«Ha caído en mis manos un libro titulado Sin noticias de Gurb con el que alguien pudiera establecer comparaciones y acusarme de plagio o intertextualidad, que esas cuestiones aquí tienen mucha importancia a causa de los derechos de autor y del exagerado individualismo de los artistas. Como si lo de caer en un sitio que no es el esperado y empezar un diario reseñando e interpretando la extrañeza que produce la novedad fuera exclusiva de alguien»
Hace unas semanas que leí
Islandia 2004, la divertidísima novela de
Ezequias Blanco. Se trata de una reedición que
Huerga y Fierro, sus editores, presentan en una nueva y hermosa publicación. He disfrutado mucho leyéndola. Es divertida, crítica sin hacer sangre, popular, auténtica, muy bien escrita y viene acompañada, como es consustancial a su creador, de una enorme carga literaria y cultural. En fin, es una, por estilo y contenido, reconocible obra de
Ezequias, getafense de adopción.
La anécdota que contiene es la pérdida, por algún defecto en la IA (Inteligencia Artificial) aplicada, del artefacto que debía de transportar al Gran Hermano orwelliano hasta la fría Islandia. En vez de ello ha recalado la nave en Getafe (Getafilandia) desde donde este personaje comienza a filmar y enviar a un joven transcriptor cintas de cuanto se presenta ante su ojo orwelliano. Y lo que se presenta es toda la sociedad y la vida social de esta ciudad de la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid) a comienzos del siglo XXI.
Es una novela divertida por demás. El tono surrealista lo envuelve todo Comienza el humor por ese personaje vestido de esquimal, ese GH cuyos conciudadanos quieren quitarse de encima por viejo y estar descacharrado; es por esto que deciden enviarlo en misión informativa a Islandia, de ahí su atuendo invernal: «sombrero castoreño, una bufanda muy tupida de lanas de caída de yak, unos guantes de Burgos, unos calzoncillos de felpa de pernera larga o pulgueros, una camisa de cuadros de merina australiana, un anorak de plumas de ganso [...]». Pero contra todo pronóstico el ser así trajeado cae en plena canícula en el poblachón manchego de Getafilandia. Y también contra todo pronóstico la máquina que en definitiva GH es suda por todos los poros que no debiera de tener, motivo por el que habrá de hacerse con otra vestimenta más adecuada al momento, paisaje y paisanaje local.
El ojo que todo lo ve del GH graba de manera neutra e impersonal imágenes de todo cuanto en su recorrido por Getafilandia se va encontrando: la frutería de la Rosi, el salón de bailes Casablanca a donde ella, lesbiana, y la Encarni, madre separada, acuden a bailar y «a pillar la pava», sobre todo la primera; la sala de Bingo donde la suerte («dinero llama al dinero») cae sobre los hermanos Céspedes, marqueses de la Chorra Pelada; el dominguero partido de fútbol infantil en el que los padres chillan como posesos contra el equipo rival, quizás —¡venga Dios a verlo!— con inequívoco afán educativo; la desmadrada fiesta en casa de los Marqueses en la que hasta las mascotas se saltan todas las líneas rojas: «"Mariblanca [...] al menos echa tres polvos diarios con Héctor" "¿Qué dices?" "Lo que oyes" "Pero ¿es posible? ¿Un perro y una gata...?" "Sí, cari, un perro y una gata. Con mis propios ojos lo he visto y como podrás imaginar me quedé de piedra..." "Esta casa parece una orgía de animales"»; la farmacia del licenciado Cristóbal; el Centro de Mayores; la Librería El Chato; etc., etc.
En todos estos espacios los lugareños hablan, ríen, viven, se relacionan..., y el ojo que todo lo ve del GH va registrando en cintas de video sus gestos, sus figuras, sus palabras. Es luego otra máquina, el transcriptor, a la que GH envía las cintas, la encargada de poner en palabras lo allí grabado. Ambos seres, el caído por azar en Getafilandia y el transcriptor, aunque en principio tienen el propósito de no apostillar, de no opinar sobre lo que ven, sin embargo, según avanza el relato no pueden evitar implicarse en el mismo más y más. Ambos lo admiten y lo confiesan. El propio GH comunica:
«Soy el Gran Hermano. Al principio escribí, que yo sólo apostillaría si lo considerara necesario y que prefería no tener que hacerlo, pero a estas alturas no me queda otro remedio, porque si no, me voy a comer las uñas que no me crecen».
