Hay libros que te impactan desde su primera página. Es lo que me ha ocurrido con "Ordesa" de Manuel Vilas. Confieso que he llegado a Vilas a través de los suplementos culturales que los periódicos que habitualmente leo ('El Pais' y 'El Mundo', sobre todo) sacan un día a la semana. Las opiniones que Santos Sanz Villanueva, Juan Cruz, Antonio Muñoz Molina y otros muchos escritores y críticos a quienes respeto vierten allí sobre esta obra me han conducido irremisiblemente a ella. No he parado hasta poder leerla. La he despachado en tan sólo tres tardes, desde luego no porque sea una lectura facilona y vana como otras, sino porque la profundidad humana y la verdad que transmite Vilas envueltas en un maravilloso lenguaje lindante con la poesía, si no poesía auténtica, no me permitían dejar de lado tan estupenda experiencia literaria.
Antes de dar cima a sus cerca de 400 páginas era tal el placer que me estaba produciendo su lectura que no pude por menos que buscar alguno de los poemarios que hasta el momento este barbastrense ha publicado: El Cielo (2000), Resurrección (2005), XV Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, Calor (2008), VI Premio Fray Luis de León... Al final opté por sacar de la biblioteca "Amor" (año 2010), compendio de su poesía desde 1988 a 2010 reunida por él mismo. No estaba en los anaqueles de la sección de Poesía Gran Vilas, el libro de poemas que sacó en 2012 con el que consiguió el XXXIII Premio internacional de poesías Ciudad de Melilla; y menos aún, claro es, El hundimiento, que en 2014 ganó en Málaga el Premio Generación del 27.
Para finalizar esta especie de recorrido por su bibliografía diré que, además de libros de poemas, Manuel Vilas es autor de otras novelas: España (DVD Ediciones, 2008; Punto de Lectura, 2012), que fue elegida por la revista Quimera como una de las diez novelas más importantes en español de la primera década del siglo XXI, 'Aire nuestro' (Alfaguara, 2009), que obtuvo el Premio de la Librería Cálamo, 'Los inmortales' (Alfaguara, 2012) y 'El luminoso regalo' (Alfaguara, 2013).
En "Ordesa" se muestra la disolución del hombre en ese continuum que es el tiempo y el intento de cómo vanamente éste siempre ha pretendido, detenerlo, pausarlo, fijarlo como sea, en su caso a través de la escritura, a través de la memoria plasmada sobre el papel. En esta obra, una novela porque como declaraba el escritor a un periódico de su región la novela es un género proteico en el que todo cabe y todo abarca ("Entiendo por novela una narración más o menos extensa de la vida. A partir de allí, y desde Cervantes, cada uno que haga lo que pueda. La gracia de la novela está en que cabe de todo, siempre y cuando se narre la vida."), Manuel Vilas homenajea a sus progenitores. La chispa que despertó en él este proyecto fue la muerte de su madre en 2014, nueve años después de acaecida la de su padre. Con su desaparición el narrador, o sea, él, ha penetrado en la región de la soledad, pues poco antes de que su madre muriera Vilas, además, se había divorciado. Es, pues, esta obra también una muestra de cómo vive el presente un ser humano que se ve más como depositario del pasado que vehículo de un presente y menos aún proyección de un futuro.
Tras la lectura me he quedado sin aliento. Es una de esas pocas obras que te impresionan de tal manera que no logras dejar de pensar en ella. Es un libro al que no consigo poner límites, es un libro imposible de medir, un libro inconmensurable. Muchísimos son los temas, asuntos y reflexiones que están en él. Por ello también muchísimas son las notas tomadas y los subrayados que he hecho. Ahora los miro y no sé cómo hacer para que esta reseña tenga cierto orden y no se convierta en un imposible.
¡Vamos allá!
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Fotografía:BEGOÑA RIVAS
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Manuel Vilas Vidal al morir su madre y acudir a Barbastro, su pueblo, donde él nació en 1962, rememora en desorden momentos de su vida: su niñez feliz junto a ella y junto a su padre, muerto diez años antes; su adolescencia cuando egoísta como lo son los chicos de 17 años evitaba hablar con su padre, lo que ahora bien lamenta; su marcha a Zaragoza para estudiar en la Universidad; recuerdos de cuando en esa ciudad lo visitaba su padre que era viajante de comercio; etc. Junto a estas idas al pasado recordado, su presente de hombre de cincuenta y tres años divorciado recientemente aparece entreverado de manera natural: su divorcio que tanto le pesa; las visitas de sus dos hijos a su apartamento, siempre visitas cortas y como obligadas; su caída a los infiernos y su recuperación; su soledad; y así.
Todo el relato de su vida discurre de manera armónicamente desordenada a lo largo de las 157 secuencias en que lo estructura. La música es un ingrediente esencial en esta obra. Es una música presente en la forma y en el contenido. Formalmente, el lenguaje que utiliza tiene ritmos y compases propios de la poesía. Es más, como luego he podido comprobar leyendo "Amor", el compendio de toda su poesía escrita hasta 2010, hay versos, estrofas, poemas enteros, que casi transitan de sus poemarios antes citados a la prosa -poética, naturalmente- que conforma este relato. Tan es así, que el escritor finalizada la narración en sí añade un Epílogo titulado 'La Familia y la Historia' en el que incluye once poemas que hablan de lo mismo del libro pero enfocado desde un punto de vista distinto. De ellos, él mismo dice que "son como el 'making-off' de la novela".
Que la música está presente asimismo en el contenido lo pone de manifiesto que a los personajes -todos ellos reales, por supuesto- los cita alegóricamente a través de nombres de compositores importantes: Wagner es su madre; Juan Sebastián Bach, el padre; Monteverdi, el tío materno Alberto; Händel, su tío Mauricio, hermano de Alberto; Rachmaninov, el hermano de su padre, viajante de textiles catalanes como él; Vivaldi y Brahms, sus dos hijos; y así sucesivamente. Con estos apelativos lo que Manuel Vilas pretende es simbolizar el salto del contexto rural oscense del que procede a ese otro en el que él se haya instalado ahora. Cuando vuelve la vista atrás y hace memoria del pasado lo que busca es que éste resuene, que no se olvide:
"Venimos de los árboles, de los ríos, de los campos, de los barrancos.
Lo nuestro fue siempre el establo, la pobreza, el hedor, la alienación, la enfermedad y la catástrofe.
Somos compositores de la música del olvido.
Nos da igual que exista Dios como que no exista." (sec. 126)
Así como los nombres de músicos tienen
valor simbólico, también los colores son usados en este relato con sentido trasladado. De ellos, dos son los que prevalecen: el azul y el amarillo. El segundo es alegoría de la decadencia, de la derrota, de la vejez, de la soledad. Por contra el azul es la pujanza, la luz, el cielo abierto, todo el futuro por el delante:
"Fuimos azules muchos años. Hasta los dieciocho años, los hijos son azules. Con el tiempo, todo, sin embargo, se vuelve amarillo.
Los hijos azules se vuelven hijos amarillos." (sec. 123)
Y en un relato tan duro, un relato que araña el fondo de la singularidad del ser humano con todo lo que ello comporta, resuena un tono quevedesco crítico, hondo, apesadumbrado, afilado, reflexivo, filosófico, irónico, sarcástico, humorístico:
- Me ha parecido escuchar el famoso soneto de Quevedo ‘Ayer se fue, mañana no ha llegado’ mientras leía:
“Todo era futuro entonces, cuando ocurrió el pinchazo. Todo es pasado ahora, cuando busco el pinchazo, la búsqueda más ilusoria o absurda de la tierra. Pero la vida es absurda, por eso es tan bella.
