«En mi larga vida nunca me había visto privado de bautizos, de bodas, de responsos, de rosarios. Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Me sentía extraño sin domingos y sin días de semana. Una ola de ira inundó mis calles y mis cielos vacíos. Esa ola que no se ve y que de pronto avanza, derriba puentes, muros, quita vidas y hace generales.»
Desde hace unos años tengo por costumbre sumarme a la celebración del
Día Mundial de la Poesía desde aquí, mi blog,
El blog de Juan Carlos. Esta vez lo hago con un libro en prosa, una novela que acabo de leer. ¡Ah!, exclamaréis algunos, y de seguido me/os preguntaréis: ¿Pero la poesía no es distinta a la prosa? Y yo os respondería, si esta inocente cuestión me la hubieseis planteado de verdad, con un Sí y un No simultáneos. Pues empezamos bien, amigo, -comentaríais con cierta perplejidad, para irónicamente continuar diciendo-: ya con eso me aclaro completamente. ¡Anda que tú también cuando te pones a explicar eres único!
La humorada anterior viene a cuento de la última lectura que acabo de realizar. Se trata de la novela Los recuerdos del porvenir escrita en 1963 por la mexicana Elena Garro, que fuera esposa de Octavio Paz desde 1937 a 1959. Fue con el poeta mexicano con quien viajó a España en 1937 para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que tuvo lugar en Valencia, ciudad a la que se había retirado el gobierno de la República española. Para ambos políticamente este viaje y estancia en España tuvo importante repercusión: el desafecto con la causa republicana al observar la fuerte represión que se practicó en ese momento contra miembros del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista) especialmente en Cataluña. A partir de ese momento los dos escritores optaron por una tercera vía que evitaba -especialmente en el caso de Paz- una decidida adscripción a izquierda o derecha. A Elena Garro siempre le persiguió su actuación durante la revuelta estudiantil de 1968, acusada de querer derrocar al gobierno del momento, por un lado; los contrarios, por su parte, lanzaron la interesada sospecha de que ella había denunciado a ciertos intelectuales de izquierda. Estar en medio siempre es lo peor, ya se sabe.
Pero me estoy yendo por las ramas. Vuelvo al libro que he leído, su primera novela titulada Los recuerdos del porvenir. Es una novela que en cierto modo denuncia la brutalidad cometida por unos y otros al final y durante el movimiento revolucionario mexicano que sumió al país desde 1910 a 1920 en una serie de guerras civiles que acabaron con los asesinatos de los líderes revolucionarios y el retorno de la riqueza del país a los detentadores durante la época del presidente Porfirio Díaz. Había sido contra ese injusto reparto de la riqueza durante el porfirismo contra lo que se habían levantado Villa, Carranza, Zapata..., si bien también entre ellos se traicionaron sucesivamente. Históricamente la trama de la novela se desarrolla durante el gobierno de Obregón (presidente de 1920 a 1924) y de Calles (presidente de 1924 a 1928), o sea la década de los años 20, Fue precisamente durante el gobierno de Calles que se desató la guerra de los cristeros que enmarca el levantamiento de Ixtepec, la localidad donde transcurre la acción. Las alusiones al momento histórico en que se sitúan los acontecimientos novelescos son claros en varios momentos:
- «Isabel sonrió. Sólo su madre era capaz de decir que Calles no tenía delicadeza, cuando estaba fusilando a todos los que parecían un obstáculo para su permanencia en el poder.
—Es algo más grave que una falta de delicadeza…
Y Martín Moncada continuó la lectura del diario. En aquellos días empezaba una nueva calamidad política; las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia se había se habían vuelto tirantes. Había intereses encontrados y las dos facciones en el poder se disponían a lanzarse en una lucha que ofrecía la ventaja de distraer al pueblo del único punto que había que oscurecer: la repartición de las tierras.
