por más que les duela a muchos a los que como a mi familia les cambió la vida. Gracias a ello mi abuelo se convirtió en Ulises y yo soy la que soy ahora. ¿Cómo habría sido mi vida de no haberse cruzado en la trayectoria de mi familia la orden de un ingeniero que decidió detener el río como el que decide detener el tiempo? Ni siquiera habría existido...»

Distintas formas de mirar el agua, Julio Llamazares
León es una provincia grande en extensión y también grande en creación literaria. Muchos son los escritores leoneses, hasta el punto de que ya en 1982 Francisco Martínez García publicó una Historia de la literatura leonesa que no sé si se ha vuelto a reeditar. Si ya en 1982 Martínez García consideraba necesario lanzar una mirada a la literatura producida por leoneses a lo largo del tiempo, desde los siglos más lejanos hasta ese 1982, hoy sería más necesario que nunca una actualización de la misma dado el numeroso grupo de autores nacidos en esa zona de España. Escritores actuales leoneses son muchos: José María Merino, Luis Mateo Díez, Julio Llamazares, Andrés Trapiello, Carlos Fidalgo... [una relación más completa puede verse en este Listado de escritoras y escritores actuales de León]. La mayoría de ellos, como es ya una constante -¡y una maldición!- en la zona oeste de la Comunidad de Castilla y León, reside fuera de su provincia de origen, sobre todo en Madrid. 

Si bien entre estos autores los hay que hablan de su provincia de origen (sus leyendas, sus gentes, sus tierras variopintas: la Montaña, el Páramo...; sus comarcas: Babia, Laciana, los Ancares, Boñar...), sin duda alguna es Julio Llamazares quien ha construido una obra más centrada en la nostalgia por la pérdida de un mundo que él llegó a vivir durante su niñez y adolescencia. Un mundo que a partir de la década de los 60 fue desapareciendo, transformándose, de manera inadvertida unas veces y otras, como lo que se cuenta en Distintas formas de mirar el agua, de modo brusco, impuesto por los gobernantes y técnicos del momento aun en contra del sentir de los afectados.

En esta novela corta encontramos a una familia que un día de otoño llega hasta el embalse del Porma en León para esparcir sobre sus aguas las cenizas de Domingo, el abuelo. Domingo junto a Virginia, su mujer, y los cuatro chiquillos fruto de su matrimonio, tuvieron que abandonar Ferreras, su pueblo, por orden de la superioridad antes de que junto a otros cinco o seis más fuera anegado por las aguas del río Porma que iba a ver detenido su curso. La presa que embalsaría sus aguas llevaba construyéndose desde hacía cinco años y en breve iba a ser inaugurada. Esa lejana salida del pueblo, evocada por la abuela Virginia, dista del ahora en que se desarrolla la novela nada menos que cuarenta y cinco años.
«Durante los cuarenta y cinco años que han pasado desde el día en el que, con la casa a cuestas, abandonamos estas montañas camino de la llanura, Domingo nunca volvió a hablar del pueblo, como tampoco lo hizo de Valentín, el pobre hijo que se nos murió tan pronto. [...] Yo, al contrario, mientras más hacía por olvidar, más recordaba y me dolía el recuerdo.»
Estamos ante un tiempo detenido. La verdad es que eso es lo que supone la muerte para quien la sufre; aunque en este caso también el tiempo se detuvo en vida para el fallecido y Virginia 45 años atrás, pues pese a haber vivido físicamente esas cuatro décadas lejos de allí, concretamente en unas fértiles tierras  palentinas surgidas de una laguna desecada, mentalmente siempre estuvieron en Ferreras, su pueblo leonés hoy sumergido en el embalse que ellos llaman la laguna.

