El mago del Kremlin del escritor, periodista y asesor durante un tiempo de Matteo Renzi,
Giuliano da Empoli, cayó en mis manos gracias a la recomendación de
Guida, amiga con la que comparto Tertulia Literaria. El título lo puso ella sobre la mesa cuando al final de la reunión del mes de marzo buscábamos lectura para abril. ¿Por qué no
El mago del Kremlin?, dijo. Tras comunicarnos la tremolina que en los medios literarios franceses produjo su aparición en 2022 (Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Premio Honoré de Balzac, además de finalista en la edición del Premio Goncourt de ese año), la tertuliana amiga expuso muy por encima de qué iba el libro: El autor entrevista en forma novelada a
Vadim Baranov, nombre inventado inspirado en
Vladislav Surkov, uno de los asesores más cercanos a
Putin en las últimas décadas, gran ideólogo del Kremlin desde que este llegó al poder en 1999 y que finalmente perdió su confianza y fue destituido en 2020.
Con esta sucinta información abordé el libro. Me atrapó desde la primera página. Aunque
Giuliano da Empoli insiste en un primer momento en el carácter ficticio de ésta su primera novela, es evidente que la inspiración en ese personaje auténtico más la aparición en la misma de un buen número de protagonistas de la vida real rusa durante los últimos tiempos (Boris Berezovski, Mijail Jodorkovski, Alexander Zaldostánov, Eduard Limónov, Yevgueni Prigozhin, Boris Yeltsin, Mijail Gorbachov...), así como la infinidad de hechos y sucedidos reconocibles, hacen que en mi opinión esta narración pertenezca al género del Nuevo Periodismo. Según la leía no podía evitar acordarme de otros libros escritos por periodistas que muestran, o bien los resultados de una investigación periodística (
El motel del voyeur de
Gay Talese, por ejemplo), o bien la realización de un reportaje periodístico sobre un suceso (
A sangre fría de
Truman Capote, autor considerado el creador de este género narrativo), o bien las varias que de
Emanuel Carrère he leído (
Limónov,
El Reino y
Una novela rusa). De hecho, las intervenciones que
Giuliano da Empoli hace en el relato me han tentado en varios momentos a incluir este libro en el apartado de las novelas de autoficción, algo a lo que me resisto al no ser el autor protagonista principal de la misma, lo que sí sucede en la mayoría de las escritas por Carrère.
Pero la anterior disquisición taxonómica sobre literatura no es lo central en este libro. Esta novela del periodista italiano tiene muchas cosas destacables. Una, y no menor, es la de que un italiano escriba en francés una historia sobre Rusia; cuando menos es curioso, ¿no? Otra es que tratándose de una primera novela esté tan bien confeccionada y se lea con agrado. Pero la esencial, al menos para mí, es la profundidad con la que Da Empoli penetra y muestra los entresijos del poder. El contexto es la Rusia de Vladimir Putin, cierto, pero, al igual que consiguió Maquiavelo con "El Príncipe", el autor logra poner al desnudo la maquinaria de la que se valen los poderosos para alcanzar, estar y mantenerse en el poder. Maquiavelo centró su ensayo político en la figura de Fernando el Católico, pero exclusivamente como ejemplo máximo de monarca; Da Empoli se centra en Vladimir Putin como modelo de cualquier otro tipo de autócrata actual, independientemente del país al que pertenezca.
Conocer de primera mano la visión que de las relaciones internacionales tienen los rusos de hoy es algo interesantísimo que saco de esta lectura. El mago Vadim Baranov, llamado por algunos durante los quince años que fue consejero el "Rasputín" de Putin, es un hombre muy inteligente procedente de una familia de gran cultura y acendrada sabiduría. Su abuelo, aunque partidario del zarismo, sabio como era, supo apartarse de las veleidades políticas cuando los bolcheviques se hicieron con el poder, con lo que logró no ser molestado por ellos. Seguiría luego el padre, funcionario del partido comunista durante el régimen soviético, con el que el protagonista tendría más de una diferencia, pero que le sirvió para conocer los entresijos de la nomenclatura soviética. Es del abuelo y de su inmensa biblioteca de quien Baranov ha sacado su pericia, su saber estar y su sabia distancia respecto del poder. Precisamente es este distanciamiento el que paradójicamente lo condenará y lo salvará de perecer en las llamas que devoraron a otros de su misma quinta como Berezovski o Jodorkovski, quienes con la desaparición del comunismo se echaron decididamente en brazos del capitalismo desaforado que ocurrió durante la época de Boris Yeltsin. Su condición de oligarcas será la que ocasionará su caída en desgracia y en algunas ocasiones su muerte "accidental". Vadim Baranov (Vladislav Sourkov) sabe lo que debe de hacer para mantener la independencia de criterio
«Mientras el líder carece de distancia de lo que hace porque está en el fragor de la batalla, el auténtico consejero mantiene la distancia, participa y a la vez observa, está dentro y fuera. Como decía Maquiavelo, deben conocer las cosas con perspectiva»
y para no perecer el buen consejero no debe albergar deseos de poder:
«Es cierto que alrededor de los poderosos siempre hay personas que piensan en ocupar su puesto. Pero el auténtico asesor pertenece a una raza totalmente diferente de la del poderoso. En realidad es un vago. Murmuradas al oído del príncipe, sus palabras producen el máximo impacto sin tener que pasar por la agobiante fatiga de medrar.»