El valle de Ordesa sigue allí, no cambia, no ha cambiado en estos últimos cincuenta millones de años. Sigue igual, tal como se creó en la era terciaria.” (sec. 142)
- Lo escatológico, la unión de los 'pañales y mortaja' del poeta barroco, podría decirse que llena todo el texto iniciado a raíz de la muerte de sus padres, el avistamiento o el temor a la enfermedad suyo propio y que concluye con el producto del amor de esos dos seres ya muertos. Pues bien, como el conceptista poeta madrileño solía hacer, Manuel Vilas adoba lo feo de la extinción con el aliño del humor. Así, a propósito del diente de oro de su padre y de lo que el forense que le quitó el marcapasos antes de proceder a la incineración pudiera haber hecho con él, Vilas acaba concluyendo tras una serie de frases en las que juega con la expresión 'oro' que "Mi padre tenía un corazón de oro"
- Del mismo modo se percibe un enorme sentido del humor cuando, hablando de la materialidad de la escritura en contraposición a lo puramente espiritual, cita a Sta Teresa con frases como que “Moisés escribió diez mandamientos porque se cansó de cincelar la piedra” (sec. 21)
Y para acabar ya este apartado que sin habérmelo propuesto me ha salido sobre aspectos formales añadiré la importancia que el escritor-narrador-personaje (que todo esto junto es Manuel Vilas en esta novela) da a los
paralelismos, a las correspondencias, entre él y sus padres:
- “Mi madre perseguía la estimación social, que se evaporó, y yo persigo la estimación literaria, que también se está evaporando” (sec. 140)
- "Mi padre era viajante, viajante de comercio. Yo, más o menos, también. Yo escribo, él escribía. Da igual lo que escribiéramos. Estamos haciendo lo mismo. Él llamaba a sus obras literarias ‘pedidos y duplicados’" (sec. 102)
O
también el paralelismo existente entre sus hijos y él del que le advierte Wagner, su propia madre, cuando vista la relación que tiene con sus dos hijos, que apenas le hacen caso, que lo rehúyen, ella le dice que ya va siendo hora de que hable a Bra y Valdi del camino, esto es, de que con sus desapegos y faltas de atención hacia él están cimentando el camino de lo que les ocurrirá a ellos con sus propios hijos durante su vejez. O sea, que están irremediablemente destinados a la soledad, la misma que él ahora padece por culpa de ellos.
"Wagner dice:
están construyendo el camino, es un ancho y florido camino por el que tú
volverás a estar con ellos siempre, como tú lo frecuentabas cada vez que no me
besabas ni me cogías la mano ni venías a verme, es el mismo camino, el mismo
regreso.” (sec. 134)
Formalmente hay
muchísima literatura contenida en esta narración. Es una literatura integrada en el buen hacer del novelista, una literatura perfectamente digerida que no es postizo o adorno extraño sino constituyente intrínseco del estilo Vilas. Con todo y buscando con ahínco me ha parecido ver cómo por doquier resuena
Quevedo, pero también
Charles Baudelaire en los simbolismos y las correspondencias existentes entre el mundo material y el espiritual. También en una elegía póstuma como cabría calificar este escrito las Coplas del poeta palentino
Jorge Manrique parece que resuenan en no pocos momentos; en especial, me ha parecido oírlas en las preguntas que lanza al abuelo desaparecido y jamás conocido (“
¿Qué pensaría mi abuelo de sus hijos? ¿Estaba orgulloso de ellos ¿Los besaba? ¿Le ensanchaban el corazón como a mí me lo ensanchan Bra y Valdi? ¿Se perderá mi amor a Bra y Valdi de la misma forma que se perdió el amor de mi abuelo hacia Bach y Rachma? […] ¿ Quién era? ¿Me hubiera querido ¿Me habría cogido de la mano cuando yo era pequeño?”, sec. 148). Y sin poder hacer cita concreta por estar absolutamente diluido en la obra la poesía de
Antonio Machado, no en balde el poeta de la palabra en el tiempo, embebe todo el poemario que en definitiva esta narración es.
¿Qué temas se tocan en esta novela?
Pues prácticamente podría ya concluir diciendo que además del primero de todos que es el Tiempo, todos los que constituyen la vida de cualquier miembro de una familia española de clase media-baja durante la segunda mitad del siglo XX y primeros años de éste. Como esencialmente ante lo que nos encontramos es ante una novela memorialista en busca de ese paraíso perdido que es la niñez hay más momentos recordados referidos a los años sesenta y setenta en que Vilas fue niño que a los siguientes, aunque estos tampoco faltan .
Antes de enumerar aquellos motivos que me ha parecido percibir en el libro, diré que a pesar de ser una novela que transita más por la senda de la realidad que de la ficción, lo magnífico de la misma es que trasciende la mera biografía del sujeto protagonista para, haciendo abstracción del mismo, tocar la universalidad del ser humano. He ahí donde reside la excelencia de esta obra.
