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21 dic 2013

Alice Munro, José Hierro: Poesía necesaria de la cotidianidad



Cuando hace unos meses decidí abrir en este blog una sección (etiqueta, apartado, hashtag... o qué sé yo) dedicada a la Poesía pensaba en uno de mis poetas preferidos, José Hierro. Luego, no sé por qué exactamente, las entradas que he hecho bajo la etiqueta POESÍA NECESARIA no han tratado de él; pero ahora, tras haber leído en la tertulia "Más que palabras" los cuentos de Alice Munro, los poemas de Pepe Hierro me han venido a la memoria de nuevo. Y es que la poesía de Hierro habla -como le sucede a la narrativa de Alice Munro- de la vida cotidiana, de su cotidianidad personal (la guerra que vivió de niño, la cárcel, su amor a la pintura, su amor al mar, el Amor, la solidaridad, sus viajes...) que le lleva a reflexionar sobre la condición humana y al lugar y finalidad del hombre en este mundo. Dos son los poemas del poeta que siempre están en mi memoria y que al poeta le surgieron de experiencias vividas en sus viajes o simplemente de la pura reflexión. Son los siguientes: : "Réquiem" y "Vida"





Réquiem (Cuanto sé de mí, 1957)  
Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D’Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9.30 en
 St. Francis.
Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D’Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
—sobre las nubes— de las tierras
sumergidas ante Platón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia
 St. Francis.
Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá…
José Hierro, dibujante
Réquiem aetérnam,
Manuel del Río. Sobre el mármol
en D’Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda,
caja que huele a abetos del invierno),
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín…
 Libérame Dómine
de morte aeterna… Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel…
Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila.
 Dies irae.
Lo doloroso no es morir
Dies illa acá o allá,
sino sin gloria…
Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empapaban de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el universo.
Los velaban no en D’Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.
Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El mundo
Libérame Dómine es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas)
 Réquiem aetérnam.
Y en D’Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el
 week-end.
Réquiem aetérnam.
Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en
 D’Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar

Vida  (Cuaderno de Nueva York, 1998)
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito "Todo", y el eco dice "Nada"
Grito "Nada" y el eco dice "Todo"
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era nada)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada

Pero..., ¿qué tiene que ver José Hierro, sus poemas existenciales y sociales con los cuentos de la canadiense Alice Munro? Pues nada y todo, como casi siempre ocurre. En mi opinión ambos escritores beben en su vida cotidiana, aunque luego las experiencias cada una las vierta de modo diferente sobre el papel. Así hablaba el poeta santanderino nacido en Madrid en unas jornadas sobre su poesía celebradas Círculo de Bellas Artes de Madrid allá por el año 1982:
En el ámbito de la poesía de la vida —dejemos ahora aparte la poesía esteticista— hay dos puntos extremos: lo intimista y lo social. Por lo menos esto es lo que se viene repitiendo. La distinción, hecha a ojo de buen cubero, suele ser ésta: el poeta intimista es el que elabora la materia prima de sus experiencias singulares, en tanto que el poeta social interpreta sentimientos colectivos. El poeta intimista despierta en sus lectores el «yo»; el social, el «nosotros».
Creo que estas palabras del poeta distinguen claramente los dos tipos de poetización de lo cotidiano que realizan escritores como Alice Munro, vertida hacia el intimismo del "yo" fundamentalmente femenino, y otros como Hierro cuyas experiencias vitales se desbordan hacia el "nosotros" social. 

De Alice Munro y sus cuentos, nacidos de su propia cotidianidad, tan sólo recomendar la lectura de cualquiera de sus colecciones ("Demasiada felicidad", "Las lunas de Júpiter", "La vida de las mujeres", "Mi vida querida" o cualquier otro) para deleitarse con su prosa envolvente que fluye con naturalidad y que esconde una poesía que subyuga al más pintado. Sin perjuicio de que os paséis por el blog de la tertulia "Más que palabras" reproduzco a continuación una brevísima nota que figura allí a propósito de la tertulia que realizamos sobre el libro "Mi vida querida" de la autora canadiense:

Sobre la colección de cuentos de Alice Munro ("Mi vida querida") hubo casi unanimidad en elogiarlos en su conjunto y también uno a uno; quizás los considerados más autobiográficos -los cuatro últimos- fueron los menos aplaudidos precisamente porque la cotidianidad real yo creo que empaña un poco la magia alcanzada con la cotidianidad envolvente de la ficción muy, pero que muy, ligada a la anterior. Desde luego los cuentos de Alice Munro gustan mientras se leen y, como, dada su brevedad, se confunden en el recuerdo después de haber sido leídos, piden volver sobre ellos para degustarlos de nuevo. Y es que estos cuentos son hermosos y quieren, como la poesía, ser leídos una y otra vez. Vamos, una maravilla.

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu crítica por lo natural y didáctica que es

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  2. Muchas gracias, amigo o amiga "Anónimo". Otra vez si pones tu nombre podré contestarte de manera más directa

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  3. Muy interesantes comentarios y poemas, Juan Carlos, sobre el poeta José Hierro, del que apenas si he oido hablar. De poesía la verdad es que estoy un poco pillado y reconozco que no pasé más allá de los poemas que musicaron los cantautores famosos de los años setenta. Y sobre la la señora Munro también te reconozco mi ignorancia. De manera que gracias por descubrirlos en tu bien trabajado texto literario.

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  4. Gracias Justo por tu opinión. Te diré que yo escuché de boca del mismísimo Pepe Hierro el poema "Réquiem" en una velada poética en Talavera de la Reina allá por el año 1985 o así. Desde ese momento me quedé prendado de su poesía que recomiendo vivamente.
    Saludos

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