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El autor y el cartel de la representación |
En el Teatro María Guerrero de Madrid está en cartel hasta el día 8 de febrero, la obra de Eugène Ionesco, "Rinoceronte". Ayer pude verla y mi impresión sobre la misma se resume en una sola palabra: ¡Magnífica! Magnífica por los cuatro costados:
I) Por la puesta en escena. Excelente la presentación que Ernesto Caballero, responsable de esta versión y director de la misma, hace mediante un escenario basado en una estructura metálica de varios niveles unidos por escaleras al estilo de las que para evacuar los edificios existen en las casas neoyorquinas de la primera mitad del siglo pasado. Estas escaleras delimitan el espacio escénico principal donde se desarrollan acciones cotidianas de nuestra sociedad: el trabajo en una oficina, la vida doméstica en un domicilio particular, las relaciones íntimas en un dormitorio... Pero la escena
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Estructura metálica que constituye el decorado |
desborda los límites del escenario del teatro italiano saltando a la sala donde los espectadores pasamos a formar parte del espectáculo cuando los pasillos laterales de las filas de butacas son ocupadas por personajes a quienes se interpela de manera genérica desde arriba. A esto hay que añadir el constante trasiego actoral que desde el inicio del espectáculo entran y salen por el patio de butacas desde fuera del teatro hablando sobre sucesos acontecidos en el exterior que a ellos les repercuten en su quehacer cotidiano, con lo que ya no sólo quienes estamos dentro de la sala somos protagonistas de la trama, sino que toda la sociedad a través de estos movimientos constantes también lo es.
II) Por los actores. Dieciséis actores para dieciséis personajes y no podría señalar ni uno sólo por considerar mala su actuación. Todos alcanzan en mi opinión la calificación máxima. No obstante si hubiera que destacar algunos por la importancia de su papel y por el tiempo que pasan sosteniendo siempre con vigor el ritmo de la historia, éstos serían esencialmente Pepe Viyuela (Berenguer), Fernando Cayo (Juan), Fernanda Orazi (Daisy) y José Luis Alcobendas (Dudard).
De los cuatro se eleva por encima de todos ellos un impresionante
Pepe Viyuela a quien no hace mucho tuve oportunidad de ver en
"El baile" de Edgar Neville donde daba cuerpo a un personaje cómico muy alejado del dramático que realiza a la perfección en esta ocasión. Si un actor se mide por su versatilidad, Pepe Viyuela es un actorazo, pues el Julián de "
El baile" y el Berenguer de "
Rinoceronte" sólo tienen un elemento en común, el físico del actor, pues en todo lo demás los registros son muy diferentes uno de otro; en mi opinión -pero eso ya se debe a la enjundia de la obra- es muy superior el de la obra de
Ionesco al de
Edgar Neville.
Berenguer,
que al inicio aparece casi como un deshecho social, es al fin y a la postre el único ser que se mantiene firme en sus convinciones y logra mantener incólume su dignidad (¿lo logra de verdad? El gran Ionesco no se muestra aquí categórico. Para eso estamos cada uno de los espectadores).
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El plantel de actores (sus nombres al final del post) |
De los otros tres me sorprendió muy gratamente el buen hacer de Fernanda Orazi, actriz argentina a quien es la primera vez que veo actuar, que modula un personaje pleno de femineidad: tierno, amable y en ocasiones veleidoso, pero siempre muy convincente. El Juan de Fernando Cayo y el Dudard de José Luis Alcobendas son figuras muy contundentes gracias a la fantástica actuación de quienes les dan cuerpo que logran transmitir al espectador la fanfarronería y autoritarismo del primero, igual que la tolerancia y la solidaridad con el grupo del segundo.
III) Por el asunto que presenta la obra. "Rinoceronte" es una obra genial que muestra, en un momento en que todo se cifraba en la bondad y superioridad de la sociedad democrática occidental sobre cualesquiera otro pensamiento, la serpiente que dicho sistema socio-político lleva en su seno. Este peligro mortal es el del pensamiento único, el de la imposibilidad de disenttir, de mantener tu opinión pese a que el resto opine distinto... Este riesgo fue dramatizado por el autor francés de origen rumano nada más y nada menos que en 1959, quizás como reacción al sentimiento de intolerancia que se estaba extendiendo por el corazón de los franceses que no veían con buenos ojos el fuerte independentismo que había prendido en Argelia, colonia francesa en esos momentos. El título y la anécdota que recorre la obra sobre si estamos ante un rinoceronte unicornio (el asiático) o bicorne (el africano) no es cuestión baladí, pues por esas fechas las 'naturalezas' asiática y africana que Francia tenía controladas se han ido ya (sus dominios en Asia) o están en ello (Argelia).
Toda obra maestra si lo es, -y "Rinoceronte" lo es- tiene la capacidad de superar el impulso inicial que la gestó y tomar nuevos sentidos, que muy diferentes del original le dan valor en momentos diversos. Eso es lo que sucede con este drama que ha sido representado en países y épocas muy diferentes y siempre se la recibe como si hubiese sido escrita respecto a algo muy actual, es decir, con claro alcance de modernidad. Por eso cada vez que en España se ha representado: en 1961 dirigida por José Luis Alonso en el mismo teatro que ahora, en 1966 en adaptación televisiva dentro del programa de TVE "Estudio 1", en otros momentos de nuestra historia, o ahora en esta misma que acabo de ver, se encuentra -o se puede buscar- correlato con las vicisitudes del momento.
IV) El absurdo. Lo fantástico y maravilloso de Ionesco es que no nos plantea las cosas con certidumbre sino que nos las vuelve del revés. Todo en la obra tiene significado distinto al aparente y esta incongruencia es la que el espectador debe descubrir debajo del surrealismo hilarante de no pocas situaciones, no por ello menos reales: el tendero que tras un desastre sólo se preocupa por su beneficio económico, el intelectual que todo lo pasa a través de su estúpida lógica, el sindicalista que es capaz por mantenerse en el machito de negar lo que antes afirmaba de modo categórico, el marginado social que a la postre es la única esperanza, el anciano que pretende el favor de la bella y estúpida burguesita, el amor que salva y que luego aparece como arma para controlar... Todo en la función está al servicio del travestismo significativo por lo que el auténtico sentido ha de desentrañarlo el espectador él solo, pues no en balde es un hombre libre y debe usar su libertad para descubrir lo que ahí hay, lo que se esconde bajo lo aparente y mayoritariamente aceptado.
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