Sin duda alguna el asunto esencial, el tema principal, que aquí se muestra no es otro que el del Amor. Ese amor que conforma la relación padres-hijos que muchas veces, vista desde fuera, nos parece, quizás, fría y distante, pero que sus protagonistas viven y la recuerdan -sobre todo la recuerdan- con amorosa emoción. En esta emoción un año se erige por encima del resto: 1969. Este año es central en su recuerdo y lo remarca en el libro incluyendo una fotografía en la que pasea contento de la mano de su padre:
“Yo sigo en este mundo,
pero Bach se marchó. Se estaba marchando ya cuando alguien le hizo esta extraña
y a la vez alegre foto. Y alegorizó esa marcha con la supresión visual de medio
cuerpo.”
Manuel Vilas en la introducción que hace a "Amor. Poesía reunida 1988-2010" dice que a la edad que ya tiene y ante el mundo que le ha tocado vivir "el amor a todo es la única salida del laberinto"; y añade "tal vez este sentimiento esté emparentado también con la exaltación, con la plenitud, con la euforia, con la libertad"; para concluir diciendo que "el amor es un buen lugar. Parece un sitio universal, cargado de energía, de energía elemental y no moral. No concibo el amor sino como una lucha a muerte contra los hipócritas".
La verdad es que el amor en todas sus variantes y manifestaciones centra
este relato: el amor a sus padres con todo lo que de tensiones, tiras y aflojas esta relación familiar tiene; el amor fraterno manifestado en el amor alejado entre él y su hermano o entre Bach y Rachmaninov, su padre y su tío paterno; el amor a sus dos hijos, quizás el más fuerte que existe aunque ellos aún no sean conscientes del mismo. Y también nombra de pasada las desviaciones, los disfraces de amor de que se visten algunas acciones, como las caricias no consentidas que algunos mayores realizan a los niños y que a éstos les repelen; y sin demorarse mucho en ello el narrador habla también de sus abundantes infidelidades, en las que el amor si se nombraba era sin duda alguna para disfrazar de algo el mero deseo.
Párrafo aparte merece sin duda el amor a su tierra, a ese paisaje oscense del que como tantos otros hubo de salir para poder sobrevivir pero que lleva siempre en su corazón. De ahí que la novela la haya titulado "Ordesa", el nombre que tiene ese valle del Pirineo de Huesca cuyo pico central es Monte Perdido. Pero el paisanaje que habita esta naturaleza a la que le gusta volver y en la que encuentra su seguridad no es precisamente amable, sino más bien al contrario. Así se percibe cuando habla de la dura relación entre sus dos tíos maternos, Alberto y Mauricio; a este último Vilas reprocha el comportamiento tenido con Alberto a quien por culpa de la tuberculosis le habían serrado un pulmón:
“No le conmovía que tuviera un pulmón menos. Había resentimiento y catástrofe en aquellos pueblos de Huesca.
Esos pueblos de los que yo me enamoré.” (sec.124)
Junto a Ordesa, naturalmente está Barbastro, su localidad natal, su pueblo, su centro vital y sentimental. Allí fue feliz, allí fue niño, y allí, también, regresó para enterrar a sus padres:
[Barbastro] “Era el paraíso. Fue mi paraíso. Fueron ellos mi paraíso, mi padre y mi madre, cuánto los quise, qué felices fuimos y cómo nos derrumbamos. Qué hermosa fue nuestra vida juntos, y ahora todo se ha perdido. Y parece imposible.” (sec. 109)
Otro asunto que aparece en el relato aunque no se detiene mucho en él es el de Profesor de Instituto. Yo que lo he sido hasta hace bien poco y como él de Lengua y Literatura entiendo perfectamente la desilusión que Vilas manifiesta del ejercicio durante veinte años en la profesión; pero no comparto el tono nihilista y ese meter en el mismo saco a todos los miembros de la comunidad educativa. Afortunadamente el autor es consciente de que toda generalización es odiosa y recoge velas en un momento dado. Yo, desde aquí, suscribo gran parte de lo que en la secuencia 48 el hasta hace nada profesor de Lengua dice, en especial el final. Quizás la cita sea algo extensa pero mi profesión de años me obliga. Perdón, por ello:
“Mucho tiempo estuve
narcotizado por una nómina. Mucho tiempo: más de dos décadas. […] un 10 de
septiembre de 2014 dejé de dar clases en la enseñanza media […] Los institutos
españoles de enseñanza media eran edificios sin gracia, construcciones deficientes,
con pasillos ingrávidos, con aulas frías en los inviernos y tórridas ya incluso
en las primaveras. […] Aquellos chicos eran humillados y ofendidos por los
profesores, esos mediocres con rencor hacia la vida. No todos eran así. Había
profesores que amaban la vida e intentaban transmitir ese amor a los alumnos.
