«(No sé si hay repeticiones en mi libro, pero casi me gustaría que las hubiera, pues he querido que tenga el tono un poco mareado y giratorio de la vida en el café, aquella vida encerrada de espejos, loca de conversaciones, que considero muerta para siempre cuando leo, por los días cuando escribo esto, que el arquitecto que remodeló el Gijón después de la guerra acaba de morir).»
Habla Umbral en La noche que llegué al café Gijón de literatura española comparándola a veces con la de otras naciones, en especial con la de la Francia finisecular (Baudelaire, Proust...); expresa sus afinidades y antipatías por unos y otros autores; va marcando las características de su propio estilo; cuenta sus escarceos en el mundo del periodismo, lo que le costó conseguir una cierta regularidad salarial...; y también habla de los enormes deseos que por entonces tenía de convertirse en escritor de verdad, o sea, hacer un libro salido de sus propias manos, con un estilo que fuera propio y distinto a lo que por entonces se hacía en España... El libro del que habla es el que en 1965 vería la luz sobre la figura de Mariano José de Larra (Larra, anatomía de un dandy).
«A veces, a días, a ratos, cuando tenía como una sensación dispersa y excesiva de estarme perdiendo en todo aquel gacetilleo tan madriles, me quedaba en el cuarto de la pensión, envuelto en mantas o desnudo sobre la colcha leyendo a Valle Inclán, a Kierkegaard, a Sartre, a Gómez de la Serna, a Huxley, leyendo los cuatro libros de la colección Austral que transportaba conmigo de casa en casa, o los libros que iba robando por las librerías, las bibliotecas y los despachos. O aquellos delgados libros de poemas que me daban los poetas de la tertulia, y que eran los que más me gustaban, porque el poeta lírico, inédito y nonato, aún subsistía en mí»
«Gerardo Diego, Ramón de Garciasol (que se llama Miguel Alonso Calvo y quizá eligió el seudónimo por razones más políticas que estéticas), Jesús Juan Garcés, Jesús Acacio, Manrique, Juan Pérez Creus, Luis López Anglada, Álvarez Ortega, Eladio Cabañero, Francisco García Pavón, Leopoldo de Luis y, a veces, Ignacio Aldecoa o Buero Vallejo. Casi todos poetas, como se ve, con pasajeras incrustaciones de prosistas o dramaturgos.»
«El grupo de los pintores, el mundo de los pintores era una galaxia cálida y espesa, una cosa cobijadora y olorosa, un interior lleno de colores, tierras y palabras cargadas de realidad, como objetos. Mejor que las palabras-palabras de los poetas. Yo me encontraba bien, protegido de no sé qué ni por qué, entre la hueste lenta, sobria y constante de los pintores, siempre vestidos de lana, pana, botas, siempre de uñas negras y aguarrás, siempre con lo mejor del cuadro impreso en las yemas de los dedos»
- «Ha habido sólo unos cuantos genios -Kafka, César Vallejo, Baudelaire- de condición hospiciana que se nos han aparecido siempre desnudos, desvalidos en brazos de la literatura como sus víctimas o sus hijos más ciertos» (a propósito de Eusebio García Luengo, escritor que rehuía premios y reconocimientos)
- «Qué diferencia entre el fin de siglo madrileño que nos presenta Baroja y el fin de siglo parisino que nos presenta Proust. El clima de Las noches del Buen Retiro es casi proustiano. Qué más da una marquesa madrileña que una marquesa parisina. La diferencia está en el escritor, claro.
Baroja es una portera. Cuenta muchos chismes y los cuenta como una portera. Lo amontona todo de cualquier manera y lo deja ahí en bruto.»- «Azorín también deja los libros sin hacer, pero no por desidia como Baroja, sino quizá por impotencia» (Azorín y Baroja eran dos ídolos en esos años, pero no para él)
- «En mi interior galería juvenil lucían unos cuantos nombres como hogueras cordiales, indelebles y arbitrarias: Heráclito, Quevedo, Proust, Juan Ramón, Baudelaire, Neruda, Gómez de la Serna y pocos más. Quizá Henry Miller, recién descubierto. Quizá Valle Inclán y Larra, también muy trabajados por entonces. Con esta docena escasa de prosistas y poetas puedo decir que se ha molturado casi todo lo que he escrito.» (éste es el personal hit parade literario de Umbral).
De la última cita bien puede extraerse el porqué del lirismo en que el autor envuelve su prosa. Los escritores que idolatra o son poetas o manejan la prosa con una concisión, soltura, significación plena y brevedad poéticas. Eso es lo que él hace y en mi opinión logra con suficiencia. Pero esto no quiere decir que Francisco Umbral imite a nadie, pues él desde el primer momento quiso labrarse un estilo propio. Cuando habla del proyecto que tiene de hacer un libro sobre Larra dice que después de haber leído cuanto había escrito sobre el articulista madrileño era momento de olvidarlo todo y ponerse a escribir («Ya sabía todo o casi todo lo que se podía saber de Larra. Ahora tenía que empezar a olvidarlo, antes de ponerme a escribir»).
