«No ha pretendido explicar nada. Se ha limitado a dar su testimonio, de la manera más sencilla posible. Se ha quedado con once personajes y sospecha que incluso son demasiados. Su editora se lo ha pedido encarecidamente, por favor, Victor, no lo compliques tanto, vas a perder a tus lectores, simplifica, recorta, céntrate en lo esencial.»
Novela curiosa e interesante tanto por el asunto como por la manera de presentarlo. El asunto: la duplicación de nada menos que de 243 personas, pasajeros de un vuelo de Air France que en marzo entró en una zona de turbulencias y que tres meses más tarde, en junio, el mismo avión con el mismo piloto y los mismos 243 pasajeros sufre el paso por una tormenta idéntica que lo hará aparecer en la misma situación y circunstancias. Para los pasajeros de ese avión de junio el tiempo en que se encuentran sigue siendo marzo; sin embargo, ellos mismos, mejor dicho, sus dobles, que en marzo pasaron por lo mismo han seguido con sus vidas normales durante esos tres meses.
Si novedoso e interesante es el asunto, no lo es menos la forma como el autor,
Hervé Le Tellier, sabe presentarlo haciéndolo verosímil al lector. En
La anomalía se mezclan la física, la matemática, la filosofía, la religión, la política en equilibradas proporciones a fin de poder dar una explicación a tan increíble fenómeno, a esta anomalía sin igual. Al tiempo, los protagonistas de la misma -en la novela los 243 pasajeros, se focalizan en once- viven sus propias contradicciones al verse cada uno duplicado en un otro que son ellos mismos, sin duda alguna, pero con la salvedad de que para unos, los aterrizados en junio, hay tres meses que aún no han vivido. Así pues, cada uno de ellos, por persona interpuesta -los viajeros aterrizados en marzo-, esto es, por su propio otro yo, serán sabedores de los que les acaecerá en los próximos 90 días. ¿Seguro que los 243 de junio reproducirán la vida de los de marzo? Es asunto que mantiene viva la atención del lector y que
Hervé Le Tellier (París, 1957) sabe desarrollar con tino y acierto. Para conocer en qué para todo esto, queridos amigos, no queda otra que leer esta sorprendente novela,
La anomalía, que está conociendo un éxito increíble en su país, Francia, donde se alzó con el Premio Goncourt el año 2020
Muchas hipótesis exponen en el relato diversos personajes a fin de poder entender tan inexplicable suceso. Desde las filosóficas que parten del mito de la caverna de Platón en el que lo que percibimos no es más que una sombra, un reflejo o una mera representación de la realidad, hasta conjeturas informáticas según las cuales lo que ha sucedido sólo sería una simulación, el ensayo de un programa informático producido por la combinación de los algoritmos que a todos hoy nos rigen; pasando, naturalmente, por las teorías probabilísticas desarrolladas por los matemáticos más insignes. Sobre esto último es sobre lo que los personajes
Adrián y
Tina Wang, jóvenes científicos del MIT, han desarrollado el denominado
"protocolo 42" que los políticos ahora quieren poner en práctica
«Adrian es en esa época un jovencísimo probabilista del equipo de Pozzi, el gurú de las "mates aplicadas" del MIT. Adrian acaba de defender, a sus veinte años, una tesis sobre las cadenas de Markov, la notación de Kendall... En resumidas cuentas, que se interesa por las colas. En particular, es un apasionado de la ley de Little, que dice que el número medio de unidades en un sistema estable es igual a la frecuencia media de llegada multiplicada por el tiempo que pasan en el sistema»
En mi opinión la novela es un claro ejemplo de literatura posmoderna. Concretamente, en ella asistimos a la producción simultánea de la anécdota y del libro que la relata que es, precisamente, ¿la novela titulada La anomalía que los lectores tenemos en nuestras manos? Quizás no sea así; y si no es así entonces ¿Hervé Le Tellier está parodiando este recurso tan habitual en tantos y tantos relatos actuales? Sí, no, tal vez. Leyendo la novela me asalta una pregunta: ¿La duplicación, la existencia simultánea, que constituye el meollo de la peripecia del vuelo de Air France, se reproduce en el propio producto literario que estamos leyendo? Aclarar estas dudas es uno de los alicientes que impulsan a leer la novela
«Corrigen el libro durante el fin de semana, lo maquetan el lunes, envían acto seguido a la prensa las fotocopias de las primeras pruebas, el texto le llega al impresor a final de semana y la imprenta se pone en marcha el mismo día [...] Todo un récord: no se recordaba nada igual desde la biografía de Lady Di. El primer miércoles de mayo, La anomalía está en todas las mesas de novedades.»
