El árbol de la vida dirigida por Terrence Malick y protagonizada por Brad Pitt, Jessica Chastain, Hunter McCracken, Sean Penn, Laramie Eppler, Tye Sheridan y otros es una poética y bellísima película en la que se nos intenta poner en contacto con lo inefable del mundo, de la vida, de la creación, del universo... Y a tamaño empeño sólo la poesía es capaz de aproximarse. Porque el misterio de la vida: su origen, su evolución, su inextricable y absurda complicación en la que nos encontramos, ahora y en cualquier época en la que Malick hubiese situado la historia, sólo cabe verlo en términos poéticos intentando que ésta -la Poesía- vuelva también a sus antiguos orígenes convirtiéndose en vehículo para apenas vislumbrar el hilo o los secretos que nos unen ('religare') con el misterio de esta difícil de entender evolución natural.
La película de Terence Malick ha sido objeto noticiable más que por sus cualidades estéticas por la distancia que establecía entre las elogiosas críticas que la acompañaban y la reacción de parte del público que abandonaba la proyección entre comentarios indignados por lo que consideraban una tomadura de pelo. Y lo más sorprendente para mí es escuchar que alguna cadena de multicines ofrecía a los clientes cuando compraban la entrada para El árbol de la vida la posibilidad de abandonar la sala y entrar en otra si a los 20 minutos no encontraban satisfactorio el film. Y todavía aumenta más mi sorpresa cuando en un informativo televisivo de alcance nacional se da cuenta de este suceso.
Tengo la sensación de que esta hermosa película es un baremo excelente para comprobar la sensibilidad del espectador, un reloj de la capacidad de nuestro entorno inmediato por engolfarse en algo más que el aquí y ahora, un reto al confort de un público que acude al cine sólo para evadirse. Y es que la cultura -no olvidemos que el cine es cultura- cuando es elevada y novedosa nos exige esfuerzo; esfuerzo que al sostenerlo y hacernos entrever las claves de la obra nos lleva de inmediato al placer estético.
Película del todo recomendable por muchas razones entre ellas la belleza de las imágenes (aquí es donde está la mayor carga poética) que evocan la creación de una supernova, erupciones volcánicas, torrentes de agua, etc. Y luego la historia humana que aúna en un difícil equilibrio la equidistante relación paterno-filial entre autoridad y cariño; al igual que la dual relación del ser humano con un padre autoritario por convinción del bien que su ejercicio producirá en sus retoños y una madre todo dulzura que por amor llega al umbral de la humillación y sometimiento cuyos hijos adolescentes no parecen comprender en ese momento; y también es muy interesante la reacción de los seres humanos que componen el núcleo familiar ante la inexplicable pérdida de un ser amado (la muerte siempre es inexplicable) por la que todos ellos en cierto modo se culpabilizan al no encontrar ente superior que se haga cargo del desastre.
Los actores impecables, magníficos. Un Brad Pitt excelente y contenido en su doble función de padre exigente a la par de cariñoso; una no muy conocida por mí Jessica Chastain en un hermoso papel de madre solícita y esposa sumisa pero acorde al momento: los años 50 en Waco, Texas, Estados Unidos. Y luego el niño, Hunter McCracken, en una interpretación soberbia de ese difícil momento de aceptación amorosa, al tiempo que rechazo lindante con el odio, del padre. Sin olvidar, claro está, a Sean Penn el atormentado y triunfador hombre de negocios que vive en un contexto urbano hostil y artificial totalmente alejado de la naturaleza en el que sobrelleva la pesadumbre que le acompaña desde su niñez, seguramente el sentimiento de culpa por creer haber tenido que ver con la desgracia que aconteció a su hermano menor.
Hermosa, hermosísima película que me anima a buscar otras de este director, Terrence Malick.
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