«Pero en fin, así es el progreso, esa gran rueda que mueve la historia y que siempre gira hacia delante por más que les duela a muchos a los que como a mi familia les cambió la vida. Gracias a ello mi abuelo se convirtió en Ulises y yo soy la que soy ahora. ¿Cómo habría sido mi vida de no haberse cruzado en la trayectoria de mi familia la orden de un ingeniero que decidió detener el río como el que decide detener el tiempo? Ni siquiera habría existido...»
León es una provincia grande en extensión y también grande en creación literaria. Muchos son los escritores leoneses, hasta el punto de que ya en 1982 Francisco Martínez García publicó una Historia de la literatura leonesa que no sé si se ha vuelto a reeditar. Si ya en 1982 Martínez García consideraba necesario lanzar una mirada a la literatura producida por leoneses a lo largo del tiempo, desde los siglos más lejanos hasta ese 1982, hoy sería más necesario que nunca una actualización de la misma dado el numeroso grupo de autores nacidos en esa zona de España. Escritores actuales leoneses son muchos: José María Merino, Luis Mateo Díez, Julio Llamazares, Andrés Trapiello, Carlos Fidalgo... [una relación más completa puede verse en este Listado de escritoras y escritores actuales de León]. La mayoría de ellos, como es ya una constante -¡y una maldición!- en la zona oeste de la Comunidad de Castilla y León, reside fuera de su provincia de origen, sobre todo en Madrid.
Si bien entre estos autores los hay que hablan de su provincia de origen (sus leyendas, sus gentes, sus tierras variopintas: la Montaña, el Páramo...; sus comarcas: Babia, Laciana, los Ancares, Boñar...), sin duda alguna es Julio Llamazares quien ha construido una obra más centrada en la nostalgia por la pérdida de un mundo que él llegó a vivir durante su niñez y adolescencia. Un mundo que a partir de la década de los 60 fue desapareciendo, transformándose, de manera inadvertida unas veces y otras, como lo que se cuenta en Distintas formas de mirar el agua, de modo brusco, impuesto por los gobernantes y técnicos del momento aun en contra del sentir de los afectados.
En esta novela corta encontramos a una familia que un día de otoño llega hasta el embalse del Porma en León para esparcir sobre sus aguas las cenizas de Domingo, el abuelo. Domingo junto a Virginia, su mujer, y los cuatro chiquillos fruto de su matrimonio, tuvieron que abandonar Ferreras, su pueblo, por orden de la superioridad antes de que junto a otros cinco o seis más fuera anegado por las aguas del río Porma que iba a ver detenido su curso. La presa que embalsaría sus aguas llevaba construyéndose desde hacía cinco años y en breve iba a ser inaugurada. Esa lejana salida del pueblo, evocada por la abuela Virginia, dista del ahora en que se desarrolla la novela nada menos que cuarenta y cinco años.
«Durante los cuarenta y cinco años que han pasado desde el día en el que, con la casa a cuestas, abandonamos estas montañas camino de la llanura, Domingo nunca volvió a hablar del pueblo, como tampoco lo hizo de Valentín, el pobre hijo que se nos murió tan pronto. [...] Yo, al contrario, mientras más hacía por olvidar, más recordaba y me dolía el recuerdo.»
Estamos ante un tiempo detenido. La verdad es que eso es lo que supone la muerte para quien la sufre; aunque en este caso también el tiempo se detuvo en vida para el fallecido y Virginia 45 años atrás, pues pese a haber vivido físicamente esas cuatro décadas lejos de allí, concretamente en unas fértiles tierras palentinas surgidas de una laguna desecada, mentalmente siempre estuvieron en Ferreras, su pueblo leonés hoy sumergido en el embalse que ellos llaman la laguna.