La desaparición del decurso temporal también sucede en el relato de Llamazares escrito a base de monólogos interiores y soliloquios coincidentes en el tiempo de los distintos miembros del grupo familiar: la abuela Virginia, sus cuatro hijos (Teresa, José Antonio, Virginia y Agustín), las parejas de los tres primeros (respectivamente Miguel, Elena y Emilio), y los hijos de cada una de estas parejas, o sea los nietos del abuelo fallecido (Raquel y Susana; Daniel con su novia italiana Maria Rosaria y Alex; Laura, Jesús y Virginia). Todos ellos esperan que Teresa, la hija mayor de Domingo, esparza las cenizas del abuelo sobre las aguas; mientras lo hacen cada uno evoca en sus pensamientos la vida y el comportamiento del abuelo Domingo y del resto de miembros de la familia.

Son tres generaciones meditando sobre un mismo hecho en un mismo instante. Paradójicamente este tiempo parado sirve para ver cómo en esos cuarenta y cinco años el mundo ha cambiado pasando de una sociedad cerrada y machista, en la que la mujer estaba sometida al varón, a una sociedad en la que la mujer es dueña de su cuerpo, actos y decisiones («Mi madre pertenece, como yo, a esa clase de mujeres acostumbradas a obedecer, primero a nuestros padres y luego a nuestros maridos. ¡Qué distintas de las jóvenes de hoy!», piensa Teresa). Lo curioso es ver cómo todos, viejos y jóvenes, enjuician de manera comprensiva estas actitudes tan dispares en unos y en otros («Lo que no me gustaba de él era su machismo, aunque comprendo que también eso se lo enseñaron en casa, aparte de que la abuela se lo reforzase luego como mi madre ha hecho con mi padre»). 

La transformación en la manera de vivir se percibe también en la dispersión de la familia por la geografía peninsular; se diría que así como Ferreras se perdió en las profundidades del embalse, la familia creada por Virginia y Domingo se ha disuelto diseminándose unos y otros por España: en Barcelona vive José AntonioTeresa lo hace en Valladolid; y Virginia en Santander. Agustín es el único que, en la laguna palentina, permanece en la casa de los abuelos, quienes por su edad hubieron de marchar a una residencia en la ciudad; pero a Agustín todos lo tienen por loco o algo retrasado 

Es Distintas formas de mirar el agua fundamentalmente una historia de amor; una historia de amor por parte de Julio Llamazares a su tierra, León, Castilla y León, una tierra de gentes sencillas, aparentemente duras, que no buscan enriquecerse, sino sólo ser felices. Así lo piensa Miguel, marido de Virginia hija y separado de ella desde hace ya seis años: 
«¿No será que el secreto de la felicidad es conformarte con lo que tienes, con lo que a base de esfuerzo vas consiguiendo por ti mismo, con el amor de unas pocas personas que la vida puso a tu lado, con la tranquilidad que dan la fidelidad y la compañía de una mujer a la que conociste un día y que, si entonces te pareció la mejor del mundo, quizá fue porque lo era?»
 Por su parte Daniel, uno de los nietos de Domingo y Virginia piensa que sus abuelos vivieron «una gran historia de amor sin duda ninguna: la de dos personas humildes, dos campesinos sin casi estudios ni pretensiones, pero con un corazón que lo compensaba todo, que se quisieron toda la vida sin decírselo posiblemente ni una sola vez.»

