Esta entrada o post podría muy bien haberse titulado, al estilo clásico, como "De la utilidad de los géneros
literarios", pues tras haber visto la cuarta versión teatral –no son
muchas para casi 90 años - de la excelente novela de Valle no me cabe duda
alguna de que no todo vale, de que cuando el genial don Ramón escogió el género
narrativo para contar la historia del bárbaro dictador Santos Banderas por algo
lo hizo, él que manejaba los recursos del drama como nadie.
Como bien dice Horacio Otheguy Riveira sobre esta adaptación de Flavio
González Mello en "Culturamas, la revista de información cultural"
unos actores magníficos se desaprovechan totalmente en un espectáculo
"desangelado" que abusa de una escenografía demasiado simplista que a
mí me ha recordado a las representaciones teatrales de los grupos
universitarios de los años 70 cuando no -como con acierto dijo mi amigo Rafa-
las propias de los finales de curso en colegios e institutos. En mi opinión
Oriol Broggi, director y escenógrafo, ha
confundido los experimentalimos valleinclanescos de la época vanguardista en
que nació el texto (1926) con teatro barato y cutre: así algo tan interesante
como la simultaneidad de acciones la resuelve con el anquilosado recurso de la
sábana que recorre en excesivas ocasiones el escenario mostrando o tapando la
escena oportuna; o cuando para mostrar la omnipresencia del dictador éste
deambula por la escena o aparece hierático y en semipenumbra sentado en su
poltrona junto a un catalejo símbolo seguramente de su alejamiento de la realidad.
A estos para mí errores de puesta en escena cabe
añadir los momentos, especialmente durante el primer acto, en que el espectador
se pierde en una vorágine de carreras, gritos ininteligibles, personajes que se
confunden a veces al realizar la mayoría de los actores varios papeles (un elenco de 9 actores cubren
la actuación de 49 personajes), junto a
una variedad en los timbres y acentos que dificultan, al menos durante la
primera media hora, el seguimiento de la acción al ser 5 de los 9 actores no
españoles: 2 de México (Emilio Echeverría, magnífico en su papel de dictador
sin escrúpulos, y Joaquín Cosío, que borda el papel de humilde vejado y
humillado) , 1 de Venezuela (Rafa Cruz)
y otros 2 de Argentina (Vanessa Maja y Mauricio Minetti), sin que esto
se convierta en demérito pues todos ellos son excelentes aunque en esta ocasión
mal dirigidos.
Afortunadamente tras el intermedio vuelve el
hombre, quiero decir el autor Ramón María del Valle Inclán, con su texto
literario contundente, lírico y profundo que, dichos por los propios actores algunos
de los hermosísimos fragmentos narrativos cual si de acotaciones teatrales se
tratase, provoca que la acción se
sosiegue y avance con orden y belleza suma al quedar realzados los recursos
esperpénticos y expresionistas contenidos dentro del propio lenguaje narrativo
de la novela. Además los actores en esta segunda parte dejan de ser sólo tipos ganando
en individualidad con momentos de alto
nivel. Tal sucede con el mexicano Joaquín Cosío (Zacarías) cuando grita y gesticula desesperado
tras la injusta y salvaje pérdida de su mujer e hijo (expresionismo puro) o
cuando el dictador mata a su hija de quince puñaladas antes de que él sucumba a
manos de los revolucionarios y su cuerpo sea hecho cuartos.
Ya sólo por servir para difundir de nuevo la novela de “Tirano Banderas” esta adaptación tendría sentido. Y es que la narración de Valle Inclán esconde muchos valores como incorporar a la lengua literaria modismos y frases propias del pueblo llano (quizás una deuda de Valle Inclán con el naturalismo del que él en sus inicios modernistas renegó profundamente) que en la estética del esperpento que llena el relato encuentra su espacio propio. Y también, qué duda cabe, Don Ramón con este relato abrió definitivamente[en el año 1845 apareció el relato “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento considerado
como el primero de la lista] la puerta de salida para la larga nómina de “novelas
de dictador” que surgieron en Latinoamérica a lo largo del siglo pasado: “El
señor presidente” de Miguel Ángel Asturias, “El otoño del patriarca” de García Márquez,
“El siglo de las luces” de Alejo Carpentier, “Yo, el Supremo” de Augusto Roa
Bastos, "Conversación en la Catedral" de Mario Vargas Llosa, etc., llegando el subgénero a entrar en el XXI con “La fiesta del chivo”
[año 2000] de Vargas Llosa o “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”del estadounidense-dominicano Junot
Díaz [año 2007].
Meritorio es el proyecto “Dos orillas” que esta adaptación inaugura en el Teatro Español de Madrid y que consiste en realizar
espectáculos teatrales participados por grupos, actores, directores, etc.
pertenecientes a ésta y la otra orilla del Atlántico. El proyecto es
interesante y cuando se consolide no se nos hará extraño escuchar -¡y los entenderemos desde el principio!- los
timbres y acentos de los distintos lugares en los que se habla español.
Saludos. Actualmente escribo una novela sobre el tema no del dictador pero sí del poder, pues el personaje central es un presidente en ejercicio, de modo que reviso y releo no la temática hispanoamericana y los estudios derivados. Cualquier contacto con usted, Juan Carlos Galán, me puede servir de mucho al respecto. Si le parece, escribame a elpoetajotape@gmail.com.
ResponderEliminarHola, anónimo:
ResponderEliminarTe escribo a tu e mail para que me contestes diciendome aquello que quieres y que yo, quizás, pueda responderte.
Un saludo