También, como hará el personaje de El mago del Kremlin debe saber encontrar el momento adecuado para abandonar el cargo. Así lo hace el personaje logrando que el Zar (Vladimir Putin) no vea mal que este asesor tan inteligente, pero tan poco apegado al poder personal se aleje de él.
Giuliano da Empoli construye su novela utilizando varias referencias culturales muy importantes. En primer lugar la localización del antiguo asesor que vive oculto de la vida pública rusa la presenta como producto del azar en parte. Estudioso como era el italiano del escritor ruso Yevgueni Zamiatin, que en 1921 escribió un libro titulado Nosotros que no vería la luz hasta 1927 fuera de Rusia, Giuliano da Empoli consigue permiso de su periódico para ir hasta Moscú con la disculpa de buscar documentación sobre el autor. Nosotros, libro considerado iniciador del género distópico, levantó fuerte polvareda en Rusia cuando se publicó por lo que fue prohibido hasta 1988. Ya en Moscú, el escritor comienza a seguir en las Redes Sociales a un usuario que firma como Nicolas Brandeis. Un día Brandeis publica una frase de Zamiatin a la que Da Empoli responde con otra sacada de Nosotros. Al poco el tal Brandeis, un posible apodo de El mago del Kremlin al que el periodista seguía la pista le contacta y le ofrece un encuentro. Así es como, a través de un autor distópico, se pondrán en relación personal los dos protagonistas de la novela. En realidad, el futuro distópico entrevisto en el régimen estaliniano y denunciado por Zamiatin en 1921 se estaba produciendo en el momento actual, casi 100 años después.
«Zamiatin se convirtió en mi obsesión. Me parecía ver en su obra una concentración de todas las cuestiones de nuestra época. Nosotros no describía sólo la Unión Soviética [...] Zamiatin era un oráculo, no se dirigía únicamente a Stalin: señalaba a todos los dictadores venideros, de los oligarcas de Silicon Valley a los mandarines del partido único chino.»
A esta importante referencia literaria vienen a unirse otras de igual o semejante calado. Quizás la principal sea la que hace a Viaje a Rusia, libro que el francés Marqués de Custine escribió a propósito de la visita que en 1839 hizo a ese país invitado por el mismísimo Zar al casamiento de su hija. La descripción que hace de Rusia, en especial del alma rusa, a grandes rasgos permanece indeleble hasta nuestros días, según la apreciación de Baranov. Es un libro que el mago del Kremlin conoció gracias a su abuelo, quien lo detestaba al tiempo que le fascinaba. Las afirmaciones de Custine son aplicables, le decía, a la Rusia de hoy:
- «Por grande que sea este Imperio, no es más que una enorme prisión y es el emperador el guardián que tiene las llaves, pero los guardianes no viven mucho mejor que los prisioneros.»