escritores leoneses vivos, Andrés Trapiello, Luis Mateo Díez
Julio Llamazares; fotografia: jeosm
 (httpswww.zendalibros.com)
Como nota anecdótica diré que el ingeniero que planificó y ejecutó el embalse del Porma que se recrea en esta novela fue Juan Benet. Habría que investigar el asunto, pero el libro se cierra con una cita de Juan Benet que textualmente dice: «Todo el aire de esa región queda reducido a bien poco: una sierra al fondo, una carretera tortuosa y un monte bajo en primer plano». La intencionalidad de Llamazares al incluirla la veo ambigua, pues por una parte parece criticar al ingeniero también escritor, y por otra también podría ser una especie de elogio. Y digo elogio porque en Distintas formas de mirar el agua el personaje de Daniel es ingeniero de Caminos como Benet y para defender obras públicas como el embalse, que dan progreso y confort, lanza reflexiones como la siguiente:
«Porque lo que no puede hacerse es oponerse a ellas sin más como hacen los ecologistas y algunos grupos de afectados (a éstos los comprendo aún), que luego, eso sí, quieren tener electricidad y agua en sus domicilios.»
Son el nieto Daniel y su novia italiana María Rosaria quienes, dada su lejanía, mejor pueden enjuiciar  la realidad de la familia y de lo sucedido en su vida por culpa de esa obra que al tiempo que es bella también supuso algo terrible para la pareja de ancianos que concebía su existencia apegada a su pueblo de origen. La muerte, como ocurre siempre, ha llegado y ha echado por tierra cualquier planteamiento vital. Por eso, piensa Maria Rosaria:
«Es ley de vida, como se dice. Unos se van y otros vienen, unos desaparecen y otros los sustituimos y así será mientras haya mundo. Por eso hay que disfrutar de la primavera, y de las nubes, y de los pájaros, y hasta de la belleza de este pantano que esconde, como todo, algo siniestro, pero que es una maravilla como paisaje, y por eso hay que aprovechar cada minuto de nuestro tiempo, que se va a toda velocidad, en lugar de regodearse en el dolor de lo que perdemos.»
___________________
En 2016 Julio Llamazares quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con Distintas formas de mirar el agua publicada el año anterior. Seguramente se iba a alzar con el galardón, pero previamente él ya había advertido que de ganarlo no lo aceptaría ni iría a recogerlo.  
 

3 oct 2024

Abraham B. Yehoshúa: "Una mujer en Jerusalén"

20 comentarios:

«Recuerda que días atrás se había fijado para ese día una reunión extraordinaria para valorar un incremento de la producción debido al cierre de los territorios, ya que esa medida había aumentado la demanda de pan en las zonas palestinas, y mucho más cuando algunas pequeñas panificadoras palestinas habían sido destruidas por ser sospechosas de fabricar también explosivos.»

Literatura hebrea, Pacifistas judíos, Israel
Mi excelente amiga Rosa, del blog Cuéntame una historia, reseñó hará poco más de una semana, Una mujer en Jerusalén de Abraham B. Yehoshúa. Como hago habitualmente, leí su crítica de la novela que como siempre me satisfizo plenamente. Es Rosa mujer de muchas lecturas y posee un olfato literario fantástico que le sirve para distinguir lo bueno de lo malo, la buena literatura de la otra, abundante y mediocre. Confiesa en su reseña que buscando un autor cuyo apellido comenzase por Y a fin de cumplimentar esa letra en el Reto del blog Lecturápolis al que está apuntada este año 2024, recordó o se topó con esta novela de Yehoshúa que tenía apuntada, nada menos que desde 2013, en su lista de lecturas pendientes. Y decidió leerla. Afirma textualmente, como cierre del buen comentario que hace del libro, lo siguiente: «Trataré de encontrar más libros de este autor israelí, de origen sefardí; pacifista y luchador por un tratado de paz entre israelíes y palestinos; licenciado en Literatura y profesor en la Universidad de Haifa, y que murió en 2022».  A esto añado yo que Abraham B. Yehoshúa nació en Jerusalén el año 1936 muriendo en Tel Aviv en la fecha que dice Rosa en su blog. 


Una mujer en Jerusalén
Quedé yo tan satisfecho con la lectura de la entrada sobre la novela que hacía Rosa en su blog que me dije: ¿por qué no hacer yo lo mismo que ella, o sea, elegir a A. B. Yehoshúa para rellenar esa letra Y del Reto "Autores de la A a la Z" en el que también participo con sumo agrado desde hace ya unos cuantos años? Pues dicho y hecho, busqué el título y en pocos días lo he leído y lo he disfrutado. Desde luego este israelita escribe como los propios dioses. Yo, como mi amiga, finalizada la lectura de la novela también me propongo en un futuro próximo leer más cosas suyas.

