El libro que acabo de leer es la primera entrega de la novela
Mil ojos esconde la noche de
Juan Manuel de Prada. Según confiesa el propio autor al final de este volumen la novela tiene una extensión de 1600 páginas; esta primera parte de casi 800 páginas lleva por título
'La ciudad sin luz'.
El libro me ha gustado en un 90% y me ha resultado, quizás, algo tedioso en el 10% restante. A pesar de que me agradan las historias que tienen por actuantes a escritores y a pintores -en esta novela lo son la mayoría de sus personajes-, seres que escaparon de la España de Franco y se refugiaron en París, sin embargo a veces me ha parecido un tanto repetitivo y como que la historia no avanzaba al ritmo que yo creía que debía de avanzar. También es cierto que hoy día la inmediatez de las RRSS nos (me) han acostumbrado a cierta velocidad lectora y un libro de este tamaño no es bien digerido por muchas personas. Yo, lo confieso, sí lo he digerido, y con gusto en muchos momentos, pero puede ser que tanta abundancia de datos y de nombres me haya producido una cierta acidez como si en ocasiones padeciera hernia de hiato y regurgitara parte de lo leído aun en contra de mi voluntad.
Creo que cuando aparezca en las librerías la segunda entrega acudiré a leerla porque deseo saber qué es de
Fernando Navales el protagonista de la novela. Advierte
Juan Manuel de Prada que Navales ya apareció en el primer libro que hace ya cosa de treinta años él dio a la imprenta,
"Las máscaras del héroe", y que si tiene tiempo (ganas dice que no le faltan) tras esta larguísima novela, cuya primera parte acabo de leer, abordará la historia del personaje durante los años que van de 1936 a 1940. Habrá que ver qué ocurre porque el tiempo es mendaz y a veces (muchas veces) echa por tierra los mejores propósitos.
Fernando Navales es un falangista de la primera hora que en 1940, tras el final de la Guerra Civil española en 1939, lo encontramos en la calle Marceau de París donde Falange española tenía su sede para Francia. En este preciso momento Paris aguarda la entrada en la ciudad de los boches (los alemanes), sólo falta que el mariscal Petain firme el armisticio -mejor sería decir la rendición-. Así lo hará y fijará la sede del gobierno francés en Vichy; Paris quedará para los alemanes que poco a poco irán dictando leyes contra los judíos.
La embajada española que dirige Félix Lequerica, un vasco excesivamente equidistante a ojos de Navales, se ha trasladado a Vichy al igual que el resto de legaciones internacionales. Por este motivo es la calle Marceau donde trabaja Navales la que deberá encargarse de controlar como sea la diáspora de artistas e intelectuales republicanos que salieron de España en los primeros meses de 1939 y que han fijado su residencia en París. Perico Urraca, otro falangista que tiene comunicación directa con el cuñado del Caudillo y ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, le encarga a Navales la misión de lograr que la mayoría de estos emigrados políticos expresen de la manera que sea su adhesión a la Nueva España, o sea, a la España de Franco.
La sede de Falange española de la calle Marceau está dirigida por Federico Velilla quien junto a su segundo, Luis Felipe Solms, tienen hecho el vacío a Fernando Navales. La verdad es que no lo soportan por lo que le encargan trabajos menores como abrir la correspondencia y poco más. Por eso cuando Urraca, conocedor de estas interioridades, encargó esa misión a Navales sabía que éste la tomaría con gusto y pondría todo de su parte para llevarla a cabo. Y así es.
Juan Manuel de Prada, como ya he dicho, había sacado a pasear al personaje de Fernando Navales en "Las máscaras del héroe", donde narraba las existencias atormentadas y noctámbulas de sus múltiples personajes, entre los que destacaba Navales, la mayoría de ellos fracasados de la literatura. En esta novela junto a Navales, periodista y escritor nihilista, aparece su 'alter ego' Pedro Luis Gálvez, bohemio que «prefirió enmascarar su heroísmo con los disfraces del desgarro y la truhanería, antes de habitar el cielo de las mitologías» (dice la editora en la sinopsis de la obra). Ahora encontramos a Fernando Navales obsesionado con Gálvez por haber estado a punto de morir a sus manos. Es una escena pareja a la que Javier Cercas relató en Soldados se Salamina con la diferencia de que aquí sí hay ejecución, aunque milagrosamente el ajusticiado, se nos dice ya en las primeras páginas, salvó su vida. Tanto Sánchez Mazas, en Cercas, como Navales, en De Prada, eran falangistas y tuvieron su vida en manos de republicanos.
