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10 jun 2014

Poemas y canciones entrevistos en la última aventura de Philip Marlowe

A la espera de comentar en la tertulia literaria "Más que palabras" la última aventura de Marlowe, voy a hacer algo así como un "antes de" que me sirva -y a quien quiera leerlo también- para calentar motores. Me limitaré a citar algunos poemas -sólo dos- a los que se alude en el relato de Benjamin Black;  y también, a través de algunos temas musicales, trataré de recrear la atmósfera que envuelve aquí y en otros relatos la azarosa vida del detective.
John Balville, Benjamin Black, novela negra, autor irlandés
Foto tomada de http://www.theomnivore.com/
Cuando Philip Marlowe hace sus pesquisas iniciales a propósito del asunto que le han encargado visita el domicilio de la persona objeto de su búsqueda. Allí es abordado por un vecino al que describe así:
"Recordaba a un Gabby Hayes que hubiera envejecido mal. Tenía un ojo cerrado y con el otro me miraba desde el pie de las escalera mientras movía lenta e incesantemente la mandíbula de un lado a otro, como una vaca rumiando"
El mucho tiempo que debe dedicarle a este viejo hace que Marlowe piense: "Me sentía como el invitado a la boda que intenta librarse del marinero en La balada del viejo marinero.". Evidentemente se refiere al poema de Samuel Taylor Coleridge, poeta lakista, crítico y filósofo inglés, quien fue, junto con su amigo William Wordsworth, uno de los fundadores del Romanticismo en Inglaterra.
La alusión que se realiza encuentra pleno sentido leyendo la primera de las siete partes que forman dicha balada, y que reproduzco a continuación:
 I  (Un viejo marinero se encuentra con tres Galanes invitados a una fiesta de boda, y detiene a uno)
Es un anciano Marinero,
        y detuvo a uno de los tres:
«Por tu barba gris y tus ojos que relucen,
        dime, ¿por qué causa me detienes?

Las puertas del Novio están de par en par abiertas
        y yo soy pariente suyo;
los Invitados ya se han reunido, la Fiesta está lista,—
        oír puedes la alegría del estruendo.»

Mas aún retiene al invitado a la boda—
        «Había una Nave,» le dice aquél—
«No, si contarme quieres alguna historia divertida,
        ¡Marinero! ven conmigo.»

Le retiene con su mano descarnada,
        dice aquél: «había una Nave...»
«¡Márchate ya de aquí tú pelmazo de la barba gris!
        Que en otro caso habrás de tropezar con mi Cayado.»
La ballesta, el albatros abatido, el viejo marinero...

Le contempla con sus ojos brillantes—
        el invitado a la boda hubo de quedarse quieto
y escucha como un niño de tres años;
        el Marinero consiguió lo que quería.

El invitado a la boda se sentó sobre una piedra,
        salvo oír nada podía:
y así siguió hablando aquel anciano,
        aquel Marinero de ojos relucientes.

«A la Nave se le puso el aparejo, dejamos el Puerto—
        con cuánta alegría pasamos
bajo la Iglesia, bajo el Monte,
        bajo el promontorio del Faro.

«El Sol surgió del lado izquierdo,
        del mismo Mar surgió:
y brilló con fuerza, y por la derecha
        se sumergió en el Mar.

«Más y más alto cada día,
        hasta que sobre el mástil, a mediodía—»
el invitado a la boda en este punto se dio un golpe en el [pecho,
        porque había oído el estruendo del fagot.

La Novia entrado había en el Pórtico,
        roja va como una rosa;
inclinando las cabezas avanzan ante ella
        los Músicos alegres.

El invitado a la boda se dio un golpe en el pecho,
        mas salvo oír nada podía:
y así siguió hablando aquel Anciano,
        el Marinero de ojos relucientes.

«¡Escucha, Desconocido! Tempestad y Viento,
        ¡Un fuerte Viento y una Tempestad!
Durante días y semanas sometiéndonos a su capricho
        como Paja íbamos arrastrados.

«¡Escucha, Desconocido! Bruma y Nieve,
        Un frío asombroso nos envolvía:
Hielo de la altura del mástil llegaba flotando
        verde como Esmeralda.

«Y a través de las corrientes las cumbres nevadas
        enviaban sus lúgubres brillos;
ni formas humanas ni de bestias conocimos—
        por todas partes estaba el Hielo.

«Hielo a un lado, Hielo al otro,
        Hielo por todas partes:
crujía y gruñía, y rugía y aullaba—
        como en los sonidos de un desmayo.—

«Al cabo por allí cruzó un Albatros,
        a través de la Niebla vino;
y como si fuera el Alma de un Cristiano,
        le saludamos invocando el nombre de Dios.

«Los Marineros le dieron galleta llena de gusanos,
        y volaba dando vueltas y vueltas:
el Hielo se quebraba con el ruido de un Trueno;
        el Timonel nos guió a través de aquellas aguas.

«Y un buen viento del sur comenzó a soplar de popa,
        el Albatros nos seguía;
y cada día, fuera por querer comida, fuera por juego,
        ¡acudía al oír la llamada del Marino!

«Entre la bruma y las nubes, sobre el mástil o los lienzos
        se posó durante nueve vísperas,
mientras durante toda la noche a través de la blancura de la niebla
        relucía la blancura de la luz de la luna.»