Nada hasta ahora había leído de este israelí sefardíta. Me ha gustado su manera de escribir: amena, directa, con notas de humor, con claros mensajes de actualidad sobre su país contenidos entre líneas. La novela la escribe en 2004 y aparece publicada en España en 2008 por la editorial Anagrama. Su título original traducido al español era 'La misión del director de recursos humanos'. Ya sabemos que en España gustamos mucho de cambiar, en libros y películas especialmente, los títulos originales por otros que se nos antojan más entendibles para el público. La verdad es que el que el propio escritor puso es más acorde con el protagonismo central de uno de los personajes, mientras que el de 'Una mujer en Jerusalén' en mi opinión resulta como más desvaído, demasiado genérico; de hecho se fija más en la anécdota que motiva la acción que en el protagonismo de la susodicha mujer. 
Una mujer en Jerusalén lleva un subtítulo: Una pasión en tres actos. Y esos tres actos se corresponden con los tres capítulos que constituyen la novela: El director, La misión y El viaje.

Todo comienza con la llamada telefónica de un periodista local al anciano dueño de una prestigiosa panificadora de Jerusalén comunicándole que en el depósito de cadáveres yace desde hace ya siete días el cuerpo de una mujer muerta en el último atentado suicida ocurrido en el mercado central. La tal mujer no llevaba sobre sí más papeles que una nómina sin nombre de trabajador expedida por esa panificadora jerosolimitana. Le avisa el periodista de que el próximo fin de semana sacará en el diario un artículo comentando la dejadez de la empresa que no ha sabido dar datos de la tal mujer, así como la falta de caridad y empatía al no haberse interesado por la trabajadora al ver que no se presentaba en su puesto de trabajo.

El dueño de la panificadora, que ya tiene 87 años, no desea que sus últimos años de vida se vean empañados por un suceso tan penoso; es por ello que encarga al director de recursos humanos que le dé  a la mayor brevedad información cierta sobre quién pueda ser esta trabajadora para ponerse en contacto con sus familiares y proceder al entierro de sus restos. Es viernes y el director, que está divorciado, debe de ocuparse de su hija con la que ha quedado a la salida de su instituto. El empresario no admite excusas y le dice que sea su secretaria personal la que se ocupe de atender a la chiquilla. Así comienza la investigación que el director de RRHH hace sobre una trabajadora que él debió de entrevistar en la correspondiente selección de personal, pero de la que no guarda el más remoto recuerdo. Es ahora su propia  secretaria la que al saber que en la nómina ponía que era trabajadora de la limpieza de la panificadora en el turno de noche busca el expediente y encuentra que se trata de una tal Julia Ragayev que llevaba sin aparecer por su puesto de trabajo desde hacía un mes. Pero si no iba a trabajar ¿por qué se le seguía pagando el sueldo? 

Comienza así la investigación del director de personal que poco a poco se va interesando cada vez más por el caso. Sus pesquisas le llevan a contactar con el periodista ('la víbora', lo llama él) que amenaza con un  duro artículo por la dejadez mostrada por la empresa; habla con las vecinas de la casa -una barraca o chabola, más bien- donde se alojaba Julia; dialoga con el supervisor de la Ragayev en la panificadora, quien le habla de la belleza de la fallecida... Una vez localizada e identificada, el director de RRHH cree que su función ya ha finalizado y que podrá regresar a su casa para ocuparse de su propia hija. pero de eso nada, pues el dueño de la empresa le dice que estaría bien que, una vez encontrada, entregasen a la familia de la fallecida, -extranjera ella, sin que en ningún momento se diga exactamente de donde era-, una compensación económica por el despiste que con ella han tenido. De esto también será el director de personal el encargado. Y es tanto el frenesí que pone en esta misión que cuando en vez de enterrarla en la capital de su país, un familiar proponga hacerlo en su pueblo natal el protagonista se ofrecerá él mismo a acompañarlos. 

La historia es francamente entretenida y la manera que tiene Abraham B. Yehoshúa de presentarla es ciertamente curiosa y original: en tercera persona cuando el narrador es un ser que todo lo conoce, y en primera cuando son los propios personajes colaterales del relato (compañeros de trabajo de la fallecida, los camareros de la cafetería donde dialogan el Director de RRHH y el Supervisor, las chicas ortodoxas vecinas de la chabola donde ella vivía, los habitantes de la localidad donde ¿finalmente? darán tierra a Julia Ragayev...) quienes desde su posición observan la actuación de este Director de Recursos Humanos. Además, presenta los dos diferentes tipos de narrador con distinta tipografía: en versalitas las partes del narrador omnisciente y en cursivas las relatadas en primera persona.