Los periódicos hablaban de la «fe cristiana» y los «derechos revolucionarios». Entre los porfiristas católicos y los revolucionarios ateos preparaban la tumba del agrarismo. Hacía menos de diez años que las dos facciones habían acordado los asesinatos de Emiliano Zapata, de Francisco Villa y de Felipe Ángeles, y el recuerdo de los jefes revolucionarios estaba fresco en la memoria de los indios. La Iglesia y el Gobierno fabricaban una causa para «quemar» a los campesinos descontentos.
—¡La persecución religiosa!»
- «¿Acaso Madero no había sido un traidor a su clase? Pertenecía a una familia criolla y rica y sin embargo encabezo la rebelión de los indios. Su muerte no solo era justa sino necesaria. Él era el culpable de la anarquía que había caído sobre el país. Los años de guerra civil que siguieron a su muerte habían sido atroces para los mestizos que sufrieron a las hordas de indios peleando por unos derechos y unas tierras que no les pertenecían. Hubo un momento, cuando Venustiano Carranza traicionó a la Revolución triunfante y tomó el poder, en que las clases adineradas tuvieron un alivio. Después, con el asesinato de Emiliano Zapata, de Francisco Villa y de Felipe Ángeles, se sintieron seguras. Pero los generales traidores a la Revolución instalaron un gobierno tiránico y voraz que solo compartía las riquezas y los privilegios con sus antiguos enemigos y cómplices en la traición: los grandes terratenientes del porfirismo.»
Siquiera fuera sólo por esto, por la información y conocimiento que sobre el México de ese período histórico se obtiene, ya la lectura de esta novela de Elena Garro resulta más que satisfactoria. Si además, como es el caso, esta erudición se ofrece desde el interior de una historia de ficción con tintes mágicos, entonces ya la novela gana en mi opinión muchos más puntos .
La historia que se nos cuenta es sencilla: un destacamento militar está aposentado en la localidad de Ixtepec para vigilar los movimientos antigubernamentales que se puedan producir. El mando de este dispositivo militar lo ostenta el general Francisco Rosas y una serie de jefes militares que están a sus órdenes: el coronel Justo Corona, el capitán Flores, el teniente coronel Cruz, etc. Se hospedan todos en el Hotel Jardín que dirige Pepe Ocampo. Estos militares, además de para cumplir órdenes por crueles que éstas sean, viven para disfrutar de las mujeres y allí mismo en ese hotel tienen a sus queridas, obligadas a darles placer cuando a ellos se les antoje. En cierto modo también entre ellas existen grados según sea el militar con el que compartan lecho: la bella y enigmática Julia que tiene absorbido el seso al general Rosas; Antonia, la amante del coronel Corona («Antonia era una costeña rubia y melancólica; le gustaba llorar. Su amante el coronel Justo Corona»); «Rosa y Rafaela, las hermanas gemelas, queridas las dos del teniente coronel Cruz»; «Luisa pertenecía al capitán Flores y por su mal genio era temida por su amante y por los demás huéspedes del hotel»; y así.
Como personaje antagonista a estos militares crueles que se emborrachan, maltratan a las personas y abusan de ellas, está el narrador de la novela que no es otro que el mismísimo pueblo de Ixtepec. En esta ocasión -y esto me ha parecido ciertamente novedoso- no estamos ante un personaje coral formado por la suma de los particulares, sino en cierto modo estamos ante un personaje coral declarado desde la primera línea del relato unas veces en primera persona de plural («A las seis de una tarde morada llegó un ejército que no era el de Abacuc [...] Los miramos con rencor "¡Desgraciados, ni siquiera gozan del placer de morirse por quien quieren!"») y otras del singular («Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente»). De este personaje colectivo que tiene todas las características propias de un ser humano iremos conociendo poco a poco sus formantes, los elementos que lo constituyen. Y estos en definitiva son los Moncada (el matrimonio formado por Martín Moncada con su esposa Ana y los tres hijos del mismo: Juan, Manuel e Isabel; también los tíos de éstos, el matrimonio formado por Joaquín y Matilde; la vieja Dorotea, tía asimismo de los niños), los Montúfar (Elvira, viuda de Justino Montúfar, y Conchita, hija de ambos); el doctor Arrieta y Dª Carmen, su mujer; sin especificar sus componentes están los Olvera, los Cuevas...; luego estarían las cuscas (prostitutas) del prostíbulo que dirige la Luchi y en el que vive acogido por las chicas Juan Cariño, viejo algo desquiciado mentalmente al que llaman 'el Presidente'. Como en las comedias y narraciones clásicas este Juan Cariño, tenido por loco, es la única persona que puede decir a la cara las verdades.