La desaparición del decurso temporal también sucede en el relato de Llamazares escrito a base de monólogos interiores y soliloquios coincidentes en el tiempo de los distintos miembros del grupo familiar: la abuela Virginia, sus cuatro hijos (Teresa, José Antonio, Virginia y Agustín), las parejas de los tres primeros (respectivamente Miguel, Elena y Emilio), y los hijos de cada una de estas parejas, o sea los nietos del abuelo fallecido (Raquel y Susana; Daniel con su novia italiana Maria Rosaria y Alex; Laura, Jesús y Virginia). Todos ellos esperan que Teresa, la hija mayor de Domingo, esparza las cenizas del abuelo sobre las aguas; mientras lo hacen cada uno evoca en sus pensamientos la vida y el comportamiento del abuelo Domingo y del resto de miembros de la familia.
Son tres generaciones meditando sobre un mismo hecho en un mismo instante. Paradójicamente este tiempo parado sirve para ver cómo en esos cuarenta y cinco años el mundo ha cambiado pasando de una sociedad cerrada y machista, en la que la mujer estaba sometida al varón, a una sociedad en la que la mujer es dueña de su cuerpo, actos y decisiones («Mi madre pertenece, como yo, a esa clase de mujeres acostumbradas a obedecer, primero a nuestros padres y luego a nuestros maridos. ¡Qué distintas de las jóvenes de hoy!», piensa Teresa). Lo curioso es ver cómo todos, viejos y jóvenes, enjuician de manera comprensiva estas actitudes tan dispares en unos y en otros («Lo que no me gustaba de él era su machismo, aunque comprendo que también eso se lo enseñaron en casa, aparte de que la abuela se lo reforzase luego como mi madre ha hecho con mi padre»).
La transformación en la manera de vivir se percibe también en la dispersión de la familia por la geografía peninsular; se diría que así como Ferreras se perdió en las profundidades del embalse, la familia creada por Virginia y Domingo se ha disuelto diseminándose unos y otros por España: en Barcelona vive José Antonio; Teresa lo hace en Valladolid; y Virginia en Santander. Agustín es el único que, en la laguna palentina, permanece en la casa de los abuelos, quienes por su edad hubieron de marchar a una residencia en la ciudad; pero a Agustín todos lo tienen por loco o algo retrasado
Es Distintas formas de mirar el agua fundamentalmente una historia de amor; una historia de amor por parte de Julio Llamazares a su tierra, León, Castilla y León, una tierra de gentes sencillas, aparentemente duras, que no buscan enriquecerse, sino sólo ser felices. Así lo piensa Miguel, marido de Virginia hija y separado de ella desde hace ya seis años:
«¿No será que el secreto de la felicidad es conformarte con lo que tienes, con lo que a base de esfuerzo vas consiguiendo por ti mismo, con el amor de unas pocas personas que la vida puso a tu lado, con la tranquilidad que dan la fidelidad y la compañía de una mujer a la que conociste un día y que, si entonces te pareció la mejor del mundo, quizá fue porque lo era?»
Por su parte Daniel, uno de los nietos de Domingo y Virginia piensa que sus abuelos vivieron «una gran historia de amor sin duda ninguna: la de dos personas humildes, dos campesinos sin casi estudios ni pretensiones, pero con un corazón que lo compensaba todo, que se quisieron toda la vida sin decírselo posiblemente ni una sola vez.»
Julio Llamazares; fotografia: jeosm (httpswww.zendalibros.com) |
«Porque lo que no puede hacerse es oponerse a ellas sin más como hacen los ecologistas y algunos grupos de afectados (a éstos los comprendo aún), que luego, eso sí, quieren tener electricidad y agua en sus domicilios.»
Son el nieto Daniel y su novia italiana María Rosaria quienes, dada su lejanía, mejor pueden enjuiciar la realidad de la familia y de lo sucedido en su vida por culpa de esa obra que al tiempo que es bella también supuso algo terrible para la pareja de ancianos que concebía su existencia apegada a su pueblo de origen. La muerte, como ocurre siempre, ha llegado y ha echado por tierra cualquier planteamiento vital. Por eso, piensa Maria Rosaria:
«Es ley de vida, como se dice. Unos se van y otros vienen, unos desaparecen y otros los sustituimos y así será mientras haya mundo. Por eso hay que disfrutar de la primavera, y de las nubes, y de los pájaros, y hasta de la belleza de este pantano que esconde, como todo, algo siniestro, pero que es una maravilla como paisaje, y por eso hay que aprovechar cada minuto de nuestro tiempo, que se va a toda velocidad, en lugar de regodearse en el dolor de lo que perdemos.»