Es lo único que debe hacer un profesor: enseñar a sus alumnos a amar la vida y
a entenderla. […] Yo no suspendía a nadie. No podía suspender a nadie. Tal vez
al principio sí suspendí a algunos de esos críos por no saber analizar frases.
[…] Practicaba una explicación marxista de la sintaxis. Un marxismo cómico,
pero al menos nos moríamos de risa.”
Afortunadamente, Vilas Vidal cierra esta secuencia en la que reflexiona sobre su dedicación profesional de 23 años diciendo:
“Estoy siendo injusto: el único aliado leal de la redención social de los españoles desfavorecidos es el profesorado. Tuve inmejorables amigos allí. Vi profesores excelentes, pero el sistema educativo agoniza, eso es, en realidad, lo que quería decir, que el sistema educativo ya no funciona porque se ha quedado varado en el tiempo.”
Quizás esta insatisfacción profesional estuviese en la base del
alcoholismo del personaje-narrador y éste de sus infidelidades. No sería la única causa, pero sumada a otras, evidentemente coadyuvaría. El alcoholismo, confiesa con alegría, ha conseguido abandonarlo no sin dificultades:
“Llevo mucho tiempo sin beber.
En España, la ayuda que recibe un exalcohólico es facilitarle que vuelva a beber.
Yo creo que en España no existe el perdón de los pecados.
De ahí que al final nadie pueda salir del alcohol en España, de ahí la expectación que despierta un exalcohólico español: a ver cuándo cae, a ver cuándo vuelve a beber.” (sec. 95)
El trato que España da al alcohólico es un ejemplo más de la
crítica social y política que aparece esparcida a lo largo y ancho de esta estupenda novela. Al alcoholismo y la enseñanza ya comentados hay que añadir otros. En primer lugar esa dependencia de Aragón de la alta burguesía catalana que utilizaba -¡y utiliza!- la mano de obra del campesinado aragonés (oscense en este caso) para enriquecerse y en compensación hacer 'ascender' de la mera pobreza a la considerada clase media-baja, eufemismo acuñado en esos años del desarrollismo sesentero y setentero para esconder a los nuevos pobres. En concreto, el padre y el tío de Vilas eran viajantes e comercio del textil catalán:
“Rachmaninov vivió en Galicia. Lo destinaron a Galicia. Trabajó en lo mismo que mi padre, trabajó de viajante. Trabajaron los dos para la misma empresa catalana. […] Ni en Aragón había industria, ni la había en Galicia. La industria estaba en Barcelona.” (sec. 146)
También
la pobreza es tema importante en esta narración. Vilas constantemente habla de ella, de cómo la necesidad de huir de ella ha vaciado sus amadas tierras del Somontano, de la alienación que una nómina siempre supone, del extrañamiento, de la mentira que es la clase media-baja -eufemismo de pobre desde el desarrollismo franquista hasta nuestros días- y también de cómo la soledad o el desamparo son formas de pobreza:
“Nunca me acostumbraré a ser pobre. Estoy llamando pobreza al desamparo. He confundido pobreza y desamparo: tienen el mismo rostro. Pero la pobreza es un estado moral, un sentido de las cosas, una forma de honestidad innecesaria. Una renuncia a participar en el saqueo del mundo, eso es para mí la pobreza.” (sec. 33)
Esta obra tiene mucho de ensayo filosófico. La verdad es que la muerte con que concluye el tiempo vivido por cada uno de nosotros es el meollo de la
filosofía existencial. El escritor escribe sus reflexiones a raíz de la conclusión temporal de sus padres. Esto le lleva a plantearse no pocas cosas como ya hemos ido viendo. Una de ellas, el apresurado estilo de vida actual, lo contrapone al pausado vivir de los años setenta cuando él era feliz junto a su padre (“
la vida iba más despacio y podías verla. Los veranos eran eternos, las tardes eran infinitas, y los ríos no estaban contaminados”) mientras que ahora -2005 ó 2014, cuando murieron respectivamente el padre y la madre- el apresuramiento se plasma en todo, incluso en la preferencia cada vez mayor de la incineración frente al enterramiento.