Hay muchos más personajes, pero la relación sería muy larga y me alejaría de la justificación señalada en el título de esta entrada. Por ello ya no citaré más nombres, excepción hecha de Dª Lola Goribar y su hijo Rodolfo, claramente los ricos del lugar, que al fin y a la postre serán los beneficiarios de la represión de los militares y de las matanzas inmensas que están realizando de indígenas y de aquellos que los apoyaban por considerar justa su causa.
Vuelvo, pues, al Día de la Poesía. Sí, en Los recuerdos del porvenir hay muchísima poesía. De hecho, aprendido y conocido el marco histórico en que se enclavan los sucesos ficcionalizados, lo más destacable del libro es el lenguaje utilizado en él. Un lenguaje cargado de adjetivación que impregna de colorido al texto. Es una adjetivación siempre profusa a lo largo de todo el relato:
«El jardín se incendiaba en el resplandor seco de las cuatro de la tarde. Los prados cenizos, las ramas inmóviles y las piedras humeantes se consumían en una hoguera fija. Un coro monótono de grillos cantaba su destrucción. El sol giraba enviándonos sus rayos inflexibles.»
Es destacable a su vez, junto a esta profusa adjetivación, la imaginería lingüística que contiene esta novela que por ella es considerada por algunos como precursora del realismo mágico:
«Una raya naranja finísima se levantó del horizonte oscuro, las flores que se abren en la noche se cerraron y sus perfumes quedaron en el aire unos instantes antes de desaparecer. El jardín empezó a nacer azul de entre sus sombras moradas.»
Ciertamente, si nos fijamos en las fechas y consideramos como dicen algunos que el certificado de nacimiento del Realismo mágico lo marca García Márquez con la publicación de Cien años de soledad, es evidente que 1963 antecede en el tiempo a 1967. Sí es cierto que hay toques de realismo mágico, además de los contenidos en expresiones afortunadas (¡muchas!), en elementos de contenido como esa suspensión e incluso eliminación del tiempo que pretendía todos los días don Martín Moncada parando todos los relojes de la casa. Las alusiones constantes que en la novela aparecen sobre esta detención de la temporalidad sí que es elemento mágico o fantástico que saca de la prosaica realidad. Y eso, sacar al lector de la vulgar realidad, también es una de las intenciones más pretendidamente buscadas por la creación poética.
A la hora de considerar la poeticidad de Los recuerdos del porvenir no se puede obviar la figura y comportamiento de algunos personajes: dos femeninos (la bella y enigmática Julia y la sorprendente Isabel Moncada) y Felipe Hurtado, personaje importante en la novela dado que su llegada a Ixtepec viene a poner en marcha ese tiempo romo, detenido, inexistente, en que había caído el pueblo bajo el brutal dominio de los militares. Igualmente la marcha de estos tres seres, enigmáticos en su comportamiento cada uno por motivos diferentes, viene a devolver a la localidad al estado de inmovilismo en que se encontraba. Todo sigue igual, pero en cierta manera todo ha cambiado, ya nada volverá a ser como antes.