Por su parte el propio transcriptor («un jovenzuelo con pinta de pajero compulsivo») que fue quien decidió desasirse del viejo GH enviándolo a Islandia no tiene más remedio que advertir que él que
«pretendía ser lo más objetivo posible en esta transcripción al dar cuenta de lo que sucedió en el jacuzzi entre Teresita, Diana y el Marqués, y en el jardín con los otros cuerpos sólo diré que a mí, que soy una máquina y estoy castrada se me elevó el pizarrín en tres ocasiones».
En total son diecinueve las cintas grabadas por este ojo, cada vez más humano y menos GH, tanto que en un momento dado del relato tomará una decisión importante que, naturalmente, no voy a revelar aquí. Sólo diré que la misma implica al propio libro que tenemos en nuestras manos. ¿Qué será? ¡A leer la novela tocan!, que diría aquel. El humor, presente de principio a fin, en definitiva lo que hace es reivindicar la vida, la vitalidad, la alegría de vivir.
El recorrido por Getafilandia que reflejan estas cintas y sus trascripciones es ciertamente muy costumbrista, y también muy Vélez de Guevara, quiero decir, muy al estilo de ese
Diablo Cojuelo que levantaba los tejados de Madrid, otro poblachón manchego, para mostrarnos la vida viva de sus habitantes. Pero
Islandia 2004 no es una mera postal costumbrista en la que vemos a personajes variopintos en su día a día. No, no es sólo eso.
Ezequías en esta novela ironiza también de manera crítica sobre no pocos tipos de seres que existen en nuestra sociedad: he ahí a
Hilario, el sindicalista, al que
Encarni bailando en el Casablanca pregunta
«"¿En qué trabajas?" "Soy sindicalista" "Ya se nota. Buena chupa llevas. Lo menos de noventa talegos"»; o a
Luis Carlos, marqués de la Chorra Pelada, dedicado a sus placeres eróticos e intelectuales, el cual es vitoreado por todos los asistentes a su desmadrada fiesta cuando surrealísticamente en la misma es preguntado sobre cuestiones consideradas habitualmente de enjundia: la creación artística, la relación creador-obra creada y, por último, si la muerte del libro físico está próxima. Y este calavera —paradójicamente luego veremos que
Luis Carlos es de lo más centrado de ese zoo humano que es Getafilandia— supera todas con nota; o al mismísimo
Azrael Blanco, quien tras inventarse una frase que atribuye a Leopold Bloom —¡madre mía, cómo somos los profesores, qué capacidad de inventiva tenemos!—, afirma algo que, aunque su alter ego real, el novelista
Ezequías Blanco, la ha escrito con tremenda ironía, yo creo que es realmente la finalidad perseguida por él en esta interesante y divertida novela. Dice
Azrael que
«intentará hacer de Getafilandia la síntesis material y espiritual del mundo del siglo XXI. [...] Si no la gran epopeya de la posmodernidad, sí al menos la epopeyita que se puede conseguir con estos personajes».
Y es que de personajes va esta narración. De personajes reales, de seres de carne y hueso, que se relacionan entre sí, en un espacio relativamente pequeño, la ciudad de Getafe, y que cada uno con su función (Pedro Castro, alcalde perenne; Gregorio Peces Barba, rector de la Universidad; Carmen García, directora del IES Puig Adam; el poeta Luis Alberto de Cuenca en la presentación de un victimista libro feminista de Enka, la marquesa; el obispo; el cronista local; el farmacéutico y poeta Cristóbal de la Manzanara; el sindicalista, poeta y abuelo precoz Matías Muñoz; los libreros Felipe Alarcón de El Chato, o el correspondiente de la librería Demos... Personajes reales éstos, que sirven de marco para las vicisitudes de los plenamente ficticios con los que se relacionan o acogen en sus espacios.