Por la novela desfila la flor y nata de la intelectualidad española de la primera mitad del siglo XX. Escritores como Gregorio Marañón, César González Ruano, Sebastián Gash, y otros muchos tienen papel muy relevante en la narración, especialmente el primero. Pero es en el campo de la pintura donde la nómina de artistas es más amplia yendo desde Picasso (curiosa y sospechosamente respetado por los alemanes a pesar de practicar lo que aquellos denominaban arte degenerado), a Federico Beltrán Masses, Óscar Domínguez, Emilio Grau Sala, Fabián de Castro, Manuel Viola, Carles Fontseré... Lugar relevante en la historia ocupa el arquitecto bejarano Mateo Hernández al ser éste el autor de la escultura La Bañista para la que posó la escritora catalana Ana María Martínez Sagi, mujer de la que
Juan Manuel de Prada venía de escribir en 2022 una extensa biografía de 1700 páginas titulada
El derecho a soñar que precedió a la salida de
Mil ojos esconde la noche.
Es alrededor de esta mujer, Ana María Martínez Sagi, al igual que de Fernando Navales, que gravita la novela. Otras mujeres importantes e interesantes que ocupan lugar relevante en la historia que se narra son la bailarina Ana de Pombo, la peruana también bailarina, o mejor 'bailaora', Nana de Herrera, la actriz María Casares... Las mujeres tienen papel importante en esta historia protagonizada especialmente por hombres con comportamientos muy machistas tal y como corresponde al momento histórico.
La novela me ha recordado la de Rafael Cansinos Assens, Memorias de un literato, la cual reconstruye la vida intelectual y bohemia de Madrid entre el final del siglo xix y el estallido de la Guerra Civil, si bien la de De Prada muestra a los personajes en el París de 1940 y 1941. Vemos en la ciudad de la luz -ahora sin ella, y de ahí el título de esta primera parte- a personajes sobresalientes del mundillo del arte y de la intelectualidad durante la República, intentando sobrevivir en condiciones muy difíciles. Algunos como César González Ruano se nos presentan como viciosillos en su vida personal así como proclives al fraude, al engaño y al aprovecharse de los demás. Observamos también cómo estos hombres y mujeres antifranquistas deberán de realizar textos, discursos, pinturas, que ensalzan la Nueva España, a fin de poder recuperar la condición funcionarial que tenían antes de la guerra (Marañón, por ejemplo); así mismo muchos de los pintores exiliados colaborarán en exposiciones promovidas por la embajada franquista para así poder recibir un dinero que les permita cubrir míseramente sus necesidades vitales básicas. En otros casos hay artistas como el escultor Mateo Hernández que se verá extorsionado por los fascistas de Falange por eso de haber vendido obras suyas a judíos como los Rothchild; a otros como Óscar Domínguez no les queda más opción para sobrevivir que realizar falsificaciones de obras de otros pintores, en su caso de Giorgio de Chirico e incluso del propio Picasso, en este caso con la aquiescencia del mismo.
Estamos ante una novela histórica con predominio de personajes reales a los que vemos actuar de manera esperpéntica, grotesca. Sigue
Juan Manuel de Prada el dictado del personaje valleinclanesco Max Estrella de
Luces de bohemia cuando éste decía que
«el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada». Y eso es lo que hace el novelista baracaldés de ascendencia zamorana: deformar, exagerar, caricaturizar... sirviéndose de esa estética para presentar de manera crítica la realidad española durante los años iniciales del franquismo. La manera de tratar literariamente a estos nombres encumbrados de la cultura española de la primera mitad del siglo XX me ha recordado mucho a
Antonio Orejudo, especialmente en su novela
Fabulosas narraciones por historias [tengo
reseña hecha en este blog] en la que parodia y caricaturiza comportamientos de estas personas tan prestigiosas. Al hacerlo las baja de su pedestal y las reduce a su condición básica de seres humanos. Es lo mismo que hace con intencionalidad perversa el tal Navales, narrador de la novela.
1940 y 1941 son unos años en los que las fuerzas de la Falange están echando un silencioso pulso con el dictador, quien a la postre se los llevará al huerto y los anulará dejando todo sometido a sus dictados. Es en ese contexto político (unido, claro, a la IIª guerra mundial en Europa) que se desarrolla la actividad del tal Fernando Navales, un escritor fracasado antes de la guerra civil española que se servirá de la ideología, como tantos otros en tantas épocas diversas, para justificar el odio y el resentimiento que siente hacia todos aquellos que en el pasado él considera que lo ningunearon. Precisamente, el asunto del resentimiento es central en la novela; Navales conoce al dedillo el ensayo Tiberio. Historia de un resentimiento de Gregorio Marañón y lo utiliza en multitud de ocasiones para justificar su perversa personalidad.