En 2016 Julio Llamazares quedó finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León con Distintas formas de mirar el agua publicada el año anterior. Seguramente se iba a alzar con el galardón, pero previamente él ya había advertido que de ganarlo no lo aceptaría ni iría a recogerlo.
A mí el libro me impresionó y me llamó mucho la atención. Subrayé bastantes pasajes. La anécdota que cuentas de Benet es muy sugerente: a ver si en alguna entrevista o análisis se descubriera la solución. Sería muy curioso. Abrazotes.
ResponderEliminarLo de los subrayados también me ha sucedido a mí. Es un libro breve, pero muy sustancioso. Sobre lo de Juan Benet pienso que Rosa Berros en su comentario lo aclara de manera clara y diáfana. Y es que Rosa es leonesa y conocedora de los entresijos de lo que allí ocurre. Gracias, Rosa.
EliminarY gracias. Rubén, por tu comentario.
Un abrazo
He paseado por el fondo del embalse del Porma, cuando hace muchos años lo vaciaron para limpiarlo. Allí se leía aún, sobre el dintel de las puertas de las escuela, las leyendas "niños" "niñas". Puede que en aquella escuela diera clase su padre o él mismo acudiera como alumno. No he leído esa novela del autor. Me duele mucho el tema. Fui muy activa en la lucha contra la inundación de Riaño. Entre los que peleamos aquella causa, Juan Benet tenía muy mala prensa tanto por sus trabajos en la proyección de varias presas como por declaraciones en el sentido de que había provincias como León o Huesca que solo servían para hacer embalses.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por esa lista de escritores leoneses. A José María Merino, Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez (el mejor para mí), Julio Llamazares o Andrés Trapiello los conozco hace muchos años, pero de los actuales, como Carlos Fidalgo, ando un poco más perdida.
León ha sido siempre una provincia con los índices de alfabetización más altos del país. Ya lo era en tiempos de la República. Es normal que haya dado tantos y tan buenos escritores. No recuerdo en qué novela era, pero Vázquez Montalbán hacía chistes sobre los escritores leoneses.
Un beso.
Esto que comentas sobre el vaciado del embalse para limpiarlo y el dintel con la leyenda Niños - Niñas la cuenta Llamazares en esta novela.
Eliminar¿Conocías esa Historia de la literatura leonesa que cito en la reseña?
Un beso
Ay, me enrollé tanto en el comentario que olvidé decirte. No solo conozco esa Historia de la literatura leonesa, sino que la tengo en casa. Confieso que he leído algunas cosas, algún autor de los que se mencionan, pero no he leído todo lo que debiera de ella. En 1982 yo seguía muy de cerca a los novelistas leoneses. No tanto a los poetas que había más todavía que novelistas. Tengo que desempolvarla y echarle un vistazo.
EliminarUn beso.
He leído abundantemente a Julio Llamazares (de hecho, estoy con "Las lágrimas de san Lorenzo"). Sin embargo, este no; es más, ni siquiera tenía noticias, así que pronto le hincaré el diente. O el ojo. Porque entre tu reseña y el tema tratado, se me están poniendo los dientes largos. O los ojos.
ResponderEliminarEs verdad lo de los escritores leoneses, hay unos cuantos excelentes. Y también desdendientes, como la excelente poeta y novelista Ana Merino, que me gusta tanto como el padre.
Abrazos agradecidos.
Ja, ja, ja... ten cuidado con tus ojos y dientes, tenemos que conservarlos durante toda la vida. Cierto es lo que dices sobre la excelente cosecha que da y ha dado León .
EliminarUn abrazo
Buena cuenta y buen recuento de los escritores leoneses que tanto han hecho por la literatura española. Todo apunta que esa tradición se mantendrá en el tiempo. Este libro de Llamazares es también un homenaje a la ingeniera que especialmente en León, Galicia, y Cordillera Cantábrica ha realizado y realizará infraestructuras épicas y siempre con cierta polémica.
ResponderEliminarUn abrazo, Juan Carlos.