Vilas se lamenta de haber llevado a sus padres fallecidos al crematorio en lugar de al cementerio. Los restos materiales que albergaron un ser vivo no son tales si en vez de enterrar se procede a la incineración. Las cenizas se esparcen, desaparecen; las sepulturas, los nichos, los mausoleos de los cementerios permiten ir a reencontrase con la materialidad de los seres queridos.
“La materia aún conserva un espacio, mantiene el tiempo viejo metido en un espacio. De ahí, de nuevo, y por enésima vez, mi error a la hora de incinerar a mis padres. Las tumbas son un lugar donde rememorar lo que ya no tiene tiempo, pero sí espacio, aunque sea un espacio óseo.” (sec. 145)
La paradoja es algo consustancial a la vida. No existe la vida unidimensional, hay cambios, zigzagueos, azares, contradicciones... Es absurdo pretender ser seres de una sola pieza, constantes, rectilíneos. No, así no es la vida real, la vida real es en esencia paradójica. Por eso, aunque hable de muerte y cementerios no hay religiosidad alguna en él. Lo que no quita para que en un momento de su reflexión venga a agradecer a los padres escolapios que le enseñaran a leer:
"Escribo porque me enseñaron a escribir los curas [...] Esa es una gran ironía de la vida de los pobres en España: les debo más a los curas que al Partido Socialista Obrero Español. La ironía en España es una obra de arte siempre" (sec. 85)
lo que no excluye su denuncia de cómo uno de estos padres escolapios siendo él muy niño lo manoseó, sobó y acarició sin poder recordar si es que hubo alguna cosa más.
Si paradójica fue su relación con la religión, otro tanto puede decirse de la política. En la cita anterior hay una clara crítica al discurso político de muchas -todas o casi todas- formaciones políticas que parece que todo se alumbró con su advenimiento. Evidentemente, viene a decir
Manuel Vilas, eso no es así. Y como habla de su propia vida a su aprendizaje lector vino luego a añadirse su marcha a la universidad, algo que le permitió adquirir unos conocimientos y destrezas que le han servido para escribir sobre su tierra pobre:
"Yo nombró esas tierras (el Somontano) y esos pueblos gracias a que fui a la Universidad, es decir, gracias al dictador Francisco Franco Bahamonde que sentó las bases para que los nietos de Cecilia supiéramos leer y escribir, que sentó las bases de la clase media española aunque retrasara por impericia y simpleza la modernización política de España unas décadas" (sec. 85)
Declarar lo anterior como hace el autor de Barbastro es, en el mundo del pensamiento único y la sociedad de lo políticamente correcto, tomar muchas papeletas en el sorteo del ostracismo político-cultural. A favor del escritor, afortunadamente, cuenta el escaso número de lecturas que la mayoría de nuestros políticos realiza, más atentos a encuestas que a cualquier otra cosa.
Final
Pongo ya punto final a esta reseña no porque se hayan agotado los asuntos que contiene la novela o ya nada más se pueda decir sobre el manejo de la forma. La dejo porque en algún momento hay que detenerse. Creo que con lo dicho ya está bien. Deseo que su lectura sirva para animar a leer este estupendo libro que como digo al inicio de este escrito me ha congraciado completamente con la literatura.
"Ordesa" es literatura en sentido amplio, es literatura de alto nivel, de gran calidad. Y
Manuel Vilas Vidal un nombre que jamás olvidaré. Leer libros como éste es esencial para saber discernir lo bueno de lo no tan bueno, ya no digo de lo manifiestamente malo.