El autor del libro ficticio es el personaje Víctor Miesel del vuelo de marzo que conoce un importante éxito en mayo con su novela titulada "La anomalía". Es ésta una obra llena de aforismos que muestra a un hombre en baja forma mental, deprimido, solitario, lo que preludia cualquier desenlace. Curiosamente lo que le sucede a esos dos aviones que se duplican en continente y contenido con la diferencia temporal de tres meses es asimismo una enorme anomalía que hará intervenir a las más altas instituciones de los Estados Unidos, donde el avión aterriza, y de Francia de cuya capital, París, despegó.
El
Víctor Miesel del vuelo de Junio, a instancias de su editora [ver la cita que abre esta entrada], elige para la novela que está escribiendo, de entre los 243 pasajeros que constituyen el pasaje del vuelo de Air France (en la novela que estamos leyendo a los once del avión hay que añadir los que en tierra indagan el fenómeno), once personajes que, lógicamente, cada uno de ellos tiene su vida propia. Unos, como la atractiva y joven
Lucie, son muy independientes en sus relaciones íntimas; otros, como
André Vannier, hombre maduro y eminente arquitecto famoso, está enamorado perdidamente de esa joven en la que sobre cualquier cosa prima la independencia; hay gays de color como el músico
Slimboy;
Joanna Wasserman es una joven y eminente abogada negra; hay una niña,
Sophia, que sufre tocamientos impropios por parte de su padre; el comandante del vuelo de Air France,
David Markle, a su llegada a Nueva York recibirá de su hermano
Paul, oncólogo en el Mount Sinai, una mala noticia; hay hasta un asesino a sueldo,
Blake, que curiosamente será quien menos problemas tendrá para desembarazarse del incordio que supone estar duplicado en este mundo; y, naturalmente,
Víctor Miesel, 'coautor' podríamos decir, con enorme imaginación arábiga por mi parte, de
La anomalía. Como es patente en esta breve relación, el abanico de tipos cubre todo el espectro social que se demanda hoy a los creadores artísticos. No hay discriminación alguna, todos estos arquetipos viajan juntos; el avión es metáfora de la sociedad en general.
He dicho antes algo sobre que Hervé Le Tellier construye una novela posmoderna. Sí, así lo creo, aunque en muchos momentos la parodie. En el posmodernismo todo tiene cabida; el posmodernismo viene a colocar al mismo nivel lo auténtico y lo impostado; el posmodernismo tumba las altas torres de lo respetable, de lo intocable, de la separación entre lo excelso y el resto. En la literatura posmoderna la cultura popular (cine, música pop, etc.) aparecen como constituyentes importantes. Y de todo esto hay en La anomalía. Frecuentísimas son las analogías que se hacen de lo que sucede con series televisivas y/o películas conocidas:
-
«Pensé que me iba a encontrar con un... un extraterrestre. Un individuo con los ojos vacíos y la voz gélida, como en la película esa, The Body Snatchers.», le dice a Victor Miesel su editora Cleménce cuando ella va a verle a la base McGuire, donde la CIA ha recluido a los 243 pasajeros del vuelo duplicado.
- «—La idea aparece en muchas novelas —dice Adrian, a quien la explicación de Meredith le parece demasiado abstracta—. En Dune, de Frank Herbert, por ejemplo. O en películas como Interstellar, de Christopher Nolan. O en la nave Enterprise de la saga de Star Trek.»
E igualmente sucede con alusiones que se hacen a intérpretes y temas musicales:
- «moviéndose al ritmo del nuevo hit de Ed Sheeran, So Tired of Being Me, algo a medio camino entre el R&B y el dancehall»
- «The Girl from Ipanema. en la versión de Amy Winehouse»
- «La topóloga inglesa se echa a reír y, en este instante, a ella también le trae sin cuidado ser una simulación, y su euforia no es en absoluto un efecto secundario del modafinilo. Meredith se pone entonces a cantar siguiendo la melodía de (I Can¡t Get No) Satisfaction: I can be no no no simulation / No no no / And I cry and I cry and I cry! / I can be no no no»
Y junto a estas referencias propias de la cultura pop el novelista introduce en su narración no pocas muestras de elevada cultura en condiciones de convivencia igualitaria entre unas y otras:
- «el magnate farmacéutico utiliza la cultura como instrumento de dominación. Aquí echa mano de un poema de Ralph Waldo Emerson»
- «Es mejor que me vaya. Pero no te preocupes, querido Aby: tú, que has leído Guerra y paz, sabes muy bien, como el general Kutúzov, que los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo.»
La mezcolanza entre ambos niveles culturales, la mixtura, es clara y patente en general provocando que la lectura sea grata y esté al alcance de cualquier lector:
«Darchini se acerca a la cónsul de Francia, que está junto al bufé, como un náufrago a un salvavidas. Su vestido amarillo limón lo tiene hipnotizado, con esas espirales doradas que le recuerdan a la gidouille del padre Ubú. Desde que en las recepciones nigerianas los dashikis multicolores y las tradicionales agbadas yorubas han sustituido a los modelos Versace y a los esmóquines Armani, hay que currárselo mucho para no pasar desapercibido.»
Para finalizar
Quisiera finalizar aludiendo al humor, a la parodia e ironía que aflora en muchos momentos en La anomalía. Precisamente el componente paródico está siempre muy presente en la narrativa posmoderna. Hay ironía y sobre todo parodia en la escondida referencia a Tolstoi que el narrador en tercera persona, que nos está contando la historia, hace al decir que «Todos los vuelos tranquilos se parecen, pero cada vuelo turbulento lo es a su manera». Y hay humor, mucho humor, cuando, en medio de la crisis desatada por esa aparición del mismo vuelo, pasaje y tripulación tres meses después de la primera vez, Adrián Miler, creador del protocolo 42 pide al general Silveria que haga traer buen café para investigadores, psicólogos y el personal de seguridad:
«El general Silveria se muestra dubitativo.
—De todos modos, vamos a colaborar con los servicios británicos.
—Y una cafetera, una de verdad, que haga un expreso decente —añade Adrian Miller.
—No pidan cosas imposibles —tuerce el gesto el general.»
Hervé Le Tellier no quiere que el suceso de la simulación, duplicación, replicación, programación o lo que sea esto que ha ocurrido, quede en pura anécdota. Por eso introduce la duda en el lector de
La anomalía cuando su narrador se pregunta si este extraño fenómeno de las duplicaciones sólo sucede en Occidente. En el curso de la lectura concluimos que parece ser que no. Parece ser que en la inmensa y opaca China algo semejante le ha ocurrido también a un vuelo. Pero todo queda ahí, en que parece ser que también ahí se ha producido una duplicación, una representación que pone en jaque el concepto de real y de virtual. ¿Quién o qué es uno y quién o qué es otro? ¿Son las dos, representaciones programáticas? Para resolver todas estas dudas no queda otra que leer la novela.
Una novela entretenida incluso para quienes, como yo, se confiesan iletrados en cuestiones científicas, que aquí en algún momento de la narración cobran gran importancia.
ADENDA.
A punto de clicar en '
publicar' me topo en internet con una información sobre el escritor francés que desconocía por completo. En ella, el periodista o crítico
Manuel Crespo, a propósito de la novela
La anomalia resalta el hecho de que
Hervé Le Tellier, su autor, es integrante del grupo
"Oulipo". Me sorprendo al leer esta palabra y corro a enterarme qué cosa es ello. Y vengo a entender que
OULIPO es un acrónimo («
Ouvroir de
littérature
potentielle», en castellano «Taller de literatura potencial») creado por escritores y matemáticos franceses para designar un grupo de experimentación literaria fundado en París en noviembre de 1960 por el escritor
Raymond Queneau y el matemático
François Le Lionnais. Pertenecen a este selecto club francés, que se reclama heredero de los patafísicos de Alfred Jarry, autores -que yo conozca, al menos de nombre- como
Marcel Duchamp,
Italo Calvino, Georges Perec, Pablo Martín Sánchez (precisamente el traductor al castellano en esta edición de Seix Barral, en el grupo desde 2014) o el mismísimo
Hervé Le Tellier que ingresó en el grupo en 1992.
Quizás con esta información, se puedan entender mejor ciertos recursos formales y temáticos experimentales que aparecen en la novela y que, más o menos, he expuesto a mi manera en esta reseña.