- «Los rusos tienden mucho menos a ser civilizados que a hacer creer que lo son»
Estos apoyos literarios le sirven al Mago para entre otras muchos argumentos justificar la consideración que el Zar actual (Vladimir Putin) tiene entre los rusos. Evidentemente hay diferencias palmarias de lo que era Rusia hace 200 años a hoy, en especial las referidas a los guardianes quienes, sin duda alguna, hoy sí que viven mucho mejor que los prisioneros. Pero lo importante es observar cómo el espíritu, el alma del país en líneas generales -siempre, ya digo, según Vadim Baranov- se mantiene. A su juicio los rusos tras la glásnost y la perestroika de Gorbachov y la liberalización absoluta llevada a cabo por Yeltsin sintieron nostalgia del pasado soviético en que al menos no pasaban hambre. Es así, con razonamientos semejantes que Vadim Baranov se ganó el puesto de asesor de Putin:
«El imaginario de la sociedad rusa, de cualquier sociedad en realidad, se articula sobre dos dimensiones. El eje horizontal corresponde a la cercanía a lo cotidiano, y el vertical a la autoridad. En estos últimos años, la política rusa se ha representado por entero en el primer eje, el horizontal, porque esa dimensión era desconocida casi completamente en tiempos de la URSS: la han hecho tanto Gorbachov, que se paraba para hablar con la gente, algo que ningún líder soviético habría hecho jamás, como Yeltsin, quien algunas veces parecía más bien un compañero de borrachera que un jefe de Estado. [...] Para poder trazar una perspectiva, es preciso elevarse nuevamente. Todos los datos de que disponemos nos dicen que los rusos abrigan hoy un deseo de verticalidad, es decir, de autoridad.»
Vladislav Sourkov (Vadim Baranov, el mago del Kremlin), actor de teatro y televisión y antiguo alumno de la Academia de Arte Dramático de Moscú, se convirtió en asesor de Putin. Conocedor del mundo televisivo magnificó el espectáculo político antes de dimitir en 2020 («Convertir mi experiencia teatral en una carrera de productor de televisión fue como pasar del carruaje a vapor a un Lamborghini»). Hacía una televisión vulgar («Los estadounidenses no tenían nada que enseñarnos, de hecho éramos nosotros quienes ampliábamos las fronteras del trash.»), pero en medio de esa zafiedad descubrió el alma rusa de siempre. Cuando en un programa solicitaron a los espectadores los nombres de los héroes y grandes personajes rusos frente a lo esperado
«[...] los nombres de las grandes mentes: Tolstói, Pushkin, Andréi Rubliov o yo qué sé, un cantante o un actor, como ocurría donde ustedes, ¿qué nos dieron los espectadores, la masa informe del pueblo habituada a inclinarse sumisa y bajar la mirada? Sólo nombres de dictadores. Sus héroes, los fundadores de la patria, coincidían con la lista de autócratas sanguinarios: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Lenin, Stalin.»
A este conocimiento sobre los habitantes del país vino a añadirse el sentimiento también inmemorial de acoso por parte de los países que lo rodeaban, de Occidente en general. Saber por propia boca de los rusos actuales la opinión que tienen sobre nosotros los occidentales me ha parecido interesante por demás. Que me parezca interesante no equivale, naturalmente, a que coincida en todo con ellos; pero sí que puedo afirmar con rotundidad que este libro ha conseguido abrir mi mente algo más.
Sobre Ucrania y la postura intervencionista de Rusia (hoy ya invasión y guerra declarada) me parece interesante la visión que Baranov comunica a su entrevistador:
«Sostenidos por los norteamericanos, los rebeldes se negaron a reconocer el resultado de las elecciones y ocuparon la plaza principal de Kiev con sus cánticos, sus lazos naranjas, sus alegres eslóganes prooccidentales. De la mañana a la noche, comisiones de observadores internacionales, delegaciones del Congreso de Estados Unidos y misiones diplomáticas de la Unión Europea aparecieron por allí saliendo de la nada: todos coincidían en juzgar ilegítimo el resultado de las elecciones ganadas por el candidato prorruso. Había habido votaciones apenas recientemente en Afganistán y en Irak, con las bombas explotando en las calles y las tropas estadounidenses ocupando los lugares de votación, pero en esos países, naturalmente, no había habido ningún problema, todo se había desarrollado con regularidad. En cambio, en Ucrania era todo lo contrario. Había que volver a votar porque el resultado no era el conveniente. Entonces, el Gobierno ucraniano se vio obligado a convocar nuevas elecciones y, esa vez, el candidato pronorteamericano ganó, un candidato que quería meter a Ucrania en la OTAN. Ucrania —la patria de Jrushchov y de Brézhnev, la base de nuestra flota militar—, ¡en la OTAN!»
Ya voy acabando. Acabo no porque el libro no dé para más, sino porque es tanto lo que contiene que en algún momento, tratándose tan sólo de una reseña, conviene parar. Pero antes no quiero dejar sin tocar algo que en la actual guerra de Ucrania ha llamado mucho mi atención y que en parte
El mago del Kremlin ha venido a aclararme. Me refiero a ese consenso y seguimiento bastante mayoritario que la población rusa, también los jóvenes, mantiene en cuestiones como la invasión.