Escritores judíos, Conflicto árabe-israelí
(foto extraída de Biografías y Vidas)
Es Abraham B. Yehoshúa un israelita comprometido con la paz. Abogó por el entendimiento de las dos partes en conflicto. Esto no empece que fuese, durante el tiempo correspondiente y obligatorio para cualquier israelita, soldado del ejército de su país. Pero cuando se licenció participó en movimientos izquierdistas que buscaban la solución. Es paradójico que cuando estoy escribiendo esto Israel esté bombardeando el Líbano tras haber destrozado y reducido a cascotes y miles de muertos la franja de Gaza. Y lo más grave es que, vista la respuesta que Irán ha realizado esta pasada noche, la guerra no tiene visos de acabar pronto. Cuarenta y tantos mil muertos dicen los informativos hay por ahora. ¡Terrible! 

He encontrado muchas alusiones a la realidad que vive este país incrustado en medio de otros que se han mostrado en tiempos como enemigos suyos y otros que se siguen manifestando de este modo. Delicadamente, como si nada, formando parte de la naturalidad y del día a día de Israel, Yehoshúa desliza frases sencillas, como la cita que abre esta reseña, que sirven para contextualizar la historia que se relata, una historia que sucede en un país atravesado por la neurosis social, la disociación, la pura esquizofrenia:
  • «¡Oh!, buenas gentes, decidnos qué está ocurriendo en Tierra Santa. ¿Quiénes son estos muertos que nos mandáis sin cesar? ¿Es que hay alguien que se beneficia de todo esto?»
  • «Al calor de la calefacción del coche, que se desliza por las carreteras mojadas y desiertas de Jerusalén este, peor iluminada que la parte occidental de la ciudad»
  • «Al árabe [un trabajador árabe de la panificadora] le agrada tener la oportunidad de quedarse solo en su lugar de trabajo, como dueño y señor, y así poder levantarse más tarde y ahorrarse la humillación de tener que pasar por tres puestos de control.»
Y finalizo ya señalando los finos rasgos de humor que este escritor muestra, como al descuido, en Una mujer en Jerusalén. Vemos al Director de personal separado de su mujer que ha vuelto a casa de su madre y que, claro, hay días en que, si él no avisa, la mujer cierra la puerta con llave con lo que él se queda en la calle («se olvidaba de que cuando él no duerme en casa su madre echa la cadena, por lo que ahora le es imposible entrar»). O cómo lo pasan los soldados del país natal de la mujer fallecida en un búnker construido durante la guerra fría y dedicado ahora al turismo («la camarera se queda ociosa y el oficial se ve obligado a distraerla en la cama.»). Por esta frase del búnker más otras como la que afirma que el soldado que vigila en el búnker es «un soldado cosaco», o que el trayecto en avión desde Jerusalén ha sido de cuatro horas, además del apellido Ragayev de la mujer jerosolimitana, mi cabeza me dice que el país a donde se dirigen para darle sepultura -cristiana sepultura, además- bien pudiera ser ¿Ucrania? ¿Kazajistán? Por último el tremendo jetómetro (permítaseme el barbarismo, pero no encuentro mejor término para describir a este personaje) que tiene la Víbora, el periodista que desata todo el asunto, que no se corta un pelo para aprovecharse del teléfono móvil vía satélite que porta el Director de RRHH a pesar del enorme coste de esas llamadas; o la foto que maquinan hacer él y su fotógrafo del momento del sepelio
«está seguro de que el fotógrafo sabrá aprovechar un momento de distracción y hacer, sin necesidad de flash, una fotografía apropiada para incluirla en su periódico junto a la sección de los anuncios de casas y coches en venta.»
Como se ve en la cita que cierra esta reseña, el capitalismo de la sociedad de consumo en que vivimos no se arredra ante nada, ni siquiera ante la muerte de una inocente caída por culpa de un conflicto político que dura años -siglos pudiera decirse también- y cuya resolución no parece cercana.