«Afirma Marañón en su Tiberio que el resentimiento es una pasión impersonal, a diferencia del odio y de la envidia, que suponen siempre un duelo entre quien odia o envidia y quien es odiado o envidiado. La envidia y el odio tienen un sitio concreto dentro del alma y, si se extirpan, el alma puede quedar intacta. En cambio, el resentimiento anega el alma entera, gangrenándola por completo. Además el odio y la envidia casi siempre tienen una respuesta rápida ante la ofensa; el resentimiento, por el contrario, es pasión de larga incubación y reacciones tardías, que se puede disfrazar de resignación, hasta que llegue el momento oportuno de descargar el golpe. Así hacia yo con Velilla.» (y podría decirse -añado yo- que prácticamente éste es el comportamiento habitual de este ser frío y sin alma)
Desde el punto de vista literario la novela me ha agradado mucho. Está llena de intertextos, unos explícitos y otros no tanto. Esta gran cantidad de referencias literarias muestran el enorme conocimiento que el autor tiene de la misma. Da gusto estar leyendo las andanzas del cínico Navales y toparse con frases entresacadas o evocadas con acierto de Quevedo («Yo untaré con tocino todos los momios que nos caigan para que no me los muerda ese rabino de vía estrecha.», dice Mariano Daranas, corresponsal de ABC en París, hablando de Luis Felipe Solms al que Navales tilda de judío), de Garcilaso de la Vega («no hallaba cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la judía», dice el narrador al ver cómo Sebastián Gash se lamenta por los devaneos y coqueteos con otros de su pareja, la joven y hermosa pintora Lotty -Charlotte Calmis-), de Cervantes («el gabacho es por naturaleza pinturero e inoperante como el valentón de Cervantes, muy amigo de calarse el chapeo, requerir la espada y mirar al soslayo, antes de bañarse en un agua de borrajas», comenta el narrador Navales sobre los franceses), de San Juan de la Cruz, de Shakespeare («Como el judío Shylock», comenta el narrador a propósito de la contestación que Nana de Herrera le da -Todos se lo cobran en carne- en justa correspondencia al favor que éste le pide que le haga. El personaje Shylock pertenece a 'El mercader de Venecia'), del Romancero... Y también de Machado («Le revocaron el permiso injustamente. Algún judas debió de maniobrar por detrás. Mala gente que camina y va apestando la tierra...», le dice Martínez Sagi a Navales a propósito del cura nacionalista catalán Tarregó), de Lorca, de Ortega y Gasset, de Rubén Darío («Ah, padre y maestro mágico!», ¡Qué solo te han dejado los hombres», exclama González Ruano en el Cementerio de Montparnasse ante la tumba de Baudelaire)... En ocasiones la intertextualidad invade todo el texto en una amalgama literaria en mi opinión hermosa por demás:
«—¿Siempre dices lo que sientes? —le pregunté, en un aparte.
Me miró con sus ojos de cierva vulnerada:
—Casi siempre. Pero yo sólo digo mi canción a quien conmigo va.» (Martínez Sagi en conversación con Navales)
Hay en esta narración esperpéntica mucha verdad emanada de la enorme documentación que Juan Manuel de Prada ha manejado, según confiesa el propio escritor en la NOTA DEL AUTOR que coloca al final del volumen: «Aunque Mil ojos esconde la noche sea una novela alucinada y esperpéntica (o precisamente por serlo), guarda en sus entretelas muchas más verdades recónditas y nunca antes alumbradas de las que parece, gracias sobre todo a la documentación (en algunos casos muy íntima o secreta) hallada entre legajos polvorientos». Quizá por ello y con cierta razón el narrador-novelista juega con la palabra 'historia' o la palabra 'humanidad' colocándola en minúscula o mayúscula según que se refiera a la propia trama novelesca (en minúscula) o a la realidad del pasado de la que toma personajes y hechos (en mayúscula). Pide, cuando tal cosa hace, «perdón por la mayúscula» sabedor como es de que debiera de usarla en minúscula, pero él quiere de este modo enfatizar el término:
- «no sé si para guiar los rumbos de la Humanidad (perdón por la mayúscula)»
-
«divagaciones sobre filosofía de la Historia (perdón por la mayúscula)»
Hay incluso un momento, muy importante en el desarrollo de la trama, en el que el personaje de Daranitas en un instante de exaltación franquista ante lo que sobre los rusos han manifestado Navales y Lequerica exclama:
«—¡Muchísimo más! ¡Son asiáticos subhumanos! ¡Son el oprobio de la Humanidad, el estigma de la Civilización!
Empezaba a espumear, como si se hubiera atragantado, así que le di unas palmaditas en la espalda para que se relajara y dejara de hablar en mayúsculas.»
El comentario del narrador en forma de atrevida imagen sinestésica es un claro anacronismo tomado seguramente del mundo actual de Internet donde escribir en mayúsculas es equivalente a gritar en el lenguaje oral.