Baranov cuenta que él desde que comenzó a plantearse el asunto de Crimea y del Donbás hizo todo lo necesario para que agrupaciones de todo tipo constituidas mayoritariamente por jóvenes se convirtiesen en agrupaciones patrióticas. Algunas, como el
Partido Nacional Bolchevique de
Eduard Limónov, se las encontró ya plenamente constituidas y sólo tuvo que manipular lo justo (encarcelar a Limónov) para encauzarlas en la dirección correcta, o sea, la de apoyo a la política de Putin. Otras, como los
Lobos Nocturnos de
Alexander Zaldostánov, rebeldes moteros, las atrajo con el oropel que el poder siempre desprende. El mago
Baranov sabe mucho de espectáculo y sabe cómo convencer con las palabras y el escenario adecuado:
«He podido constatar varias veces que los rebeldes más radicales se podrían contar entre los individuos más sensibles a la pompa del poder.
[...]
➖Estos últimos años he seguido tus actividades y he de decirte que estoy muy impresionado, Alexander. Sois increíbles. Cogéis a esos jóvenes y les dais un hogar, una disciplina. Transformáis a esos vagabundos a la deriva en soldados, en personas capaces de llevar a cabo acciones extraordinarias. [...] Tú los comprendes. Sabes lo que quieren. Sabes cómo hablarles y qué decirles. Puedes ser su guía para que no caigan en la trampa de los norteamericanos. Puedes conducirlos hacia los verdaderos valores. La Patria. La Fe. [...] No estarás solo, Alexander. Detrás de ti estará el Zar, que te protegerá. Él no es como nosotros, aquí en el Kremlin. No es un burócrata encorbatado. El Zar es como vosotros. Pertenece a la raza de los conquistadores. [...] ¿No ha sido él quien ha vuelto a poner a Rusia en pie? ¿Por qué crees que los norteamericanos quieren librarse de él?»
En conclusión
Giuliano da Empoli, aunque acabó de escribir El mago del Kremlin en 2021 supo "adivinar" o "anticipar" la invasión de Ucrania del año siguiente, que Putin tenía en su mente, gracias a su profundo conocimiento sobre el pasado ruso. No sólo el histórico pasado imperial zarista de todas las Rusias, sino el mucho más reciente de la desovietización realizada bajo los mandatos de Gorbachov y Yeltsin.
«A comienzos de los años noventa, Gorbachov y Yeltsin habían hecho la revolución, pero al día siguiente la gran mayoría de los rusos se había despertado en un mundo irreconocible para ellos, en el que no sabían ni cómo vivir. Antes del hundimiento del sueño americano o del europeo, tuvo lugar el hundimiento del sueño soviético. Entre ustedes, nadie se dio cuenta porque les parecía algo imposible que un sueño estuviera hecho de cosas tan pobres y grises: una profesión de funcionario o profesor respetada, un pequeño Lada Zhiguli, una dacha con su huerto, vacaciones en Sochi o, de tarde en tarde, en Varna, remojando las piernas en el mar Negro y la perspectiva de una buena parrillada entre amigos. Y, sin embargo, ese modelo tenía su fuerza y su dignidad. Sus héroes eran el soldado y el maestro de escuela, el camionero y el infatigable obrero, a quienes estaban siempre dedicados los carteles en las calles y en las estaciones de metro. En pocos meses, todo eso se desbarató. Los nuevos héroes, los banqueros y las top models impusieron su dominio y los principios sobre los que estaba fundada la existencia de los trescientos millones de habitantes de la URSS se vinieron abajo. Los rusos habían crecido en una patria y se hallaban de pronto viviendo en un supermercado.»
En una entrevista reciente que le hicieron al autor en España con motivo de la publicación de
El mago del Kremlin, Da Empoli habló de la distancia de todo tipo existente entre
Putin y
Baranov:
- «Mientras Putin es un hombre premoderno que no tiene redes sociales, un señor de la guerra capaz de mandar a miles de jóvenes a morir en el frente, Baranov es un personaje posmoderno que domina la comunicación y se dedica a orquestar un teatro de luces y sombras»
- «En las personas con poder se activan menos las partes del cerebro que regulan la empatía. Putin lleva dirigiendo el país 23 años. Eso le ha llevado al aislamiento, a una rutina diaria, y ha hecho que su más fiel consejero, el único del que puede fiarse, sea su perro.»
En nuestro país El mago del Kremlin obtuvo el Goncourt español del año 2022. El jurado definió la obra como «la gran novela de la Rusia contemporánea» que «desvela los entresijos de la era Putin y ofrece «una sublime reflexión sobre el poder». Totalmente de acuerdo.