En la cultura tradicional cristiana el día 1 de noviembre se celebra a “Todos los Santos”, o sea, a todos aquellos que no han tenido cabida en el calendario anual. Y el 2 del mismo mes, Día de los Fieles Difuntos o Día de los Muertos, se recuerda y se reza por todos aquellos seres humanos que ya finalizaron su vida entre nosotros. Es evidente que en la mente popular se produce una simbiosis entre ambas advocaciones, por lo que el recuerdo de los Santos –también todos ellos fallecidos, cierto es- se mezcla con el de los Muertos en general.
La literatura ha tratado repetidamente el tema de la relación vivos-muertos, siempre con cierta prevención por los poderes intangibles que estos últimos se entiende que tienen al estar ya libres de las angustias y miserias humanas y, sin embargo, seguir influyendo en la vida de los vivos a través de su recuerdo. Centrándonos en la literatura española es la obra de teatro “Don Juan Tenorio” del vallisoletano José Zorrilla (versión romántica de la barroca “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina) la que más relación tiene con estas festividades al incluirse en cierto sentido dentro de la acción teatral (muertes del Comendador, muerte de don Luis Mejía, muerte de Dª Inés) la tradición popular de visitar los cementerios en estas jornadas. Por ello, también por costumbre, esta obra se representa, desde el año de su estreno (1844) durante estas festividades de noviembre.
En ambos dramas un descreído vividor, Don Juan Tenorio, aceptará el envite del espíritu del padre de Dª Inés de devolverle la visita que éste le ha hecho la noche de Difuntos. Así pues se presentará esa noche en la casa del Comendador llamando con fuerza a su puerta, que no es otra que la lápida de su sepultura en el Cementerio. Allí se manifestará también el espíritu de Dª Inés por la que don Juan sintió verdadero amor. Por don Gonzalo de Ulloa don Juan conocerá que hay vida más allá de la muerte: