«Entenderemos las vidas, los niños que corretean jugando a crecer, las madres que alargan la ropa, compran zapatos y se quedan mirando el tiempo que corre por los hijos. Luego los hijos se detienen y son las madres las que corren hacia la brusca vejez y que, de tanto subir y bajar habitaciones, ni siquiera están peinadas. Luego hablan poco y comen pausadamente en Navidad. Por lo menos, así eran las madres.»
Aunque había oído años atrás el nombre de este autor italiano nacido en Nápoles (Italia) hará en mayo 75 años, Aquí no, ahora no es el primer libro suyo que leo. Erri di Luca publicó ésta, su primera novela, cuando ya tenía casi 40 años. Cuenta en ella sus años de infancia en Nápoles. Usa como disculpa el hallazgo de unas fotografías antiguas en las que de niño aparece con su madre. En este tiempo congelado el adulto de casi cuarenta años dialoga con ella que ya es intemporal. Cuenta el proceso de adaptación de la familia, y particularmente el suyo, desde la pobreza y escasez de todo en que quedó sumida Nápoles tras la Segunda Guerra Mundial, a una vida mejor y más confortable según pasaban los años. Pese a la indudable mejora, sin embargo el pequeño Erri no se adapta bien a los nuevos edificios a los que su familia se ha trasladado a vivir; allí convive con otras familias, acomodadas como la suya, y con los nuevos habitantes venidos desde muy lejos que son los norteamericanos.Tras los diez primeros de su vida años que tanto le marcaron velozmente vemos pasar su adolescencia y primera juventud hasta que a los 31 años se casa y permanece en ese estado hasta los 37. Según dice en la obra fue persona durante los primeros diez años y también durante los siete de su matrimonio. Y es que, afirma: «Ser en el mundo, por lo que he podido entender, es cuando se te confía una persona y tú eres responsable y al mismo tiempo tú eres confiado a esa persona y ella es responsable de ti.». De niño estuvo confiado a sus padres, en especial a su madre; de casado se responsabilizó de su esposa especialmente en los momentos más terribles de la enfermedad que ella sufrió.
En cuanto a la forma, el estilo de Aquí no, ahora no es muy cuidado, con logradas y hermosas imágenes literarias; podría decirse que en muchas páginas de esta breve obra (a veces más un ensayo por sus reflexiones que una novela) la prosa poética es la tónica de su escritura. Los ejemplos son múltiples en este libro, yo diría que casi, casi, constantes:
- «El sol se apagaba dentro del mar. A veces el violeta de las nubes lo partía y lo deshacía antes de que tocase el horizonte. Lo mirábamos desde la orilla mientras nos secábamos después del baño, y era nuestro, como la arena que quedaba en los pies, como el aliento.»
- «Está el olor de la Torreta el domingo: mercado, gentío, frío. Desde el horno irradian aromas y enfrente el carro de los frutos secos tuesta el aire.»
«Adopté en aquel tiempo la costumbre de no terminar los ejercicios, de dejar en blanco una parte. También en los exámenes me guardaba una parte de la respuesta que debía al docente. Custodiaba una porción de no plenitud, iba mal, comenzaba a crecer.»
«Me juré no escribir más mentiras. Contarlas, no las contaba, y tú en esto eras inflexible. Pero escribirlas no me parecía un pecado, era bonito inventar. Luego llegó ese tema y tuve la prueba de que también la escritura, despojada de su secreto, se convierte en mentira.»
«Mejor los golpes, mejor el derecho arriesgado a meter un poco de ruido cuando un juego me cogía la mano. No las palabras: a ésas no se les podía llorar, no se les podía responder, y yo no era capaz de decir ni una sola cuando tú intervenías, entre la apnea y el tartamudeo. Se aprende tarde a defenderse de las palabras.»
«No he hecho nada.» «No lo he hecho adrede.»
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«Asombraban sus despistes con las palabras, siempre basados en una asonancia. «Esta mañana he salido al balconcillo y hacía un frío de pegarse.» «Qué bonitos estos naranjos rojos sanguinarios.»
Una novela breve, pero profunda. Todas sus páginas esconden informaciones valiosas, que en esta corta reseña seguro que muchas se me habrán pasado. Lo que no quiero que se me pase, por último ultimísimo, es la impronta que la figura paterna -ausente, pero al tiempo tan presente- tuvo sobre el autor. La prueba de ello es el título que decidió dar a su libro, un homenaje a su persona sin duda alguna.