«¡Qué Dios te guarde, anciano Marinero!
        De los demonios que de ese modo te atormentan—
¿Por qué tienes ese aspecto?» ...«con mi ballesta
        maté al Albatros.»
The Rime of the Ancient Mariner, Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)



En otro momento del relato, mientras Marlowe investiga un atropello y lee el expediente que le entrega la funcionaria, piensa para sus adentros:
"No pude evitar un leve suspiro. 'Muerte no te envanezcas', escribe el poeta, pero siempre me pregunto por qué la Parca no debería sentir cierto orgullo, dada la meticulosidad con que trabaja y su imbatible récord de éxitos"
El poema completo que Marlowe parece recordar es el del poeta inglés John Donne, coetáneo de Shakespeare. Es un soneto que figura con el número X dentro de los denominado "Sonetos sacros" de este poeta barroco inglés cuya poesía corrió con gran éxito en la Inglaterra isabelina al tiempo que en España triunfaban Quevedo, Lope o Góngora,  poetas también barrocos. Dice así:

Góngora, Quevedo, poesía barroca, poesía isabelina
Los poetas barrocos John Donne, Góngora y Quevedo
Muerte, no te envanezcas, aunque algunos       te llamen poderosa, pues no lo eres;
los que creíste derribar no mueren,
pobre muerte, ni tú puedes matarme.

El reposo y el sueño, tus imágenes,
dan placer, luego más debes tú darlo;
y los mejores pronto van contigo,
descanso de sus huesos, dación de alma.

Sierva de reyes y desesperados,
vives de guerras, males y venenos; 
hechizo y droga pueden bien dormirnos,

y mejor que tu golpe, ¿por qué te inflas?
Pasado un corto sueño, despertamos,
y no habrá muerte ya. Te mueres, muerte.
Death Be Not Proud, John Donne (1572-1631)

Estos dos poemas son adecuados a los asuntos  que en general plantean la mayoría de novelas negras, y ésta de Benjamin Black lo es: La muerte gratuita (se percibe en el poema de Coleridge) y la ausencia de miedo a la muerte se ve en el de John Donne).


La música que le gusta a Philip Marlowe

Imagen de cabecera del blog "La noche del navegante"
En el blog "La noche del navegante" J. A. Beckett presenta un relato suyo titulado  Los Ángeles Blues en el que deja traslucir, con maestría, lo que la música del blues es para Philip Marlowe. El texto completo dice así:
El blues es como el aire, empiezas a respirarlo y no te abandona hasta que te mueres.
Los Angeles 1937.
Allí estaba yo delante de la puerta de aquel club, al final de la av. 45 en el west side. Hacía una noche de perros, delante de mí un gorila 2×2 rapado a cepillo me miraba fijamente. Bajé el ala de mi sombrero, encendí un cigarro y le enseñé mi placa. Ábrete sésamo.
Aquel garito oscuro como la boca de un lobo era un auténtico antro. Nunca llevaría allí a mi abuelita. Unas cuantas mesas, unas cuantas sillas, un escenario y unos músicos de blues. Me acerqué a la barra, una rubia platino movió sus caderas bajo el estrecho vestido. No me sonrió. Aquella muñeca olía a un poli a mil yardas. Un bourbon please. Volvió a mover sus caderas. Definitivamente aquella preciosidad y yo nunca llegaríamos a nada, no era mi noche.
El local estaba casi vacío, humo, perversión y un par de negratas cargados de artillería que me miraban desde el otro extremo de la sala. Definitivamente no era mi día de suerte. Al fondo del salón cuatro hombres jugaban una partida de cartas. Mi presa estaba allí. Más alto, más fuerte y más guapo que yo. Cosas del destino.
El blues más que una música es un sentimiento, una forma de sentir.
Dejé a mi barra, a mi rubia y con pasos cortos me planté delante de mi hombre. El tipo escondido detrás de unas gafas oscuras me sonreía divertido. Juro que no vi nada gracioso a mí alrededor. Bajé el ala de mi sombrero, encendí un cigarrillo. Él sin perder la sonrisa me llenó un vaso de bourbon. Nunca bebo con cabrones. Aquella fue la señal, nunca en mi vida vi tanto armamento junto, los negratas, los compañeros de mesa, hasta la rubia tenía una pistola. Afortunadamente la banda seguía tocando.
Pero era tarde, mi magnum del 45 special star, se encontraba en aquellos momentos apoyado en la frente de alguien que dejó de sonreír. Nadie se movió. Al fondo escuché las sirenas de los coches de policía. Como siempre la poli llegaba tarde.
El blues nace de una tristeza, símbolo de una persecución
Todo había terminado felizmente. Me acerqué a la barra. La rubia platino enfundada en un traje rojo había desaparecido. Nunca llegaríamos a nada. De un trago me bebí mi bourbon. Cogí la botella y me llené de nuevo el vaso. Algún día tendría que dejar de beber.
La banda de blues seguía sonando. Levanté mi vaso. Va por vosotros.
Tras esta lograda parodia chandleriana de J. A. Beckett -o mejor, diría yo, al tiempo- podemos escuchar algunos temas típicamente marloweianos como los siguientes:

¿Echáis alguno en falta? ¿Añadiríais algún otro?. Decídmelo y lo incorporo de mil amores a esta lista.
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Nota: El enlace a esta playlist se puede ver en la página "Música que me gusta escucharde este  mismo blog.

2 comentarios:

  1. Excelente entrada. Un placer de lectura. Una combinación de textos perfecta. De alguna manera, sentí el fuerte eco de los poemas de Derek Walcott, los de us libro "Omeros".
    Un cordial saludo.

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  2. Gracias, Pilar, por tus amables palabras. Es cierto que la "Balada del viejo marinero" de Coleridge tiene un tono épico semejante al de 'Omeros' de Dereck Walcott, poeta y dramaturgo del que no he leído mucho.
    Un abrazo

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