En cuanto a la escritura, hay que decir que es una gozada leer esta novela. En ella Ezequías plasma la viveza del lenguaje coloquial. Es fantástico y muy divertido observar cómo unos visitantes foráneos externos, el GH extraviado llegado aquí y su joven transcriptor aún en su remoto lugar, intentan comprender lo que se dice en una reunión de amigos «cuando coinciden todos a la vez y la conversación general pronto se desgrana en subgrupos de dos o de tres»:
«"¿Cual es la última palabra del diccionario?" [...] José Luis saca la PDA y apostilla "la última es zyjanera" "¿Y qué significa zyjanera?" "Se me han acabado las pilas y no me ha dado tiempo a leerlo" "Por cierto han salido al mercado unas pilas extraordinarias... ¡De cine...!" "El cine de ahora es una mierda. Nadie superará a Burt Lancaster..." "¿Encaste...?" "...Si se caían todos. Últimamente ni trapío ni casta..."»
Naturalmente no puedo pasar por alto que, aunque estamos ante una muestra del buen hacer en prosa de Ezequías Blanco, él es y se siente ante todo poeta. En un texto de naturaleza humorística como es Islandia 2004 el autor dedica unas cuantas páginas a la poesía. Concretamente presenta unos poemas humorísticos de tono escatológico que por asunto y variedad dentro del tema abordado (el pedo y sus variedades) bien podría haber firmado el mismísimo don Francisco de Quevedo.
Por último me parece un acierto, que da redondez a la novela, la analogía que se realiza entre el personaje del cuento de Collodi, Pinocho, que, como se recordará, al final es premiado con su transformación en ser humano y el Gran Hermano, cuya perfecta incorporación y asimilación de los valores y comportamientos getafeños le llevan a corporeizarse y transformarse en Hermi, el «jodío chino» que desde que lo vio por primera vez le decía Mateo, hermano de Juaniyo y de Angelito. La analogía se explicita en la contemplación de un cartel anunciando la edición crítica de Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi realizada por el profesor Azrael Blanco. Cualquiera que conozca la biobibliografía de Ezequías sabrá que precisamente el año en que Hermi, en ese momento como GH, aterrizó en Getafilandia vio la luz tal edición crítica.
Una nota final y una petición
Quiero añadir una nota final simplemente para señalar que el autor de la novela nombrada dentro de la cita que encabeza esta reseña es Eduardo Mendoza. Tal y como advierte el mismísimo Ezequías por boca del personaje protagonista pudiera ocurrir que en la cabeza de alguien se aposentase la equivocada idea de plagio. No cabe tal idea dado que, salvo en el tono humorístico, presente en ambas, y en la anécdota de alguien extraño a un lugar que comunica y/o comenta lo que ve por primera vez, en todo lo demás son narraciones absolutamente diferentes. Recojo de nuevo las palabras del escritor cuando dice que:
|
Ezequías Blanco junto a Matías Muñoz en la caseta de Huerga y Fierro de la FIL de Madrid 2023 en la que ambos firmaron sus libros |
«caer en un sitio que no es el esperado y empezar un diario reseñando e interpretando la extrañeza que produce la novedad fuera [no es] exclusiva de alguien [nadie]»
En cuanto a la petición, me gustaría solicitar a quien/es corresponda una merecida distinción para Ezequías Blanco, autor de esta novela. Ezequías Blanco, lo sabemos todos quienes tenemos o hemos tenido trato con él es hombre magnífico en todo lo que toca, ha tocado o pasado por sus manos. En esa ciudad de Getafe, protagonista principal ella misma de este relato, Ezequías ha sido profesor de Literatura en el IES Puig Adam y durante 30 años editor de la revista de poesía "Cuadernos del matemático". Actualmente sigue cultivando la poesía, la escritura de relatos y de novelas como esta magnífica Islandia 2004 en la que realiza la epopeya (epopeyita, así, por humildad, dice él en la narración) de la ciudad de Getafe. Pero sobre todo, sobre todo, lo que es y más caracteriza a nuestro real y auténtico Azrael Blanco, nombre con el que aparece citado en su novela personificado en un reconocido poeta y profesor de instituto de la localidad, es ser derrochador de la amistad, del trato ameno, de la conversación elevada cuando toca y al nivel del interlocutor también cuando toca. O sea, autoridades de Getafe, ya estáis tardando en reconocer su inmensa labor por vuestra ciudad. Por ahora lleváis casi 20 años de demora, casi casi tantos como el nuevo Gran Hermano orwelliano cuando se perdió. Por favor, que no os ocurra a vosotros —mandatarios getafenses— algo parecido por pereza.
___________________
Entradas en este blog sobre libros y actividades de Ezequías Blanco: