«Y entonces se terminó ese año y empezó el siguiente, y de verdad creíamos que todo empezaba de nuevo. […] Y me acuerdo de que Feliza sonrió apenas, pero sonrió, y contestó: “Sí, sí. Eso es definitivamente lo que voy a pedir”. Nos pusimos los abrigos y salimos. Viernes 8 de enero, con un frío de espanto, casi nadie en las calles. Y de esto me acuerdo: los periódicos habían dicho que esa noche iba a nevar.»

Creo haberlo escrito ya más de una vez en este blog: el azar, la casualidad, la pertinente alineación de los astros, un sinfín de concatenaciones se producen para llegar hasta o alejarse de una lectura. Digo esto porque de
Los nombres de Feliza de
Juan Gabriel Vásquez me alejé voluntariamente en una ocasión cambiando en mi librería de cabecera un ejemplar del libro que con afecto me acababan de regalar por otro de la nobel surcoreana
Han Kang de quien hasta ese momento nada había leído. Pero ¿por qué decidiste no leer la última de
Juan Gabriel Vásquez,
diréis, cuando venía avalada por un alto número de críticas elogiosas? Precisamente fue una de esas críticas, la firmada por
Santos Sanz Villanueva en
El Cultural del día 31 de enero de este año, lo que me empujó a hacer uso del cheque-regalo que acompañaba a la novela y cambiarla por
Imposible decir adiós de la Premio Nobel de Literatura 2024. ¿Tan fuerte, pues, era lo que afirmaba Sanz Villanueva? A mí, desde luego, en una primera lectura del artículo así me lo pareció; sin embargo cuando degusté satisfactoriamente la novela y volví a leer la susodicha reseña me di cuenta de que en ella abundaban más los elogios que las críticas, aunque los dos "
peros" que le ponía al autor colombiano, también yo, ahora, los suscribo plenamente.
Antes de decidirme a leer el libro, en mis paseos por blogs amigos y/o de prestigio leí una o dos reseñas sobre
Los nombres de Feliza. La muy elogiosa escrita por mi gran amiga Rosa Berros en su blog
Cuéntame una historia me incitó a dejarle un comentario señalándole mis reticencias y temores sobre la novela de
Juan Gabriel Vásquez. En amable respuesta ella, para convencerme de las bondades de esa narración, se comprometió a prestarme el libro para que las comprobase por mí mismo. Y su ofrecimiento no era una broma, pues a los pocos días se materializó con la llegada por correo hasta mi casa de la novela
Los nombres de Feliza. Muchas gracias, Rosa.
Naturalmente, lo he leído nada más recibirlo suspendiendo el orden de lecturas que tenía programado. Y he de decir, así ya de entrada, que la novela me ha gustado. Me ha sucedido con ella lo que sólo me ocurre con algunas lecturas y que cuando me pasa íntimamente me viene a certificar la calidad de lo que tengo en las manos. Resulta que desde que en mi primerísima juventud leyera La ciudad y los perros del recientemente fallecido Mario Vargas Llosa, mi listón personal del muy seguro agrado lector viene marcado por el irrefrenable deseo nada más despertar de seguir leyendo el libro que el día anterior tuviera en mis manos. Exactamente esto es lo que me ha ocurrido con Los nombres de Feliza.
La novela es ejemplo de la tendencia narrativa de la autoficción, hoy tan en boga. Consiste la misma en que el autor se ficcionaliza y se permea dentro de la narración. Aquí, él se transmuta en la figura del narrador y construye un relato, la novela que estamos leyendo, en la que cuenta la historia de una compatriota suya, la escultora Feliza Bursztyn. La idea de escribir este relato nació en el novelista a raíz de la lectura que realizó, durante su primera estancia en París el año 1996, de una columna contenida en un libro de García Márquez, Notas de prensa, que recopilaba artículos publicados en prensa por él mismo entre 1980 y 1984. Allí leyó la columna que el 20 de enero de 1982 escribiera Gabriel García Márquez (Gabo) en el diario español El País en la que daba cuenta de la muerte de una escultora colombiana exiliada en Francia por entonces. La escultora, de apellido imposible, era hasta ese preciso momento totalmente desconocida por el jovencísimo periodista. Pero lo que constituyó la espoleta para que el por entonces bisoño escritor Juan Gabriel Vásquez comenzase a pergeñar en su interior la novela que tenemos en las manos es que Gabo colocaba como causa de la muerte, la tristeza:
«La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París.»
¿Por qué esta mujer moriría de tristeza? ¿Por qué murió relativamente joven, con sólo 48 años? ¿Cómo es que nació su dedicación a la escultura? ¿Estuvo casada? ¿Tuvo descendencia? ¿...? Estos interrogantes y muchos otros más se abrirían en la mente de Juan Gabriel quien desde ese momento, unos años más y otros menos, comenzó a documentarse sobre Feliza Bursztyn: la 'escultora de la chatarra', una mujer independiente, liberada, que no admitirá el destino de mujer que le esperaba (dedicarse en exclusiva a la crianza de sus tres hijas), una mujer con inquietudes intelectuales que le llevaron a relacionarse con grandes figuras colombianas del mundo de la pintura (Alejandro Obregón, Jorge Gaitán Durán o Beatriz Daza), con escritores (Santiago García o Gabo), con críticos de arte (Marta Traba o Casimiro Elger)...
Se asiste, leyendo la novela, a la vida de esta mujer de origen polaco, perteneciente por ascendencia familiar a la comunidad judía yiddish abundante en ese país a principios del siglo XX. Sus padres en 1930 a la vista de los acontecimientos que en Europa estaban acaeciendo deciden abandonar el continente y toman un barco que por puro azar los dejará en Colombia donde comienzan a hacer su vida. Allí, en Bogotá, nacerán Hela y cuatro años después su hermana Feliza. Es, pues, la protagonista de la novela colombiana de nacimiento, aunque su apellido polaco y sus rompedoras actitudes vitales harán que las fuerzas vivas del país siempre la consideren ajena, extranjera.
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La tremenda personalidad de Feliza choca a la sociedad de su tiempo, incluida su propia familia. A los diecisiete años se casa con el judío norteamericano Larry Fleisher, a quien conoce en Nueva York, y lo hace pese a la oposición de sus padres que la veían demasiado joven para ello. Larry y ella vivirán en Bogotá y allí tendrán tres hijas; sin embargo pronto la afición de Feliza por el arte, por la pintura, por el mundo artístico la llevarán a pasar fuera de casa más tiempo del que Larry considera propio de un hobby. Pero es que el arte no es para Feliza un mero entretenimiento, un pasatiempo; para ella es su razón de vivir. Y eso Larry no lo entenderá. En los círculos de artistas, críticos de arte, poetas, escritores... en los que Feliza se mueve conocerá a Jorge Gaitán, un poeta que la atrae fuertemente. Jorge también está casado y tiene un hijo. La situación para ambos en Bogotá es complicada, asfixiante. El entorno de Feliza no soporta su actitud al abandonar a sus tres hijas y marchar a vivir en la misma ciudad con el amante, un hombre que además es 'goy' (no judío). Es por esto que ambos toman la decisión de abandonar Colombia y marchar a París donde el mundo artístico está en plena ebullición. La ruptura con todo lo anterior es total, tremenda. Su propia familia no logra comprenderlo y Jacobo, su padre, hasta realizará una ceremonia judía en la que simulará que su hija ha muerto para él y para la comunidad.
«Feliza entendió que el dolor de su padre era verdadero, pero le pareció además entrever otros desórdenes: pues un clima envenenado se había instalado en la comunidad por su culpa, y las niñas no eran más que la encarnación en el mundo de esas ideas etéreas. Lentamente se dio cuenta de que unas inercias invisibles y monstruosas, que nadie podía controlar porque no estaban en ninguna parte, unas inercias que salían de los fondos más recónditos de las tradiciones y las memorias y las leyes que nadie había escrito nunca, fueron arrinconando a sus padres, exigiendo la reparación de algo que se había roto, no, exigiendo algo más fuerte todavía que sólo podía llamarse de una forma: expiación.»
La muerte es elemento importante en la novela.
SPOILER:
Jacobo se la aplicó simbólicamente a Feliza y luego más
tarde él la sufriría en la realidad. Feliza, que estaba en Israel, acudirá a su lado y Jorge desde París parte para acompañarla. Pero la mala suerte hará
que el avión que lo trasladaba tenga un accidente Fin del SPOILER. Luego vendrían otras muertes de artistas y amigos hasta llegar a la suya propia en París al lado de su último amor,
Pablo Leyva.
En la construcción de la novela Pablo Leyva será importantísimo para Juan Gabriel Vásquez, pues es él la fuente viva que más cosas le contará de Feliza. Tras su relación con el poeta Jorge Gaitán, un día, habiéndose citado con su amiga y crítica de arte argentina Marta Traba, que estaba pensando abandonar Colombia al sentirse presionada por la policía, Feliza comenzará su relación con Pablo
«Allí, entre poetas inéditos y actores delgados y artistas en busca de un lugar en el mundo, estaba un hombre de barba densa y mirada amable que no dejaba de hablar del Apollo 11 ni de Neil Armstrong, y se preguntaba en voz alta lo que se sentiría en la planta del pie cuando uno pisaba la Luna. Feliza lo reconoció: era Pablo, sí, Pablo Leyva.»
Es con la memoria inestable de Pablo Leyva Franco, de 83 años, al que visitará el autor-narrador en su apartamento bogotano con la que en gran medida organizará el relato de la vida de Feliza Bursztyn. Precisamente es la estructura dada a la narración lo que más me ha agradado de la novela. Hay mucho trasiego temporal en un avanzar y retroceder en el tiempo que parece sorprender, pero que según se lee se da uno cuenta de que es lo propio de la mente del principal relator de la historia de Feliza.
Todo en el libro sucede en 10 días, los que van de la llegada de Pablo a París para estar con Feliza a la fecha del fallecimiento de ella el viernes 8 de enero de 1982. Y en estos diez días a través de la memoria de Pablo y la mucha documentación recopilada por el novelista a lo largo de los años conocemos la historia de Feliza: la de sus padres judíos polacos, Jacobo y Chaja; la de ella misma y su primer matrimonio con el judío norteamericano Larry Fleisher; la amistad de Feliza con la crítica de arte argentina Marta Traba que la introduce en los círculos artísticos bogotanos; su relación con Jorge Gaitán; la vida de ambos en París; etc, etc. Todo se nos va dando con vueltas atrás y anticipaciones, al tiempo que nos acercamos a esa muerte anunciada desde el principio de la novela -muy García Márquez, desde luego- del viernes 8 de enero de 1982.
Junto a esta estructura no lineal, que me ha gustado mucho, Juan Gabriel Vásquez utiliza una manera peculiar de situar en el tiempo los episodios de la vida de Feliza. Lo hace, no dando el desnudo y escueto dato del año en que ocurrió tal o cual cosa, sino aludiendo a sucesos históricos relevantes y seguramente conocidos por todos los lectores: asesinato de Kennedy, Revolución cubana, muerte del Che, guerra en Israel, asesinato del dictador dominicano Rafael Trujillo...
Esta manera de incorporar datos históricos relevantes de dominio del gran público la mayoría, así como las frecuentes referencias a autores, pintores y escultores de relevancia en Colombia y en el mundo son elementos que el novelista maneja con sabiduría y que contribuyen a que la obra se lea con mucho gusto. Este culturalismo presente en Los nombres de Feliza deriva lógicamente de que el personaje novelado es una artista -pintora y escultora- que vive inmersa en el mundo del arte. Como el mundo artístico e intelectual está frecuentemente entreverado con el político, los sucesos de esta índole son también muy importantes en esta narración. Una mujer libre, independiente de todo y de todos, bondadosa, artista y además rompedora (escultora de la chatarra) dentro de una sociedad muy conservadora es desde luego elemento más que llamativo. Es normal que como dice el propio Juan Gabriel Vásquez nada más leer él en 1996 la columna de Gabriel García Márquez sintiera el primer deseo de hacer algo a partir de eso
«Veintiocho años pasaron entre el origen remoto de esta novela -el primer pequeño latido, como diría Nabokov- y su punto final.»
Muy interesantes son las opiniones que sobre la política se vierten en estas páginas. La actitud independiente de Feliza contribuye a la veracidad de las mismas. No es Feliza Bursztyn militante de nada. En todo caso su militancia estuvo en el campo de la escultura de vanguardia. Así recordaba Pablo, tras los problemas que tuvo Feliza con la policía, una conversación mantenida con Santiago García, militante comunista, casado con Patricia Ariza, de idéntica militancia que su esposo
«Patricia me lo dijo el otro día: si Feliza pintara eucaliptos en acuarela, nada de esto le habría pasado. Me dijo: “No me persiguen a mí, que soy de las Juventudes, pero sí la persiguen a ella”... No se entiende. Se siente culpable, Pablo».
Los mismísimos periodistas se perdían con Feliza cuando le preguntaban por el sentido de su obra. La artista era tan irónica en sus respuestas, tan independiente, que los dejaba completamente descolocados. Al respecto es muy interesante un momento de la novela en el que un periodista interroga a Feliza. El novelista presenta esta entrevista utilizando el formato Pregunta - Respuesta propio del mundo periodístico. En un momento dado el periodista pregunta a Feliza por lo que ha pretendido transmitir con una escultura suya llamada "Las histéricas", a lo que la escultora algo enfadada le responde:
«Ay, pero otra vez la misma cosa. Mire, si yo tengo que explicar mis obras se me va a ir la vida en eso y no voy a tener tiempo para hacerlas.
[...]
No me gusta que se obligue al escultor a decir lo que debería decir el crítico. No me gusta que se le pida al escultor explicar lo que debería sentir el espectador.»
Para finalizar
¿Tenía algo de razón Santos Sanz Villanueva en los 'peros' que ponía al libro? Pues en mi opinión, sí. El crítico de la revista El cultural achacaba a Juan Gabriel Vásquez el que, sin necesitarlo, dada su calidad como escritor, hubiese buscado premeditadamente el best seller, el éxito comercial. Y que para ello hubiese exagerado las referencias a Gabo (Gabriel García Márquez), sabedor de que sacarlo, incluso en momentos en que no era necesario, redundaría en que más lectores se acercasen a esta ya de por sí magnífica novela. Y si el nombre de Gabo le servía de aderezo o introductor de múltiples referencias historicistas, pues mejor que mejor. Así lo he podido detectar cuando al referirse a la salida de García Márquez de Colombia por miedo a ser detenido el novelista aprovecha para hablar de varios y diversos aspectos que poco o nada tenían que ver con el autor de Cien años de soledad
«"Pon Caracol, Feliza. Está pasando algo con Gabo". El programa de las mañanas habló del intento de golpe de Estado del 23 de febrero en Madrid, de un terremoto cuyas réplicas todavía se sentían, del traslado de la dictadura de Pinochet al Palacio de la Moneda y de la huelga de hambre de Bobby Sands, un miembro del IRA, y luego la voz del locutor de los cables de última hora, la voz melodramática sobre fondo de falsos ruidos de telégrafo, como de mensajes entrando en clave morse, anunció con el tono de las catástrofes que Gabriel García Márquez, el colombiano más célebre de todos los tiempos, se acababa de ir de Colombia para evitar que lo arrestaran.»
Y la segunda objeción que el catedrático y crítico exponía en esa reseña que me alejó y me acercó a un mismo tiempo a
Los nombres de Feliza era que por mostrar el amor y cariño entre Pablo Leyva y Feliza Bursztyn el autor caía, por exceso, en el ternurismo propio de la novela rosa. Y aquí también he de darle la razón a Sanz Villanueva. Sí, en una mujer tan fuerte, tan feminista, tan echada para adelante, independiente hasta la médula, que por ser ella misma hasta decidió alejarse de sus tres hijas cuando éstas eran pequeñas me sorprendió verla pidiéndole a su pareja matrimonio. Ocurre tal cosa en un viaje a Copenhague de Pablo al que Feliza lo acompañó para así alejarse del asfixiante y rancio ambiente colombiano:
«Se arregló para irse a su encuentro de ambientalistas, y luego, cuando se acercó a Feliza para despedirse, ella lo tomó de la mano y le dijo: “Quiero que nos casemos”. Y luego, sin darle tiempo a responder, añadió: “Si tú quieres también, casémonos aquí. Casémonos ya. Seguro que es muy fácil y la ciudad está linda”.
Pablo dijo: “Sí”.
”¿Verdad que sí?”, dijo Feliza.
“Sí”, dijo Pablo. “Sí, yo también quiero”».
Pero estas dos reticencias son ciertamente muy menores. En la novela predomina sobre todo lo meritorio. Varios de los aspectos que contribuyen a ello ya los he señalado. Quizás me faltaría por consignar:
- Un lenguaje plagado de colombianismos (entorchar [retorcer o trenzar varias veces], rumorar [rumorear], solaperos [insignias pegadas a la solapa], chaperona [persona que acompaña, carabina], bogotano [de Bogotá], galpón [cobertizo grande], talanquera [muro, valla], mamar gallo [reírse de], bolillo [instrumento cilíndrico usado por agentes de la autoridad] y muchos otros más que dan colorido y autenticidad a la historia.
- Un claro estilo personal muy hermoso. Baste sólo una cita para mostrarlo:
«Marta la citaba en El Cisne para quejarse: la gente no entendía, Feliza, aquí los críticos estaban todavía elogiando a Van Gogh, y eso si hubiera críticos, pero no, Feliza, tampoco hay críticos, porque no vamos a pisarnos las mangueras.»
- La estructura dada a la novela, distribuyendo el contenido en cinco capítulos que pivotan todos ellos alrededor de esos diez días del reencuentro en París de Pablo con la exiliada Feliza. De todas estas jornadas destaca especialmente ese viernes 8 de enero de 1982 en el que literalmente Feliza se desplomó en un restaurante al que había acudido en compañía de Pablo para cenar con otras dos parejas, una de ellas la formada por Gabo y su mujer Mercedes. El mecanismo de la recursividad, el volver con reiteración a esa noche en Paris con Gabo y Mercedes, es de lo que mas me ha gustado. Es un volver insistente y en desorden propio de la memoria.
- Y naturalmente, creo ya haberlo escrito, el contenido propiamente dicho. Un recorrido por la biografía vital y artística de la 'escultora de la chatarra' y de paso por el arte del siglo XX, anterior y coincidente con su existencia. También el recorrido por la historia del siglo XX en Colombia y en el mundo, quizás algo excesivo y redundante en algún momento.
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Nota:
Hoy mismo en la revista El Cultural leo que Juan Gabriel Vásquez en opinión de varios autores y críticos literarios es el sucesor de Vargas Llosa, algo que yo también comparto:
«El boom hispanoamericano tiene un sucesor indiscutible: Juan Gabriel Vásquez. El escritor colombiano ha publicado ya una obra que ha robustecido su figura literaria, hasta el punto de que son muchos los que lo consideran sucesor de Mario Vargas llosa. Y aunque el crítico de El Cultural, Santos Sanz Villanueva, subraya con acierto los fallos de su última novela, Los nombres de Feliza, varias de sus publicaciones, sus colecciones de cuentos y sobre todo la novela Los informantes, sitúan a Juan Gabriel Vásquez en la cumbre literaria.»