De otro lado, el profesor que indaga en el pasado también deberá luchar contra la apacibilidad hogareña y las rutinas diarias que, constantemente, le indican que la búsqueda del abuelo desaparecido no es más que una quimera y una pérdida de tiempo y de energías.
La novela se estructura en 14 capítulos que en contrapunto alternan los dos momentos temporales, el de 1923 y el actual, en ordenada sucesión: capítulos impares para los años veinte y pares para la actualidad. Las dos historias ganan en verosimilitud mediante las distintas figuras del narrador y presentaciones del discurso empleadas en cada una de ellas: narrador externo omnisciente y estilo directo en los capítulos impares; narrador protagonista y estilo indirecto e indirecto libre en los pares.
También en el aspecto de construcción es de destacar de nuevo el contrapunto en la primera historia entre los sucesos protagonizados por Joan y Robert, y los que se desarrollan en los dominios del poder político y económico. En la segunda, esta dualidad deja de ser de tipo externo y pasa a serlo interna al producirse dentro del propio narrador-protagonista que vive, a través de su investigación, el descubrimiento de sí mismo en cuanto a los afectos reales que siente y el cierre definitivo de los huecos que siempre había detectado en la relación con su madre.
El ritmo con el que se desarrolla la novela es firme, sin decaer jamás ni precipitarse en dilaciones innecesarias. Todo en el relato está justificado. Quizás quepa poner un pequeño ‘pero’ en el afán que el novelista tiene por que nada se le escape, lo que le lleva a repetir, a veces de manera casi literal, informaciones ya conocidas por el lector. Pero así y todo cuando lo hace siempre introduce un leve matiz, un pequeño dato, que sirve para que la historia gane en consistencia o resuelva las incertidumbres creadas y perfectamente dosificadas en el lector, por el novelista.
En cuanto a los personajes están mejor delineados los de la historia anarquista que los de la época actual. Joan Alemany; el diplomático inglés Robert Mac Alpin, que en Inglaterra siempre ayudará a Joan; Violeta, la hermana de Joan y meretriz del conde de Monteagudo miembro del consejo administrador de la empresa constructora MZA; Neil ‘el Zurdo’, anarquista del grupo de Dundee; Victoria, amante de Neil y luego de Joan y que con su amor hacia éste provocará la inquina de Neil hacia Jack ‘the Canadian’ nombre que adoptará Joan en su periplo escocés; el anarquista Tom que lo delatará a la policía provocando su muerte; y otros más.
Entre los de la época contemporánea quedan en un plano secundario por poco delineados Lucía, la mujer del narrador, que tan sólo se reivindica al final cuando reconoce la labor de Joan y al verle junto a ella lo premia con la noticia de su embarazo y con la elección del nombre de Joan para el futuro hijo de ambos; también Pat, la amante ocasional edimburguesa; o Iain Flett, director de los archivos municipales de Dundee. Sin embargo los encargados de revelar la historia aparecen mejor delineados. Así, el anciano Andy, que le dice que su padre siempre hablaba de un tal Jack; o el anciano Brian, hijo de Neil ‘el Zurdo’ que le revelará extremos interesantes sobre el final del abuelo y lo que ocurrió con su cuerpo; y sobre todo Keren Mac Alpin, la rica nieta del diplomático inglés al que Joan Alemany salvara la vida 100 años atrás. Es Keren el personaje más logrado de esta historia contemporánea y la que juega un importante papel en la reafirmación emocional del narrador-protagonista al resultar elegantemente rechazada por éste. Y junto a Keren, aunque con poca presencia pero una gran importancia en el conjunto de la novela, la madre del narrador: una mujer fría, distanciada afectivamente de su hijo y que, cuando éste le comunica la verdad del abuelo y la tumba donde yace en Escocia, ella, por persona interpuesta le hace entrega de la carta que al poco de haber huido escribiera el anarquista Joan Alemany a Ramona explicándole todos los extremos de su aparente espantada; y la carta estaba aún, pese a los años transcurridos, sin abrir.
Para finalizar esta breve reseña quiero aludir al estilo de Juan Fernández. Maneja el idioma con frescura y espontaneidad, jamás aparece una expresión disonante, todo encaja a la perfección, moviéndose con agilidad y conocimiento por los meandros tanto del registro coloquial (ejemplo:“Joan Alemany, el hombre que murió dos veces, tal vez tres, como un héroe de una película que vi recientemente, el capitán Alatriste, también a él le costaba morir, al pobre”, [pág. 163)] cuanto por otros más formales. Ambos registros los utiliza como caracterizadores de los personajes que se mueven por el relato. Y dentro del estilo, qué duda cabe, está el humor. Para mí el humor que utiliza Juan Fernández es un humor que se diría inglés, o sea, un humor limpio y nada grueso, que pone de relieve su acerada ironía y enorme cultura; así, por ejemplo, cuando el narrador está en el hotel esperando su entrevista con Keren, la nieta de Robert Mac Alpin, se tumba en la cama pensando: “y ahora qué, dije mirando al techo, al que, por cierto, no le habría venido nada mal una capa de pintura”, [pág. 101]. Sirva esta cita como ejemplo de otra faceta estilística, el culturalismo presente en los intertextos que se van colando como si nada por la historia actual y que podrían servirnos, junto con el personaje profesor-narrador que investiga y escribe el texto que estamos leyendo, para considerar a la novela un buen producto posmodernista. Y conste que utilizo la palabra ‘posmodernista’ vaciada de la connotación negativista que, a veces, algunas personas le dan.
La novela aquí comentada ganó el XIII premio “Carolina Coronado” de Novela Ciudad de Almendralejo 2008, siendo publicada por dicho ayuntamiento con la colaboración de la Junta de Extremadura el año 2009 en la editorial ‘Pre-Textos’.