La trama se desarrolla de manera lineal con un narrador testigo en primera persona que conoce todos los extremos de lo que cuenta y que en algún momento anticipa algo que sabe que sucederá pero que aún es pronto para exponerlo en el relato. Hay que tener en cuenta que restan otras 800 páginas más que los lectores aún no conocemos por haberlo así dispuesto el propio novelista. El segundo volumen de esta larga historia aparecerá, dice el propio novelista, "antes de un año con el título Cárcel de tinieblas".
La galería de personajes está tomada prácticamente en su totalidad de la realidad histórica. Sin serlo, naturalmente, a veces el escritor utiliza una especie de formulas épicas o sambenitos para definir a ciertos personajes. Así Hitler es un "ángel con gabardina y bigote", Picasso siempre aparece acompañado del adjetivo "garajista", a Óscar Domínguez suele seguirle la frase "el surrealista de recuelo canario", Franco es definido habitualmente como triponcete, y así con varios otros nombres del inmenso universo actoral que es Mil ojos esconde la noche.
Para finalizar quisiera destacar dos aspectos que me parecen dignos de señalar. El primero es el gusto y la facilidad que demuestra para ello
Juan Manuel de Prada a la hora de escribir escenas eróticas. No he podido por menos durante la lectura que recordar su libro
Coños,[tengo
reseña hecha de este libro aquí] primero de los que escribió, en el que en 54 relatos se dice que
«Coños constituye un homenaje a la mujer y a la literatura, que aspira a la celebración episódica del cuerpo femenino, a la divinización obsesiva de las mujeres a través de las palabras». Preguntado sobre la cantidad de referencias eróticas que hay a los muslos femeninos en su última novela De Prada viene, en cierto modo, a reafirmarse en lo que decía para Coños:
«Yo creo que no tanto. Quizá lo que te impresiona es que mis descripciones son muy vívidas. Cuando describo algo carnal, resulta muy llamativo. Pero no negaré que es una parte del cuerpo femenino que me resulta bonita».
Y la otra cuestión que positivamente ha llamado mucho mi atención en esta novela es el inmenso dominio del vocabulario que tiene su autor. Infinidad de términos precisos, unos hoy desusados, otros poco utilizados, emplea Juan Manuel de Prada. Son palabras como lumias (prostitutas), corzas (muy del tipo de las cabras), adunaban ([se] unir, juntar, congregar), balandrán (Abrigo largo y ancho), mazorral (grosero, rudo, basto), pediluvios (Baño de pies tomado por medicina), balduque (Cinta estrecha, por lo común encarnada, usada en las oficinas para atar legajos), borono ([en Bilbao] Bruto, chapao a la antigua, sin modales. Paleto), eutrapélicamente (desligada de la acción y sin consecuencias reales en el desarrollo de la peripecia), sinsorgada (Insustancial y de poca formalidad), alifafes (Achaque generalmente leve), somormujo (persona sin gracia y con empatía negativa), pitañoso (legañoso), conticinio (Hora de la noche en que todo está en silencio), borborigmos (Ruido abdominal, a veces sordo y prolongado, que se produce en el intestino como consecuencia de la mezcla de gases y líquidos en su interior), gaoneras (Lance que el torero realiza citando al toro de frente mientras se coloca el capote por detrás del cuerpo), ablandabrevas (Persona inútil o de poca valía)... Algunos dirán que esto puede entorpecer la lectura; a mí me ha supuesto un enorme disfrute y aprendizaje.
Se le ha preguntado a De Prada sobre si las opiniones de Fernando Navales, que es asimismo escritor y periodista, coinciden con las suyas. A esta cuestión el autor formado en Zamora y Salamanca ha respondido que diametralmente muchas no son las suyas, aunque hay otras, de naturaleza estética especialmente, que sí. Por ejemplo la valoración que da de Picasso como pintor excesivamente considerado o sobre las vanguardias que vinieron a llevarse por delante todo el arte anterior a su aparición. De hecho afirma que el 90% de lo que cuenta es veraz, si bien está novelado y pasado en ocasiones por el tamiz de la ficción.
Sobre su identificación o no con el protagonista preguntado por un entrevistador responde:
«A un lector rudimentario le puede ocurrir, a un lector inteligente no. Eso nos llevaría a identificar a Camilo José Cela con Pascual Duarte o a Nabokov con Humbert Humbert. Esto es una novela. Este tema me lo planteó la profesora Anna Caballé, y me dijo que hoy en día la gente está tan ofuscada por las ideologías y los esquematismos que ya no tiene la capacidad de discernimiento entre lo que es el autor y lo que es el personaje que narra la historia. Si alguien no tiene esa capacidad de discernimiento, apaga y vámonos. Esto es la clave de la literatura.»