Otra cosa no podrá decirse de Umbral, pero que su estilo es propio y característico es una verdad irrefutable. Y al decir estilo me refiero tanto a los asuntos cuanto a la manera de presentarlos. Sobre temas contenidos en este libro, el de la literatura ya lo he señalado suficientemente; otro muy importante en su obra, que también aquí aparece con vigor es el de la mujer, o mejor dicho, las mujeres. Francisco Umbral murió en 2007 y su exuberante personalidad creo que hoy no sería muy aceptada. Sus opiniones sobre las mujeres hay que entenderlas desde dentro del momento de su escritura (estamos en 1977 o por ahí cuando escribe esta obra y diez años antes es el momento en que transcurre la narración) y no sacarlas de su contexto y dejarlas expuestas a la fría intemperie de nuestro hoy. De todas ellas yo destaco sobre el innegable machismo contenido en algunas el preciosismo y lirismo de la escritura de otras; creo que en líneas generales prima lo segundo sobre lo primero:
- «la inercia varonil de siglos nos ha enseñado que a la mujer había que engañarla un poco o un mucho, que la mujer es siempre un poco niña y desea ser engañada. Cuando una mujer rompe ese juego, puede sentirse muy libre, segura y emancipada, pero no es fácil que llegue a ser feliz.»
- «La mujer, tanto española como holandesa, noruega o norteamericana (y en esto se ha cometido grave injusticia con la española, juzgándola por lo que es común a todas y se le atribuye a ella sola), la mujer, digo, necesita tiempo, sólo quiere tiempo.»
- «Las chicas del Ateneo no eran exactamente las chicas del Café Gijón. En realidad no tenían nada que ver las chicas del Ateneo con las chicas del Café Gijón. Las chicas del Gijón eran como más ocasionales, variadas, aventureras, practicables y glamurosas. Las chicas del Gijón querían hacer versos, teatro, pintura, striptease o películas, usaban el perfume difícil y turbador de las grandes estrellas -por lo menos el perfume-, y se pasaban la noche con la gallofa del café, cenando en tabernas cercanas, como Casa Pepe, la Estrecha o el Comunista, o bien en tabernas lejanas, como Casa Maxi. Las chicas del Ateneo no olían a nada. Todo lo más olían a cultura, a pensión, a libros y a las horribles frituras del bar.»
- «Grullas líricas, flamencos hembras, finas de piernas, quebradizas de tobillo, misteriosas de ojos, musicales de cuello, movían con una gracia profesional sus caros ropajes y se tomaban un cortadito o un pipermint con mucho enredo de meñique y un prodigioso estirar del cuello, que creaba en torno lagos como espejos para aquel cisne entrevisto.» ( a propósito de las modelos)
«Cuando se iban las modelos, las actrices o las extranjeras, cuando se iban las mujeres, el café volvía a tomar un siniestro color de hombres solos.»
- «En Las confesiones de un pequeño filósofo Azorín dice "pero, sin embargo". Y eso que su fuerte parecía ser la gramática»
- «una señorita le dice a su cortejador en la novela (Las noches del Buen Retiro): "saldrían ustedes ganando dejando dirigirse por nosotras". Esos dos gerundios seguidos y toda la estructura de la frase son como anteriores creaciones del castellano, Baroja no había accedido aún a la sintaxis, cuando se murió.»
«Comprendí lo que ya sabía: que en este país te colocan tres adjetivos y dos frases y ya nadie varía eso en cincuenta o cien años de vida literaria.»
- «esta corta vida se remata con quince o veinte años de ser uno el fantasma sarmentoso de sí mismo. [...] El hombre se va volviendo del revés a lo largo de su vida. [...] El hombre no se transforma con el tiempo, sino que permanece uno mismo por dentro, y el chico luciente de los diecisiete años se siente de pronto paralizado, torpe y roto en un cuerpo de viejo.» (estamos ante un Quevedo redivivo)
- «En José García Nieto admiraba yo la perfección incorregible de los versos, la pulcritud que vagaba por toda su vida y toda su obra, la facilidad para escribir -que es cosa que yo, teniéndola, siempre he admirado mucho- y la fe con que llevaba su bigote. [...] Por algo había ido yo a caer en una tertulia de poetas. La novela me parecía y me sigue pareciendo un compromiso burgués. Del truco de la intriga se ha pasado al truco de la técnica. Como ya no hay historias maravillosas que contar, se sorprende al lector mediante las maravillas de la técnica [...] Yo más que hacer hacer novelas, quería deshacerlas, experimentar. De momento escribía aquellos cuentos sin principio ni fin, muchas veces, muy dialogados o macizos de prosa, donde el poeta que me daba vergüenza ser se disfrazaba de narrador.»