No sé yo si Llamazares quedó muy satisfecho con el destrozo (desaparición bajo las aguas, más bien) de su pueblo Vegamián, aunque como es hombre culto y de su tiempo sabe que el progreso conlleva cosas como esa.
EliminarUn abrazo, Miguel
Que interesante lo que cuentas, no conocía este libro de Llamazares pero no me importaría leerlo. Besos
ResponderEliminarPues anímate. Además es muy cortito.
EliminarUn beso
Lo del blog y relajarse es verdad que hay que proponérselo porque si no es que te ahoga. Hablo por mí, pero te entiendo perfectísimamente. A mí me ocurre lo mismo y estoy pensando muy en serio que habrá que tomar alguna decisión al respecto.
ResponderEliminarLo que sí es verdad es que este librito te entretendrá y te servirá para relajarte al tiempo que te ilustras debidamente sobre este asunto de los pantanos de agua en España.
Un beso
Leí este libro hace varios años. Es lo único que he leído de Julio Llamazares. Me atraía la temática de esta novela y había leído buenas opiniones sobre su autor. Me gustó cómo escribe Llamazares y también la estructura de la novela dando voz (o pensamiento) a los diferentes personajes. Pero según avanzaba en la novela se me fue estancando. Sentía como si los diferentes personajes dieran vuelta a las mismas ideas una y otra vez. A raíz de mi reseña en el blog y de mis comentarios en mis perfiles de las redes sociales fueron varios los lectores de este autor que me comentaron que Distintas formas de mirar el agua no era la mejor de sus novelas. Tengo desde entonces pendiente revisitar a Julio Llamazares, pues el que esta novela no me haya convencido del todo no significa que no considere a su autor un buen escritor y con cosas, además, interesantes por contar.
ResponderEliminarMe ha parecido muy interesante lo que cuentas al final de la reseña sobre la ambigüedad de esa cita de Juan Benet.
Besos
Desde luego no es lo mejor que ha escrito Llamazares. A mí me gustó muchísimo más "La lluvia amarilla", novela que leí hace un porrón de años y de la guardo un recuerdo que diría imborrable.
EliminarSobre el perspectivismo que aplica en esta breve novela, al suceder todo en la mente de cada personaje y versar todo ello sobre lo mismo (el abuelo fallecido, su migración obligada, el embalse, las cenizas...) es hasta cierto punto normal que los puntos de vista de los personajes se encabalguen los unos con los otros; sin embargo creo que Llamazares logra que cada uno de ellos tenga un matiz, una peculiaridad que nos hace comprender mejor al personaje que piensa o reflexiona en ese momento.
Lo de Juan Benet y el comentario del nieto ingeniero de caminos como él es contradictorio, pero cierto y auténtico. Así somos los humanos, seres no lineales, sino construidos a base de meandros.
Un beso, Lorena
Pues no he leído nada del autor y este título ni lo conocía... Tema interesante el que toca y además bien contado, por tus impresiones. Tomo nota y a ver si consigo colarlo. Y he visto tu comentario a mi última reseña y te contesto por aquí. Sí que hay adaptación cinematográfica de Miedo. Es que cotilleé cuando lo leí porque también me pareció que se podía hacer una buena película. Ya no creo en el amor se titula, de Roberto Rossellini con Ingrid Bergman como protagonista. A ver si consigo encontrarla para verla.
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Ahiva, qué bien, Margari, tu información sobre la peli de Rosellini me encanta! Tomo nota; muchas gracias por tu información. También la buscaré.
EliminarEsta novelita de Llamazares creo que es una buena manera de entrar en este autor, sin ser para nada lo mejor que haya escrito, que conste.
Un besazo
Tengo pendiente leerlo ,por que encanta este autor
ResponderEliminarY te va a gustar. Desgraciadamente hoy, por eso de las inundaciones en Valencia, todo lo que tiene que ver con el agua (pantanos, presas, ríos, ramblas, cauces y demás) cobra una actualidad impresionante. El ser humano ha modificado la naturaleza y ésta a veces le devuelve la agresión de una manera incontrolable.
EliminarUn abrazo