La atmósfera propia del realismo mágico la he querido percibir en esa mirada que, ocultos tras cristales y visillos, dirigen los habitantes de Ixtapec a quienes se atreven a caminar por las calles. El pueblo, Ixtapec, sus habitantes, saben que la muerte está ahí, sobre ese pobre o pobres infelices que se han atrevido a dar el paso, a hacer caminar el reloj del tiempo. La Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez ha venido a mi memoria más de una vez durante la lectura. También hay magia y fantasía en las inexplicables desapariciones de seres y personajes, si bien siempre Elena Garro no se atreve a dejar la apuesta muy alta y antes o después venimos a conocer qué es lo que ocurrió. En mi opinión, aquí el denominado realismo mágico se diluye un tanto.
Para finalizar, no puedo dejar sin señalar la enorme importancia que la mujer tiene en esta novela. El peso de la narración recae en ellas. Está la bella
Julia que atrae a
Rosas, pero que tiene una vida anterior que no conocemos salvo por la llegada a Ixtapec de
Felipe Hurtado; está
Isabel Moncada, ¿enamorada? de su hermano
Nicolás y que en el sentir de Ixtapec lo traicionará a él, a su famila, a todos; ¿sí?, ¿no? Es lo que tiene el pensamiento mágico, que penetra en territorios inexplicables. Las prostitutas y amantes de los militares, pese a su sujeción a los mismos, son en el fondo las detentadoras del poder en el mundo íntimo que es el dormitorio. Son mujeres que sufren el desprecio del hombre, pero en su fuero interno son libres porque se saben fuera del tiempo:
«Luisa obedeció sin titubear la orden de su amante y limpió las botas de Flores hasta dejarlas pulidas como espejos. Aceptaría siempre la abyección en la que había caído. "Nadie cae; este presente es mi pasado y mi futuro; es yo misma; soy siempre el mismo instante"».
Dentro de la consideración de obra predecesora que se ha dado a esta novela respecto a la tendencia literaria del Realismo mágico, también cabría decir (en México y otros países se ha dicho en multitud de ocasiones) que Los recuerdos del porvenir, es una anticipación del movimiento feminista actual. Elena Garro afirmó en más de una ocasión que «en México por el simple hecho de ser mujer todo queda invalidado». ¿Es suficiente hacer afirmaciones como esta para calificar a alguien de feminista? Según algunos analistas no, pues para serlo hay no sólo que estar a favor de la causa de las mujeres, sino luchar políticamente por ese objetivo; ella políticamente luchaba por los derechos de los campesinos, mujeres incluidas en el grupo, claro. Yo creo que Elena Garro en esta novela, que es un auténtico clásico, levanta su voz contra la opresión de unas personas sobre otras sean éstas hombres (Nicolás Moncada, Felipe Hurtado, Pepe Ocampo...) o mujeres (Julia, Luisa, Isabel Moncada...). Pero en fin, ahora todo se vuelve precursor de lo que esté en candelero; el feminismo es un movimiento muy fuerte y se le buscan, y se le encuentran, antecedentes en casi todo lo que en su día despuntó, ya sea Santa Teresa o María de la O Lejárraga, mujer esta última que firmaba con el nombre de su marido las obras que ella creaba.
Nota.-
Los recuerdos del porvenir me sirve para añadir un título más al Reto 'Nos gustan los clásicos'. Asimismo con el apellido Garro cumplimento la letra G del Reto 'Autores de la A a la Z'
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De propina, una poesía para celebrar debidamente este 21 de abril, Día de la Poesía:
Las mujeres
guardan la luna en la planta de los pies.
Los hombres la buscamos
desordenadamente
en los senos,
en el sexo,
en los ojos,
a lo largo de sus piernas,
en el hueco de sus hombros...
...y ellas andan descalzas
y la luna en sus plantas
sube
y
baja
del talón a los dedos:
navío al garete,
niño furioso y riente;
la esquiva luna en las pequeñas plantas
con misterios crujientes;
con su carga de toros
y de recién nacidos;
de bestias
y de hombres...
Nos bastaría
besar las plantas
del talón a los dedos
y llenarnos de luna
la glotis,
el esófago;
la vieja luna invadiendo las entrañas
y atragantando de claridad
la vida entera